Cuarenta días y cuarenta noches

26/04/2009
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Extracto del diario de una desplazada que completa ya cuarenta días y cuarenta noches de dormir en la calle, primero en la Plaza de Bolívar y ahora en el parque del Tercer Milenio.

Escribo en las noches frías lo que a diario debo vivir porque quiero contar lo que nadie, ajeno a nuestra tragedia, se puede imaginar. Lo que es ser un desplazado en Bogotá, un ser marginal sin vida, sueños ni porvenir.

Seguimos igual. A veces pienso que peor, a veces pienso que mejor, pero en lo esencial, igual. Hoy completamos cuarenta días con sus cuarenta noches de dormir en la calle bajo el cielo, sobre el cemento y el césped húmedo a la espera de que suceda algo, algo que nosotros llamamos justicia y que a lo mejor nunca sucederá.

Abril 17 de 2009

Ayer nos visitó un grupo de estudiantes, saben entretener a los niños, y eso nos sirvió mucho a todos, nos hizo creer, por un momento, que no éramos los eternos olvidados. Sobre la parte menos sucia del piso, extendieron largos rollos de papel café, como de ese con el que se fabrican las bolsas de tienda, y se pusieron a pintar con temperas y a cantar. Los niños estuvieron felices, hasta el pelo se mancharon, la mudita de todos los días, las uñas, todo, pero por lo menos logramos sacarlos de los pozos de agua contaminada que hay en el parque; da pesar decirles que no jueguen ahí, pero también da pesar dejarlos entrar, pero es la única manera en que estos chiquitos logran olvidar el hambre y sus antojos y recordar que aún son niños y que viven la mejor etapa de la vida, claro eso nadie se los dice, para que desalentarlos con el porvenir, si es que alguno tienen. Hoy almorzamos lentejas con arroz. Mañana no sabemos que pasará.

Abril 17 al medio día

Acaba de llegar un grupo de indígenas Embera Katios, son casi 40 personas y están cargados de niñitos de todos los tamaños, sucios, descalzos y flaquitos; al igual que nosotros son desplazados de la violencia. El administrador del parque se ha enfurecido y les dice que no pueden entrar, además de pobres y negros, ahora tener que soportar indios, ¡ya es demasiado! Me dan mucha pena, hasta me siento privilegiada frente a ellos aunque no tengo nada que ellos puedan envidiarme, talvez el hecho de que puedo dormir en este andén mientras que a ellos les tocará buscar otro donde vivir. Aunque pensándolo bien, quizás sea al contrario, y sea yo quien deba envidiar lo que ellos tienen y yo nunca tendré. Al menos son una comunidad, los une la tradición, la lengua, la fe, los colores de sus vestidos desteñidos, un idioma común y singular, una raza; son aguerridos y reconocen a una autoridad legitimada en el saber y la tradición, en cambio nosotros siempre estamos solos aunque seamos muchos, nos organizamos en pequeñas celulitas y vivimos alerta, listos a atacar o a ser atacados pensando que el de al lado puede ser un enemigo. Estamos infiltrados, eso se sabe, por eso es mejor callar.

Hoy no hubo cena, esperemos que mañana sea el día de la solución.

Abril 18

Hoy tampoco llegó alimento ni solución. No sé qué va a pasar. Los costalados de cebollas, tomates y zanahorias que con otros dos desplazados nos levantamos en Corabastos se acabaron. ¡Ni que hablar de los restos de carne que nos regalan en el madero! Los líderes están achantados. Ayer se reunieron en el Congreso, se había cancelado una reunión en la UAO porque iba a darse un gran debate con el director de Acción Social, con la Secretaría de Gobierno y el Defensor del Pueblo. Si seremos ingenuos! Ninguno de ellos concurrió a la cita, todos tenían cosas más importantes que hacer. Enviaron a sus funcionarios, pero nosotros ya estamos cansados de reunirnos cada semana con los mismos funcionarios, de que nos pidan paciencia, que nos digan regresen al andén y al frío que en una semana volvemos a conversar. Es terrible lo que estamos pasando, los niños cada día están peor, tienen sus contadas alegrías porque tienen imaginación y saben inventarse un mundo mejor, pero el hambre siempre los regresa a la realidad, al comezón, al frío y a las enfermedades que no hemos podido controlar. A muchos nos da pena decir que somos desplazados como si eso fuera ser un criminal. La gente que a veces pasa cerca, nos mira con recelo, como piojos en cabeza de niño. Eso duele, duele mucho. No se imaginan lo que es tener una vida, ser parte de una comunidad, tener una vecina que ayuda con los chinos, un amigo con tienda que fía la leche y te recuerda que conoce a toda tu familia, tener casita, cama, una vida medio hecha y que de pronto lleguen los armados a matar, y uno que es de buenas, se salva pero debe huir, correr, caminar, caminar y caminar, partir sin saber hacia dónde se va y si algún día se volverá.

