Cuba sin acritud
11/05/2003
- Opinión
Nadar contracorriente supone un doble esfuerzo. Primero saber
nadar y segundo un conocimiento exhaustivo del medio donde lo
hacemos. Por ejemplo saber de la profundidad del agua. No sea
que nos lancemos y la hondura no supere los 20 centímetros, el
porrazo sería de escándalo, además de quedar en ridículo.
Tampoco sería conveniente precipitarnos en medio de corrientes
que nos hunden y ahogan. Mas temerario es intentarlo con
temperaturas bajo cero o con mares o ríos repletos de tiburones,
pirañas, medusas etcétera, lo mas probable es la muerte. Tampoco
es buen criterio pedir a otros que naden contracorriente mientras
nosotros tenemos miedo al agua. En otras palabras, nadar
contracorriente exige un saber previo, única posibilidad de salir
airoso del intento. Cualquier error de cálculo supone la muerte
o el fracaso. Por el contrario, podemos flotar y decir que
estamos nadando. Chapotear en el agua nos sugiere estar
practicando estilos olímpicos. La diferencia es profunda.
Asimismo, explicar y comprender procesos políticos cuyos
contenidos ponen en cuestión valores ideológicos y afectan a las
estructuras mentales del pensamiento dominante, y me refiero a
Cuba, presiona hasta límites insospechados principios y
convicciones.
La manera de solventar la presión y dar respuesta cabal de las
decisiones de un gobierno o régimen político, sometido desde sus
orígenes a un proceso de descalificación continua, solo es
posible conociendo su historia y su realidad. Sin un contexto
que explique decisiones, digo explique y no justifique, no es
posible desplegar el juicio crítico. Caer en la descalificación
completa, negar las evidencias y subsumir realidades disímiles,
sin ninguna conexión, por la vía fácil del estamos contra todo,
nos ubica en el polo contrario de lo que queremos defender o
incluso negar. Otro tanto sucede cuando creemos actuar bajo
imperativo categórico y nos sumamos a críticas espurias
desdibujando nuestra persona y los principios que defendemos.
Alejados cada vez mas del contexto de la crítica y de su lugar
olvidamos nadar contra corriente y simplemente flotamos para
sobrevivir.
Resulta obvio que el régimen político consolidado en Cuba desde
1959 despierta el interés de analistas, fuerzas sociales y
actores políticos, sobre todo en occidente. Las interpretaciones
generadas se han articulado, la mayoría de las veces fuera de
Cuba; pero no al margen de una imbricación personal que juzga y
sentencia el como debe ser y hacia donde debe ir dicho proceso
político. Por ello, los argumentos esgrimidos son el resultado
de un planteamiento ajeno a la dinámica interna cubana, cuya
lógica se recrea en los extramuros del espacio que se dice
analizar. Los resultados obtenidos por esta vía terminan, mas
temprano o mas tarde, participan del baremo con que la razón
cultural de occidente evalúa y dictamina "imparcial" o
"neutralmente" cuales son los estándares aceptables para ser
considerados países democráticos, dictatoriales o tiránicos. De
esta manera, las reflexiones sobre un proceso tan rico y
contradictorio como lo es el cubano, termina inconsciente o
deliberadamente sometido a los patrones ideológicos hegemónicos
considerados comportamientos y actitudes políticamente correctas.
Siendo este el principio de explicación utilizado, la historia
de Cuba se excluye o se convierten en compartimentos estancos
donde no hay principios causales de explicación para hechos tan
disímiles como el partido único, los derechos sociales, la
existencia de la pena de muerte, la forma de realizar las
libertades públicas y privadas o los mecanismos de participación
de la ciudadanía en el proceso de toma de decisiones. Sin
embargo, a la hora de realizar una evaluación global del orden
político cubano , las partes se unifican en la forma
"Frankistein". Con ello surge el modelo, el patrón, el tipo
perfecto de régimen político, estableciéndose los niveles de
tolerancia y aceptación de desviación.
