Inflación: divino tesoro, si te vas para no volver sufrirán los pueblos y gozarán los poderosos

04/02/2014
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Frente a esta ofensiva estamos tratando de crear una ofensiva de los sectores populares. Que la gente sepa quiénes son, qué intereses defienden, por qué quieren llevar a nuestro país a la crisis. También vamos a convocar a pequeños y medianos empresarios y productores del campo para articular un movimiento que permita a los sectores populares tomar una iniciativa para defender lo conquistado. Necesitan que a los argentinos nos tiemble el piso debajo de los pies y generar un clima como el que vivió Alfonsín hacia el final de su gobierno. Esto no es una embestida contra Cristina, es una embestida contra los sectores populares. Hugo Yasky, secretario general de la CTA.
 
Introducción
 
En las presentes líneas trataremos un tema de enorme actualidad en nuestra Argentina: la inflación y los usos que el poder económico realiza de ella. Se trata de algo verdaderamente acuciante porque no sólo estamos perdiendo la batalla cultural, en realidad ni siquiera la estamos librando. Y en los difíciles días que corren se disputa no sólo la supervivencia del gobierno. También está en juego el propio proyecto nacional, popular y democrático.
 
Para el común de las personas la inflación es el incremento de precios persistente y prolongado. Para las teorías liberales no se trata, en rigor, de aumentos sino de desvaloración de la moneda provocada por la emisión de moneda (espuria) sin respaldo real. Esta (relativa) falacia o sofisma no resiste la constatación con la evidencia empírica, como veremos más adelante. Otra teoría free market-friendly acerca de la inflación reside en causarla en insuficiencias de la oferta con demanda en crecimiento. A su vez las carencias en lo que se ofrece pueden deberse a insuficiente inversión o a conductas especulativas empresariales que buscan apoderarse de mayor renta poniendo para ello menos mercancías. En realidad la inflación moderna comienza desde la aplicación de las políticas keynesianas; cuyos objetivos fundamentales eran proteger el empleo y los ingresos de los sectores más débiles de cada sociedad durante la terrible crisis de la década del ‘30. Y desde entonces es un recurso utilizado por la burguesía, los terratenientes y las elites financieras para empobrecer a los sectores populares y esmerilar proyectos (por ejemplo, el peronismo en la Argentina 1946-1955 y los estados benefactores europeos durante la edad de oro capitalista; desde la segunda postguerra hasta 1973 aproximadamente) que claramente favorecen a los pueblos y son saboteados por los sectores dominantes. Puede decirse que es una plusvalía- trabajo no pagado que la clase capitalista le extrae al proletariado según Karl Marx- extra que el empresariado succiona de las franjas más empobrecidas de la sociedad con objetivos políticos (debilitar y deponer gobiernos hostiles a las derechas) y económicos (obviamente incrementar sus hipertrofiadas utilidades.
 
Nunca hay que olvidar que la inflación cuenta con muy mala prensa, originada en los grandes conglomerados massmediáticos. Definida como la peor enfermedad económica, pasan por alto que el peor estado es precisamente el contrario: la deflación. Cuando esta se instala el consumo es casi inexistente, los bancos quiebran cotidianamente, el espectáculo de las personas abandonadas a su suerte en las calles asume proporciones dantescas y masivas y las viviendas y locales están sin ocupar no por falta de inquilinos sino por inexistencia de poder adquisitivo de ellos. En una palabra, la realidad de Grecia o España hoy, a la que nos quiere conducir el coro de tragedia griega neoliberal.
 
La historia (de la inflación) es política en el pasado que hace comprensible el presente.
 
Los estados benefactores de los países industrializados  nacieron luego de la segunda guerra mundial como solución de compromiso frente a los complejos problemas causados por el surgimiento de la guerra fría. En tal marco y para evitar que se extendiere la influencia del comunismo, los sectores dominantes europeos y de E.E.U.U. debieron consentir, a regañadientes, una expansión de derechos para los sujetos subalternos nunca vista antes en la historia. Pero se reservaron un foco de ideas, el neoliberalismo, agrupado en la Societé du Mont–Pèlerin. Los objetivos de tal corriente eran según Perry Anderson “…combatir el keynesianismo y toda medida de solidaridad social que prevalezca después de la Segunda Guerra Mundial y, de otra parte, preparar para el porvenir los fundamentos teóricos de otro tipo de capitalismo, duro y libre de toda regla .… Von Hayek y sus amigos argumentan contra el nuevo igualitarismo –muy relativo– de ese período. Para ellos, tal igualitarismo, promovido por el Estado-Bienestar es destructor de la libertad de los ciudadanos y de la vitalidad de la competencia, dos cualidades de las que depende la prosperidad general. Pretenden que la desigualdad es un valor positivo -de hecho indispensable como tal- del que tienen necesidad las sociedades occidentales”. (PERRY ANDERSON. HISTORIA Y LECCIONES DEL NEOLIBERALISMO). A las reuniones de la Societé du Mont–Pèlerin era infaltable un argentino de inefable semblante porcino, el ingeniero Alvaro Alsogaray, alma mater del neoliberalismo vernáculo y numen de la corriente hasta el momento de obitar a avanzada edad.
 
