Haití, ¿a la tercera va la vencida?

15/09/2004
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Haití ha celebrado el bicentenario de su independencia (1804) con el estallido de un breve pero intenso conflicto armado y con el paso de sendos huracanes que han provocado, en momentos distintos del año, miles de víctimas y la devastación de buena parte de su ya maltrecho territorio. Sin embargo, y a pesar de que actualmente el país se halla sumido en el caos, la anarquía, una enorme polarización social, un subdesarrollo crónico, un gran cansancio de sus gentes y, en definitiva, una violencia estructural sin fin, existen algunos síntomas y muchas esperanzas para pensar que Haití, tras tocar fondo de nuevo, pueda iniciar el camino de una tercera y triple transición a la paz y a la democracia que permita superar, paralelamente, la herencia de la dictadura de los Duvalier, la progresivamente desgraciada década de Aristide, y la fatalidad histórica que ha parecido acompañar siempre a la otrora Perla de las Antillas. Hoy En febrero de 2004, el ex Presidente Jean-Bertrand Aristide era repudiado y condenado por los mismos líderes de la comunidad internacional que días antes le habían felicitado y agasajado con motivo de los festejos de la independencia de la primera república de esclavos negros del mundo. Entre medio, una rebelión protagonizada por una coalición de conveniencia entre bandas criminales armadas, paramilitares convictos y ex militares venidos con su fusil desde la vecina República Dominicana para derrocar al "demonio" Aristide. Esta rebelión, permitida por EEUU y Francia y bendecida por numerosos sectores políticos y sociales de Haití, finalizó con la controvertida salida del país de Aristide, que sigue acusando a Washington y París de forzarle a abandonar a su gente y a emprender su periplo africano en busca de asilo. Con el ya entonces autodenominado Frente Revolucionario Nacional para la Liberación de Haití (las fuerzas rebeldes) controlando de facto la mayor parte del territorio, Naciones Unidas autorizó el despliegue de una fuerza de pacificación (formada principalmente por contingentes estadounidenses y franceses) y posteriormente de una misión de estabilización (MINUSTAH) para ayudar al recién constituido Gobierno Provisional de Haití a enfrentar los retos de la rehabilitación del país. Sin embargo, la falta de efectivos de la MINUSTAH, la debilidad institucional y la falta de legitimidad del Gobierno interino, y la fortaleza tanto de las llamadas chimères (bandas armadas leales a Aristide) como de las antiguas fuerzas rebeldes están socavando hasta el momento cualquier intento de garantizar la seguridad en todo el territorio y de iniciar cuanto antes la reconstrucción física, la reconciliación nacional y la normalización internacional del país. Ayer Tras la caída de Jean-Claude Duvalier y, por tanto, de una las dictaduras más sangrientas del continente (1957-86), Haití ha emprendido dos tentativas para democratizar el país. Sin embargo, ambas parecen haberse circunscrito en el modelo de "transiciones que no transitan". La primera de ellas, entre 1986 y 1990, estuvo dirigida, a instancias de EEUU, por la elite económica y por la cúpula militar. Sin embargo, la intención de perpetuar el "duvalierismo" sin Duvalier se saldó con un sonoro fracaso, con múltiples intentos de golpes de Estado y con la agudización de todas las debilidades y disfunciones acumuladas en los periodos anteriores. El segundo intento de transición fue protagonizado por el ya mencionado Aristide, "cura de los pobres" y máximo exponente de la teología de la liberación y de la lucha contra los Duvalier, que en las elecciones de diciembre de 1990, y en contra de la voluntad explícita del oficialismo, obtuvo el 67 por ciento de los votos, encabezando una coalición de movimientos sociales y organizaciones de distinto tipo. En esta ocasión, el proceso de democratización fue abortado por dos factores. En primer lugar, la frontal oposición de la elite económica y militar, que atajó con un golpe de Estado (1991) y una sangrienta junta militar de tres años el programa radical de Aristide y su intento de llevar a cabo la reforma agraria, la depuración del Ejército o la extradición del ex dictador Duvalier. En segundo lugar, la deriva autoritaria, represiva y corrupta que experimentó el régimen de Aristide tras ser repuesto en el poder en 1994 por 21.000 marines estadounidenses. Aristide, cada vez más solo, delegó las tareas de seguridad y represión a bandas armadas paradelincuenciales, permitió el auge del narcotráfico y la corrupción mientras se derrumbaba la economía, y agudizó la