Una construcción colectiva

04/02/2010
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Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 441: América Latina en Movimiento No 441 06/02/2014

 Quiero plantearles algunas reflexiones generales que puedan servir de base para construir entre todos propuestas para la construcción de una América Latina diferente y de un mundo diferente.  Más allá de la crisis, qué es lo que podemos hacer.

 
En primer lugar, tenemos que entender de qué crisis estamos hablando, cuáles son los elementos fundamentales de la crisis; y aquí -acogiéndome a la filosofía china de que la crisis es una situación de riesgo y de muchos problemas y a la vez una oportunidad-, creo que nosotros tenemos que encontrar respuestas claras y no caer en una cantidad de trampas que van a ir asomando en el camino.
 
Como uno de los mayores riesgos y de los mayores problemas que tenemos que abordar, es que el peso de la crisis, si es resuelto desde la lógica del propio sistema capitalista, no caiga masivamente sobre los marginados y los empobrecidos de siempre.  Es muy importante garantizar al menos las inversiones mínimas en educación, en salud, en vivienda popular, en caminos vecinales, que permitan sostener al menos en algo esas condiciones deplorables de vida de gran parte de nuestros compatriotas.  Igualmente, hay que garantizar de alguna manera la sostenibilidad de partes sustantivas del aparato productivo, sin caer en la trampa de que hay que mantener las cosas como estaban, tratando de reencontrarnos en el mismo sendero luego de superado este bache, luego de superada esta crisis.  Además, es muy importante estar atentos a que no se dé paso a una suerte de desapropiación de los recursos de los más pobres, o de nuestros recursos naturales, a cuenta de enfrentar la crisis.
 
Sería muy grave que vivamos nuevamente, como se ha vivido varias veces en la historia de América Latina, un proceso de acumulación originaria, tal como lo concibió el viejo Carlos Marx, para dar paso a restablecer las bases y los equilibrios de lo que teníamos antes de empezar la crisis.  También debemos estar concientes de que no se podría de ninguna manera tolerar gobiernos autoritarios que sean los encargados de dar cara a la crisis.  En ese sentido, los retos son sumamente grandes y sumamente complejos.  No solo debemos pensar más allá de la crisis, sino que tenemos que pensar cómo vamos a enfrentar la crisis en este momento, evitando que se repita más de lo mismo que en definitiva es más de lo peor.
 
Un segundo elemento es la necesidad de pensar, de diseñar una nueva forma de vida, lo que en Ecuador llamamos -luego de la aprobación de la nueva Constitución- el “Buen Vivir” que recoge lo mejor de las prácticas, de las sabidurías, de los conocimientos de los pueblos y nacionalidades indígenas, y que se inserta con fuerza en la discusión a nivel mundial de un planeta diferente, de un planeta sustentable en términos ambientales, en términos sociales, en términos económicos.  Esa es una tarea que requiere mucho esfuerzo de todos los sectores ciudadanos.  Estamos frente a la necesidad imperiosa de una construcción democrática de una sociedad democrática.  Si el proceso de construcción no es democrático, el resultado no será democrático.  Eso nos dice, entonces, que no podemos de ninguna manera simplemente aspirar a sobrevivir a la crisis, sino a tener una mejor posición en el futuro; no hay que volver a la misma senda.
 
Una crisis múltiple
 
Otro punto que también quiero resaltar son algunos elementos que caracterizan a una crisis múltiple y sincronizada, que siendo crisis propia de los movimientos cíclicos del capitalismo, tiene algunos elementos adicionales que deberíamos tenerlos en consideración y estar de antemano atentos a cualquier visión que pueda aparecer -incluso en un no muy lejano tiempo, en pocos meses-, que nos haga creer que la crisis está siendo superada.  La crisis no va a ser superada porque es una crisis profunda que está erosionando las bases mismas del sistema y lo que hay que estar atentos es a identificar esas evoluciones sin perder de vista el largo plazo.
 
Es una crisis económica con múltiples facetas -financiera, inmobiliaria- que ha dado lugar a lo que llaman actualmente una pérdida masiva y general de confianza.  Pero aquí también tenemos que estar muy claros en entender que no sólo es una crisis especulativa y financiera que puede ser superada -como cuando en una vivienda se tapa una de las cañerías y luego se resuelve ese problema y se restablece el flujo de agua-.  No, aquí estamos frente a una crisis que ha hecho aparecer con mucha claridad algo que el mismo Carlos Marx mencionaba al señalar que no se sabe con exactitud en el mundo capitalista, en el modo de producción capitalista, cuál es el límite entre una fase de producción de una empresa y una fase de especulación.  La especulación es inherente al sistema capitalista y en momentos en los cuales la tasa de ganancia tiende a la baja, la especulación financiera ayuda a recuperar los márgenes de utilidad del sistema capitalista.  Creo que este es uno de los elementos más importantes para no caer en la trampa de aquellas visiones simples que pueden ser difundidas por los medios de comunicación globales.
 
