Desafíos económicos
Una oportunidad de seguir creciendo
24/09/2012
- Opinión
Después de tantos años de crecimiento sostenido en la región, que la ubicaron en lo más alto en cuanto a expansión de la economía, el 2012 es un año en el que resurgen algunos límites que obligan a una revolución interna del complejo científico-productivo para sortearlos exitosamente.
Desde comienzo del siglo XX, el continente sudamericano recibió innumerables propuestas -y generó otras tantas- de planificación del desarrollo económico.
Siempre bajo el axioma de que es posible actuar sobre la realidad para transformarla. Incluso aquellas corrientes que profesaban una libertad basada en la no intromisión del Estado en la economía, en el fondo, no dejaban de implicar una decisión política que se traducía en intervenir para privatizar.
De este modo, se han escrito y elaborado infinidad de planes, que adscriben a teorías diversas, hasta contrapuestas. De izquierda a derecha se ha adherido al paradigma del desarrollo, bajo el cual se ordenaron proyectos de intervención bajo diversas modalidades e impactos. El “Plan Pinedo” y Raúl Prebisch con la industrialización por sustitución de importaciones, hasta el neo-liberalismo acérrimo de la década menemista adherida al consenso de Washington, pasando antes por el desarrollismo frondizista; por nombrar el ejemplo argentino.
El “desarrollo” resulta un paradigma que goza de significativa adhesión en diversos sectores sociales. Sin embargo, son relativamente escasos los planteos que proponen definir qué entienden por desarrollo, o más críticamente, si este es posible o aún, si se puede hablar de este en una economía capitalista o se lo puede reducir a un solo objetivo de crecimiento.
Desde la década de 1980, los Estados nacionales en América Latina delegaron sus áreas de planificación hacia otros órdenes -subnacionales, regionales, provinciales-, aunque llegaron al extremo de privatizar sus iniciativas. Sin embargo, ni el estado keynesiano ni el neoclásico obtuvieron mayores resultados en su “lucha” contra la desigualdad. A pesar de sus considerandos “progresistas”, los programas inspirados en diversos modelos de planificación terminaron asistiendo la inversión privada, que de todos modos se hubiera hecho.
En este contexto, según los economistas Elsa Laurelli, Ariel García y Luciana Guido en su trabajo en “El devenir de la planificación estratégica”; la municipalización del desarrollo terminó por licuar los esfuerzos, debido a que si diversos gobiernos locales ofrecen recursos para atraer inversores, se termina generando un juego de suma cero, en el que pierden los territorios y ganan unos pocos empresarios.
En el caso argentino se dio una gran descentralización del Estado. La provincialización dejó al descubierto la incapacidad -predecible- de Estados provinciales y municipales de responder a las necesidades populares que por derechos sociales de la población deben ser garantizadas.
Con el albor del siglo XXI comenzaron a surgir a lo largo del continente programas de gobierno que retomaron en parte las políticas que más éxitos habían tenido para el desarrollo real de la población de Nuestramérica. Al término económico le agregaban un sujeto que vive, respira, se alimenta y trabaja. Y descansa, además. Lo que alguna vez fue denostado con el término “populista”, cuyo efecto negativo caducó con los nuevos tiempos, volvió a poner de pie a varias economías de la región.
De esta manera, el sur del continente se convirtió en la región que más amplió su economía luego de China, que con un crecimiento sostenido en los últimos treinta años, recién ahora parece levantar el pie del acelerador puesto y comenzó a virar sus reservas para el desarrollo industrial del país.
Estos gobiernos de carácter popular y movimentista, recuperaron y fortalecieron el Estado para que sea capaz de lograr tareas de supervisión, planificación económica y de desarrollo de herramientas de control del bienestar social.
Ante lo que parece ser un nuevo posicionamiento de América del Sur, donde los Estados recuperan sus capacidades de intervención, se observa un continente en el que la discusión viene fomentando la recuperación de la política. Esta dinámica propende a la construcción de espacios de poder que reubican a los Estados sudamericanos en el escenario mundial. Los reubican incluso en el marco de crisis globales que surgen en los hasta ahora Estados centrales, procesos que obligan a tomar medidas que fomenten la demanda agregada del mercado interno sudamericano.