La necesidad de frenar la inflación será el ariete discursivo de esta prédica cuyo objetivo real no es ni por casualidad detener los aumentos de precios o la depreciación monetaria, según la teoría que se suscriba, sino hacer que el capitalismo sea digno de su nombre. En efecto, sociedad capitalista es aquella donde los burgueses ejercen sin cortapisas y hasta las últimas consecuencias el poder. Y los estados benefactores implicaban límites al imperio del capital. No podía extrañar que hacia fines de la década de los ’60 en el mundo central había inflación, por añadidura, combinada con estancamiento económico (stangflation). La vocinglería neoliberal se incrementó y logró un cierto triunfo con las reformas económicas implementadas en 1971 por el presidente Richard Nixon (recordado porqué fue expulsado de su sitio por su extremada adoración por prácticas genocidas y su obsceno culto a pisotear cualquier forma de legalidad) o la llegada en 1974 a la primer magistratura en Francia del ultra-conservador Valery Giscard Déstaing. Con todo, tales situaciones no pasan de ser simples aprestos constituyendo un proto-neoliberalismo. Será necesario aproximadamente un lustro para que lleguen al poder político Margaret Tachter en Gran Bretaña (1979) y Ronald Reagan en U.S.A. (1980) para que los pueblos pudieren apreciar los efectos de los modelos Societé du Mont–Pèlerin. No hay inflación. Pero a costa de recortes en todos los programas sociales, una desocupación que nunca más se revirtió, la pérdida de influencia sindical y un proceso incesante de desindustrialización que son algunas de las consecuencias más destacables de la aplicación de más de tres décadas de políticas neoliberales. No son coincidencias casuales, sino más bien causales. No puede dejar de consignarse que la demolición de los estados benefactores- comenzada hace algo más de tres décadas y acelerada desde la crisis actual- provocó no sólo la disolución de la identidad obrera, sino más bien la casi liquidación física del proletariado industrial en muchos países ex industriales.
 
Cerremos nuestro recorrido por el mundo con una referencia a Chile. En 1970 accede al poder político Salvador Allende Gossens, electo por la coalición de izquierdas Unidad Popular. Desde el comienzo de su gestión- altamente benéfica para el pueblo trasandino- debió lidiar con el desabastecimiento y la inflación provocados intencional y directamente por el empresariado en yunta con el imperialismo. Tales acciones desembocaron en el infame golpe del chacal Augusto Pinochet, quien eliminó la inflación a costa de no sólo los derechos obtenidos durante la presidencia Allende por los explotados, humillados y ofendidos de la patria de Pablo Neruda. También arrasó con conquistas muy antiguas como la salud pública y la educación fue reducida al nivel de las mercancías, como si fuera un perfume o una bombacha. Demasiado sacrificio pagó el hermano pueblo trasandino en el altar del dios anti-inflacionario. Por añadidura, el poder real en el país del inolvidable vate de Isla Negra remachó su preponderancia con complicados mecanismos constitucionales que hacen inviable toda transformación transcurridas ya más de dos décadas de la caída del criminal tan amante del libre mercado y la seducción a los inversionistas. Sería extenderse demasiado argumentar con los casos peruano y boliviano; en los cuales la inflación recargada fue utilizada para imponer y legitimar severísimos y antipopulares ajustes neoliberales.
 
Antes de discurrir sobre la inflación en la Argentina enunciemos un principio de la economía política, desde nuestro punto de vista, insoslayable. Si hay crecimiento de la economía y ascenso del nivel de vida de los sectores populares, la inflación llega para quedarse. Es un recurso del bloque de poder económico para resistir la mejoría de los de abajo. Un plan anti-inflacionario implica inevitablemente recortar drásticamente la demanda; lo cual en principio significa castigar a los sectores más vulnerables. Luego, por efecto cascada, afecta a sectores medios ligados al mercado interno que creían estar a salvo y que a menudo son ganados para los planes de ajuste. No hay conciliación ni término medio entre estos dos extremos. Si se busca expandir el nivel de vida del pueblo, habrá inflación. Si en cambio el objetivo es frenar la inflación se deprimirá sin remedio el bienestar popular. Este último objetivo es el central de toda política anti-inflacionaria para el poder económico.
 