En el camino nos vamos encontrando, no está uno solo en la tragedia, son muchos los que están igual o peor que uno, como Don José, a él le asesinaron toda la familia; se salvo porque estaba en el corte de caña, pero le tocó huir sin nadita en las manos, llorando y exigiéndose ser un varón; lo acusaron de ser cómplice del terrorismo y a escondidas se pudo escapar. Es muy triste, muy triste. Nos salvamos de las balas, de la motosierra, de los cuchillos, de los soldados adiestrados como perros, y luego nos toca huir como quien debe algo, escapar, echar pata, a veces hay un aventón, no siempre y no para todos, es camine y camine para llegar a la gran ciudad, ¿cómo será eso? ¡Da vértigo de sólo imaginarlo!. Entonces llegamos como animalitos asustados, temblando de frío y de miedo, abrazando a los hijos que es lo único que de vez en cuando nos queda, y apenas ponemos el pie en el pavimento negro de la gran ciudad, empieza el otro calvario por vivir. Por un lado, ¿Qué puede hacer uno cargado de chinos en una ciudad tan grande como Bogotá, sin conocer a nadie, sin saber nada distinto que cuidar pollos, ordeñar vacas, anunciar la lluvia o labrar la tierra? Y por el otro, toca seguir el proceso para que los que regulan las ayudas y te nombran como desplazado objeto de derechos, te tengan en consideración. Y empieza la otra historia: Vaya a la Unidad de atención del desplazado, regístrese, eche el cuento, vaya a Acción Social, amanezca haciendo filas para que le den una prorroga, un bono de comida, algo para un arriendo en un cuarto frío y triste, regrese mañana, o mejor pasado mañana y uno sin desayuno y sin siquiera para un bus, y con quién dejo las chinas, y luego a lidiar con abogados, que las leyes, que la sentencia de la Corte Constitucional, que la T-025, hay unos derechos vulnerados y hay que hacerlos respetar, que el decreto 173 que se derogó, que ahora la ley 387, que ponga tutelas, que denuncie a la Procuraduría, no que a la Personería, que en la Fiscalía, que mejor vaya a la Alcaldía, que busque las organizaciones que trabajan el tema de nuestra tragedia, y camine de un lado para otro, sacando copias, cargando una carpeta que cada día engorda de más y más papeles, mientras uno, sigue fregado, haciéndole el quite a la muerte, que a veces se presenta con su peor cara.

En la ciudad ser desplazado y ser delincuente es la misma vaina. El otro día vino un pastor que quería ayudarnos a expiar las culpas, estábamos mal, aguantando necesidades por haber errado en el pasado. «Cosechan lo que sembraron», nos decía. Y yo me preguntaba, pero ¿qué mal he hecho yo? No he robado, nunca he matado a nadie, jamás he tocado un arma, sólo soy culpable de recibir una buena tierra en el lugar equivocado, y ponerme a trabajar allí, con mi marido, que en paz descanse, eso espero, porque de él nunca volví a saber nadita, hace años que me lo desaparecieron. Nada más, pero ahora marginados debemos de menos cero volver a comenzar y aún no sé como se hace eso. No sabemos pedir limosna, a mi eso me da pena, además puedo trabajar, pero acá no sé cómo, en qué, ni a donde más debo acudir. En la calle la gente pasa de largo, a veces se acerca alguien y nos toma una foto, sonríe y luego se va. No pasa nada más. Somos una vergüenza nacional, un problema tan grande y tan jodido de resolver que los que deben buscar la solución, prefieren decir: «¡no, eso no se puede, se nos salió de las manos, mejor dejé así!»

Me pregunto: ¿Será más fácil para el país no nombrarnos? ¿Reducirnos a la fría estadística? Claro, deben pensar que si no nos nombra no existimos, y eso a muchos les facilitará las cosas; sin embargo, pienso yo, ¿acaso no es más fácil no ignorar que ignorar? ¿Pretender que el otro no está, fingir que no lo ve cuando en realidad si lo ve? ¡Yo si los veo!, y cuando burló el miedo, la angustia del día a día, la mirada de los míos, que me escrutan buscando siempre el enemigo en el bando equivocado, los retó a que me miren, así con mi miseria y a veces mi furia, entonces pienso y me imagino lo que podría suceder si en vez de ser los ignorados pudiéramos ser quienes ignoramos. ¿Cómo sería eso?

La gente no nos ve no porque no nos vea, sino porque al hacer que no nos ven no somos nadie, somos lo inexistente, lo innombrable, la no humanidad. Nosotros en cambio, no tenemos que hacer esos esfuerzos, los nuestros son otros y son mayores, si tenemos que verlos, tenemos que hacerlo porque nuestra existencia va más allá de su mirada, y a lo mejor hay quien si quiera vernos, y desde sus ojos y su palabra, pueda ayudarnos a salir de esta extraña inexistencia.