Igualmente tenemos que estar atentos a entender cuál va a ser el eje de la nueva revolución tecnológica.  El capitalismo todavía va a intentar reconstituirse, revitalizar y dar una respuesta tecnológica que no lo ha conseguido en las últimas décadas.  Algunas personas creíamos que, a principios de los años 90, podía aparecer una nueva revolución tecnológica, aquellas visiones cíclicas que ya plantearon antes Kondratiev, Mandel o Schumpeter o la misma Carlota Pérez, que creo deben ayudarnos a comprender la racionalidad de acumulación del capital desde el desarrollo de tecnologías que permitan repotenciar este sistema.  
 
Y por supuesto, esta crisis de facetas múltiples y sincronizadas tiene elementos ambientales. El calentamiento global es cada vez más una urgencia. Tenemos que estar atentos a lo que eso significa: tiene una faceta energética, tiene una faceta alimentaria, y tiene también, sin duda alguna, una faceta ideológica y cultural.  Cómo se resuelva este último punto, creo que es crucial para encontrar alternativas democráticas.
 
Alternativas al sistema capitalista
 
Es cierto que a los neoliberales se les derrumbó la estantería. La visión del mercado como para resolver de mejor manera todos los retos económicos, sociales e incluso políticos, al parecer está en retirada. Pero no es menos cierto que todavía queda inmerso en gran parte de la población mundial un esquema de vida individualista y consumista, como que hemos incorporado un chip que no refleja la realidad ambiental, la realidad social y las posibilidades de crecimiento.  En ese sentido, es muy importante estar atentos a los elementos que pueden configurar una crisis civilizatoria, para dar paso a la construcción de una alternativa al sistema capitalista; algo que tendremos que hacerlo, incluso arrastrando inicialmente algunas de las taras del propio sistema capitalista.  Por eso, debemos estar conscientes de que hay que comenzar a dar una dura y frontal batalla al pensamiento único del Consenso de Washington, que no pudo ni podía anticipar lo que se venía y tampoco pudo ni podrá resolver los graves problemas estructurales de esta crisis global que es, creo yo, una de sus mayores características.
 
Luego, no podemos caer simplemente en la trampa de resolver los problemas temporalmente; por ejemplo, a través de más normas y regulaciones para tratar de controlar a los capitales financieros -algo indispensable, sin duda alguna, pero no suficiente-. No podemos caer en la trampa también de creer que con más Estado se van a resolver todos los problemas de la economía.  Podemos aprender y practicar muchas de las recomendaciones de Keynes, pero no creo que con la vía keynesiana vayamos a encontrar las respuestas definitivas a nuestros problemas.  Eso nos podría llevar a una suerte de gatopardismo: siempre más de lo mismo sin cambios estructurales.
 
Con miras a la construcción de respuestas desde todas las regiones del planeta que han estado estructuralmente marginadas, el primer elemento que plantearía es la necesidad de revisar nuestros patrones de lectura de los ámbitos estratégicos desde donde se pueden procesar las respuestas.  Sin duda alguna, el ámbito estratégico del Estado nación es indispensable, es fundamental, pero no es único y eso variará también su trascendencia y su profundidad, dependiendo incluso de la claridad, de la profundidad y de la coherencia de nuestros gobiernos. América Latina vive en este momento una situación inédita en mucho tiempo, quizás nunca vista antes en la historia de la región. Tenemos una serie de gobiernos que se adscriben al ancho cauce democrático de transformaciones, con diversos matices y con diversas amenazas, por su falta de coherencia en algunos casos; pero diría que vivimos como un elemento positivo. 
 
Pero más allá de los niveles nacionales de acción estratégica tenemos que recuperar los niveles locales.  Lo local es fundamental para la construcción de alternativas que no sean simplemente la reconstrucción de modelos neodesarrollistas en los cuales el Estado es el actor fundamental.  Si eso va a pasar, muy poco va a cambiar.  Puede ayudarnos a superar la crisis sin muchos costos sociales, pero no nos ayudará a construir una alternativa diferente.  Tenemos que dar también respuestas desde una perspectiva regional de la integración y por supuesto desde una perspectiva global.  Entendamos de una vez por todas que no podemos esperar que los problemas globales lo resuelvan los poderes globales.  La ciudadanía, todos los habitantes del planeta, estamos ahora convocados a repensar el mundo y a plantearnos soluciones definitivas.
 