Cuba ya no es Cuba, es una anomalía en occidente. Todo análisis
de su realidad se subsume en la razón cultural de occidente.
Serán las coyunturas internacionales y el pensamiento hegemónico
la vara para medir el nivel de repudio o aceptación del proceso
político cubano. Por ello, el rechazo de quienes en algún
momento, largo o corto de su vida, han apoyado el proceso
político cubano, recurren necesariamente a valores considerados
"universales" y por ende insoslayables en cualquier parte del
mundo "civilizado". El recurso a los ejemplos comparativos cobra
en esta dimensión un papel fundamental. No sólo contra Cuba,
sino contra cualquier dictador, tirano o régimen totalitario.
Así, se generaliza el argumento y se obtiene la absolución de
conciencia. En estas circunstancias el debate sobre la
revolución cubana, sus éxitos, sus fracasos, sus errores, sus
miserias y sus riquezas cede el paso a una crítica sin juicio
reflexivo, sólo normativo.
Una "opinión común" occidental se generaliza como referente para
juzgar la evolución, vida y desarrollo del proceso político
cubano. La nueva propuesta para analizar y explicar los hechos
en Cuba se incorpora a una dinámica cuyo principio es rechazar un
orden político que a partir de determinados hechos, sean los que
fuesen desde nuestra peculiar perspectiva, pone fin a una
relación de amistad, silencio o complicidad. Los casos son
múltiples, desde los sesenta se han ido sucediendo estas
actitudes. Los nombres son muchos. Pero no son lo mismo.
Lamentablemente la responsabilidad de unos y otros y la distancia
que les separa desaparece cuando bajo objetivos diferentes y
principios distintos, el protagonismo y la presión social termina
"haciendonos comulgar con ruedas de molino". No hablamos de
guardar silencio o de cobardía. No se trata de adjetivar o
descalificar, sino de explicar desde donde se realiza la crítica
y que valores subyacen en dichas argumentaciones. Así, no se
trata de mas firmas y mas desplegados. El problema no deviene de
que x, y o z, decidan hacer explicito su rechazo al régimen
político cubano y al mismo tiempo criticar la falta de libertades
en Estados Unidos, España, Francia o Gran Bretaña. Los ejemplos
no son causa, son efecto de principios. Es con ellos con los
cuales hay que caminar en la vida y no con ideologías hueras cuya
existencia forma parte del unilateralismo con que se observa en
la actualidad el devenir del mundo.
Cuba siempre ha movido pasiones, pocos han querido conocer su
historia. Tal vez este sea el camino para evitar descalificar
una revolución que ha sido presentada como una tiranía cuyos
adjetivos se han correspondido a las propuestas de sus
detractores. Nacida durante la guerra fría su historia es esta.
* * *
La derrota de Batista, 1959, encuentra una situación mundial
caracterizada por una Europa inmersa en su reconstrucción tras la
segunda guerra mundial y unos Estados Unidos absortos en
implementar su estrategia de seguridad mundial, diseñados para
los tiempos de guerra fría con la OTAN como fuerza de contención.
Una Europa Occidental dependiente militar y económicamente de
Estados Unidos facilitaba su proyecto de liderazgo mundial. No
se equivocaban, medio siglo después, la estrategia diseñada tuvo
éxito en la guerra contra IRAK, 2003. Pero volvamos a nuestro
problema. América Latina estaba bajo el imán de los Estados
Unidos. Los procesos políticos con rostro anti-imperialista o
nacionalista eran reconducidos o simplemente abortados.