polarización social con un uso habitual de la violencia política y del fraude electoral. Mañana Actualmente, Haití ensaya su tercer intento de transición a la democracia y es por ello que se encuentra en una encrucijada histórica. Ante las numerosas dificultades que se han descrito sucintamente con anterioridad, se vislumbran algunos elementos esperanzadores y el ejemplo de países que han atravesado con éxito situaciones parecidas. En primer lugar, cabe destacar que Haití jamás había despertado en toda su historia semejante atención y dotación de recursos por parte de la comunidad internacional. Así, en la reciente Conferencia de Donantes celebrada en Washington, los países comprometieron unos fondos superiores al monto solicitado previamente por el Gobierno provisional. En contadas ocasiones países que salen de episodios bélicos consiguen tal apoyo de la comunidad internacional. En el mismo sentido, tanto las organizaciones regionales (OEA y CARICOM), como Naciones Unidas (a través de la MINUSTAH), como las potencias más vinculadas a Haití (EEUU, Francia y algunos países latinoamericanos como Brasil y Chile) han desplegado su presencia en el país y han mostrado públicamente su intención de acompañar a Haití a largo plazo. En segundo lugar, cabe recordar que las dos transiciones fallidas previas se hicieron desde los extremos del espectro ideológico y social de Haití con lo que, de algún modo, han quedado aparentemente deslegitimados los proyectos autoritarios y los populistas. En tercer lugar, ante el fatalismo histórico que muchos achacan al país, y que el ex dictador François Duvalier resumió en la máxima de que los haitianos estaban predestinados a sufrir, cabe mirar hacia otros países que, salvando las lógicas diferencias, han atravesado circunstancias históricas parecidas. En este sentido, tal vez el ejemplo más reciente que tenemos es el de Timor-Este, una isla de pequeñas dimensiones que, como Haití, es la más pobre de su continente, ha sufrido largas etapas de dominación, ha tenido serios problemas con los paramilitares y ha gozado, últimamente, de la atención y el acompañamiento de la comunidad internacional. Timor-Este ha sabido mirar y caminar con optimismo y con no menos dificultades hacia su reconstrucción y reconciliación nacional. Los retos de la tercera transición La tercera y a la vez triple transición que tiene ante sí Haití alberga una serie de retos a corto, medio y largo plazo. Probablemente las tareas más inmediatas sean la asistencia humanitaria a las miles de víctimas de los últimos desastres naturales y a la población que ya padecía la crisis humanitaria anterior; el restablecimiento de la seguridad; la expansión de la presencia y la autoridad del Estado (o cuando, menos, de la MINUSTAH) a todas las partes del territorio; y el diálogo y el inicio de procesos de DDR (Desarme, Desmovilización y Reintegración) con los grupos armados de distinto signo que controlan de facto buena parte del territorio y que siembran el terror entre la población. A medio plazo, dos son los principales retos que tiene el país. En primer lugar, el fortalecimiento de la institucionalidad del Estado y la lucha contra dos de los fenómenos que más erosionan a las instituciones y que más hipotecan la capacidad de desarrollo del país: el narcotráfico (que creció exponencialmente con Aristide en el poder) y la corrupción. En segundo lugar, la reducción de la polarización social para poder alcanzar posteriormente una reconciliación nacional a partir de la verdad y la justicia. Finalmente, en tercer lugar, Haití debe abordar con decisión y de manera impostergable todos los elementos de violencia estructural que, a lo largo de su historia, han desembocado en manifestaciones diversas de violencia directa y de inestabilidad crónica. Entre este maremágnum de elementos destacan la pobreza que afecta al 80 por ciento de la población, la cultura política autoritaria y golpista tan arraigada entre las elites, los procesos de urbanización masiva y desordenada o la enorme deforestación, causada en buena medida por la presión demográfica sobre los recursos naturales, y que convierte automáticamente en catástrofe humanitaria cualquier fenómeno natural cíclico. La simple operación de dividir los años de independencia entre el número de golpes de Estado nos indica que cada seis años se interrumpe el orden constitucional. El principal reto que tiene ante si Haití es, por tanto, no tener que empezar de cero y reinventar su futuro a cada lustro. * Jordi Urgell. Investigador de la Escuela de Cultura de Paz. Agencia de Información Solidaria
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