Hacia un ideario de ECUVIVES
Política, Reino de Dios y proceso revolucionario bolivariano
06/11/2009
- Opinión
ECUVIVES, la dimensión política de la fe
ECUVIVES es un movimiento político de base. Tiene una particularidad que lo diferencia de otros grupos políticos: se ocupa del tema desde la perspectiva de la fe. Aborda la política no como un partido político, y para nada alberga aspiraciones de poder. Se trata más bien de que, quienes participamos de él, sabemos que no es posible soslayar las implicaciones que tiene nuestra fe de los acontecimientos que ocurren en el mundo, y particularmente, en nuestro país. Es la obligación de nuestra fe.
Cuando ECUVIVES hace uso de la expresión fe se refiere, en terminología cristiana, a la participación en "el Reino de Dios y su justicia". Y para tratar de comprender esto, tengamos presente la evolución de lo que se quería comunicar por Reino de Dios en las Escrituras judeocristianas, que es la fuente de donde extraemos esta noción.
"Reino de Dios" y "Política"
La valoración que tenían los judíos sobre el Reino de Dios estaba totalmente focalizado en su identidad de nación escogida: las Escrituras hebreas (La Ley, los Profetas y los Escritos) hacen alusión al Reino con regularidad. Lo(a)s biblistas han realizados estudios suficientes al respecto. Apelaremos a lo que resalta la wikipedia por considerarlo una síntesis ajustada a la verdad. Allí leemos, el Reino de Dios "está unido al entendimiento judío de que Dios habría de intervenir directamente para restaurar la nacionalidad de Israel y luego regir sobre ella". Esta idea estaba conectada a la convicción de que "el Reino de Dios fue expresamente prometido al Rey David, haciendo pacto entre él y Dios, prometiéndole que reinaría siempre alguien en el trono de su "casa" (la de David.)" Y finalmente, fue "interpretado como que de la descendencia de David saldría el Mesías de Israel, que se sentaría en el trono de David y gobernaría por la eternidad."(1) Aquí ya se aprecia que la idea del Reino de Dios está vinculado a una forma de gobierno terrenal; inclusive a la organización de una nación.
Según los Evangelios y las escrituras apostólicas, cuando Jesús hace su aparición, se presenta como el Mesías de Dios y habla de manera determinante del Reino de Dios. Pero lo hace en términos que varían de la visión localista y limitada de sus interlocutores. El Reino de Dios en el discurso de Jesús es universal, sin descartar elementos presentes en la visión judía. Y en su anuncio, Jesús insta a que mujeres y hombres se reconcilien con su Dios y con sus semejantes, para vivir en una nueva humanidad; les demanda que cambien de manera de pensar y de vivir. Habla de un arrepentimiento (metanoia =cambio de mente) para que Dios perdone los pecados y transforme las vidas. En las orientaciones que da Jesús, acerca del Reino de Dios, él se sitúa bien lejos de la imagen de un caudillo guerrero que combatirá contra el imperio romano para instaurar el Reino. No se aprecia un programa político de liberación nacional. No diseña un plan de acción social o comunitario estructurado. Pero, paradójicamente, los contenidos que vierte Jesús, para significar el Reino, están saturados de valores de un componente teológico y humanístico con implicaciones totales para la vida: la relación con Dios, la relación con el prójimo, las relaciones de familia, el uso del poder, el lugar de las riquezas y otros lugares vitales. Y para mayor asombro, Jesús demanda una incuestionable obediencia a esta forma de proceder. Las exigencias del Reino de Dios implican la vida personal y también la vida en sociedad. En los Evangelios quedaron como un legado permanente las enseñanzas del Maestro Mesías al respecto. Y resulta bien importante reiterar el hecho que el Reino de Dios enunciado por Jesús, más allá que un manual ético, es ofrecido como una propuesta existencial, una forma de vida (2).