Pero más allá del crecimiento económico, estos gobiernos recibieron Estados devastados por el modelo neoliberal -atomizados, desintegrados- por lo cual el proceso de reconstrucción precisó de ayuda de inversiones para lograr movilizar la economía. Y acá centraremos la atención sobre el caso argentino, que sufrió de manera profunda la subordinación total al capital financiero durante veinticinco años. Con el paso del tiempo, se comienza a notar que es cada vez más difícil lograr un superávit gemelo y, sobre todo, mantener el equilibrio en la balanza que mide el intercambio industrial.
Es decir, mientras más crece la industria, más nos alejamos de ese equilibrio, o mejor dicho, más deficitario es el balance. El primer conflicto que se puede identificar en este enredo es la histórica “brecha tecnológica” que aún persiste en el comercio mundial.
La brecha tecnológica representa el mecanismo fundamental de la reproducción de la dependencia y, por lo tanto, la herramienta fundamental de los países centrales para perpetuar su poderío a nivel mundial. Cuando a mediados de la década de 1980 algunos grupos económicos logaron transformar su estilo de producción del viejo modo multinacional a lo transnacional, definieron su aplastante triunfo durante los años de 1990.
Esto consistió en dos pasos, dicho a la ligera, para resumir bruscamente la historia económica: transformar costos fijos en costos variables; y la gran innovación fue la aparición del subcontrato. Lo transnacional significó la integración al comercio global de una parte mínima -en cuanto a costos- de la producción -aún cuando fuese el 80 por ciento del proceso productivo-; a cambio de la eliminación de las barreras nacionales.
Muchos de estos capitales, sin embargo, resultaron aliados tácticos importantes a la hora de ampliar la economía y la demanda laboral durante el proceso de reconstrucción; pero la alianza táctica perdura mientras se trate sobre todo de un gran desarrollo de bienes primarios, de manufacturas basadas en recursos naturales y algunas de baja tecnología industrial. Pero ni en manufacturas de media o alta tecnología se encuentra ni encontrará el mismo afán de alentar el desarrollo por parte de una transnacional.
El economista graduado de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Pablo Lavariello, define el problema como la necesidad de “reducir la brecha tecnológica externa” para que el efecto de crecimiento sea endógeno y no exógeno. Que en definitiva es lo que provoca que al expandir la industrialización, crezca el déficit de intercambio en manufacturas del sector industrial.
Insiste Lavariello en que la brecha tecnológica en los bienes con menos ingeniería introducida es menor que en los bienes que introducen más ingeniería aplicada. De esa manera, la ventaja comparativa siempre será en favor de quien introduzca el ingenio. Por dar ejemplos concretos, la semilla de Monsanto es un bien con mucha ingeniería genética introducida, pero al productor nacional le viene dada esa innovación, y nunca estará en los planes de la empresa de Saint Louis hacerlo formar parte de ese proceso.
De la misma manera que el convenio para la fabricación de máquinas agrícolas con la norteamericana John Deere, no comprende que en el territorio nacional, con cuadros formados en las universidades argentinas, se lleve a cabo la fabricación de joysticks de control modernos.
De esta manera evita que en Latinoamérica emprendamos el proceso de importar-adaptar-innovar-difundir; donde lo fabricado afuera es asimilado por nuestros técnicos para que puedan, posteriormente, introducir un salto de calidad en el producto que otorgue ventajas comparativas a nuestra región.
Para avanzar en términos de desarrollo industrial es necesario que la expansión de la productividad, que desde el 2002 hasta esta parte se lograra, esté acompañada de la expansión de la demanda y de absorción de empleo en blanco; pero la situación de restricción externa, o mejor dicho “extranjerización” de la economía interna, frena este proceso. Sobre todo la absorción de más empleo formal.
Un informe realizado por los sociólogos Gabriel Merino, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET); y Magdalena Lemus, ambos miembros del Centro de Estudios, Formación e Investigación en Política Economía y Sociedad (CEFIPES) sobre la “extranjerización de la economía” afirma que en Argentina durante el período 2004-2010, ocurrieron importantes aumentos en términos de valor de producción. Pasó de 252.293 millones a 770.907 millones; el Producto Bruto Interno (PBI) aumentó 571.956 millones. La participación de las empresas más grandes del país en el PBI también creció considerablemente: pasó del 22,69 por ciento al 45,66.
