La danza inmóvil y los callejones de la transición
28/04/2003
- Opinión
El balance de los primeros meses de la política económica del gobierno Lula
revela que las medidas adoptadas, sin excepción, obedecen ciegamente a los
dictámenes del Fondo Monetario Internacional (FMI). Atónita, la población
que apostaba al cambio presencia a Palocci y a Meireles practicando un
malanismo ortodoxo, condenado por el voto popular. Mismos remedios, mismos
efectos. La inestabilidad económica no afloja y las autoridades continúan
al remolque de movimientos especulativos del mercado -eufemismo utilizado
para designar los intereses del capital financiero-. Y así, el enorme
entusiasmo generado por la victoria de la esperanza comienza a ser empañado
por el sentimiento claustrofóbico de que todo continúa igual.
Administrando la crisis
El mercado cambiario se demuestra incólume a las pirotecnias de las
autoridades monetarias y oscila erráticamente al sabor de los humores de los
grandes especuladores internos y externos, alimentando a las arcas de quien
especula contra el Real a costa del Tesoro Nacional. A pesar de la
presencia de un "capo" del mercado financiero internacional en la
presidencia del Banco Central, la especulación contra el Real no decrece.
El valor del dólar resiste a la baja, la escasez del financiamiento externo
persiste y la fuga de capital no cesa.
Empujada por aceleración de los precios de los productos directa o
indirectamente atados al dólar, la inflación ignora las metas concertadas
con el FMI, poniendo en jaque el futuro de la precaria estabilidad. La
apertura de la economía, funcional para contener la elevación de los precios
en la época del cambio supervalorizado y de abundancia de financiamiento
externo, ahora, revela su lado pro inflacionario. El sistema de indexación
de las tarifas de los servicios públicos recién privatizados, sistema
legitimado por las agencias reguladoras creadas por Fernando Enrique Cardoso
(FHC), genera inercias inflacionarias difíciles de ser vencidas sin grandes
sacrificios para el nivel de actividad y para el empleo.
El apretón monetario y el choque de intereses para frenar la especulación
contra el Real y asfixiar el traslado de la inflación a los precios
refuerzan las tendencias recesivas y agravan el desempleo. Son medidas que
premian el rentismo en detrimento de la producción, trasladando el costo
del ajuste sobre las espaldas de los trabajadores. Mientras la decisión de
aumentar en 1,5 punto porcentual los intereses de los títulos públicos
representa una transferencia anual de aproximadamente R$ 13 mil millones de
reales para los tenedores de títulos públicos federales ?más de 7 veces el
aumento líquido de recursos destinados a los programas englobados en -
Hambre Cero-, el desempleo bate records y el rendimiento medio del trabajo
registra nuevas disminuciones.
El refuerzo del superávit primario para neutralizar el impacto de los
intereses sobre el déficit público -un compromiso con el FMI- perpetua
antiguas injusticias fiscales, inviabiliza la política social y lanza más
agua en el molino de la recesión. La saña de aumentar la recaudación a
cualquier costo hace que la acción de Hacienda siga rigurosamente el mismo
padrón de la era FHC, como queda evidente en el retroceso en relación a la
corrección de la tabla del impuesto a la Renta de la Persona Física. El
recorte adicional de R$ 14 mil millones promovido en el ya
extraordinariamente apretado presupuesto federal, correspondiendo R$ 5 mil
millones a los ministerios del área social, prácticamente paraliza la acción
del gobierno federal.
La decisión de privilegiar el recorte del gasto como medio para buscar el
superávit primario, con el argumento de que así se estaría actuando sobre
las causas de los desequilibrios fiscales -la alta presencia del Estado en
la economía-, es un retroceso en relación a la administración anterior,
revelando un inaceptable alineamiento de las autoridades económicas con los
espectros más reaccionarios de la familia neoliberal. Al preservar del
recorte las políticas que actúan sobre los efectos de los problemas, como en
?Hambre Cero?, el peso del ajuste fiscal quedó por cuenta de los programas
sociales estratégicos, que atacan las causas de la pobreza y de las
desigualdades sociales.