También Jesús explica que el Reino de Dios no es un acontecimiento para el futuro sino una realidad presente; que en ese momento se hacía tangible a través de su acción entre las gentes. El indicador más elocuente de que Dios estaba actuando a través de él, eran las señales milagrosas que hacía, cuya finalidad última no era ofrecer un espectáculo sino favorecer a los seres humanos necesitados, desechados y empobrecidos de la sociedad. Por eso Jesús atribuyó para sí el cumplimiento de una antigua profecía: "Se le dio el libro del profeta Isaías y, habiendo abierto el libro, halló el lugar donde está escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor». Enrollando el libro, lo dio al ministro y se sentó. Los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a decirles: --Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros" (Lucas 4:17-21) Lo(a)s cristiano(a)s de todos los siglos hemos acogido ese paradigma de Jesús llamado Reino de Dios, si bien eso no ha sido garantía de fidelidad al mismo, como la historia se ha encargado de demostrar.
A todas estas, ¿lo dicho hasta ahora tiene algo que ver con lo de una perspectiva política desde la "fe"? La pregunta viene porque el uso del vocablo "política" no es asociado a la idea de un Reino de Dios o que tenga vinculación con la fe. No solo esto, sino que en muchos de los espacios religiosos se consideran ámbitos que no se conectan o son antagónicos. Por lo general el ciudadano de nuestros pueblos y de nuestras ciudades suscribe lo político a la dinámica partidista, a la aspiración de algún cargo de gobierno, pero muy poco -por no decir, nunca- con una forma de convivencia comunitaria pacífica y amorosa que sea producto de una sociedad de justicia y de fraternidad. Para poder superar esa desacertada dicotomía entre un mundo político -profano y mundano- y un mundo de la fe -espiritual y celestial- debemos, en primer lugar considerar la idea del "polis" de los griegos; raíz de donde procede el término "política".
Aristóteles nos explica: "La comunidad perfecta es la polis..., surgió para satisfacer las necesidades vitales del hombre, pero su finalidad es permitirle vivir bien... El hombre que, naturalmente y no por azar, no viva en la polis es infrahumano o sobrehumano" (La Política). Por supuesto, Aristóteles, y los griegos en general, se referían en este caso a la vida en la ciudad (la polis). Pero la ciudad no tanto como espacio arquitectónico sino como espacio para una vida plena en comunidad. O sea, que fueron los pensadores griegos de la antigüedad quienes nos dejaron como herencia, a quienes nos ha tocado vivir en los tiempos más recientes, el convencimiento de que el ser humano está llamado a ser un ser político. Evidentemente que muchas otras civilizaciones antiguas se organizaban políticamente. Pero es de los griegos, inicialmente, de quienes la humanidad aprendimos la connotación que hoy le damos a lo político. Dice Abrahán Jiménez que "a partir del carácter social del hombre se descubren relaciones que lo llevan a conformar comunidades que trabajan buscando el bien común. Es así que aparece la política como elemento aglutinante de todos aquellos esfuerzos que buscan el bien común... A partir de la mera observación podemos deducir que el hombre no vive solo. De hecho, los hombres han vivido desde siempre en estado social. La sociabilidad le viene al hombre no del hecho de que convive con otros hombres sino de su propia naturaleza. En realidad, el hombre no puede ser comprendido sin incluir alguna referencia a su dimensión social. En este sentido, Aristóteles y Santo Tomás de Aquino enseñan que el hombre es un animal social y además político" (3).
