A siete años de la firma de los Acuerdos de San Andrés
26/02/2003
- Opinión
Siete es un número cabalístico en muchas culturas. Para los nahuas,
habitantes del altiplano central de México desde hace más de mil años, el
siete resume la transformación y al mismo tiempo involucra una inquietud
respecto a los ciclos que se van cumpliendo.
El 16 de Febrero de 2003 se cumplieron siete años de la firma de los Acuerdos
de San Andrés. La elaboración de estos históricos acuerdos fue producto de
un largo proceso que comenzó incluso antes del levantamiento armado del 1 de
enero de 1994. Es decir, aunque estemos acostumbrados a ver los
acontecimientos históricos como producto de la voluntad de un puñado de
personas, la verdad es que México, en sus diferentes regiones y sectores, fue
madurando convergencias y contradicciones que hicieron posible que el Estado
mexicano -representado por el gobierno federal, el gobierno estatal y
legisladores de los poderes legislativos federales y estatales- firme con la
representación de un Ejército insurgente, mayoritariamente indígena, un
documento sobre la necesidad del reconocimiento y ejercicio pleno de los
derechos y la cultura indígena en nuestro país.
Quizás el núcleo más importante de los Acuerdos de San Andrés es la serie de
principios fundamentales mediante los cuales se haría posible la construcción
de una nueva Nación, pluriétnica y multicultural, como desde 1992 reza la
Constitución mexicana. Estos principios son:
1. La Participación, como una fórmula para garantizar que tanto en la
elaboración, como en la ejecución y evaluación de cualquier política pública
se incluyeran las voces y los esfuerzos de todos los interesados, pero sobre
todo de los directamente involucrados, beneficiados o afectados.
2. La Pluralidad, para impedir la exclusión de quienes aún siendo mayoría, o
sin importar que tan pequeña minoría fuesen, queden fuera de las decisiones
que los involucren en su vida y en su futuro.
3. La Integralidad, para construir propuestas y alternativas de solución que
trasciendan lo parcial y urgente, aspirando la edificación de programas
integrales de desarrollo en todos los órdenes de la vida social, cultural,
política y económica de la región y de la nación.
4. La Sustentabilidad, como una necesidad de valorar la preservación de los
recursos naturales y la calidad de vida para todos los seres de nuestro
territorio, y
5. La Libre determinación, que para los pueblos indígenas se expresa a
través de su demanda del reconocimiento de la autonomía como una forma de
organización política y social, pero que para toda la sociedad nacional
representa la posibilidad de ampliar los horizontes de cada uno de los
principios fundamentales de una nueva relación entre cada uno de los sectores
sociales.
En efecto, construir una nueva relación entre el Estado mexicano, los pueblos
indígenas y la sociedad nacional, es el objetivo fundamental expresamente
declarado en los Acuerdos de San Andrés y que después fueron traducidos en la
hasta ahora malograda Iniciativa de Reforma Constitucional elaborada por la
Cocopa en noviembre de 1996.
Luego de largos años de distancia y amargas experiencias, el reconocimiento
de los derechos indígenas sigue estando pendiente. Son once años de la
vigencia del Convenio 169 de la OIT en nuestro país, y el derecho de los
pueblos a una consulta adecuada y suficiente en asuntos que directa o
indirectamente les afectan, consignado en su artículo sexto, sigue siendo
letra muerta, suplantado por eufemismos y mascaradas.
Pese a que vivimos en una de las naciones con mayor diversidad cultural del
planeta, el respeto, libre ejercicio y desarrollo de nuestras culturas sigue
en el torbellino de la homogeneización de la cultura dominante.
Sin duda se trata de un proceso largo y lento, pero que desde aquel 16 de
febrero de 1996 cuenta con nuevas bases para que los gobernantes, la clase
política y sobre todo nuestros pueblos, nunca olviden que hay alternativas
posibles, construidas desde las bases y en las mesas de negociación. Que las
etiquetas de la radicalización, el antagonismo, la subversión del orden
establecido, quedan muy reducidas cuando de transformar las mentes y
corazones de una nación se trata.
Actualmente en las regiones indígenas del país se viven condiciones de vida
que no son el prototipo imaginado en los Acuerdos de San Andrés. Ni siquiera
se parecen a los ideales de las plataformas políticas de partidos y gobiernos
de diferentes colores: El Trabajo de las comunidades agrarias se va
transformando dramáticamente por la presencia de miles de maquiladoras que de
la noche a la mañana se levantan en donde antes había campos de cultivo, y
donde antes había campesinos comienzan a conformarse ejércitos de obreros no
calificados. Pero al cabo de unos cuantos años, e incluso meses, esas mismas
maquiladoras vuelan, huyen a otros paraísos fiscales a miles de kilómetros
del lugar, dejando un escenario de mayor pobreza y acumulación de rezagos
sociales. En materia de vivienda, el hacinamiento, la falta de servicios
públicos, la incertidumbre sobre la propiedad del pedazo de tierra en que se
vive, son una constante en muchas regiones del país. En materia de salud las
instituciones se esfuerzan por elaborar sesudos análisis sobre las causas de
decenas y miles de muertes causadas por una enfermedad endémica: el hambre,
la miseria, la marginación, el olvido padecido por décadas y siglos. Algo
similar ocurre con la educación y la alimentación: por un lado se explotan
los conocimientos de las comunidades sobre el entorno y los recursos
naturales, se explota su fuerza de trabajo y su propia tierra, pero se
excluye de la escuela la tradición propia y a la construcción de una
ciudadanía plural, todo viene de afuera, hasta los hábitos alimenticios, la
forma de vida, la aspiración a ser lo que nunca hemos sido.
Aun ahora sigue siendo un reto la construcción de una nueva relación entre
las misma sociedad que ha comenzado a reconocerse plural, diversa, con
potencialidades probadas, lejos de las estridencias de la clase política,
pero también cerca de experiencias dolorosas en su enfrentamiento con poderes
locales, regionales y hasta transnacionales.
La organización desde abajo se nutre de la cultura comunitaria de pueblos y
comunidades, pero también se enfrenta a la cultura excluyente propia de
cualquier lucha ideológica contemporánea. Ante el enorme reto de auto
transformarse, la sociedad mexicana actual no tiene referentes sólidos que
apunten a las alternativas que está buscando desde hace años. Ya sea por el
desprestigio de los partidos políticos, ya sea por la radicalización y
consecuente aislamiento quienes los denostan, la articulación, organización,
estructura y programa verdaderamente amplios, incluyentes y autónomo, aún
están por venir.
https://www.alainet.org/es/active/5325
Del mismo autor
- A siete años de la firma de los Acuerdos de San Andrés 26/02/2003
- 2do Congreso Nacional Indígena 28/10/1998