El límite difuso entre la sociopatía y el pragmatismo electoral
08/04/2010
- Opinión
Hace algunas semanas atrás leí un acertado artículo en La República, si mal no recuerdo, sobre cómo la sociopatía parece extenderse peligrosamente entre la población peruana. Para los no conocedores del término, la sociopatía puede definirse como una enfermedad mental en donde la persona que la padece pierde la noción de la importancia que tienen las normas sociales en toda sociedad. Y por normas sociales me refiero directamente a las leyes y a los derechos individuales de las personas. Se sabe hasta el momento que dicha enfermedad puede ser causada tanto de manera genética como por el entorno social del niño durante su desarrollo.
Bastaría ver al tráfico limeño en general para observar casos severos de sociopatía, con choferes que decidida y entusiastamente se empeñan en no respetar las reglas de tránsito por su propia conveniencia. A los sociópatas evidentemente poco les interesa el daño que puedan causar sus acciones en terceras personas. A la mayoría de choferes de Lima, sean de transporte público o privado, tampoco. Los autos o microbuses cruzan impunemente de un carril a otro de manera brusca e intempestiva, casi obligando al auto del otro carril a parar en seco. Constantemente colocan en aprieto a los transeúntes quienes asustados tienen que cruzar las pistas a la carrera, porque los choferes parecieran acelerar cuando los ven cerca. Las luces amarillas y los pasos de cebra han perdido su significado hace mucho. ¿Alguien aún los recuerda?
Quizá una forma de sociopatía permitió las innumerables masacres y asesinatos que enlutaron al pueblo peruano en toda la década de los ochenta y los inicios de los noventa. Nadie tiene la autoridad suficiente como para mandar a matar a otra persona, ni siquiera si lo hacemos por la patria o la revolución. Siempre cabe la posibilidad de negarse, de rechazar tales mandatos, de decir no y basta. El derecho a la insurgencia que la Constitución respalda, es el derecho que tiene toda persona de rechazar una orden que atente contra cualquier derecho que la Constitución misma resguarda.
En el caso de las próximas elecciones, y de la política en general, los vacíos existentes en nuestra legislación y la vigencia de normas contradictorias o ambiguas, permiten que conductas sociópatas sean posibles. La defenestrada congresista Canchaya pretende de esta forma regresar al parlamento alegando la prescripción de su delito. Alex Kouri postula al cargo de alcalde de Lima cuando hasta algunos días atrás era el Presidente Regional del Callao, es decir, de otra circunscripción electoral, cuando se supone que las elecciones municipales sirven para elegir a “vecinos” de un lugar. Se desaparecen audios misteriosamente del Poder Judicial y nadie parece horrorizarse por ello. Al parecer, los tres poderes del estado se han convertido en la mejor vitrina para “legalizar” lo ilegal, el no respeto a las normas sociales.
Estamos entonces inmersos en una sociedad que alaba al “vivo” y desprecia al “sonso”, que sería aquella persona que sí respeta las leyes que rigen nuestro país. Un empresario para ser exitoso tiene que coimear tanto como un político tiene que mentir para salir elegido. Un elector en ese mismo sentido, va a elegir a aquel candidato que le ofrezca mayores beneficios sin importarle si roba o comete otra serie de delitos. Un taxista el otro día me comentaba que no pensaba votar por Kouri por la estricta reglamentación que había impuesto al transporte público en el Callao. Al contrario, poco le importaba si tenía un pasado montesinista o si había robado. Más bien, estaba seguro que Castañeda si había robado pero para él era su mejor elección, su candidato a votar. La sociopatía en todo su esplendor. El taxista no pensaba votar por Kouri simplemente porque iba a afectar sus intereses más inmediatos.
Entonces, ¿de qué estamos hablando: sociopatía o pragmatismo electoral? Estoy más que convencido, sobre todo después de las elecciones de delegados que tuve en las clases donde soy profesor, que los peruanos promedio votamos por lo que más nos conviene. Pero, ¿cuándo nuestra propia conveniencia termina siendo perjudicial para los demás? ¿Cuál es el límite? ¿Cuándo debemos pensar más allá de nuestras propias narices? ¿Cuándo nuestra conducta se acerca más a los rasgos de una enfermedad mental? Son preguntas que debemos reflexionar.
Héctor Huerto Vizcarra
Historiador de la PUCP y Magíster de Ciencias Políticas de la USAL (España). Docente de la UCSS y la UCSUR. http://marcayuq.wordpress.com
https://www.alainet.org/es/active/37266
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