De las 500 empresas más grandes del país, lo que se denomina la cúpula empresarial argentina, el 64,80 por ciento corresponde a capitales extranjeros, es decir, 324 empresas.
Desde 2008 a esta parte, Argentina logró superávit en bienes corrientes, aquellos cuya liquidez se puede lograr en tiempos menores que el ejercicio de una empresa -12 meses-; y padece un déficit en bienes constantes.
La clave para sortear este obstáculo, según Patricio Naradowsky, también economista de la UNLP, está en aumentar la complejidad de la economía, tanto en los servicios como en los procesos productivos. Esto, según el especialista, garantizará que crezca el empleo y el salario medio por encima de la media de la economía.
Alejandro Nacleiro, Doctor en Economía y funcionario del Ministerio de Industria de la Nación, afirma que para lograr ese desarrollo necesario en sectores de media y alta tecnología es necesaria la implementación de un “Sistema Nacional de Innovación" que esté fundado en la comprensión histórica, y sea conocedor de las particularidades de la región. Para eso es oportuno ampliar la base social de conocimiento, desarrollando aún más la formación de cuadros en el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
Resulta necesario que cada vez que se hable de crecimiento, desarrollo o ampliación en términos económicos, no olvidemos la inserción de un sujeto en nuestro discurso, para que no parezca carecer de política la discusión económica. Porque si hay razones por las que nos interesa la intervención estatal, la competitividad de los productos nacionales o la implementación de ingeniería por parte de cuadros propios a la innovación manufacturera, es porque detrás de todo hay un pueblo que necesita comer, trabajar, descansar y relacionarse entre sí, para construir una vida más justa con el mayor grado de felicidad posible.
Las medidas macroeconómicas eran urgentes en 2003, y se tomaron decisiones acertadas que pusieron a la Nación de pie nuevamente. Quizás llegó la hora de repasar medidas microeconómicos en relación a la realidad cotidiana de las personas. Ya sea trabajo digno y formal, y un sistema tributario progresivo en cuanto a su rol de distribuidor de riquezas.
En otras palabras, una inversión por sí misma no implica ni equidad social, ni territorial.
Siempre bajo el axioma de que es posible actuar sobre la realidad para transformarla. Incluso aquellas corrientes que profesaban una libertad basada en la no intromisión del Estado en la economía, en el fondo, no dejaban de implicar una decisión política que se traducía en intervenir para privatizar.
De este modo, se han escrito y elaborado infinidad de planes, que adscriben a teorías diversas, hasta contrapuestas. De izquierda a derecha se ha adherido al paradigma del desarrollo, bajo el cual se ordenaron proyectos de intervención bajo diversas modalidades e impactos. El “Plan Pinedo” y Raúl Prebisch con la industrialización por sustitución de importaciones, hasta el neo-liberalismo acérrimo de la década menemista adherida al consenso de Washington, pasando antes por el desarrollismo frondizista; por nombrar el ejemplo argentino.
El “desarrollo” resulta un paradigma que goza de significativa adhesión en diversos sectores sociales. Sin embargo, son relativamente escasos los planteos que proponen definir qué entienden por desarrollo, o más críticamente, si este es posible o aún, si se puede hablar de este en una economía capitalista o se lo puede reducir a un solo objetivo de crecimiento.
Desde la década de 1980, los Estados nacionales en América Latina delegaron sus áreas de planificación hacia otros órdenes -subnacionales, regionales, provinciales-, aunque llegaron al extremo de privatizar sus iniciativas. Sin embargo, ni el estado keynesiano ni el neoclásico obtuvieron mayores resultados en su “lucha” contra la desigualdad. A pesar de sus considerandos “progresistas”, los programas inspirados en diversos modelos de planificación terminaron asistiendo la inversión privada, que de todos modos se hubiera hecho.
En este contexto, según los economistas Elsa Laurelli, Ariel García y Luciana Guido en su trabajo en “El devenir de la planificación estratégica”; la municipalización del desarrollo terminó por licuar los esfuerzos, debido a que si diversos gobiernos locales ofrecen recursos para atraer inversores, se termina generando un juego de suma cero, en el que pierden los territorios y ganan unos pocos empresarios.
