Clases medias y altas en Bolivia
09/02/2015
- Opinión
Intentaré recuperar reflexiones de varios años, desde hace casi 20 en que reflejo de manera sistemática las distintas facetas y realidades de nuestras complejas caras y rostros variopintos bolivianos. En este caso quisiera repasar algunas características de lo que son las clases medias y altas del país. Básicamente son clases sin identidad con nuestras naciones. Racistas y pigmentocráticas que a lo sumo se consideran “mestizas” por no insinuarse indígenas o campesinas. Algunas clases medias tienen orígenes rurales, de pueblos y provincias que jugaron en su momento épocas doradas económicamente; pero que tuvieron que migrar a las ciudades por sus propias exigencias y características. Esos grupitos que hacían de oligarcas pueblerinos engrosaron con los años las urbes citadinas. Su tarea social y costumbrista consiste desde siempre en ocultar su origen provinciano, ocultar la pollera y las ojotas que tienen en sus venas, para disfrazarse de descendientes de españoles, italianos, etc. Ese racismo congénito y secante como costumbre, es la marca más sobresaliente frente a las distintas naciones y nacionalidades de nuestros territorios. Los compromisos de izquierda, en las clases medias, no les quitaron su racismo y pigmentocracia. Es decir, ser comunistas, troskistas, socialistas, anarquistas o maoístas, no les diferenció sustancialmente de la derecha respecto del racismo y de considerarse superiores o al menos mestizos; pero nunca aymaras, quechuas o guaraníes. Y esa ausencia de identidad con lo nuestro, es decir con nuestros imaginarios de Estado, es la debilidad más grosera y profunda de este proceso de cambio.
Los mitos, los imaginarios, la memoria larga, los sueños, las leyendas nos conducen desde siempre a recuperar, reconstruir y construir aquellos Estados milenarios que fueron destruidos por la conquista, por occidente, por la invasión europea española. Que pensaron en sus ignorancias y desconocimientos, que todo lo nuestro era salvaje, bárbaro, atrasado. No civilizado. Aquellos Estados que sí funcionaron y eran respuestas a nuestras realidades, construidas en procesos largos y costosos para responder a las demandas y exigencias de nuestras complejas realidades. Pero fueron destruidos, saqueados y enajenados. Lo que quedó de eso, a pesar del odio y la destrucción, fueron nuestras comunidades rurales con sus sueños, con sus organizaciones y mentalidades, que a lo largo de los siglos sirvió para resistir y sobrevivir a la destrucción. Parte de esas pulsaciones sociales y organizativas se reflejan en nuestras organizaciones sociales. Y sirvió para recuperar la democracia, y darle el giro hacia el Proceso de Cambio. No fue fácil. Nada fácil porque las cargas racistas y costumbristas políticos y mentales son enormes piedras en nuestros caminos. Más que los ejércitos o la fuerza bruta. Esas fuerzas costumbristas cotidianas, burocráticas, pigmentocráticas, que no tienen ningún apego a lo nuestro, que tienen vergüenza de lo nuestro, que solo manguean lo folklórico (arte, música y vestimentas) como burda manera de desahogo existencial. Pero que ni tienen en esencia ninguna identidad hacia nuestras nacionalidades. Ciertamente las mentalidades son lo más difícil de cambiar. Los discursos son manejables y cambiantes; no las costumbres y las mentalidades.
Nuestros Mitos nos dicen y nos conducen a la reconstrucción de nuestros imaginarios de Estado: Nacionalismos étnicos. Nunca hubo nacionalismo en Bolivia, sino caricatura mestiza y de moda política en los años 50 del anterior siglo. Porque nacionalismo es etnia, raza, idioma, costumbres, leyendas, mitos e imaginarios de Estado. Los alemanes tienen nacionalismo. Los judíos tienen nacionalismo, es decir mitos, raza, idioma, leyendas y organización: Estado. Nosotros no. Porque nuestras clases medias y altas son artificiales, copias y remedos de occidente. Pésimas copias y remedos, sin fondo ni autoestima. Y eso nos impide profundizar lo nuestro, lo que tenemos desde hace siglos o milenios. Y es lo único puro y nuestro que tenemos. Nuestros Mitos tienen el obstáculo cotidiano de no contar con las mentalidades de las clases medias ni altas. Mediatizadas por los imaginarios externos, extranjeros y ajenos a nuestras realidades. Que intentan acercarse institucionalmente pero su desconocimiento e ignorancia de nuestras realidades, les impide tomar consciencia de lo que realmente queremos. Sin embargo, la fuerza y la contundencia de nuestros mitos y costumbres empujan el carro de la historia definitivamente a la consolidación del Estado en construcción, que no es más que el reflejo de nuestras organizaciones sociales, como pulsaciones milenarias de lo que fue hace siglos, antes de su destrucción por la ignorancia occidental.
Nos queda educar, enseñar, compartir y soñar con las clases medias y altas, que son por supuesto portadoras de los instrumentos occidentales: modernidad, ciencia, tecnología, mentalidad modernista. Porque no podemos cerrar los ojos a los acontecimientos mundiales, a los desafíos que impone el mundo cada vez más exigente y colosal. Los chinos, los iraníes y árabes lo hacen. Nosotros tenemos que hacerlo. Pero sin Estado, sin identidad, sin Autoestima, sin Cultura, no podremos hacerlo. Sin identidad, sin Estado ni Cultura somos demasiado débiles, como hemos sido con el Estado colonial y republicano. Otros pueblos del mundo como los alemanes o iraníes, han demostrado que sólo con Estados fuertes y nacionalistas pueden enfrentar al mundo con ventajas comparativas enormes, sin arrodillarse ni humillarse ante nadie. Y negociando las ventajas necesarias para nuestros pueblos. Pues tenemos que enseñar en casa a las clases medias y altas, a mirar lo nuestro desde las perspectivas de Estado e imaginarios de Estado. Sin cerrar los ojos al mundo occidental, desafiante y exigente. Sólo así podremos avanzar con certezas profundas, mejorando nuestras ciencias, nuestros sistemas educativos hoy sin autoestima ni rumbo: sin ciencias de punta ni intelectualidad de exportación. Mejorando nuestras instituciones hacia el servicio real a nuestras poblaciones y naciones, que siguen esperando cambios en lo cotidiano, en lo real, en la sobrevivencia y las necesidades del día a día. Eso es reconstruir nuestros tejidos sociales, culturales, costumbristas.
Nosotros, quechuas, aymaras y guaraníes no nos rendiremos. Hemos recorrido siglos y siglos en contra, con todo en contra. Y hemos avanzado. Ahora sabemos que es inevitable; pero sería más interesante y estratégico, por razones de Estado, avanzar junto a las clases medias y altas. Hace falta demasiado diálogo, escucharnos y ojalá por fin entendernos. En todo caso nuestras nacionalidades seguirán avanzando. No podemos detenernos: Pacha. Cambio. Identidad y el regreso de nuestros Dioses y nuestros Mitos.
La Paz, 8 de febrero de 2015.
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