No peleamos por sueños, eso ya no existe, todos los sueños se han aplazado hasta cuando Dios buenamente quiera, no aspiramos a tener esto o aquello, mejor jabón de ropa, un televisor con control remoto, un vestido rosa o unos zapatos de moño, nuestra pelea es por existir como humanos, como lo que al fin de cuenta somos, aunque hasta nosotros mismos lo olvidemos. No es fácil recordarlo cuando la batalla diaria se reduce al derecho que tenemos de vivir como cualquier otro animal. ¿Justicia? ¿Dignidad? ¿Amor? ¿Futuro? ¿Qué es todo eso? ¿Qué posibilidades tendríamos de engendrar hijos con porvenir cuando a nosotros toda opción desde la cuna nos fue negada? Y no lo digo como queja, las cosas son así, es la realidad y como un sermón dominical que se repite generación tras generación lo seguimos al dedillo, sin que alguien se atreva a parar la rueda de la historia y preguntar ¿quién es Dios?

Abril 19

Hoy construí mi casa, con cuatro palos viche y 6 bolsas de plástico negro, en una subida del parque. Pelie y pelie para que no me la echaran abajo, pero perdí finalmente. Me decían que estaba donde no debía estar, pues la idea es que vivamos apeñuscados sobre las tablas de las casetas pero ya no cabemos tantos y yo quiero mi espacio propio, pobre, feo, pero mío. Ellos dicen que no hay permiso de cambuches, eso me da risa, ni permiso tenemos para existir, digo yo, entonces qué más da desafiar un permiso más o uno menos. ¡De aquí no me muevo! Así lo dije y así lo quise cumplir, pero no fue posible, todos se fueron en contra mía, hasta mi hija me dijo, «mamá no pelee que si nos echan del parque nos jodemos». Lo que pasa es que no quieren que desde afuera se vea nuestra miseria, la gente pasa en el Transmilenio, van y vienen los carros y aquí sólo nos ven los que añoran la que fue su “patria”, el viejo y viciado cartucho, aquella zona de maleantes que el Estado recuperó y que ahora es albergue de casi 700 desplazados, que aunque no sea igual exhibimos la misma derrota. ¿Curioso no? Y aquí antes estaba el colegio el Aurelio Tobón, eso dijo un profesor que el otro día vino con una bolsa de leche a cantar con los niños, y que ahí estudio Jaime Bateman, Cayón un loco con agallas que se la jugo por la revolución. Hoy es 19 de abril y yo acá hablando del señor Bateman, que susto, van a decir que cargo ese germen que toca aplastar!

Abril 20

Esta tarde llegaron unos estudiantes cargados de ropa y de comida, por fin veremos arroz y papa!, es lo que más se consume. A mi me aburre hacer esa fila para recibir la comida, la cocinada se turna, a mi no me ha tocado, pero eso de hacer fila por un platito de comida, aguantar empujones, malos tratos, si que me da rabia. La gente se amontona, unos pasan varias veces y repiten descaradamente, y cuando uno llega le toca es el raspado de la olla. En la Plaza de Bolívar están peor, al menos aquí hay un buen líder, allá tienen uno que le cobra a la gente, que vende las cosas, se lleva la comida y los amenaza si no hacen lo que él ordena. Acá es mejor pero no es fácil, somos muchos, venimos de distintos sitios, unos fueron sacados por la guerrilla, otros por los paras, otros por el Ejército, unos son bravos, otros se la pasan tristes, otros andan medio perdidos, otros como yo, vivimos de conmoción en conmoción. La gente se pelea por todo, por la comida, por la ropa, todos quieren mandar y se arman unas peleas terribles; nos atacamos unos a otros como si fuéramos hienas. Dios santo, no quiero estar más acá!!! Ni un día más!!!. Mañana me voy con mis chinas a como dé lugar!

Abril 21

Desayunamos chocolate con agua, me puse mala del estómago y fue terrible. Acá sólo tenemos un baño y sólo lo han limpiado dos veces, dan ganas de vomitar. Tuve que colarme en un restaurante de la décima para poder entrar al baño. Qué pena, pero no tenía más remedio. Le propuse a la señora de ese restaurante que me dejará lavar los platos a cambio de tres almuerzos y ella aceptó. Con mis hijas hoy nos salvamos de esa pelea en la fila. Luego quise hablar con la dueña del restaurante y le propuse que me diera trabajito lavando platos o fregando el piso, pero me dijo que no me necesitaba, que sólo había hecho una excepción porque era miedosa de Dios. Ni modo. Mañana lo volveré a intentar en otro lugar.

