Razón de más
Cuba-EU, la esperanza de la distensión
05/01/2015
- Opinión
Los hombres no podemos vivir
condenándonos unos a otros sólo
porque unos piensan de una manera y otros
de una forma diferente
Leonardo Padura en Herejes
Cuando, aquel primer día de 1959, los revolucionarios entraron a La Habana, triunfantes sobre la dictadura de Fulgencio Batista, sombras de cambio se proyectaron sobre el mosaico de América Latina y en la relación de esta zona del mundo con estados Unidos, el poderoso polo de la guerra fría.
Después de más de cinco décadas de ese hecho, hoy se avizora la posibilidad de que la coexistencia en América la diversidad política imaginada en ese momento sea una realidad. La distensión entre los gobiernos de Cuba y Washington, que tras el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, económicas y de cooperación deberán completarse con el fin del bloqueo al que la Isla ha sido sometida, repercutirá sin duda en las posturas de otros gobiernos latinoamericanos, y del propio Estados Unidos, a favor de la integración del Continente.
El triunfo de la Revolución Cubana, hace más de medio siglo, provocó el rechazo del gobierno de Washington a la vecindad, a noventa millas de su territorio, de un sistema socialista, que al aproximarse al bloque encabezado por la Unión Soviética era considerado como una amenaza en el enfrentamiento entre los dos bandos que se disputaban la hegemonía mundial.
El poder que el gobierno de los Estados Unidos ejercía sobre el resto del Continente logró la exclusión del gobierno revolucionario de Cuba de la Organización de Estados Americanos, con la sola excepción de México, cuya política exterior de respeto a la soberanía y a la libre determinación resistió la presión y se negó a romper relaciones con el gobierno revolucionario. Desde entonces, aun con episodios de altibajos en esa relación, los sucesivos gobiernos de México han mantenido la misma postura de relación histórica con Cuba que incluye la condena al bloqueo, junto con la mayoría de los países del mundo, al que ese país ha sido sometido.
La política de Estados Unidos en América Latina ha estado marcada, en estos años de ruptura con Cuba, por diversas formas de aislar y desestabilizar a ese país caribeño; inclusive, el gobierno de Washington intentó, a lo largo de estos años el derrocamiento del régimen por la vía de la fuerza armada en golpes finalmente fallidos, y no tuvo empacho en brindar pleno apoyo a los gobiernos dictatoriales que en las décadas de mediados del siglo pasado proliferaron en América Latina, no obstante el discurso por el establecimiento de sistemas democráticos semejantes a la suya.
Desde el arribo del socialismo en Cuba, Estados Unidos se empeñó en la tarea de evitar supuestos intentos por exportar la revolución a otros países del área. Las revoluciones no se exportan, las hacen los pueblos, afirmaría en 1974 el líder de la Revolución cubana, Fidel Castro, ante el presidente de México Luis Echeverría, en una visita oficial a la Isla.
Pero la influencia de la Revolución Cubana ha sido evidente en los años posteriores a la desaparición de las dictaduras latinoamericanas, con el surgimiento de gobiernos elegidos por el voto ciudadano que con diversos matices se inscriben en el nuevo concepto del socialismo democrático característico de la actual izquierda en el mundo; un socialismo que busca caminos y soluciones en las contradicciones y desajustes de la relación en la globalización y el neoliberalismo.
De forma natural, algunas de esas corrientes mantienen una línea de política en la que un elemento importante ha sido la inexistente relación entre la Revolución Cubana y la gran potencia norteamericana, renuente como hasta ahora lo ha estado a aceptar la convivencia con regímenes distintos al suyo o identificados en mayor o menor medida con el régimen cubano.
Pero en la hora que vive el mundo, lejos están las discrepancias entre los bloques opuestos en la guerra fría. Estados Unidos ha aceptado, consciente de la realidad, mantener relaciones con países, como Vietnam y China, cuyos sistemas siguen siendo socialistas aun en la apertura económica que han adoptado en los últimos años.
Para estados Unidos, el sostenimiento de la tensión con esos países ha fracasado en su propósito de hacer de ellos una democracia a su imagen y semejanza. Por el contrario, esa política ha constituido la pérdida de mercados y de posibilidades de negocios en una relación económica que la propia unión Americana propone como global.
La distensión entre Washington y La Habana representa, así, uno de los últimos capítulos de los vestigios que quedaban de la guerra fría, término favorecido por los cambios que esos países, aun persistiendo en las fórmulas del socialismo que da al Estado el control de la economía, están llevando a cabo transformaciones que facilitan la apertura en el contexto internacional.
El restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba traerá como consecuencia otros cambios en el escenario latinoamericano, al desvanecerse uno de los factores importantes de esa tensión. Junto con Cuba, será posible un acercamiento de Estados Unidos, e incluso de otras potencias de Europa, con los países que han tenido como elemento de su política exterior esa constante de enemistad que ahora se encamina a un entendimiento entre Washington y La Habana.
El camino para la supresión del bloqueo económico –piedra angular para la relación entre Estados Unidos y Cuba—será arduo. El presidente Barak Obama se enfrenta desde ahora a la oposición de los sectores más conservadores para lograrlo. Si esa nueva relación alcanza sus metas, se habrá dado un paso trascendental en la integración del continente americano y en la aceptación, ejemplo para el mundo entero, de que es posible convivir en la diversidad, por grandes que sean las diferencias.
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