La Unión Iberoamericana, “Asociación internacional para estrechar las relaciones de afecto sociales, económicas, artísticas y políticas de España, Portugal y las Naciones americanas procurando que exista la más cordial inteligencia entre estos pueblos hermanos”, según rezan sus Estatutos, se funda en España a finales del siglo XIX sin la menor referencia, ni como hermanos ni como extraños, a los pueblos indígenas de América, pues lo que propugnaba, sin necesidad de andar proclamándolo, era su definitiva desaparición. En esto se inspiraba su misma idea motriz de reivindicación de una “raza iberoamericana” con una “misión civilizadora” frente tanto a la América anglosajona como a la Europa no ibérica y contra, de hecho, los pueblos indígenas. Pues bien, de esa Unión Iberoamericana de inspiración racista y motivación genocida surgió la propuesta de celebración oficial del 12 de octubre como Día de la Raza.
El objetivo de la Unión Iberoamericana se presentaba como cultural, pero era principalmente económico. Sobre unas bases en extremo conservadoras, expresamente contrarias a la extensión social de las libertades políticas, su finalidad esencial era la de potenciar el “mercado natural” entre España y sus antiguas colonias. Su Boletín se anunciaría como “portavoz del crédito, del trabajo, de la propaganda, del capitalismo y de la producción” como “factores que contribuyen casi exclusivamente a constituir la nueva era de armonía y de paz”. No busquemos idealismo donde no lo hay. Abunda tanto como sobra la historiografía que celebra aquel tipo de iniciativas como orígenes de comunidades de naciones actuales con exclusión siempre de las indígenas. La armonía era la del mercado y la paz la del capital. Los pueblos hermanos los constituían los sectores interesados en una sociedad política al servicio del capital y del mercado. No puede sin embargo decirse que la Unión Iberoamericana no se preocupara de los sectores populares. Fomentó su inmigración a América con el doble objetivo de rebajar la tensión social en España y de contribuir en América al blanqueamiento de zonas indígenas, a la ocupación de territorios y expoliación de tierras y recursos indígenas.
En tal contexto es donde surge la ocurrencia de enaltecimiento de la fecha del 12 de Octubre como Día de la Raza. La propuesta se formaliza por la Presidencia de la Unión Iberoamericana en 1913. Ni corta ni perezosa, Argentina instituye la celebración en 1917, aun sin denominársele oficialmente Día de la Raza, nombre que en todo caso enseguida asumió. También es temprana la acogida en Venezuela, pues se produce en 1921, aunque recientemente, en 2002, el nombre del Día de la Raza se sustituye por el de Día de la Resistencia Indígena. Chile siguió en 1922, procediendo también más tarde a un cambio de nombre, en su caso en 2000 al más ambiguo de Día del Descubrimiento de Dos Mundos. México la establece en 1928 con la particularidad de destacar el componente indígena de la Raza americana, bien que refundido en un mestizaje que le priva de entidad propia. Hay casos que se suman más tardíamente. Costa Rica celebra el 12 de Octubre como Día del Descubrimiento y de la Raza desde 1968 y como Día de las Culturas desde 1994. Igual que en México, hay un cambio de énfasis, pero no de sustancia. Hoy se celebra también el 12 de Octubre por otros Estados, como al menos El Salvador, Colombia, Ecuador y Perú. En Estados Unidos es el Columbus Day, fiesta más de la inmigración italiana que de la presencia hispana.
En España el asunto es peculiar. La proclamación oficial en España del 12 de Octubre como Día de la Raza, fue la segunda, tras la de Argentina, pues se produjo en 1918. La fiesta oficial cuando se celebra realmente es en tiempos de la dictadura franquista, comenzando en la práctica a cambiársele el nombre al de Día de la Hispanidad durante la misma guerra civil. Este otra denominación procedía de medios de ultraderecha que habían fomentado y aplaudido el levantamiento militar contra la República española desencadenante de la guerra. En 1958 el cambio de nombre se hace oficial, “dada la enorme trascendencia que el 12 de Octubre significa para España y todos los pueblos de América Hispana”, según se motiva por el correspondiente decreto. Por el carácter dictatorial del régimen franquista y la complicidad que buscaba e irregularmente lograba entre Estados latinoamericanos, todo esto guarda una lógica. Lo peculiar viene ahora.
