No es casualidad que Efraín rime con Caín

15/04/2013
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Conozco varios padres y madres que cuando sus hijos pelean por cualquier razón, les repiten: “no le pegues porque es tu hermano”. Una mamá, muy inteligente, les inculcó a sus niños: “no le golpees la espalda porque puedes dañarle los pulmones, tampoco en el estómago porque hay varios órganos importantes allí, y menos en el pecho porque le lastimarías el corazón”. Si esos   niños llegan a la pelea y los golpes, el margen de hacer daño real es mínimo, gracias a las enseñanzas de su madre. La compresión a temprana edad de que se convive con alguien más, que resulta ser un hermano o una hermana, es fundamental para que la convivencia no sólo sea pacífica sino fraterna y solidaria de por vida.
 
Traigo estas ideas a colación porque en Guatemala hay un discurso nacionalista, permanente, que declara que acá todos somos hermanos. “Hermanos guatemaltecos” es una frase predilecta para los políticos, los periodistas, los religiosos, para las campañas por un mejor país y para diversos sectores. Es un discurso lleno de buenas intenciones pero vacío en su construcción social e histórica. Hablado en términos de grupos sociales, en la práctica no hay hermandad ni solidaridad. Durante los últimos 500 años lo que se ha producido es un abuso y desprecio por parte de algunos grupos sobre otros. La invasión de hordas españolas al territorio de Quauhtlemallan en 1524 fue sangrienta: se masacró a la población indígena, se violaron miles de mujeres, se saqueó y se robó cuanta propiedad valiosa tenían los pueblos que aquí habitaban, se destruyó gran parte de los artefactos culturales y científicos existentes. Así inicia nuestra historia colectiva reciente. Así empezamos a construir este país, con sangre y desprecio por el otro.
 
Las normas coloniales de la Encomienda y el Reparto de Indios, buscaron garantizar la explotación de la tierra y de los trabajadores indígenas, en beneficio de la Corona española, de los españoles que vivían en estas tierras y de los criollos, hijos de españoles nacidos acá. Luego de la inventada y fraudulenta independencia, la situación no cambió mucho. Las leyes de trabajo forzado hacia la población indígena continuaron hasta mediados del siglo XX. El racismo se fue consolidando como el conjunto de creencias que garantizaba en los criollos, ladinos y mestizos, la certeza de que el indígena es inferior y por tanto está al servicio de la “sociedad guatemalteca”. A la fuerza de trabajo campesina e indígena se le explota económicamente, pero a la vez se le estigmatiza como causa de atraso y falta de progreso.
 
En el marco de la política contrainsurgente de los años 70 y 80 del siglo pasado, como expresión máxima del racismo institucionalizado en la sociedad y el Estado, el ejército de Guatemala cometió las más atroces acciones humanas contra otros seres humanos: asesinó a decenas de miles de habitantes en el campo guatemalteco, en todas las regiones del país. Los testimonios sobre tales hechos están vivos en los sobrevivientes de las masacres y los familiares de las víctimas. No hace falta leer libros sobre el tema, es suficiente hablar con las comunidades rurales en donde la estrategia de tierra arrasada fue aplicada por el gobierno de turno. Mientras eso sucedía, en la Ciudad de Guatemala la prensa y muchos sectores mentían, encubrían y negaban lo que estaba ocurriendo. De nuevo despreciaban la vida de “esos otros hermanos y hermanas guatemaltecas.”
 
El juicio por genocidio en contra del exdictador Efraín Ríos Montt abre la posibilidad de revisar y corregir esa historia de ignominia y desprecio contra la población indígena. No hay que negar los hechos horrendos ocurridos hace 30 años. De nuevo aparecen las masacres a la población indígena en nuestra historia. ¿Cómo podemos vivir con eso en la conciencia? Si de verdad se quiere construir una nación de hermanos, el hermano que ha dañado a otro, debe en primera instancia, reconocer su responsabilidad en los daños; he allí la importancia de juzgar a todos los responsables del tema, iniciando por los cabecillas militares y no militares de tal empresa sangrienta. Pero también se debe, en el marco de la búsqueda de perdón y verdadera reconciliación, reconocer en el otro y en la otra, a un igual; lo que nos obliga como sociedad a pensar un nuevo país donde se reconozca la existencia de múltiples naciones habitando un mismo territorio. Acabar con el racismo debe ser un proyecto de país, sólo así le daremos verdadero contenido a la frase “hermana guatemalteca, hermano guatemalteco”.
 
En este horror que significó matar a miles de guatemaltecos y la responsabilidad directa de Ríos Montt al frente del Estado represor, como diría Arjona: No es casualidad que Efraín rime con Caín.
 
 
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