Guatemala en 1954. Todo discurso anti-comunista era apoyado y
con ello se facilitó el acceso al poder de Stroessnner en
Paraguay y se mantuvo el aval para regímenes oligárquicos y
militares nacidos en los años treinta o cuarenta, ahora
integrados como aliados en la estrategia de Guerra fría. Batista
en Cuba o Somoza en Nicaragua. Bajo el tratado Interamericano de
Defensa Recíproca (TIAR) se construyó la política de contención
del comunismo. Por consiguiente se urdieron guerras civiles como
la de Costa Rica en 1948, el pacto de Nueva York en 1958 para
Venezuela, refrendado por Betancourt y Caldera para poner fin a
la dictadura de Pérez Jiménez. Sin embargo no se tuvieron
contemplaciones para desestabilizar la revolución boliviana de
1952 dado sus componentes socialistas, la participación del
movimiento obrero, la disolución de las fuerzas armadas y la
reforma agraria.
En este contexto la lucha contra Batista en Cuba podía
perfectamente considerarse fruto de un deseo nacionalista y de
guerra justa contra la tiranía. Nada hacía presagiar su
evolución ni su rumbo futuro. Tras los primeros pasos, todo
parecía cuadrar. No será hasta 1961, con el desembarco de
mercenarios en Playa Girón, Bahía Cochinos, maniobra apoyada por
el gobierno demócrata de John Kennedy, cuando se produce la
ruptura definitiva. La decisión de articular el bloqueo político
y económico hará cambiar el curso de los acontecimientos en Cuba,
en América Latina y en el mundo entero.
La guerra fría fue el contexto hasta 1989. La decisión de
desestabilizar y derribar el proceso político cubano por parte de
todas las administraciones estadounidenses condiciona el devenir
de la revolución cubana y la historia de América latina. La
crisis de los misiles fue el punto álgido de la tensión entre las
superpotencias, siendo el principio de una manipulación maniquea
que duró hasta la desaparición de la Unión Soviética. Cuba será
vista como un satélite del boque comunista. Es el tópico que
pondrá a Cuba en el punto de mira de Europa Occidental,
iniciándose un proceso de descalificación generalizado por parte
de analistas, intelectuales y gobiernos. Se trataba de presentar
a Cuba mecánicamente unida a la historia de los países de Europa
del Este. Cualquier alusión a la isla debía caer bajo la
referencia de ser su régimen político una marioneta cuyos hilos
los manejaba la Unión Soviética. No se buscaba comprender la
realidad cubana, sólo se pretendía identificar su orden político
con el comunismo internacional. También con ello se llamaba la
atención a los procesos de descolonización en África y Asia cuyo
rumbo podía torcerse, "arrastrando" a otros países al bloque
comunista. Europa Occidental, aceptó la forma de ver el problema
y dejó la dirección de los asuntos de América Latina y en
especial de Cuba en manos de los estrategas estadounidenses.
Cuba ya había sido definida en los parámetros de occidente. Así,
pasará a ser mas o menos democrática, mas o menos dictadura, mas
o menos socialista, mas o menos comunista, mas o menos
nacionalista, mas o menos anti-imperialista, según se redefinan
los procesos políticos en el bloque occidental y según sea la
estrategia urdida por los Estados Unidos. Lo que piensen los
cubanos no interesa ni destacar, ni explicar. Menos aún se
considera un deber conocer sus instituciones y su realidad, ambas
existen dentro de parámetros de la lucha anti-comunista, no por
si mismas.
Durante los años sesenta Cuba sobrevivió en un difícil contexto
mundial y latinoamericano. Aún perteneciendo a los países no
alineados, fue atacada y pensada como satélite comunista.
Cualquier protesta en América Latina, se produjese en Chile,
República Dominicana, Brasil, Perú, Bolivia o Argentina, era
visualizada como una maniobra del comunismo internacional cuyos
conspiradores eran cubanos a las órdenes de Moscú. Con ello los
problemas en América Latina no tenían causas endógenas. Bajo
estos argumentos se dieron los golpes de Estados contra Juan
Bosch en República Dominicana o Joao Goulart en Brasil.