En el caso argentino se dio una gran descentralización del Estado. La provincialización dejó al descubierto la incapacidad -predecible- de Estados provinciales y municipales de responder a las necesidades populares que por derechos sociales de la población deben ser garantizadas.
Con el albor del siglo XXI comenzaron a surgir a lo largo del continente programas de gobierno que retomaron en parte las políticas que más éxitos habían tenido para el desarrollo real de la población de Nuestramérica. Al término económico le agregaban un sujeto que vive, respira, se alimenta y trabaja. Y descansa, además. Lo que alguna vez fue denostado con el término “populista”, cuyo efecto negativo caducó con los nuevos tiempos, volvió a poner de pie a varias economías de la región.
De esta manera, el sur del continente se convirtió en la región que más amplió su economía luego de China, que con un crecimiento sostenido en los últimos treinta años, recién ahora parece levantar el pie del acelerador puesto y comenzó a virar sus reservas para el desarrollo industrial del país.
Estos gobiernos de carácter popular y movimentista, recuperaron y fortalecieron el Estado para que sea capaz de lograr tareas de supervisión, planificación económica y de desarrollo de herramientas de control del bienestar social.
Ante lo que parece ser un nuevo posicionamiento de América del Sur, donde los Estados recuperan sus capacidades de intervención, se observa un continente en el que la discusión viene fomentando la recuperación de la política. Esta dinámica propende a la construcción de espacios de poder que reubican a los Estados sudamericanos en el escenario mundial. Los reubican incluso en el marco de crisis globales que surgen en los hasta ahora Estados centrales, procesos que obligan a tomar medidas que fomenten la demanda agregada del mercado interno sudamericano.
Pero más allá del crecimiento económico, estos gobiernos recibieron Estados devastados por el modelo neoliberal -atomizados, desintegrados- por lo cual el proceso de reconstrucción precisó de ayuda de inversiones para lograr movilizar la economía. Y acá centraremos la atención sobre el caso argentino, que sufrió de manera profunda la subordinación total al capital financiero durante veinticinco años. Con el paso del tiempo, se comienza a notar que es cada vez más difícil lograr un superávit gemelo y, sobre todo, mantener el equilibrio en la balanza que mide el intercambio industrial.
Es decir, mientras más crece la industria, más nos alejamos de ese equilibrio, o mejor dicho, más deficitario es el balance. El primer conflicto que se puede identificar en este enredo es la histórica “brecha tecnológica” que aún persiste en el comercio mundial.
La brecha tecnológica representa el mecanismo fundamental de la reproducción de la dependencia y, por lo tanto, la herramienta fundamental de los países centrales para perpetuar su poderío a nivel mundial. Cuando a mediados de la década de 1980 algunos grupos económicos logaron transformar su estilo de producción del viejo modo multinacional a lo transnacional, definieron su aplastante triunfo durante los años de 1990.
Esto consistió en dos pasos, dicho a la ligera, para resumir bruscamente la historia económica: transformar costos fijos en costos variables; y la gran innovación fue la aparición del subcontrato. Lo transnacional significó la integración al comercio global de una parte mínima -en cuanto a costos- de la producción -aún cuando fuese el 80 por ciento del proceso productivo-; a cambio de la eliminación de las barreras nacionales.
Muchos de estos capitales, sin embargo, resultaron aliados tácticos importantes a la hora de ampliar la economía y la demanda laboral durante el proceso de reconstrucción; pero la alianza táctica perdura mientras se trate sobre todo de un gran desarrollo de bienes primarios, de manufacturas basadas en recursos naturales y algunas de baja tecnología industrial. Pero ni en manufacturas de media o alta tecnología se encuentra ni encontrará el mismo afán de alentar el desarrollo por parte de una transnacional.
El economista graduado de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Pablo Lavariello, define el problema como la necesidad de “reducir la brecha tecnológica externa” para que el efecto de crecimiento sea endógeno y no exógeno. Que en definitiva es lo que provoca que al expandir la industrialización, crezca el déficit de intercambio en manufacturas del sector industrial.