Como se trata de discernir la conexión de política y fe, tenemos que remitirnos ahora a lo considerado acerca del Reino de Dios. El concepto judío de Reino de Dios es, por así decirlo, un equivalente teológico del polis griego. En este caso, el judío concebía la comunidad perfecta bajo la égida de una teocracia: "El Señor es Rey". Es decir, que el Reino de Dios -como comunidad del Reino- es comunidad política con Dios mismo como gobernante supremo. El señorío de Dios se hizo patente primero a través de la reunión de las tribus hebreas alrededor del tabernáculo, presididas por las tablas de la ley. Posteriormente, se afirmó con la construcción del templo, la institucionalización del culto al Dios del Pacto y el establecimiento de una monarquía. El Rey podía ser, según su fidelidad a la Ley Divina, su representante y el canal para traer la paz y la prosperidad al pueblo, con la asistencia de los sacerdotes del culto y la labor de las y los profetas. La evolución teológica de los judíos les llevó a reconocer que el reinado de Dios abarcaba toda la creación, a todo ser viviente, a toda cultura y a toda nación. Visto así, el Reino de Dios judío es también la polis de los griegos, en el sentido de la búsqueda del bien común. Tanto en el caso de los griegos, como en el de los hebreos, la vida en comunidad buscaba generar el ámbito necesario para la plena realización humana. El eirene o el shalom: la paz y la felicidad, no simplemente como ausencia de conflictos, sino como la vida vivida con abundancia, alegría, armonía, fraternidad y orden.
Con el evangelio cristiano, la noción de Reino de Dios adquiere un nuevo matiz. El Reino de Dios se proyecta como una vida en plenitud que no se agota en el contexto de la comunidad, sino que se extiende a lo trascendente en tiempo y espacio. Por esta causa, desde la óptica cristiana, se deduce que el Reino de Dios no puede encontrarse en forma acabada en ningún sistema social, político, económico... esto es, en ningún proyecto humano realizado o por realizarse, sino que el Reino de Dios pasa a ser -dicho en lenguaje de nuestro tiempo- una utopía realizable de vida en comunidad, que sirve como referencia, como el horizonte hacia el cual siempre hay que caminar. No obstante, aunque el Reino de Dios no puede ser parcelado por ninguna creación humana, el mismo Evangelio demanda que las exigencias del Reino permeen cuanta actividad humana se ejerza en el mundo. Cuando leemos de Jesús sus parábolas, sus afirmaciones, sus gestos caemos en cuenta que su magisterio tenía como fin constituirse en modelo para el vivir para Dios y para el buen convivir con los hermanos y las hermanas. No es otra cosa que vida política en su acepción más honda. Apropiarse de la fe como inserción en el Reino de Dios y su justicia es comprometerse con la utopía realizable de una sociedad en la que mujeres y hombres vivamos como hermanas y hermanos, en armonía con el hábitat que nos permite la existencia. Esta es la clave de la fe a la cual ECUVIVES quiere prestarle la obligada atención. La idea es superar las interpretaciones espiritualizantes y eclesiocéntricas del Reino de Dios (4), y, debido a ello, procurar la encarnación del verbo del Reino en el hecho social concreto; hacerle justicia a la integridad del mensaje del Reino de Dios que, examinado en su profundidad conceptual y propositiva como hemos podido comprobar, es eminentemente un mensaje político.
Para concluir, redundaremos en que el Reino de Dios cristiano (la vida política según Jesús) no puede ser confinado a un proyecto humano en particular, pero se hace explícito y hasta es obligatorio hacerlo explícito en el aquí y ahora. Podemos afirmar entonces que el Reino de Dios NO ES la Santa Sede en Roma, NO ES la Iglesia Ortodoxa ni la Protestante, ni ningún otro cuerpo eclesiástico. El Reino de Dios NO ES Cuba, ni Estados Unidos, ni lo fue la Unión Soviética. El Reino de Dios no es el Partido Socialista Unido de Venezuela, ni ECUVIVES. Pero, a la luz de todo los dicho y siguiendo el sentido del concepto cristiano del Reino de Dios, en el complejísimo acontecer humano los "signos" de este Reino se hacen presentes y tangibles. Un signo es un indicador, una pista. Toda manifestación en el quehacer social, político, económico, cultural, etc. que propende a la felicidad del ser humano -como persona y como pueblo- es un signo en favor de la realización del Reino de Dios. Por el contrario, todo acontecer que contribuya a la infelicidad del humano es una señal del anti-Reino. La dignificación y la felicidad del ser humano (la imagen de Dios) es la razón de ser de la fe, del Reino de Dios, de la política como concreción de la vida en comunidad. La vida en comunidad es la vida política, y la vida política es la vida de los seres humanos en sociedad. Jesús -con su vida, con su palabra, con sus gestos, nos invita a crear la nueva sociedad, la nueva humanidad, a hacer visible y real al Reino de Dios como proyecto existencial de vida. Visto así, una institución eclesiástica bien pudiera ser signo del Reino de Dios. Vale decir, un signo político. Porque toda institución humana, cualquiera que esta sea, hace vida política, en tanto que hace vida comunitaria. Un partido político pudiera ser un signo del Reino de Dios, siempre que la dignificación del ser humano en comunidad sea la razón de ser de su participación. ECUVIVES puede ser (y se ha obligado a serlo) un signo del Reino de Dios, por razones obvias. Pero el ser signo no significaría ser la plenitud.
