A propósito de Cuba
07/05/2003
- Opinión
La mente en blanco. Todo cuanto se puede argumentar acerca de la
realidad política cubana se encuentra sometida a una valoración
ideológica cuyo efecto mas inmediato es cerrar posiciones: todo o
nada. Así, resulta casi imposible realizar un ejercicio teórico de
comprensión sin caer en la trampa maniquea de conmigo o contra mí. De
esta manera la practica del juicio crítico se ve eclipsada ante
necesidad por un lado de justificar lo injustificable y por otro de
rechazar cualquier logro de la sociedad cubana. Tirar al niño con el
agua sucia dentro no es buena solución. Tal vez sea necesario
explicar problemas y separarlos en causas y efectos. No se trata de
rasgar vestiduras. Tampoco creo que la solución consista en adjetivar
comportamientos políticos. Llamar asesinos a unos y fascistas a
otros no ayuda ni proporciona herramientas para el análisis de la
realidad del país. Es conveniente, repito, separar y no mezclar
problemas.
Discutir sobre la pena de muerte , su implantación y posterior rechazo
en las sociedad occidentales, de las cuales Cuba forma parte, nos
pone en un debate ético acerca de los límites del poder para ejercer
la coacción. La gran cuestionada en este caso es la condición
humana. El problema es de un hondo calado. Sabiendo que afecta a lo
mas profundo del ser social. No es de extrañar que la mayoría de la
opinión pública considera necesaria su abolición. Se trata de
desterrar esta práctica de los códigos penales. Casi todos, por
principio, somos contrarios a la aplicación de la pena de muerte como
recurso jurídico para redimir delitos, por muy abyecto que este fuese.
La idea de una justicia distributiva y compensatoria no pasa por
reivindicar el asesinato legal: la pena de muerte. Llamamos salvajes y
primarios a los países que la practican. Nos produce repulsa al tiempo
que condenamos abierta y por principio ético su ejercicio. Aquí no
hacemos distinciones, todos consideramos desmedido e injustificado la
privación de la vida como castigo.
Mas allá de los motivos que puedan asistir a un juez para decretar la
pena de muerte, lo que se cuestiona es su existencia, en tanto
conlleva aniquilar la vida. Puestos en esta dimensión, el problema no
puede ser trasladado mecánicamente a la crítica del régimen político.
El debate sobre la pena de muerte esta circunscrito a una
consideración ético-moral acerca de la existencia humana. Nadie puede
privar a otro de la vida. Sin embargo, es aceptable aplicar penas que
supongan una vida degradante hasta provocar el suicidio, la locura o
el autismo social en los inculpados. Ninguna de estas consideraciones
son evaluadas cuando hablamos de la pena de muerte. Morir en vida no
es tan malo. La cadena perpetua nos parece benévola. Si se aplican
condenas de 30 0 40 años pocos mostrarían su descontento. La mayoría
de los países de nuestro entorno cultural, por ceñirme a los marcos
referenciales comunes, no se inmutan ante penas de privación de
libertad de por vida. Cadenas perpetuas y penas acumuladas superiores
a un siglo condenan a vivir entre rejas a personas cuya dignidad se
pierde totalmente. El resultado es una vida infrahumana en prisiones
donde no hay condiciones reales para que el reo pueda cumplir sin
peligro de muerte su condena. Es curioso que incluso el tratado
internacional contra la Tortura, tan útil para juzgar a tiranos,
firmado por numerosos países excluye de considerar como tortura el
deterioro psíquico y físico derivado del cumplimiento de penas
acordes con sentencias judiciales legales. En otras palabras, las
situaciones degradantes que supone cumplir Acadenas@ en cárceles que
carecen de infraestructuras mínimas, con afinamiento de reos y escasa
salubridad no son consideradas causa de torturas. Piojos, cucarachas,
ladillas, enfermedades venéreas, escasa atención médica, son algunas
de las características de las cárceles del mundo que nos rodea.