Abril 22

Mi cambuche huele feo. Me lo pusieron al lado del pasto que se convirtió en orinal de toda la gente. Me quiero ir, ya no aguanto más. Ayer lloré toda la noche. Jenny, mi hija mayor, se dio cuenta, me abrazó y también se puso a llorar. «Tranquila mamá, ya esto pasará,», pero ¿Cuándo, cuándo? Pregunto yo. Aunque es terrible vivir hacinados a la intemperie, es mejor que andar sola por ahí con mis chinas. No conseguí almuerzo, tocó hacer la fila, soportar la pelea y detrás del cambuche comer con las manos porque ya no hay cubiertos y lavarse las manos con la manguera que a veces nos prestan pero sin jabón. Hoy supe que los académicos se reunieron a hablar de nosotros en una prestigiosa universidad. Eso está muy bien, que hablen, que le cuenten al mundo nuestro dolor y cómo nos tratan, está bien, pero será que no es posible, mientras se habla y se analiza tanto la cosa, ir buscando soluciones de verdad. No sé, y tampoco tengo a quién preguntar. El Gobierno cree que con darle a uno tres bonos de 70 mil pesos, de 100 mil o lo que sea, ya se soluciona la vida, y tres meses después, un millón y medio dizque para un proyecto productivo. ¿Quién ha logrado el proyecto? Nadie que yo conozca, y es natural, cuando llega esa plata se debe arriendo, se debe comer, se debe pagar la escuela de los niños, y hasta ahí llega el dichoso proyecto productivo. Otros, menos enrollados, han comprado una maquinita de café o un mostrador, pero ya no hay con que comprar el café o llenar el mostrador. Eso no sirve!. No entiendo porque nos quieren someter a la indigna miseria, es como si quieran que todos nos muriéramos y así acabar con el problema. No lo entiendo, habiendo tantas tierras que podríamos trabajar, ¿por qué insisten en atarnos a esta lenta muerte? Si trabajáramos la tierra seríamos productivos y ya no seríamos una carga indeseable para el Estado. Hoy un señor que operaron hace como un mes del colón, y que según el médico no puede hacer mucho ejercicio y menos dormir en el suelo, llorando me dijo que mejor nos hubiera ido si en vez de víctimas fuéramos victimarios. Lo peor del cuento es que tiene razón. A los que matan, el Estado los protege y les da casa, mesada y opciones laborales. A nosotros nos miran con asco, nos tratan con desprecio y nos arrojan al olvido.

Abril 23

Completamos ya cuarenta días y cuarenta noches. No hay avance en las negociaciones, eso se mantiene exacto, yo ya ni sé para que asisten nuestros líderes o los funcionarios del Estado; podrían grabar lo que dicen y repetir la cinta cada semana como un disco rallado que no tiene fin. Hoy estoy segura de que nada se va a lograr. Si no hacemos algo fuerte, algo decidido, aquí nos van a enterrar. Da pesar ver cómo los niños se deterioran, tenemos 35 embarazadas durmiendo en el suelo, aguantando hambre, los hombres ya se ven amarillos y pasados y aquí no pasa nada, seguimos prolongando esta necia inexistencia. La gente está desesperada, no soy la única que llora en las noches pidiendo un milagro o una iluminación. Eso lo sé. Ya no sé si tengo más miedo que rabia, o más tristeza o si sólo siento vergüenza de mi suerte y de lo poco que tengo para dar. Por ellas no me muero, pero ganas no me faltan. No es que sea pesimista, al contrario, he sido demasiado optimista. He creído que podemos volver a ser humanos, he creído que con voluntad es posible tener una nueva tierra, he cerrado los ojos y me he visto andando por el campo, haciendo lo que sé hacer, arar la tierra y cuidar los animales; he visto a mis niñas asistiendo a la escuela, comiendo y riendo, viviendo la alegre vida que deben vivir los niños. He respirado el aire de los valles, me he visto con el vestido rosa y los zapatos de moño caminando por una callecita parecida a la que antes caminaba cogidita de la mano con mi esposo. Sé que él no volverá, sé que mis niñas no olvidarán y que tenemos pocas opciones de subsistir menos de felicidad, pero quiero creer. Y creo, por ejemplo que Colombia podría ser un país, uno de veraz, uno donde haya espacio para todos, donde la muerte y el miedo no sea la regla, donde podamos ser hermanos y volver a creer que Dios está de nuestro de lado. Uno donde hablar de justicia no cause risa, donde matar no sea rentable, donde todos podamos soñar y vivir nuestros mejores sueños hechos realidad. Yo creo y con toda el alma quiero volver a creer en mi país aunque él no crea en mí.

 

Maureén Maya es Investigadora Social

Este artículo es una publicación de la Corporación Viva la Ciudadanía

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Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas N°155

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