ECUVIVES, el Reino de Dios y el socialismo bolivariano
¿Por qué ECUVIVES brinda su respaldo al proyecto socialista que adelanta el actual gobierno venezolano y no se plantea, por ejemplo, la posibilidad de favorecer un "capitalismo con sensibilidad social", o el socialismo "democrático" al estilo de la Europa Occidental? De inmediato tenemos que responder que se debe a los objetivos que persigue el socialismo bolivariano. Los tales objetivos no son otros que las tareas pendientes en la agenda latinoamericana y en el hemisferio sur: generar mejores condiciones de vida para la población; lograr la integración latinoamericana en aras de la verdadera independencia de sus naciones y que los pueblos alcancen la soberanía sobre sus recursos; desarrollar un mundo multipolar, que dé al traste con la pretensión hegemónica de cualquier potencia económica y militar, y otros cometidos más. Es decir, el gobierno que preside Hugo Chávez Frías en Venezuela lleva a cabo un proyecto político que es signo del Reino de Dios, ya que ha colocado la dignidad y la felicidad del pueblo (del ser humano) como la prioridad de su gestión y la razón de ser del Estado.
No todo proyecto político tiene al ser humano como su razón de ser. El proyecto capitalista por ejemplo tiene como meta al capital mismo. El ser humano (que es la imagen de Dios) está al servicio del capital, según el capitalismo. Por lo tanto, el capital pretende colocar a Dios a su servicio, ya que a la imagen de Dios (que es el ser humano) le reduce a condición de servidumbre, explotación y empobrecimiento (5). A la hora del sacrificio, el capital no se sacrifica, sacrifica al ser humano. Por eso el capitalismo es idolátrico. El apóstol Pablo expresó que la codicia, el amor al dinero, es idolatría. Al ser el capitalismo un proyecto idolátrico en esencia está en contra del Reino de Dios, a quien podemos identificar como la nueva sociedad humana que sabe vivir en comunidad. La social-democracia (en Venezuela: Acción Democrática, Alianza Bravo Pueblo), la democracia cristiana (en Venezuela: COPEI), el llamado socialismo democrático (en Venezuela: el MAS y Podemos), la democracia neoliberal (en Venezuela: Primero Justicia, Proyecto Venezuela) y otros proyectos políticos (que, irónicamente, se hacen llamar democráticos) han abrazado al capitalismo como proyecto social con una que otra gradación, por lo tanto han abrazado la idolatría y se han puesto de espaldas al Reino de Dios. ECUVIVES asume el paradigma cristiano del Reino de Dios por lo que tiene que sentir repulsión por la idolatría (el capitalismo); y en consecuencia, no puede hacer causa común con programas políticos esclavizados a la idolatría.