Integración de los pueblos
 
En este ámbito, a nivel regional, sin tratar de agotar todas las posibilidades existentes, quisiera hacer hincapié en la necesidad de la integración de los pueblos de América Latina. Hay una convergencia de gobiernos democráticos que hablan mucho de integración, pero creo que es más el discurso que las obras concretas. Hay cosas que me parecen obvias e indispensables en el sistema financiero: todo lo que tiene que ver, por ejemplo, con el Banco del Sur, que debía haber estado listo hace más de un año; todo lo que tiene que ver con un Fondo de Estabilización Financiera del Sur, que también debía haber estado listo y que ya debía estar en funcionamiento, justamente en esta época de crisis.
 
También hay ideas alternativas muy sugerentes como el Sistema Unitario de Compensación Regional, el SUCRE, con el cual se quiere abrir la puerta a la construcción, ojalá que pronto, de un sistema financiero y monetario común.  Hay ideas, hay propuestas, hay gobernantes que están pensando en esto, hay pueblos ansiosos de la integración.  ¿Dónde está la voluntad política?  ¿Qué es lo que falta para cristalizar todas esas propuestas?  Yo creo que este es uno de los elementos importantes.  Una vez más, es indispensable hacer realidad aquello que decía Fals Borda -recién fallecido-: la necesidad de que la investigación y la academia estén estrechamente vinculadas a la práctica, no sólo necesitamos buenas ideas, sino la voluntad política para cristalizarlas. ¿Cuál es el actor portador de esta propuesta?, es otro de los temas que tenemos que discutir.
 
En el ámbito de la integración regional es igualmente muy importante rescatar como elemento cohesionador de todas estas propuestas, la soberanía.  Las propuestas que mencioné inicialmente, como el Banco del Sur y las otras, tienen que ver con el rescate de la soberanía financiera; pero tenemos que avanzar también hacia una soberanía energética.  América Latina dispone de recursos energéticos suficientes para autoabastecerce y eso tiene que hacerse realidad no simplemente con proyectos que tienen que ver con unión de cables -proyectos eléctricos- o la unión de tubos -proyectos petroleros-; se requiere mucho más que una integración física, se requiere una integración de las políticas energéticas y eso implicará entonces hacer realidad una serie de transformaciones que abonan para la consolidación de posiciones mucho más soberanas en la región.
 
Y si hablamos de soberanía financiera y de soberanía energética, tenemos que hablar necesariamente de soberanía alimentaria.  América Latina puede autoabastecerse y debe autoabastecerse.  Nuestros países, la mayoría de ellos, tienen la capacidad de producir alimentos para satisfacer la demanda interna. Tenemos que desmontar uno de los fetiches del modelo neoliberal del Consenso de Washington, aquel que nos obligaba a ser buenos produciendo y exportando bienes en donde tenemos ventajas comparativas, marginando la producción campesina y la biodiversidad. Y, naturalmente, tenemos que trabajar hacia una soberanía en el manejo y control del agua, que está amenazada por las prácticas depredadoras y por las ambiciones de los capitales transnacionales.
 
O sea, hay que dar una respuesta al tema financiero que aparecería como uno de los de mayor inmediatez en medio de la crisis; pero, simultáneamente, dar respuestas estructurales para recuperar bases de soberanías, en plural, que no tienen que ver en absolutamente nada, con la lógica de la soberanía tradicional, aquella que cerraba nuestras fronteras rodeándola de militares y de trabas que impedían el flujo de las personas y de los capitales.
 
Hacia un Código Financiero Internacional
 
En ese sentido, nuevamente, en el ámbito económico volvería a hacer algunas reflexiones que me parecen fundamentales: por qué no pensar desde ahora en un código financiero internacional. Nosotros tenemos que ponerle normas al capital financiero.  Esta globalización neoliberal es perversa, las trabas, las limitaciones, las dificultades están presentes para los seres humanos; el capital tiene libre movilidad, el capital no necesita visas, el capital no tiene nacionalidades, el capital no sabe de colores de piel, el capital se acumula en todas las regiones del planeta. Por qué no pensar en un código financiero internacional, esa es una de las grandes tareas.  Y ¿cómo lo vamos a hacer -dirá alguno- si le vamos a encargar al Fondo Monetario o al Banco Mundial? Efectivamente, no hay que encargarle ni al Fondo Monetario ni al Banco Mundial, es una tarea que tiene que surgir desde la sociedad civil de todos los países y tenemos que ir pensando que, seguramente, las estructuras globales, las estructuras internacionales que podrían ayudar a dar estas respuestas no están disponibles o no son lo suficientemente democráticas, como es el caso de Naciones Unidas.
 
