Tiempo político y decadencia

14/09/2010
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Uno de los más lúcidos intelectuales bolivianos es indudablemente Sergio Almaraz Paz, sus libros –Petróleo en Bolivia, El poder y la caída, El estaño en la historia de Bolivia, Réquiem para una República y otros ensayos– constituyen no sólo un valioso aporte al análisis de los grandes tópicos de la problemática de un país dependiente y de un Estado subordinado, sino también constituyen herramientas que hacen inteligible la realidad económica y política, los procesos inherentes, los campos de fuerza subyacentes y los intereses puestos en juego. 
 
Almaraz forma parte de un eje intelectual y crítico de la episteme boliviana, conformada por intelectuales preocupados por la defensa de los recursos naturales, la soberanía, la historia efectiva del poder y las manifestaciones concretas de la economía, preocupados por la comprensión específica y el conocimiento concreto de las formaciones históricos sociales abigarradas, preocupados por entender específicas estructuras de poder que se despliega la política nacional.  
 
En esta línea podemos citar a Carlos Montenegro, Sergio Almaraz Paz, René Zavaleta Mercado y Marcelo Quiroga Santa Cruz. Sus reflexiones, análisis e investigaciones corresponden a una época en que está en juego la soberanía del Estado-nación. Su crítica emerge como fuerza histórica de un pensamiento propio, una fuerza del entendimiento irradiante de las complejas realidades de las periferias de la economía-mundo capitalista. Su pensamiento tiene por objeto la crítica a una formación discursiva colonial, oligárquica, enajenante y alienante, seducida por los abalorios de la dependencia. El discurso de estos pensadores de la cuestión nacional es denunciativa y militante, comprometida y muchas veces solitaria. 
 
Pelean como naves intrépidas que cursan el océano de las formaciones enunciativas, como nómadas o viajeros en el desierto de la desterritorialización capitalista, enfrentándose a las fuerzas hegemónicas, aparentemente aplastantes y demoledoras; sin embargo, se trata de decursos intelectuales intrépidos que logran surcar los océanos, los desiertos y los bosques de las ideologías dominantes, legitimadoras de las estructuras de poder.  
 
Lo que ahora interesa del análisis de Almaraz es la evaluación que hace de la Revolución Nacional de 1952, que duró hasta el 4 de noviembre de 1964, cuando un golpe militar interrumpe el problemático proceso nacionalista revolucionario. En Réquiem para una República escribe sobre la psicología de la vieja rosca, poniendo en evidencia los prejuicios de la oligarquía, su racismo enconado, su desprecio por el país, del que sin embargo viven y se enriquecen; también escribe un brillante análisis del último período de la revolución, su fase que podemos llamar decadente, se trata de un ensayo que intitula sugerentemente El tiempo de las cosas pequeñas. 
 
El análisis es minucioso, detallista, persigue seguir los ritmos de los hechos, de los acontecimientos, de las políticas y de las decisiones políticas, trabaja la forma de la degradación, de la corrosión y el retroceso de la revolución. Ésta fue retrocediendo poco a poco, peleando aquí, cediendo allá, sin dejar de hacer el cálculo puntilloso de dónde se podía resistir y dónde se podía resignar. 
 
Empero, este método de guerra de posiciones, un tanto ambiguo e irreversible, tendió una trampa; se trató de defender la minería a costa de entregar el petróleo a los norteamericanos, se defendió al Banco Minero ante la exigencia de reorganización impuesta por la institución financiera, tratando de proteger a los pequeños productores mineros, empero ya se había entregado la dirección técnica de Comibol a ingenieros norteamericanos, se resistió hasta el último una intervención militar a las minas, exigida por la embajada estadounidense; sin embargo, llegó de todas maneras el enfrentamiento de Sora Sora. Mediante este procedimiento del paso a paso, no se dieron cuenta los movimientistas cuando se pasaron al otro lado de la vereda. 
 
La confusión fue tal que en la abrumadora mutación política, los nacionalistas se vieron enfrentados al pueblo que hizo la revolución. Es este proceso sinuoso el que debe ser entendido y analizado; como dice Albert Camus: lo difícil en efecto es asistir a los extravíos de una revolución sin perder la fe en la necesidad de ésta. Para sacar de la decadencia de las revoluciones lecciones necesarias, es preciso sufrir con ellas, no alegrarse de esta decadencia. 
 