El socialismo bolivariano en cambio, que coloca la felicidad del pueblo como el motivo de sus luchas y esfuerzos, se convierte en signo de esperanza del Reino de Dios, aunque no sea la materialización, ni mucho menos, del Reino de Dios. Al llegar aquí, es menester decir de una vez que ese socialismo bolivariano de Venezuela y de otras partes de Nuestraamérica apenas está en fase de parto, de allí las profundas ambigüedades, contradicciones, marchas y contramarchas. La razón de que esto ocurra es muy simple: no es porque no exista un programa o una buena planificación (como pretenden los intelectuales fundamentalistas), sino porque el socialismo hay que asumirlo como un proyecto existencial de vida (la esencia o la fortaleza del socialismo no es su estructura programática sino su musculatura espiritual, es decir, humanística y humanizante), y la sociedad global está contaminada hasta los tuétanos de la cultura del anti-Reino, esto es, de la idolatría del capital y todo lo que ello conlleva. Somos testigos entonces de la dramática dialéctica del ser o no ser shakespeareano, o de la crisis que Bertolt Brecht describiera con la frase "lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer". Venezuela bien pudiera avanzar a buen paso (y esperamos que ocurra) en la aplicación de políticas de Estado de claro talante socialista; en legislaciones que favorezcan significativamente la justicia social; en planes educativos, de vivienda y laborales que reduzcan los desniveles en el acceso a mejores condiciones de vida. No obstante, la cultura socialista, el espíritu socialista, la aprehensión de la vida en comunidad socialista seguro que tardará mucho tiempo en instalarse en el alma de las venezolanas y los venezolanos y de la nueva humanidad naciente. Las transformaciones sociales son lentas, y mucho más los cambios espirituales (ethos) de una sociedad.
¿Hay garantía de que el socialismo bolivariano en construcción llegue a ser signo del Reino y se mantenga por ese rumbo? De hecho, ya lo está siendo. En los más o menos defectuosos o eficientes programas sociales (misiones). En la elaboración y aprobación de leyes que elevan el potencial de una vida digna en muchos venezolanas y venezolanos. En la solidaridad continental y mundial cuando comparte el recurso petrolero y lo que de ello deriva. Y así pudiéramos citar otros aspectos en el caminar del llamado "proceso revolucionario" de Venezuela. Por supuesto, también nos ocuparía bastante espacio enumerar cantidad de vicios y traiciones a la causa revolucionaria. Pero ya dijimos que todo está en correspondencia con la ambigüedad de la naturaleza humana y sus procesos. En la medida que el desarrollo hacia una sociedad socialista siga fortaleciéndose, en esa misma medida una nueva moral o espiritualidad colectiva, de inspiración igualmente "socialista" (solidaridad, desprendimiento, alteridad, humanismo, amor) irá ganando peso. Hasta ahora, en Venezuela, se están echando las bases sobre las que se erigirá el visualizado socialismo del siglo XXI. Lo que se ha visto resulta prometedor, o por lo menos esperanzador. El líder que va al frente no da muestras de cambiar el rumbo hacia ese nuevo socialismo endógeno, y por el contrario, se orienta con más ahínco hacia esa dirección. El aporte y la crítica constructiva desde la espiritualidad liberadora bien pudiera ser útil para dar nuevos contenidos y los necesarios correctivos, y de esta manera el "signo" no se pierda.
Le toca al proceso venezolano bolivariano la ardua y larga tarea de neutralizar la gran contradicción que supone construir una sociedad socialista sobre la base de unos valores colectivos cimentados en la cultura capitalista. Es decir, la ética del individualismo, el espíritu de competencia y de rivalidad, en el que los méritos supremos consisten en la acumulación y la mercantilización de las cosas, el prestigio material y la escalada social, aún a costa de pisar la cabeza del vecino. Esta "moral" ha echado raíces en la sociedad toda, en especial, en aquellas y aquellos que de alguna forma u otra han vivido de los privilegios económicos. Tanto es así, que, hasta quienes asumimos militantemente la fe en Jesús muchas veces no tenemos capacidad de traducir coherentemente esta vocación a los hechos concretos de la vida, y seguimos reproduciendo el modelo liberal burgués. Seguiremos viendo casos de "socialistas" letrados con un testimonio de vida enfocado en los valores materiales y espirituales del capitalismo. Con todo, para satisfacción nuestra, no faltaran las "señales" del Reino en miles de pequeños gestos de solidaridad y de descubrimiento de un nuevo mundo posible y necesario, que en suma darán aliento a la esperanza y vigor a la lucha cotidiana. Hasta el momento, los enunciados y los hechos del gobierno bolivariano revelan que la dignificación de la vida de nuestras mujeres y hombres no se concibe como un ejercicio de caridad, sino como la oportunidad de que cada persona participe en el diseño y desarrollo de una verdadera vida comunitaria, de que sea protagonista de la vida política. Las áreas privilegiadas de tal protagonismo las encontramos en la materialización del llamado poder popular y la erradicación del Estado burocratista.