Inflación y estabilidad de precios en la Argentina
 
Una mínima mirada comparativa sobre la historia económica argentina muestra que los ciclos de crecimiento económico y ascenso popular (los tres gobiernos del General Juan Perón, los tres de la década ganada) fueron períodos inflacionarios. Un primer recuento de las etapas de estabilidad de precios (década infame, Menemismo) nos permite verificar empíricamente nuestro principio general enunciado líneas arriba. Cuando el poder económico concede la estabilidad de precios lo hace a costa de fuertes retrocesos populares.
 
No recorreremos la historia de la inflación en la Argentina porque si lo hiciéremos este artículo se parecería más a un libro. Partiremos del tercer gobierno peronista, comenzado el 25 de mayo de 1973. En el segundo semestre de tal año hubo crecimiento con estabilidad de precios, lo cual llevo al recordado Ministro de Economía de la época, José Ber Gelbard, a hablar de un “milagro argentino”. Pero en el medio año posterior, último de la vida de Perón, volvió la inflación y su viuda y sucesora, María Estela Martínez, abandonó el proyecto de su esposo. Se desprendió de Gelbard, lo cual era romper con el conjunto de empresarios nacionales que el titular de la C.G.E. representaba. Se alejó del sindicalismo (la otra “pata” social que vertebraba el sustento al gobierno) y se recostó cada vez más en la siniestra figura del Ministro de Bienestar Social, José López Rega. Tras el breve paso por la cartera económica de Alfredo Gómez Morales (quien avisó que era preciso aplicar un plan anti-inflacionario) asumió el inolvidable Celestino Rodrigo, que le puso su nombre a un célebre plan que algunos denominaron tratamiento de shock (diarreico) y que consistía en triplicar todos los precios y variables económicas, congelando los salarios. Fue el primer intento de implantar en la Argentina una política económica neoliberal y no podemos dejar de destacar la nada casual persistencia del poder real en recortar ingresos de los sujetos subalternos para viabilizar las opciones anti-inflacionarias. La resistencia de los trabajadores sacó de escena más rápido que despacio a Rodrigo y a su factótum López Rega. Pero la presidente persistió en su rumbo económico y el aislamiento político y social en que cayó, la inflación galopante, el golpismo empresarial, el desabastecimiento, el contexto de violencia política facilitaron el infausto golpe del 24 marzo de 1976.
 
Durante el gobierno genocida se aplicó el más cruel neoliberalismo: bajó fuertemente el salario real, aumentó el desempleo, el país se desindustrializó, la actividad financiera fue más importante que toda producción, se incrementó sideralmente la deuda externa, entre otras características perjudiciales para la nación y el pueblo. Pese a lo cual persistió la inflación, pero atenuada. Con la llegada al ejecutivo nacional del doctor Raúl Alfonsín comenzó una inédita experiencia con el peronismo derrotado en las urnas en elecciones limpias sin proscripciones. Pero la mayoría del pueblo aspiraba a revertir el deterioro del salario real y la participación de los trabajadores en el ingreso. Y la respuesta del poder económico fue acelerar la inflación mes a mes. El presidente se desprendió de su primer ministro de economía, Bernardo Grinspun (un hombre de su total confianza y absolutamente leal al titular del ejecutivo), y con el plan Austral comenzó su largo declinar; aunque le permitió ganar las elecciones de 1985. Es preciso recordar los discursos del presidente y sus espadas legislativas de aquellos tiempos: “primero hay que dominar la inflación, luego crecer y recién entonces podemos distribuir el ingreso”. Cuando llegase ese último tiempo el poder económico retomaría la herramienta inflacionaria, cosa que hizo de modo sumamente rudo y brusco para liquidar a Alfonsín y señalarle a su sucesor del P.J., Carlos Saul Menem, el rumbo que debía seguir. Con diversos ministros el neoliberalismo reformateó la economía, la sociedad y la política argentinas (el radicalismo fue hegemonizado desde entonces por los De la Rua, Sanz, Aguad, Gerardo Morales y el peronismo quedó “bandeado” por derecha durante más una década).
 