La guerra de Vietnam fue otro punto de inflexión. Así, los
procesos de descolonización y los movimientos revolucionarios en
América Latina fueron generando adeptos y críticos. La visión
romántica de la revolución creció en Europa occidental. Francia,
Alemania, Italia, Portugal, España, Italia vieron desplegar
banderas con el retrato del Che y los deseos de irse a Cuba,
Bolivia, Perú o Colombia, para combatir en las guerrillas. La
visón mas deformada de los procesos revolucionarios a la luz de
la experiencia cubana, quedará reflejada en la obra de Regis
Debray: Revolución en la Revolución. Así, a fines de los años
sesenta y principios de los setenta Cuba pasó a ser, no sólo para
los gobiernos de Europa Occidental y los Estados Unidos un
problema estratégico.
La muerte del Ché en Bolivia alivió la tensión y permitió la
construcción de un relato tendente a poner fin a una utopía sin
futuro. Comienza una nueva estrategia contra Cuba. Ahora es
necesario llamar la atención hacia el fracaso de la revolución y
a su aislamiento. La presión estadounidense hacia los países de
América Latina para que rompan relaciones tiene su efecto. La
mayoría caen rendidos. Sin embargo, ello debía ser acompañado de
un discurso mas elaborado sobre la crítica al socialismo y la
revolución anti-imperialista. Su definición como una dictadura
totalitaria y represiva fue cobrando forma, entraba de lleno en
la reafirmación de los valores culturales de occidente.
Recuérdese el documento de intelectuales europeos y
latinoamericanos contra la revolución cubana encabezado por Jean
Paul Sartre.
La década de los años setenta no fue mejor para la revolución
cubana. La profundización de la guerra fría , el mantenimiento
del bloqueo y las maniobras de desestabilización se mantuvieron,
incluso con renovada energía. La experiencia de la Unidad
Popular en Chile con el consiguiente golpe de Estado era el signo
de los tiempos. Ni Cuba, ni nada que aludiese a socialismo o se
definiera desde los principios teóricos del marxismo podría tener
cabida en la realidad latinoamericana.
Curiosamente, el advenimiento de las dictaduras jugará en favor
de una nueva visión estratégica donde se iguala la realidad de
Cuba a la desaparición, tortura, muerte y asesinato de miembros
de partidos de la izquierda argentina, chilena, boliviana
uruguaya, paraguaya, o brasileña. Todo calza. Cuba deja de ser
una dictadura comunista para revivir como simple dictadura
aborrecida por principio de definición. Interpretación que
coincidirá con la propuesta de James Carter de potenciar la
política de Derechos Humanos en América Latina. Cierto es que
ello propició un acercamiento entre la administración
norteamericana y el estado cubano para levantar el bloqueo. A
partir de ese instante Cuba paso de hecho a ser considerada para
los gobernantes occidentales de partidos socialdemócratas, una
dictadura difícil de apoyar, unificando criterios con
conservadores y liberales. Los argumentos para su
descalificación: Fidel Castro era un dictador mas como Pinochet o
Videla o Banzer o Somoza, sin entrar en mayores análisis. Apoyar
a Cuba era ya un lastre para quienes querían, en Europa y América
Latina, recuperar una imagen de "demócratas" para acceder al
poder político. Una especie de auto-inmolación y de buscar
romper las ataduras con un pasado hizo que esta posición tomara
fuerza. Bastaba con señalar que en Cuba no había elecciones
según procedimiento occidental para descalificar su sistema
social y político. Seguía sin querer reconocerse ningún logro.
Educación, salud, libertad social, democracia participante,
trabajo, deporte y ocio y cultura no tenían ningún valor a la
hora de calificar el orden político. Sin una oposición
partidista no podría haber oposición ni disentimiento. Todo
estaba decidido.
* * *
En esta estrategia, el partido republicano estadounidense busca
cambiar la dirección de los acontecimientos. Para sus ideólogos,
la administración demócrata de James Carter había dejado un
reguero de fracasos. La crisis de Irán, Afganistán, los tratados
Torrijos-Carter en Panamá, el abandono de amigos como Pinochet,
Somoza o Videla bajo una política espuria de derechos humanos y
lo mas sangrante, Centroamérica convertida en un mar "comunista".