Creo que desde los niveles regionales, así como hablamos del Banco del Sur, del Fondo de Estabilización del Sur, tenemos que comenzar a tener un Código Financiero Regional.  Luego en un ejercicio de sumatoria de diversos módulos, podrían hacerse igualmente en África, igualmente en Asia, quizás en la misma Europa.  Ir construyendo un esquema político multipolar que no sea controlado desde las potencias más grandes, porque si esperamos que los países ricos den paso a una civilización, a una ciudadanización de las estructuras dominantes, estamos perdiendo el tiempo. Lo interesante aquí es cómo construimos desde nuestras regiones respuestas a los problemas globales.
 
En la misma línea de reflexión, surge la necesidad de un Tribunal Internacional de Deudas Externas -eso es parte de un Código Financiero Internacional e indispensable para su funcionamiento-; donde podamos procesar los reclamos internacionales, donde los países puedan exigir auditorías de su deuda externa, como lo hemos hecho en Ecuador, demostrando que hay deudas ilegales y hay deudas ilegítimas que tienen que ser impugnadas; pero esas acciones aisladas, solitarias de un país y de un gobierno no tienen futuro si es que no se masifican y si no se generalizan a nivel internacional. 
 
Así mismo, es hora de pensar en un Banco Central Mundial; no estoy aquí para defender y para rescatar el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Como también es hora, ahora o nunca, de eliminar los paraísos fiscales.  Si no se eliminan los paraísos fiscales va a seguir legalizada la especulación y la corrupción internacional, esa es una de las tareas más importantes.  Y en este plano tenemos una serie de opciones para ir construyendo otras estructuras democráticas y a nivel mundial.  
 
Todavía confío en que las Naciones Unidas puedan ser un espacio -pero otras Naciones Unidas redemocratizadas, que tengan mecanismos de control-, donde por ejemplo, el Banco Central Mundial tendrá como tarea la emisión de una moneda mundial o de canastas de monedas mundiales (porque a los Estados Unidos hay que quitarle el monopolio de la emisión del dólar, que es una de las causas de la crisis), y uno de los mecanismos que garantiza a ese país su posición de imperio).  Tenemos que garantizar igualmente que esos organismos a nivel internacional sean controlados democráticamente dentro de la lógica de las Naciones Unidas.  El Fondo Monetario o el Banco Mundial no rinden cuentas a nadie.
 
En suma, para hacer realidad otro mundo posible y mejor, tenemos que estar concientes de que, en América Latina en particular, hay que dar dura lucha para acabar con los modelos de economías extractivistas.  Nosotros no podemos seguir siendo lo que hemos sido hasta ahora, simplemente productores y exportadores de materias primas.  Este es un gran debate en nuestros gobiernos progresistas.  No podemos seguir soñando en el neodesarrollismo y menos aún en un desarrollismo senil que no va a resolver los problemas sino que los va a agudizar. En ese sentido tenemos que ser muy francos y categóricos cuando discutimos democráticamente con nuestros gobiernos y les decimos que muchas de sus propuestas están equivocadas, como sucede en el caso de Ecuador, con la expedición de una ley de minería que pone en riesgo conquistas fundamentales del mismo proceso de revolución ciudadana.
 
Desde esa perspectiva, les invitaría a comenzar a construir entre todos lo que hemos definido en Ecuador: el Buen Vivir o en Kichwa el Sumak Kawsay o Alli Kawsay.  El Buen Vivir entendido como una vida en armonía de los seres humanos consigo mismos, de los seres humanos con sus congéneres y de los seres humanos con la naturaleza.  Así como tenemos que defender y fortalecer los derechos humanos -y lo venimos haciendo ya 60 años desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos-, creo que es importante para pensar en otro mundo posible, la Declaración Universal de los Derechos de la Naturaleza.  Si no entendemos que la naturaleza es la base de la vida no podemos ni siquiera comenzar a defender los derechos humanos.
 
- Alberto Acosta es economista, ex Presidente de la Asamblea Constituyente de Ecuador. 
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Publicado en Revista: América Latina en Movimiento No 441

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