¿Cómo se pasó de una heroica insurrección que destruyó al ejército, llevó raudamente a las milicias de obreros y campesinos a imponer la nacionalización de las minas y la reforma agraria, a la situación calamitosa de noviembre de 1964 cuando oficiales de aviación y del ejército acribillaban oficiosamente a los pocos milicianos que quedaron para defender lo que subsistía de la revolución de 1952? Este desenlace catastrófico le llevó a Almaraz a decir que en Laicacota se disparó sobre el cadáver de una revolución. 
 
Hay que evaluar las distintas etapas del proceso nacionalista, 1952-53, que corresponde al período del Cogobierno; 1953-56, que corresponde a la implementación de las medidas y al reacomodo de las fuerzas integrantes del nacionalismo revolucionario; 1956-1960, período que corresponde al punto de inflexión y al comienzo de la curva descendente, espacio de regresión y de las grandes capitulaciones, como las del plan triangular; 1960-1964; tiempo de las cosas pequeñas, período de la decadencia de la revolución. Viendo la curva y la función del proceso, lo grave fue haber llegado al punto de inflexión cuando la curva ascendente se convierte en curva descendente.
 
En ese momento se llega a un gobierno pragmático que busca resolver el problema del desabastecimiento, el problema recursos financieros para Comibol, el problema de la estabilidad y de la gobernabilidad, de una manera “técnica”. Es cuando se opta por un programa monetarista y por la asistencia “técnica” a Comibol; prácticamente quedan atrás la figura compartida del Cogobierno, también se abandona la vigencia de la cogestión, es decir de la participación de los obreros en el gobierno y en la gestión. A partir de ese momento la suerte está sellada, se abandonaron los postulados de la insurrección de abril; se prefirió optar por un realismo político sin imaginación, creyendo que de esta manera podíamos atraer la inversión del capital financiero y sortear los obstáculos del proceso político.
 
Lo que vino después corresponde a una sorda y minuciosa resistencia, que quería defender, más bien simbólicamente, pequeños detalles, poses de dignidad, en espacios y desenlaces perdidos. Se puede decir que la contrarrevolución se incubó en las propias entrañas del proceso, en el propio gobierno, en el mismo partido, fortaleciendo al ejército que iba a ser el instrumento de la CIA para dar el golpe de noviembre, desarmando a las masas, a los milicianos, al pueblo de sus propias convicciones logradas durante la formación de la concierna nacional, que nace en las trincheras de la Guerra del Chaco, de las propias certezas de la formación de la conciencia social, que nacen de las luchas de los trabajadores y el proletariado minero. 
 
Lo que sustituye a estas grandes convicciones, a estas grandes narrativas, es un sentido común de funcionarios atrapados en la coyuntura y en la vida cotidiana, en las tareas recurrentes, en las mesas de negociaciones, en el trámite molecular de las políticas públicas y de las azarosas relaciones internacionales dominantes. Las grandes finalidades de la revolución se perdieron, quedaron atrás, como parte de la memoria y de los actos heroicos. Lo que se tenía delante era más bien metas pequeñas, mediocres, algunos pasos para adelante, otros pasos para atrás, decretos para darle forma a una micro-política paulatina, de inútil resistencia, empero de efectiva capitulación diferida. 
 
Parafraseando nuevamente a Camus, lo importante es asistir a los extravíos de una revolución, sacar de la decadencia de las revoluciones lecciones necesarias; lo importante es aprender de la dinámica molecular de sus proceso, de la lógica inherente a su decurso, de sus fases sucesivas, de la concatenación de los hechos y de las decisiones que se toman. Lo importante de estas lecciones es utilizar lo aprendido para evitar que vuelva a suceder lo mismo cuando se da la oportunidad de un nuevo proceso de transformación.
 
Una reflexión fundamental
 
La revolución boliviana se empequeñeció y con ella sus hombres, sus proyectos, sus esperanzas. La política se realiza a base de concesiones, y entre éstas y la derrota no hay más que diferencias sutiles. ¿Cuándo se tomó el desvío que condujo a la capitulación? Previamente debiera interrogarse: ¿los conductores estaban conscientes de que capitulaban, se dieron cuenta de que llegaron a aquel punto desde el que no hay retorno posible?
 
- Raúl Prada Alcoreza, Círculo Epistemológico-Comuna
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