El triunfo de la revolución sandinista en 1979 colmó la paciencia
de la nueva derecha estadounidense. Era necesario recuperar el
liderazgo y superar el síndrome de Vietnam. El triunfo de Ronald
Reagan fue el advenimiento de una nueva era y con ello de un
cambio radical en la política internacional hacia América Latina
y por ende hacia Cuba. Si en principio, apoyar a los sandinistas
se consideró un deber por parte de los gobiernos y partidos
socialdemócratas en Europa occidental e incluso en Estados
Unidos, ello debido a una verdad de perogrullo: Nicaragua no era
Cuba. Su proclama: ser una revolución democrática, popular,
nacional, de economía mixta y anti-imperialista se enmarcaba en
otro contexto. Para los detractores de Cuba, Nicaragua era el
contrapunto. Ahora se podía aislar mejor a la Isla. La década
de los ochenta se inició bajo estos principios. Mientras Cuba
era un satélite de la URSS, Nicaragua podría seguir otro camino.
Sin embargo, poco duró esta visión. A escasos meses de tomar el
poder Reagan, sus tanques de pensamiento definen las reglas del
juego. Las guerras de baja intensidad. A la contención activa y
la disuasión por el uso de la fuerza y contra fuerza, se une el
convencimiento de estar en presencia de una guerra prolongada
contra el comunismo. La guerra de las Galaxias y la reversión de
procesos.
El documento elaborado por el llamado Comité de Santa Fe, señaló:
"En contraste con las políticas simplistas norteamericanas
(crítica a la política de Carter) , la Unión soviética ha
empleado tácticas sofisticadas para incrementar las conexiones
del comunismo internacional en América Latina, como para reducir
la presencia de los Estados Unidos en la región. Fruto de ello
es que los Estados Unidos se enfrentan a una URSS vigorosamente
instalada en el caribe y a una Centroamérica posiblemente
marxista". Tampoco Kissinger se quedó atrás al señalar: "La
embestida soviético-cubana para convertir a Centroamérica en
parte del desafió geo-estratégico es lo que ha tornado la lucha
en América Central en un problema político y de seguridad para
los Estados Unidos y para el hemisferio". Roger Fontaine, asesor
de Reagan, definirá el problema como una nueva "doctrina Truman".
La Invasión a Granada, la desestabilización en Jamaica, la
articulación de la Contra en Nicaragua, el apoyo militar,
logístico y económico a los gobiernos contrainsurgentes en la
región son el perfil de la década. Cualquier proyecto por
desarrollar la soberanía será cuestionado. Lula en Brasil,
Torrijos en Panamá o Roldos en Ecuador. Estos dos últimos
muertos en extrañas circunstancias.
A fines de los ochenta, la invasión a Panamá con Busch padre en
la presidencia de los Estados Unidos señala el camino. En los
noventa, los sandinistas han sido derrotados y en El Salvador y
Guatemala asistimos al desarme del FMLN y de la URNG,
respectivamente. En el cono sur de América Latina, las tiranías
han sido lentamente desplazadas por regímenes electorales donde
se negocian los límites de transiciones interminables. Referendo
o guerra de las Malvinas, es indistinto. Bajo esta coyuntura, la
caída del muro de Berlín, la disolución del bloque del Este, la
nueva balcanización de Europa Central y la crisis de los partidos
comunistas son los estertores de la guerra fría. El capitalismo
parece haber ganado la batalla.
En esta nueva realidad, se dirá, Cuba ya no tiene sentido.