Tras el fenecimiento de la dictadura y la restauración del constitucionalismo en España, en 1981 se ratifica por decreto la celebración del 12 de Octubre como Fiesta Nacional de España y Día de la Hispanidad. Hay a estas alturas naturalmente problemas. Alguna Comunidad Autónoma, como Cataluña, se resiste a esta fiesta. De sectores constitucionalistas se defienden alternativas, como el 6 de Diciembre, día en el que la ciudadanía española refrendó la Constitución actual, o el 19 de Marzo, día de la proclamación de la primera Constitución propiamente española, la de Cádiz. Había también lógicamente quienes ponían en duda la necesidad misma de una fiesta nacional, cualquiera que fuere. Ante las resistencias y el debate, en 1987 se formaliza por ley la celebración del 12 de Octubre como Día de la Fiesta Nacional, sin más nombre ni apellido. Escuchar entonces y leer hoy en las actas del Congreso los argumentos de quienes defendieron tal iniciativa produjo y produce vergüenza ajena. El Presidente de un Gobierno socialista utilizó los mismos argumentos de fondo, aun con distinto lenguaje, de la Unión Iberoamericana y su Día de la Raza y de la rebelión contra la República y su Día de la Hispanidad.
Con perdón para la especie animal hermana, ya se sabe que, “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. El 12 de Octubre como fiesta oficial de Estado es una celebración oprobiosa, una celebración que no sabe ni parece que quiera librarse de su fondo racista ni tampoco de sus intereses económicos. En plena ofensiva neocolonialista hacia América, el debate parlamentario español de 1987 pone de manifiesto especialmente lo segundo. De parte latinoamericana, hay correspondencia. Por lo general, los cambios de nombre del Día de la Raza son puramente oportunistas para disimulo del racismo sin detrimento y con fomento del capital y del mercado. En el reciente periodo de auge agresivo del neoliberalismo, no hemos estado tan lejos de los tiempos fundacionales de la Unión Iberoamericana.
Otro tipo de cambio ya ha habido. No viene de los Estados, sino, como no podía ser de otro modo, de los pueblos indígenas. Tras un largo tiempo de rechazo sordo, vino un giro clamoroso. Se produjo en 1992, en este año de refuerzo, por cumplirse los quinientos, para el 12 de Octubre. En la ocasión se deja de rechazar una fecha para pasarse a la apropiación. Conmemórese el 12 de Octubre, pero no como el día del oprobio racista, sino como el día de la esperanza indígena, el día en el que los pueblos indígenas proclaman con orgullo que siguen aquí y además plenamente dispuestos a la defensa de sus derechos. Así se establece por los mismos pueblos indígenas el 12 de Octubre como Día de la Resistencia Indígena. El cambio referido de nombre por parte de Venezuela es derivativo de la iniciativa indígena.
Parece por supuesto un contrasentido que los Estados celebren el 12 de Octubre como Día de la Resistencia Indígena. Figurémonos que lo hiciera España. Parecería una burla si ello no fuera acompañado del reconocimiento de la deuda pendiente por el expolio colonial, a lo que España es evidente que no está dispuesta. También los Estados latinoamericanos tienen contraída una fuerte deuda con los pueblos indígenas por el tratamiento persistentemente colonial que han mantenido. El juego de nombres de la fiesta del 12 de Octubre sólo es un baile de síntomas entre deudas denegadas y derechos defendidos.ciación internacional que tiene por objeto estrechar las relaciones
- Bartolomé Clavero es miembro del Foro Permanente de Naciones Unidas para Cuestiones Indígenas.
Fuente: http://clavero.derechosindigenas.org