El componente militar en el reagrupamiento de las derechas
20/01/2011
- Opinión
El reagrupamiento de las derechas en América Latina expresa el intento del capital transnacional, de los estados imperialistas y las oligarquías locales, de restablecer la hegemonía deteriorada en la década anterior, por la crisis de las políticas neoliberales. Podemos analizarlo como parte de la iniciativa que intentan retomar las élites mundiales para reafirmar las posiciones colonialistas, patriarcales, racistas, propias del capitalismo. El componente militar y represivo de este reagrupamiento es uno de los factores con los que se profundizan las distintas modalidades de explotación y opresión. El mismo acompañó sistemáticamente la política y la cultura de las derechas, ya que éstas sólo tienen posibilidad de existencia sobre la base del terror.
En los procesos de constitución del capitalismo, y en estos momentos de reconfiguración del mismo a escala mundial, América Latina es considerada territorio de saqueo por parte de los países que constituyeron su riqueza en base a la rapiña de nuestros bienes comunes, la destrucción del ecosistema, y el genocidio y esclavización de nuestros pueblos.
Actualmente, los procesos de recolonización del continente se producen con el telón de fondo de la crisis capitalista mundial, y de la crisis del paradigma neoliberal como modelo de “desarrollo” de los pueblos. Éstos se benefician de la herencia del colonialismo y de la impunidad.
Algunas de las características con las que se reconfigura el sistema político, económico, cultural hegemónico son:
1) la reorganización de las formas de dominio internacional capitalista, de acuerdo con los intereses de las corporaciones transnacionales y con el interés geopolítico imperialista;
2) la gigantesca concentración de capitales basada en la transferencia de valores de la periferia al centro, en una nueva forma de colonización a escala mundial, y en el crecimiento de la superexplotación del trabajo a partir de la precarización laboral;
3) la ocupación de los territorios para políticas extractivas, la acumulación por desposesión, provocando la expulsión de los pueblos originarios y de las poblaciones locales que interfieren con esas políticas;
4) los Estados actúan como disciplinadores del territorio y de las poblaciones y como legitimadores de los megaproyectos del capital;
5) se avanza en la criminalización de la pobreza y de la protesta social para acentuar el control sobre las poblaciones;
6) se agrava la militarización de las disputas por la hegemonía capitalista;
7) donde no alcanza con el militarismo “legal”, se legitima la represión a través de la actuación abierta del paramilitarismo;
8) se acentúa la mercantilización de todas las dimensiones de la vida, de los bienes de la naturaleza, y de los cuerpos –fundamentalmente de las mujeres-;
9) se profundiza la anulación de la soberanía nacional y popular, por la falta de respeto de las transnacionales a los regímenes legales de los Estados donde operan, y de los tratados internacionales ratificados por los países;
10) se refuerzan los fundamentalismos, especialmente religiosos, que son ideología básica de los totalitarismos y las dictaduras;
11) los sistemas educativos y de comunicación tienden a volverse en productores y amplificadores del pensamiento hegemónico de recolonización mundial.
Como señala Horacio Machado, la violencia es parte central de los dispositivos coloniales, y es el principal medio de producción y de legitimación de las relaciones sociales. Desde esta hipótesis reflexionamos sobre los mecanismos de rearticulación de la derecha, sin dejar de conectarla con el análisis de los beneficios que éstos reciben de la herencia colonial. Escribe al respecto Luis Tapia: “La transnacionalización y gran flujo de capitales, las nuevas estrategias de flexibilización laboral y producción, apuestan a la explotación de la fuerza de trabajo subvalorizable, que es producto de las colonizaciones de siglos pasados. Sus tasas de ganancia son posibles gracias al pasado colonial”[1]. Y como parte de estos mecanismos, es crucial subvalorar el trabajo de las mujeres mediante mecanismos de reordenamiento patriarcal, y la sobre-explotación del trabajo de sectores indígenas, afrodescendientes, migrantes, multiplicando su vulnerabilidad con el aliento al racismo y a la xenofobia.
Así se va reconfigurando el nuevo mapa mundial dibujado por las transnacionales, sin importar las poblaciones que queden fuera de sus dibujos, beneficiándose de la fuerza de trabajo subvalorizable, producto de las colonizaciones de siglos pasados, del desmonte de los derechos sociales, de los grados de democratización de los estados realizados por las dictaduras primero, y por los gobiernos neoliberales después. Estos elementos son componentes de la política hegemónica del capital.
Sin embargo la misma se despliega en confrontación con las resistencias de los pueblos latinoamericanos, particularmente intensas en las últimas décadas.
El final del siglo XX y los inicios del siglo XXI estuvieron marcados por diferentes maneras de expresión del descontento popular hacia las políticas neoliberales. El Caracazo en Venezuela, el “Ya Basta” de los zapatistas en México, las guerras del gas y del agua en Bolivia, las insurrecciones populares en Ecuador y en Argentina, los levantamientos populares en Atenco y en Oaxaca, la increíble fuerza de resistencia presentada por el movimiento popular hondureño frente al golpe de estado, son distintas modalidades de luchas de masas. Esto se expresa también en políticas electorales que dieron el triunfo a sectores históricamente identificados como progresistas, que llegaron a los gobiernos de varios países de América Latina. En ese contexto se dio impulso a la integración de experiencias de gobiernos latinoamericanos que tomaron distancia de las políticas imperiales, buscando nuevas maneras de articulación de sus esfuerzos. En el centro de esta dinámica se encuentran
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