Felipe González, aun presidente de gobierno en España abandera
esta posición y la lanza a los cuatro vientos. Si Camboya y Pol-
Pot fue el símbolo máximo de las barbarie comunista y China no se
consideraba un "enemigo inmediato", Cuba sustituía al país
asiático y representaba un anacronismo. Sin el sostén de los
países del Este y dado, según sus detractores, la condición de
satélite de la URSS, era cuestión de pocos meses su caída. Todos
se frotan las manos. El bloqueo y la propaganda contra el orden
constitucional cubano debía intensificarse. Había que crear una
imagen de caos, de crisis global y desintegración. Junto a ello
se debía personalizar aún mas el régimen político cubano. La
Cuba de Castro y el castrismo. Un país controlado por un
déspota. Todos contra uno, por ello, sería la población quien se
levantaría contra el tirano. La política de adjetivos era
coherente. Si durante años había funcionado el plan de
desdibujar la revolución, ahora sólo bastaba recoger sus frutos.
En un mundo globalizado no hay lugar para revoluciones
triunfantes, parafraseando a Mario Benedetti. La euforia de una
pronta caída de la revolución cubana es bien reciba y cuenta con
la anuencia de la mayoría de los gobiernos de Europa occidental.
Para España, Estados Unidos reserva un papel de intermediario.
Rol iniciado con Felipe González y continuado Aznar.
Las presiones se multiplican. Sin embargo hay un problema, es
imperioso crear una oposición política en Cuba. Dar legitimidad
a un interlocutor que hasta la década de los años noventa no
existe. Los personajes que se proponen no aúnan voluntades.
Establecer un proyecto que destruya la revolución es difícil,
entre otras cosas porque sus principios están enraizados en el
pueblo cubano y si bien no pocos manifiestan abiertamente su
descontento con políticas coyunturales o decisiones erróneas y
arbitrarias dentro del proceso democrático cubano, no confunden
la libertad de expresión, la crítica y la disidencia con el
derribo del orden constitucional legítimo. Es esta la diferencia
y no otra.
La política de los Estados Unidos y sus aliados estratégicos
busca crear una plataforma política que defina un programa de
transición cuyo contenido cuente con el patrocinio de
instituciones y organismos internacionales, abriendo el
reconocimiento de facto de un gobierno en el exterior como
interlocutor válido para una Cuba "post-castrista". El proceso
de desestabilización interno debe acelerarse. La estrategia de
guerras preventivas puede ayudar, mas aún después del 11 de
septiembre de 2001 tras el ataque a las torres gemelas en Nueva
York. Es necesario poner en tensión todos los jugadores de
campo. Medios de comunicación social, lobby cubano en Estados
Unidos, gobiernos latinoamericanos sumisos, políticos mundiales,
personajes del mundo de la cultura y desde luego cubanos en Cuba.
Durante los años 2002 y 2003 el plan se concreta designando a
James Cason como jefe de la sección de intereses de Estados
Unidos en Cuba. Nada se improvisa. Declaraciones, entrevistas,
visitas a casa de anti-comunistas alentando secuestros y
alzamientos. En esta vorágine se produce el secuestro, 19 de
marzo de 2003 de un DC-3 cubano, punto de inflexión. El objetivo
final esta a la vista.
Con la guerra de Irak de por medio y una acción beligerante las
opciones de sobrevivir de la revolución cubana disminuyen. La
aplicación de la pena de muerte por la justicia cubana a personas
acusadas de secuestro, sabotaje y atentar contra la seguridad del
Estado, además de las duras penas de prisión, levantan una ola de
protestas mundiales. Todo o casi todo estaba pensado. Es el
momento de dar la estocada final. Con una presión internacional
sin precedentes y muchos intelectuales hasta ahora amigos de Cuba
con crisis de identidad, las posibilidades de una acción
destinada a destruir la revolución cubana tendría pocas voces
discrepantes. La inquisición vuelve a ser el punto de partida de
un nuevo orden mundial que no permite la existencia de un país
que lucha dignamente por mantener en alto las banderas de su
revolución martiana. Por suerte el futuro no esta diseñado. La
revolución cubana sigue existiendo para bien de América Latina y
la dignidad mundial.
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