La estrategia es reciclar el modelo
Preocupado con el sentimiento de perplejidad que se ampara de su base de
apoyo social y política, el presidente pide calma. Afirma que estamos en un
periodo de transición y condiciona el abandono de la orientación
ultraortodoxa de la política económica a la implementación de las llamadas
"reformas institucionales". Es una paradoja. La agenda y el contenido de
las reformas propuestas señalan exactamente lo contrario. Los cambios
considerados estratégicos, al servicio de los cuales el gobierno juega todas
sus energías políticas y subordina todos los plazos legislativos -la reforma
de la previsión, la reforma tributaria y la autonomía para el Banco Central-
, hacen todas ellas parte de los compromisos asumidos por el gobierno de FHC
con el FMI, ahora, renovados por el gobierno de Lula (compromisos explícitos
en la Carta de Intenciones enviada en agosto de 2002 y renovados en febrero
de 2003). Son medidas diseñadas para profundizar el neoliberalismo en
Brasil, reforzando todavía más el blindaje institucional que cierra la
posibilidad de políticas económicas alternativas. No es de extrañar el
entusiasmo y la exaltación del mercado.
ALCA
La ausencia de estrategia para enfrentar a la política norteamericana de
ensartar el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas -ALCA- bajo la
garganta de la sociedad brasileña es una señal preocupante más de la
parálisis del gobierno Lula frente a las presiones del orden global, sobre
todo cuando se tiene en cuenta las reiteradas declaraciones del presidente
de la república durante la campaña electoral de que el ALCA representa una
amenaza de anexión del Brasil a los Estados Unidos.
El cumplimiento de un cronograma de negociación prepotente e insensato, que
obligaba a la nueva administración a presentar propuestas estratégicas a
solo quince días después de la posesión, fue una innecesaria demostración de
flaqueza. El envío, sin retoque, a las cámaras de negociación de un
documento preparado por el gobierno de FHC es un elemento más que sugiere la
conformidad de las nuevas autoridades con los dogmas del neoliberalismo. La
falta de discusión de la propuesta brasileña con representantes de los
trabajadores da continuidad a un tradicional elitismo en el modo de
encaminar la relación del gobierno con la sociedad- sobretodo, cuando se
toma en consideración que, según consta, el documento fue sometido al filtro
de entidades patronales. Por fin, la falta de transparencia en las
negociaciones y el sigilo que todavía persiste sobre el contenido de las
propuestas brasileñas para el ALCA dejan al ciudadano ante la paradójica
situación de conocer las intenciones del gobierno norteamericano y de
permanecer en la más absoluta ignorancia en relación a las finalidades de su
propio gobierno.
Es claro que no se puede descartar la hipótesis de que el gobierno brasileño
esté solamente ganando tiempo, apostando a la posibilidad de que la
intransigencia norteamericana acabe provocando, por si misma, un impasse
insuperable y que, por lo tanto, no habría porqué sufrir el desgaste de una
fricción comercial innecesaria con la mayor potencia del globo. Es una
apuesta arriesgada, pues, como insistió el Embajador Samuel Pinheiro
Guimaraes, uno de los dos mayores especialistas del país en las
negociaciones del ALCA, hoy viceministro de Relaciones Exteriores, el
involucramiento progresivo en las negociaciones puede crear una situación de
hecho que inviabiliza la posibilidad de que, en un momento posterior, el
gobierno se decida por el abandono de los entendimientos -posición defendida
por el embajador como siendo la más apropiada por ser la única capaz de
preservar los intereses estratégicos del Brasil-. La docilidad del gobierno
brasileño es un tanto preocupante cuando se considera que las propuestas
indecorosas presentadas por los norteamericanos parecen confirmar las más
sombrías evaluaciones de que la integración al ALCA representa el fin de la
soberanía nacional.
Esperando a Godot
Las acciones y omisiones del gobierno Lula indican que las nuevas
autoridades económicas -tal como las antiguas apuestan todas las fichas a la
posibilidad de que una reversión de las expectativas de la comunidad
económica internacional vuelva a colocar al Brasil en la ruta de los flujos
de capitales internacionales -condición necesaria para dar nuevo aliento al
agotado modelo económico neoliberal-. Es una jugada arriesgada. El riesgo
es quedar esperando a Godot. Es exactamente lo que aconteció en el segundo
mandato de FHC.
Hasta el momento, las efusivas declaraciones de simpatía de los portavoces
del gran capital financiero y el entusiasmado apoyo de los organismos
internacionales a la nueva administración no resultaron en nada práctico
para alejar definitivamente el espectro de un colapso cambiario. El llamado
"riesgo Brasil" -el indicador que calcula el grado de confianza de los
acreedores internacionales en el país- permanece en las alturas. Tampoco
hay el menor indicio de una reversión del estado de "aversión al riesgo" que
ahuyenta a los acreedores internacionales de los mercados emergentes. La
economía norteamericana camina hacia una segunda inmersión recesiva y la
guerra contra Irak solo hace exacerbar todavía más el cuadro de
incertidumbre económica que ahuyenta el capital de economías consideradas de
alto riesgo. Más allá de eso, la recesión deprime el comercio internacional
y desvaloriza las cotizaciones de las commodities brasileñas, comprometiendo
la posibilidad de una vigorosa expansión de las exportaciones.