Insiste Lavariello en que la brecha tecnológica en los bienes con menos ingeniería introducida es menor que en los bienes que introducen más ingeniería aplicada. De esa manera, la ventaja comparativa siempre será en favor de quien introduzca el ingenio. Por dar ejemplos concretos, la semilla de Monsanto es un bien con mucha ingeniería genética introducida, pero al productor nacional le viene dada esa innovación, y nunca estará en los planes de la empresa de Saint Louis hacerlo formar parte de ese proceso.
De la misma manera que el convenio para la fabricación de máquinas agrícolas con la norteamericana John Deere, no comprende que en el territorio nacional, con cuadros formados en las universidades argentinas, se lleve a cabo la fabricación de joysticks de control modernos.
De esta manera evita que en Latinoamérica emprendamos el proceso de importar-adaptar-innovar-difundir; donde lo fabricado afuera es asimilado por nuestros técnicos para que puedan, posteriormente, introducir un salto de calidad en el producto que otorgue ventajas comparativas a nuestra región.
Para avanzar en términos de desarrollo industrial es necesario que la expansión de la productividad, que desde el 2002 hasta esta parte se lograra, esté acompañada de la expansión de la demanda y de absorción de empleo en blanco; pero la situación de restricción externa, o mejor dicho “extranjerización” de la economía interna, frena este proceso. Sobre todo la absorción de más empleo formal.
Un informe realizado por los sociólogos Gabriel Merino, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET); y Magdalena Lemus, ambos miembros del Centro de Estudios, Formación e Investigación en Política Economía y Sociedad (CEFIPES) sobre la “extranjerización de la economía” afirma que en Argentina durante el período 2004-2010, ocurrieron importantes aumentos en términos de valor de producción. Pasó de 252.293 millones a 770.907 millones; el Producto Bruto Interno (PBI) aumentó 571.956 millones. La participación de las empresas más grandes del país en el PBI también creció considerablemente: pasó del 22,69 por ciento al 45,66.
De las 500 empresas más grandes del país, lo que se denomina la cúpula empresarial argentina, el 64,80 por ciento corresponde a capitales extranjeros, es decir, 324 empresas.
Desde 2008 a esta parte, Argentina logró superávit en bienes corrientes, aquellos cuya liquidez se puede lograr en tiempos menores que el ejercicio de una empresa -12 meses-; y padece un déficit en bienes constantes.
La clave para sortear este obstáculo, según Patricio Naradowsky, también economista de la UNLP, está en aumentar la complejidad de la economía, tanto en los servicios como en los procesos productivos. Esto, según el especialista, garantizará que crezca el empleo y el salario medio por encima de la media de la economía.
Alejandro Nacleiro, Doctor en Economía y funcionario del Ministerio de Industria de la Nación, afirma que para lograr ese desarrollo necesario en sectores de media y alta tecnología es necesaria la implementación de un “Sistema Nacional de Innovación" que esté fundado en la comprensión histórica, y sea conocedor de las particularidades de la región. Para eso es oportuno ampliar la base social de conocimiento, desarrollando aún más la formación de cuadros en el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
Resulta necesario que cada vez que se hable de crecimiento, desarrollo o ampliación en términos económicos, no olvidemos la inserción de un sujeto en nuestro discurso, para que no parezca carecer de política la discusión económica. Porque si hay razones por las que nos interesa la intervención estatal, la competitividad de los productos nacionales o la implementación de ingeniería por parte de cuadros propios a la innovación manufacturera, es porque detrás de todo hay un pueblo que necesita comer, trabajar, descansar y relacionarse entre sí, para construir una vida más justa con el mayor grado de felicidad posible.
Las medidas macroeconómicas eran urgentes en 2003, y se tomaron decisiones acertadas que pusieron a la Nación de pie nuevamente. Quizás llegó la hora de repasar medidas microeconómicos en relación a la realidad cotidiana de las personas. Ya sea trabajo digno y formal, y un sistema tributario progresivo en cuanto a su rol de distribuidor de riquezas.
En otras palabras, una inversión por sí misma no implica ni equidad social, ni territorial.
- Emilio Meynet desde la redacción de APAS La Plata
APAS | Agencia Periodística de América del Sur | www.prensamercosur.com.ar
Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.
Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.
https://www.alainet.org/es/active/58202
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