Motines, asesinatos, violaciones o muertes en el interior de los
presidios se suceden todos los días en países como España, Estados
Unidos, Gran Bretaña, Costa Rica, Chile, Perú, Uruguay, Nicaragua o
Honduras. Quienes han delinquido y se ven obligados por el sistema
judicial a cumplir condenas en cárceles atestadas ven morir su alma
y su cuerpo día a día sin estar condenados a muerte. Soportar vivir en
espacios reducidos durante años no menoscaba la condición humana. Si
esto no es una muerte lenta, al menos debería hacernos pensar. Pedir
la eliminación de la pena de muerte comienza también por pedir una
reforma del sistema penal en nuestros países y ello ya no tiene tanta
urgencia. La crítica se transforma en el caso de Cuba en un acto
ideológico. Criticar la pena de muerte supone mucho mas que impedir
ejecuciones. Este es el problema. No se trata por tanto de enjuiciar
al régimen político en Cuba. Se trata de preguntarse hasta que punto
en las cárceles del mundo se aplican diariamente penas de muerte
silenciosas que pasan desapercibidas a los ojos del observador. Sólo
que las mediaciones impiden ver su existencia. En ningún caso ello
justifica la pena de muerte; pero la vincula a su origen: la dignidad
en la forma de vida de quienes están cumpliendo condenas de privación
de libertad. )Quienes quisieran vivir 30 0 40 años en prisión sin las
mínimas condiciones para garantizar una vida digna?. Estar preso no
supone perder la dignidad. Lamentablemente esa es la situación por la
que pasan los presos en nuestras prisiones. )Que tal la situación de
los presos en las cárceles de Cuba?. Esa es una pregunta que debe
realizarse. Debatir sobre la pena de muerte supone incorporar estos
elementos y no la crítica al régimen político en cuestión.
Separado el debate sobre la pena de muerte de la crítica global al
orden político en Cuba, el problema planteado tras las ejecuciones se
ubica en unas coordenadas cuya lógica esta inmersa en las políticas de
aislamiento que sobre Cuba vienen produciendose desde los años sesenta
del siglo XX. Guerra fría o guerra preventiva, da igual, Cuba no puede
existir como estado soberano. La pena de muerte contra su proyecto ha
sido decretada y debe ejecutarse como sea. )Cual es el motivo?. Sin
duda, Cuba representa, lo queramos o no, en el contexto
latinoamericano, un proceso cuya lucha por su independencia y su orden
social y económico es el único que ha sido capaz de dar solución a los
problemas básicos de una ciudadanía plena. Trabajo, salud, educación,
vivienda, cultura y por ende dignidad. Es verdad que ello a costa de
restringir las libertades individuales tal y como las conocemos en
nuestras sociedades de consumo. Se trata de una elección, cuya
decisión esta en función de donde nos situamos. Luchar por la libertad
de expresión en sociedades con el sesenta por ciento de analfabetismo
o con una mortalidad infantil del 30 por ciento o mas, me parece por
lo menos un cinismo propio de quienes nunca han sufrido privaciones.
Pero esto nos lleva a otro problema. Cuba ha sido mas o menos
democrática, mas o menos dictadura, mas o menos socialista, mas o
menos tiranía, según fuera el debate ideológico político en occidente.
Son nuestras propias pequeñeces, nuestras dudas y nuestros fantasmas
lo que determinan nuestra opinión coyuntural. Detractores y acólitos
los hay. Pero debe ser el pueblo cubano, quien decida y no un bloqueo
a todas luces injustificado. Preguntas tales como: )Después de Fidel
que? o )hacia donde Cuba?, son pertinentes. Estas abren el debate
sobre la profundidad y alcance de los cambios sociales que han
remodelado el ser y la conciencia del pueblo cubano. No podemos
olvidar que la revolución cubana es mas que un conjunto de héroes,
mártires o líderes, es una opción de vida, que estoy seguro no esta
en manos de los Estados Unidos ni de sus aliados cipayos. Sin embargo
concluyo como el Editorial de La Jornada: ¡Así no!.
https://www.alainet.org/es/active/3683
Del mismo autor
- ¿Deriva totalitaria en Venezuela? 18/07/2017
- Venezuela: los argumentos de la democracia 06/05/2017
- El costo de vivir de las materias primas 08/11/2013
- Qué destapó el terremoto en Chile 06/03/2010
- Cuba sin acritud 11/05/2003
- A propósito de Cuba 07/05/2003