El Kirchnerismo y la inflación
 
En el 2003 llegó de modo casi casual a la presidencia Néstor Carlos Kirchner. Con su compañera de militancia y de vida durante cuatro décadas se convirtieron en el único elenco de gobernantes del actual ciclo de democracia. En efecto, gobiernan, no son gobernados por el poder económico, como La U.C.R., el Partido “Socialista”, La Coalición Cívica, el Frente Renovador o el Pro, el ridículo Pinosolanismo o los impresentables Libres del Sur. Durante los dos primeros años de la presidencia de Néstor los inflacionistas dieron algún relativo respiro, habida cuenta del cimbronazo provocado por la salida de la convertibilidad y el arrastre de casi tres décadas de  neoliberalismo y un lustro de recesión que habían provocado un empobrecimiento popular sin precedentes.
 
El presidente desde el día que asumió había transparentado su verdadero proyecto, particularmente en algunas cuestiones que resultaban ofensivas para el poder económico. Entre otras, que sería el verdadero ministro de economía desinflando una de las tantas vacas sagradas de la vúlgata neoliberal, la intangibilidad y total alienación con respecto al poder político del titular de dicha cartera. Pero en el subperíodo 2003-2005, siendo ministro de Economía Roberto Lavagna podemos verificar uno de los tantos dogmas alejados de la realidad proferidos por el conjunto de bestias sedientas de sangre (popular), plantas carnívoras, derviches, hechiceros posmodernos que realizan cotidianamente el coro trágico en los medios a favor del neoliberalismo: El gran problema de la economía argentina es la inflación y su causa el elevado gasto público y la emisión monetaria. Pues bien, durante todo el período presidencial de Néstor Kirchner el superávit fiscal orilló entre el 3 y el 4% del P.B.I. y había inflación, con lo cual queda al desnudo la falacia recién enunciada. El objetivo de la jauría mediatica es despersonalizar a los verdaderos causantes de la inflación (empresarios en general) y presentar su génesis en una tormenta natural económica: la emisión para financiar al “malvado” gasto público). Pero hay más evidencia empírica: el país que más moneda emite sin respaldo es E.E.U.U., convertido en una inmensa fábrica de empapelar el planeta tierra y galaxias circundantes con sus retratos aureolados en verde. Con regularidad es preciso ampliar el techo (tope máximo) de la deuda pública. Pero habida cuenta que en el país del dólar se recortan casi constantemente los programas sociales. ¿Será que emitir para mantener casi ocho centenares de bases centenares en todo el orbe y funambulescos raides de drones no asume ribetes inflacionarios? Frente al argumento, los neoliberales replican que el billete verde cuando con una robusta demanda en el mundo entero, lo cual explica que la emisión no cause inflación. Frente al argumento, los neoliberales replican que el billete verde cuenta con una robusta demanda en el mundo entero, lo cual explicaría en su opinión que la emisión no cause inflación. Falso de toda falsedad, muchos estados compensan su comercio bilateral con sus propias monedas, el yuan chino crece lentamente en el mercado petrolífero y si el dólar no cae más en su solicitud se debe a que China y Brasil cuentan con muchos papeles de la deuda estadounidense entre sus reservas y no desean destinarlos a prender asados.
 
Un error mayúsculo en el gobierno 2003-2007 fue intervenir el I.N.D.E.C. con el objetivo de dibujar hacia la baja los índices de precios. Medida en principio necesaria; ya que se pagaban bonos atados al costo de vida, su prolongación en el tiempo resultó en todo funcional a la estrategia de la oposición. Le restó verosimilitud a la palabra oficial en todos los órdenes y permitió dirimir el debate omitiendo las cuestiones centrales. En efecto, se discutía si la inflación existía o no y si el índice real era el del I.N.D.E.C. o el del Congreso, tan cargado hacia el alza como el oficial hacia la baja. Así se omitía lo central: quien era el causante real de los incrementos (el mundo empresarial) no dando por nuestra parte el combate cultural crucial y central para todo proceso de transformaciones.
 