Entonces, tengamos claro que todo proceso humano, precisamente por su condición humana, no está libre de ambigüedades. Solo una ingenuidad ideológica o la candidez mental podrá hacernos creer en procesos humanos linealmente precisos y moralmente puros. Todo proyecto humano estará siempre proclive a los errores y contradicciones. Pero lo que diferencia al proyecto que es signo del Reino de Dios, al que no lo es, lo constituye su potencial y su capacidad de autocrítica y reconducción, en tanto y en cuanto mantenga abierta su agenda bien a la vista: la felicidad del ser político, del pueblo.
Una necesaria radiografía a la cultura del capital
Hagamos un intento de disección a la cultura del capital. Nos valdremos del recurso ilustrativo que encontramos en la perícopa evangélica de Mateo 4,1-11, y que se le conoce como "la tentación de Jesús en el desierto". Se nos muestra al joven carpintero de Nazaret enfrentando las trampas de los valores idolátricos: el aprovechamiento del poder, la gloria egocéntrica y la codicia sin límites por las riquezas. Fama, poder y fortuna, los tres pecados capitales del capitalismo.
Según el evangelista, la primera lucha de Jesús fue contra el uso indebido del poder. El fue a prepararse al desierto, a manera de retiro, antes de dar inicio a su misión de servicio y redención. Dice Mateo que pasados bastantes días sintió hambre, y siendo el Hijo de Dios estaba en la posibilidad de resolver la situación haciendo uso de su poder. Está implícito en el relato que no era el momento o la ocasión para usar el poder. El estaba en el momento de aprender la lección de dependencia de quien le había encomendado la misión. Era el momento de la disciplina y la autonegación. Pero ante la necesidad de satisfacer el instinto de sobrevivencia, es impulsado a hacer uso de su poder extraordinario, esto es, de romper con la disciplina, con la negación, con la dependencia de su Dios. Lo significativo para nosotros en esta tentación de Jesús no es el hecho de que quisiera satisfacer su hambre, sino la posibilidad de hacer el uso no debido de su poder, porque no estaba en el desierto para eso. La analogía que nos sirve es entonces la del uso del poder por el poder. El capitalismo encarna el ansia de poder económico para regodearse en ese poder. La cultura del capital exacerba el uso del poder en quien está consciente de su poder superior, por eso le exige que apetezca más. Martín Guédez compara al capitalismo con la sensación de tomar agua del mar: es agua que produce más sed. Capitalismo es sinónimo de canibalismo social, de depredación de los recursos naturales, de uso indiscriminado e irracional de los bienes, de expoliación de la fuerza de trabajo con el fin de que rinda el máximo de ganancias. En consecuencia, el capitalismo es la desaparición de cualquier sentimiento de equidad y altruismo; ha terminado siendo el sepulturero de las formas de vida comunitarias de nuestras sociedades indígenas, y es la representación más artera de "la explotación del hombre por el hombre". Otras experimentaciones de organización social como lo fue el aparato estatal soviético, que se hacía llamar comunista, han dejado a la vista que el poder puede ser mal usado por quienes teorizan acerca de sociedades sin clases. De ahí la importancia de subrayar el carácter profundamente espiritual y volitivo del ser socialista. Pero en cuanto al capitalismo se refiere, el primer mandamiento de la cultura del capital es: ama el poder.
