Desempoderamiento del poder

26/08/2010
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Tomando en cuenta la coyuntura de cambios y transformaciones, el protagonismo de los sectores sociales y las organizaciones populares, y el proceso de construcción del nuevo carácter participativo y comunitario de la antigua democracia representativa; parecería un contrasentido plantear el desempoderamiento del poder.
 
Exactamente en sentido contrario de lo señalado en el título del artículo; periódica y cotidianamente podemos constatar que lo que se busca y propugna en diversos niveles de acción social y política (inclusive en el marco de prácticas paternalistas que supuestamente aportan a la superación de asimetrías, desigualdades o exclusiones discriminatorias), es mas bien el empoderamiento popular y la construcción de un nuevo tipo de relaciones sociales de poder y gobierno.
 
En algunos casos, estas iniciativas están orientadas a cristalizar en la práctica, aquel tipo de democracia donde es el pueblo quién ejerce el gobierno (demos = pueblo, gente; kratos = fuerza, energía, gobierno), anulándose de esta manera aquella mediatización y bastardización provocada por la autoridad delegada que finalmente termina imponiéndose sobre el pueblo y no respondiendo a la representación que se le confirió en las urnas. Un ejemplo mas o menos fresco de lo señalado es el referido a la “democracia pactada” del periodo neoliberal que, como es bien sabido, no solo cuoteó el voto ciudadano entre los partidos políticos tradicionales, sino que relegó la democracia, la voluntad social y la participación ciudadana, a un mero acto electoral de cada 4 años, para que una “coalición” de turno ejerza gobierno al margen de los mandantes.  
 
En la actualidad, el tema no ha pasado desapercibido, sobre todo tomando en cuenta la forma cómo se han abordado los conflictos sociales (es decir, la forma cómo el gobierno ha respondido a las demandas sociales), la forma como la ciudadanía percibe a las autoridades de gobierno en forma cotidiana cuando debe acudir al servicio o la función del aparato estatal e, inclusive, a la hora de contrastar la práctica gubernamental con los principios y valores que supuestamente ha adoptado para gobernar.
 
Mas allá de la recurrente (en realidad poco imaginativa), reiterada y estrecha crítica de algunos sectores conservadores (magnificados mediáticamente), sobre una supuesta identidad y práctica autoritaria, dictatorial y soberbia que se atribuye al actual gobierno del Estado Plurinacional, para asemejarlo a regímenes social e históricamente despreciados; resulta pertinente reflexionar en torno al tipo o perfil de gobierno (mandato) que debería ejercitarse en sintonía con el proceso de cambio y transformación democrático cultural.
 
El asunto no es irrelevante desde esa perspectiva, puesto que mal se podría abanderar un proceso de esa magnitud, si paralelamente persisten prácticas, formas de gobierno y ejercicio del poder que corresponden al pasado colonial, capitalista y neoliberal que se busca sustituir.
 
 No será posible encontrar correlato y consistencia entre el mandato y los postulados anticapitalistas, anticoloniales y antineoliberales que se propugna en el discurso, los postulados de cambio y transformación democrático cultural e, inclusive, la propia Constitución Política del Estado y la nueva legislación puesta en vigencia, si persisten prácticas prebendales, señoriales, patrimonialistas y de masgistratura de la autoridad que, claramente, son propiamente características del colonialismo.
 
Cuando se puede advertir que aun se mantienen, reproducen y practican mecanismos y procedimientos que distancian, “filtran”, relegan, supeditan y, finalmente, someten al pueblo frente a la “autoridad” y el gobierno; en realidad lo único que se está reproduciendo es el mismo sistema que declarativamente se impugna y rechaza.
 
“Gobernar obedeciendo”, por tanto, no debiera constituir un mero acto declarativo, sino mas bien la praxis cotidiana que contribuya a desprebendalizar, deseñorializar y despatrimonializar el ejercicio de un servicio (servidor público), que constituye el acto de gobernar por y para el pueblo.
 
Por lo demás, no existirá acto más descolonizador (y materialmente más contundente contra las insidias que atribuyen rasgos dictatoriales y autoritarios), que despojarse de “envestiduras”, “principios de autoridad”, “protocolos”, “jerarquías” y “mandos” (que claramente entrañan dominio, imposición, verticalidad y sometimiento) para recobrar e institucionalizar el mandato popular del servicio, el diálogo horizontal, el respeto en la diferencia y la diversidad, y la interculturalidad.
 
En esa perspectiva y siendo como se ha dicho que el Proyecto de transformación democrático cultural está contenido en el mandato popular que desde octubre de 2003 ha marcado una agenda nacional muy precisa; entonces queda claro que, para deshacerse de aquel contenido colonial del Estado donde la nación quedaba al margen porque estaba ajeno a su propia realidad, y por tanto, continuaba reproduciendo el mismo aparato antinacional y antipopular de los regímenes pasados; debería generar y desarrollar los mecanismos necesarios para ejercitar el “mandar obedeciendo” que se ha trazado como prototipo de gestión gubernamental.
 
Solo entonces podrá construir un modelo propio de contenido nacional, donde se logre congregar antes que excluir.          
 
 
La Paz, Agosto 27 de 2010.
 
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Arturo D. Villanueva I.
Sociólogo, boliviano.
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