Durante el segundo gobierno de Cristina Fernández aparecieron algunas luces rojas o amarillas que no fueron adecuadamente ponderadas dentro del proyecto nacional. Las restricciones en el ingreso de dólares llevaron a restricciones cambiarias, que fueron groseramente denominadas “cepo cambiario” por los medios al servicio del gran capital globalizado. Un cepo es un instrumento de tortura. ¿Alguien vio alguna vez gritar y gemir de dolor a un dólar? Es curioso que medios y periodistas que fueran militantes entusiastas del terrorismo de estado se solidarizaran con la moneda de U.S.A. encepada (a que poca cosa se reducen los derechos humanos). La causa de fondo era una relativa apreciación del peso y es una de las razones de la declinación electoral, con relación a las elecciones del 2011. Las clases medias encrespadas por la inaccesibilidad de dólares y su consiguiente incremento y dificultades para continuar exportando en las economías regionales son parte de la explicación del extraño resultado. El retroceso electoral sumado a la derrota nada menos que en la provincia de Buenos Aires, una de las áreas territoriales más beneficiadas por el proyecto nacional, no hicieron que el kirchnerismo perdiese las mayorías parlamentarias. Pero marcó una debilidad gubernamental de la cual el poder real- desde entonces llamado círculo rojo por Mauricio Macri- tomó nota y puso primera para deponer a Cristina Fernández y así domesticar por completo al resto de los partidos políticos. Diciembre de saqueos y rebeliones policiales más aceleración habitual de la suba de precios, so pretexto de las fiestas fue preparando el escenario que transitamos.  Mientras tanto el coro masmediático neoliberal advertía que si las paritarias pretendían compensar el desborde de precios acelerarían la inflación. Cuando esta se aceleró el último mes del 2013 el ingreso de los trabajadores nada tuvo que ver. Según estimaciones serias la incidencia de la fuerza de trabajo orilla un promedio del 3% en toda actividad productiva. Todo lo recién relatado confirma que la inflación es una herramienta empresarial para sostener su preponderancia en la puja distributiva. El ex secretario de comercio, Guillermo Moreno, fue un funcionario, denostado, vilipendiado y calumniado por los massmedia globalizados y los políticos que les son serviles. Pero participaba de un error que no ha sido del todo dejado atrás. Pretender controlar las subas de precios mediante acuerdos con los empresarios. O sea dejar al gallinero en custodia del zorro o poner un jardín de infantes al cuidado del Padre Grassi. No obstante parece responder acertadamente con el nombramiento en el mercado central del pintoresco empresario de la carne Alberto Samid, un rara avis en su clase que privilegia el cuidado del mercado interno antes que la ganancia fácil aumentando precios y no se cansa de denunciar la complicidad de los grandes supermercados en la carestía de la vida. No hay dudas que el planteo de Samid de crear muchos mercados centrales (o populares) es una iniciativa que debió tomarse hace más de un lustro. Ahora la cuestión es si hay tiempo y fortaleza política para implementarla.
 
En el mes de enero la cuestión se agravó. Un ejecutivo de petrolera extranjera operó para forzar una devaluación al tiempo que la oligarquía terrateniente y los exportadores agrarios esconden cosechas, envíos al exterior y los consiguientes dólares. La situación se halla enormemente crispada. Se enfrentan dos modelos: el crecimiento con inclusión social contra el cruel ajuste neoliberal anti-inflacionario. De imponerse este último bloque los recortes se aplicarán, ¿Qué duda cabe? sobre salud, educación y demás beneficios sociales. O el gobierno convoca al pueblo para movilizarse en apoyo para medidas urgentes necesarias y radicales, como la nacionalización del comercio exterior, o sucumbe frente a la ofensiva del poder real. Si esto acontece es factible que la inflación se aplaque, pero al precio de un retroceso económico, social y político al 2001. De ocurrir esta desgraciada perspectiva se habrá impuesto una minoría poderosa contra la mayor parte de la sociedad y la Argentina de democracia involucionará a la condición de república bancario-bananero- sojera. ¿Los sindicatos tolerarán un nuevo ciclo económico-social enflaquecidos en afiliados? ¿El pequeño comercio volverá a la condición de moribundo? ¿Volveremos a velar y sepultar al mercado interno, a la industria nacional y despediremos por Ezeiza a los científicos? ¿Los jubilados deberán retornar a Plaza Lavalle con la vaca aguinaldo? ¿Los arquitectos volverán a ocuparse como taxistas? Es sólo un somero listado de la tragedia que el modelo neoliberal (con sus voceros políticos Pro, radicales, renovadores, socialistas, libres del sur o esclavos del norte o el nombre que se adjudican) prepara sobre el pueblo argentino. En tales desgraciadas circunstancias el título de estas líneas se hará por completo inteligible.
 
Raúl Isman
Docente. Escritor. Colaborador habitual del periódico socialista El Ideal.
Director de la revista Electrónica Redacción popular. Columnista en política internacional del Canal Señal Oeste (Moreno) y del Programa radial Periodismo consentido
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