En segundo lugar, el demonio le sugiere a Jesús que su ministerio de servicio y entrega no sería el camino más expedito para lograr que la gente se fijara en su apostolado. Por eso lo estimula a echar mano de la espectacularidad, el exhibicionismo. Como si fuera una escena de circo, azuza al Maestro a que se lance de una torre del templo, y de esa manera la gente sería testigo de cómo vendrían ángeles a protegerle de la caída. Seguramente todo terminaría en estruendosas aclamaciones y un público cautivo. La cultura del capital promociona hasta el hartazgo la creencia en que la felicidad se logra a través de la exaltación de la personalidad. El éxito personal es desvirtuado en autocomplacencia y egolatría. Somos parte de una civilización que padece de una pandemia de afectación que penetra hasta la médula. La publicidad mercantilista es la expresión más patética de esta realidad: la gente que triunfa, los bienes consumibles que más se venden, las modas que calan en la vanidad del público son los que el mercado logra colocar en sus mostradores. Es decir, los que logran seducir. Quien no alcanza notoriedad pertenece al numeroso grupo de los etcéteras. Husmeando en esos recovecos daremos con las matrices del narcisismo global con todas sus secuelas: la sobreexaltación del cuerpo, el hedonismo, la ostentación, el genitalismo, la adicción a los estupefacientes, entre otros. A su vez, esta vorágine de personalismo degenerado se extrapola en los crecientes índices de criminalidad y delincuencia en el planeta. Mientras el capitalismo y su cultura se mantengan en pie la sociedad humana será exponencialmente una sociedad egoísta y violenta. El segundo mandamiento de la cultura del capital es: ama la vanagloria.
Por último, el acoso vino acompañado de una afirmación engañosa de parte del diablo: "mostrándole todos los países del mundo y la grandeza de ellos, le dijo: -Yo te daré todo esto, si te arrodillas y me adoras". Una expresión en donde se conjugan poder, posesiones y riquezas. El sumum bonum del capitalismo: acumular riquezas. La falacia se encuentra en que el ofertante se presenta como dueño de algo que no le pertenece. Es igual que el capitalismo: se cree propietario de algo, que aunque lo usufructúa, en verdad no le pertenece sino que se ha apropiado de él. La cultura del capital aguijonea los instintos más egoístas del ser humano en aras de "asegurar" su comodidad y sus intereses. Para el capitalismo, la única forma de asegurar la vida es la acumulación, aunque eso signifique el despojo de los demás. Por otro lado, la apropiación y la acumulación de riquezas garantizan, de igual modo, el disfrute del poder y de la fama. El capitalismo demanda que se le "adore": es el dios "Mamón" del cual habla Jesús en el Evangelio. O el "Becerro de Oro" por quien abandonaron los hebreos al Dios del Pacto. Y como toda falsa divinidad primitiva, exige sacrificios humanos. De allí los millones de seres que a fuerza de hambre, enfermedades, guerras y toda clase de miserias han sucumbido en las fauces del capitalismo, sobre todo en estos tiempos de neoliberalismo. Los pobres y los empobrecidos son los grandes perdedores cuando las ganancias van a parar a las cuentas bancarias de los detentores del capital, llámense como se llamen y dedíquense a lo que se dediquen. El tercer mandamiento de la cultura del capital es: ama la acumulación de riquezas.
ECUVIVES, el Reino de Dios y el ecumenismo
Lo primero que hay que decir es que ecumenismo no es sincretismo. El verdadero ecumenismo no es un collage de religiones, sino un acercamiento y hasta una convergencia de espiritualidades. Detrás de una religión (el fenómeno, lo externo) hay siempre una espiritualidad (la esencia, lo interno). Todas y todos sabemos que existe una religiosidad superficial, intrascendente, cultural, de costumbre, que forma parte del establishment y de las buenas costumbres. Un ecumenismo religioso bien pudiera no pasar de un simpático (o enigmático) contertulio que sirve para exhibir vestimentas clericales y símbolos llamativos. En determinados casos, allí se hace presente cierta espiritualidad: la espiritualidad de lo frívolo. Componente que no puede faltar en la cultura del capital. Obvio: la religión del capital por necesidad refleja la cultura del capital.