La absoluta impotencia de las autoridades para romper los automatismos del
mercado, que bloquean el crecimiento y conspiran despiadadamente contra el
bienestar del pueblo, deja patente que el Brasil está completamente enredado
en las mallas del capital financiero.
No hay solución fácil e indolora para enfrentarlo. El poder descomunal del
gran capital de sabotear toda iniciativa que pueda representar una amenaza a
la continuidad del neoliberalismo inviabiliza cualquier posibilidad de
cambio en el rumbo de la política económica sin una abrupta desorganización
de la economía y traumática ruptura institucional. Sin embargo, permanecer
igual sería todavía peor, pues incluso si la estrategia de reciclaje del
modelo tiene éxito y que la economía consigue retomar una trayectoria de
crecimiento, nada retirará del modelo reciclado su carácter intrínsecamente
antisocial, antinacional y antidemocrático. Dentro de la lógica del modelo
económico es simplemente imposible compatibilizar el combate a la pobreza y
las desigualdades sociales ?la esperanza de casi la totalidad de la
población brasileña- con el compromiso de pagar a cualquier costo las deudas
externa e interna -la exigencia de los grandes tenedores de riqueza
nacionales e internacionales-.
Creatividad y coraje para cambiar
El gobierno Lula no conseguirá priorizar el combate a la pobreza y las
desigualdades sociales, si no vence las barreras económicas, institucionales
y mentales que buscan por todos los medios, hacer del neoliberalismo
irreversible. La clave del problema radica en la negación de un patrón de
acumulación basado en la copia de las pautas de consumo de las economías
centrales (opción que, como vimos, condena al Brasil a perpetuar la
concentración de renta, el desempleo estructural y la desnacionalización
creciente de la economía) y en la afirmación de un modelo de
desenvolvimiento que coloque en primer plano la atención de las necesidades
sociales de las capas desfavorecidas de la población y la defensa
intransigente de la soberanía nacional.
El punto de partida de este cambio pasa por la negación del legado
neoliberal y por la recuperación de la capacidad de intervención del Estado
en la economía. En la práctica, esto significa: (1º) restaurar el poder de
las autoridades económicas sobre la moneda; (2º) recomponer la capacidad de
hacer política fiscal; y (3º) restituir mecanismos de regulación de la
actividad económica.
Los primeros pasos deben ser: liberar la política económica del yugo del
FMI; revocar los dispositivos que aseguran la plena movilidad de los
capitales y centralizar las operaciones cambiarias para defender las divisas
internacionales; desmontar la trampa de la deuda externa, ajustando el
volumen del servicio de la deuda a las capacidades reales de pago del país;
reestructurar la deuda interna; invertir el sentido de prioridad
institucionalizado en la ley de Responsabilidad Fiscal, que transforma las
inversiones públicas y la política social en variable de ajuste de las
cuentas públicas, transformando el servicio de la deuda pública en variable
de ajuste de la política fiscal; restaurar la preponderancia del poder
político en la conducción de la gestión monetaria, eliminando la autonomía
ya imperante ( de facto pero todavía no de derecho) del Banco central. Es
también fundamental retirar inmediatamente al Brasil de las negociaciones
del ALCA, para impedir un deterioro adicional en la situación nacional.
Las fuerzas populares deben evitar el equívoco de creer en "milagros" del
gobierno Lula -dicho sea de paso, de cualquier gobierno-. Los nuevos
dirigentes solo tendrán condiciones de cumplir las promesas de campaña si la
correlación de fuerzas es suficiente para superar los gigantescos bloqueos
que subordinan la sociedad brasileña a los intereses de las finanzas
internacionales y al mando despótico de la burguesía. La historia del
Brasil enseña que solo la presión social de abajo para arriba es capaz de
promover los intereses de las clases populares. No puede haber ilusión. El
pueblo brasileño no debe esperar ninguna transformación social que no pueda
conquistar con su cabeza y sus propias manos.
* Plinio de Arruda Sampaio Jr. es profesor del Instituto de Economía de la
Universidad Estatal de Campinas (IE- UNICAMP).
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