También se da la espiritualidad concebida, gestada y parida en las entrañas de profundos procesos existenciales. Es la espiritualidad que se ha nutrido de la vivencia auténtica, del peregrinaje con hermanas y hermanos, de la lucha y del sufrimiento, de la confrontación de ideas y del descubrimiento por azar, del ocio creador y de los momentos alegres, de la lectura, la audiencia y la charla, de la disciplina severa y del momento lúdico, en fin, de todo lo que llamamos la vida. Un honesto encuentro de espiritualidades puede ser ilustrado con el choque de las nubes cargadas de agua: ¡liberan una poderosa energía! El ecumenismo como encuentro y diálogo de espiritualidades supone la apertura franca y sincera a la revisión de los valores, los códigos y símbolos, las fórmulas, los principios, los dogmas... hasta el cuestionamiento de verdades hechas y la sospecha de las historias contadas. Pero para llegar a ese nivel de apertura seguramente hay que caminar un largo trecho. La mayoría de las veces no es fácil superar los desconocimientos, los prejuicios, ni las reservas que forman parte de nuestro equipaje de vida.
Hay un sano ecumenismo, de tipo pragmático, que no se detiene en aspectos complejos; dedicado al trabajo conjunto por causas nobles y necesarias alrededor del mundo. En este tipo de ecumenismo cada parcela queda intacta. Nadie toca a nadie. Lo importante aquí es la labor y la causa. Este ecumenismo es, en la mayoría de los casos, el germen de un ecumenismo más fecundo, más comprometedor. El ecumenismo del que hablábamos anteriormente.
El ecumenismo de ECUVIVES se mueve por el momento en este último camino. Sin embargo, la dimensión política de la fe expone permanentemente a ECUVIVES a tener que bregar con aspectos más densos del ecumenismo. Es lógico, ECUVIVES se restea con el ecumenismo de lo político (el Reino de Dios y su justicia) y no con el ecumenismo de lo religioso (las instituciones eclesiásticas y los espiritualismos).
La conciencia ecuménica es la consecuencia lógica de la comprensión del Reino de Dios en profundidad. La polis, el Reino de Dios es la convivencia humana en comunidad de justicia, fraternal, pacífica, armoniosa y nutritiva. Toda la humanidad está convocada a esta realización utópica. La praxis ecuménica es la herramienta espiritual que se suma a las herramientas sociales para diseñar y hacer visible y tangible las formas socialistas de relacionamiento humano.
- Rvdo. Valmore Amarís
Notas:
(1) Wikipedia, El Reino de Dios
(2) Bernadette Schaeffer, Pasión por Jesús, pasión por el Reino, proyecto de Jesús y pasión por el pueblo (publicado en internet)
(3) Abrahán Jiménez Fernández, El político y la moral
(4) Alguno(a)s cristiano(a)s, equivocadamente, han confundido el Reino de Dios con las instituciones eclesiásticas. En otros casos, el Reino de Dios ha sido reducido a una existencia que comienza después de la muerte. Pero el Reino de Dios, como paradigma de vida en comunidad (es decir, de vida política) que se extiende hacia el horizonte histórico, está presente en todas partes, en el aquí y ahora, ocupa todos los espacios ("en El vivimos, nos movemos y somos", le dijo Pablo a los atenienses), para nada depende del mundo eclesiástico o de estructuras religiosas.
(5) Esto explica por qué las entidades que se presentan como delegadas de Dios, pero que están emparejados con los poderes económicos y le rinden idolatría al culto del capital (esto es: la religión institucionalizada y las ideologías espiritualizantes), no ayudan al ser humano en sus justas e imprescindibles reivindicaciones humanas, sino que lo mantienen en condición de sometimiento al sistema.
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