Reflexiones sobre el 18F

Continuidades en la Plaza

22/02/2015
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La marcha y el silencio
 
La marcha del 18 de febrero, denominada 18F o “Marcha del silencio” (ya casi como apelación reiterativa a la sigla o el slogan nominativo luego del 11S) fue multitudinaria y su composición barruntó una mayoritaria presencia de clase media con escasa presencia de jóvenes. Un dato para el análisis sociológico: Esos jóvenes no orgánicos ¿desde qué estructura partidaria pueden ser convocados? ¿A través de qué organización política pueden canalizar sus expectativas de cambio? Sabemos que ni el trotskismo ni el kirchnerismo convocaron o adhirieron a la marcha, y la mención nos es caprichosa sino que allí puede hallarse una explicación ya que estas plataformas políticas están conformadas por un fuerte componente juvenil.
 
La marcha, se ha dicho, al ser anunciada bajo el lema “del silencio” rompe con la tradición de la manifestaciones públicas en donde la palabra tiene un rol central a través de los oradores, que vuelve racional una emoción mediante la argumentación y las ideas. En la marcha del 18, el silencio, que mutó a murmullo de palmas, intentó negar lo político. Pero, ¿puede decirse que esta manifestación no fue política? No, y no por el carácter político del hombre en comunidad. Fue claramente política porque en su organización se evidenció una fuerte operación comunicacional e institucional: Medios opositores al gobierno y fiscales enemistados con el poder gobernante, aunaron fuerzas en reciprocidades que comprometen la supuesta independencia de estos miembros del Ministerio Público. Se sabe, estas reciprocidades pagan. El set televisivo extiende sus brazos como una Medea que hábilmente puede ordenar el destierro de inmediato. Allí la trampa o el grillete. Pero también los silencios hablan al ocultar lo que subyace como verdadero fondo. Los silencios, en determinadas ocasiones, clasifican, ordenan y exponen aquellas ideas que en apariencia no son expresadas. Podríamos decir que el silencio, en este marco, oficia de resaltador.
 
La expresión "la marcha a la que convocamos no es una marcha política, es una marcha sin banderías políticas y por justicia", contiene en sí un carácter performativo paradojal ya que plantea una acción que tiende a transformar un "estado de situación", es decir, una República asediada por la falta de justicia. Pero quienes deben ejercer su labor de bregar por la justicia son quienes convocaron a la marcha bajo el slogan del silencio; un silencio que durante las semanas que precedieron al día de la marcha se colmó de palabras inflamadas de sentido y direccionadas a la instalación en el imaginario colectivo de una idea monolítica: Asesinato, suicidio inducido, "magnicidio", crimen político. Este es el verdadero carácter performativo de la marcha del silencio: la República, la justicia y el pueblo corren peligro de muerte, y esa muerte tiene carnadura: Es el Gobierno Nacional.
 
Lecturas al cerrar los paraguas
 
Al promediar la marcha se escucharon palabras -ideolemas - lanzados en abstracto, desprovistos de una reflexión racional, casi como un impulso visceral. Esas palabras así pronunciadas se asimilan a un desesperado grito de representación política que aquellos que de buena fe concurrieron no logran encontrar porque los partidos políticos de la oposición no están interesados en hallar ni proponer. Para ello se debate en todos los escenarios posibles pero centralmente en los recintos del Congreso. Esto no ocurre ya hace rato, digamos desde que la videopolítica se instaló como modelo espectacular para llegar al poder. Ese entramado de espectáculo y tecnologías del yo, es el que el kirchnerismo puso en discusión al volver a las calles y al debate parlamentario. Es decir, a la política. En ese sentido, la marcha expresó también, la conformación de una derecha política que intenta encabezar esa representación que registra una constante en su composición política como quedó evidenciado en las marchas del denominado campo en 2008 y en los "cacerolazos" del 2012 y 2013.
 
Pero también esos silencios conforman la reactualización del espinel histórico desde el cual el poder real condiciona al gobierno actual y al que vendrá. Ese mensaje encriptado, que debemos leer, es el de la restauración del miedo que, como dramática secuela, la dictadura cívico-militar inscribió en el cuerpo social de la Patria. Ese miedo repone la posibilidad de que las libertades y sus manifestaciones puedan ser investigadas y espiadas, y que en medio de ellas, quizá, podamos encontrar la muerte. Allí el miedo con el que el poder alecciona y da aviso. Y ese miedo sostiene otra reposición brutal en su eficacia: La impunidad. Es decir, una idea que puede ser colectiva, que puede ser compartida por muchos, pero que encuadrada en la noción ya instalada para siempre del crimen político, de la construcción de una idea de totalitarismo Estatal, torna en ideolema que manifiesta una clara ruptura con la lucha contra la impunidad criminal que durante estos once años hemos venido realizando junto a actos simbólicos fundamentales como el de aquel 24 de Marzo de 2004, día en que el ex presidente Néstor Kirchner se hizo presente en el Colegio Militar y ordenó bajar los cuadros de los genocidas Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone. Esto es lo que deberíamos leer luego del 18F.
 
Hechos e interpretaciones
 
En la marcha los hechos no tuvieron peso ni valor, sino las interpretaciones y las palabras enunciadas en abstracto, lanzadas a la ausencia de reflexión: Injusticia, corrupción, inseguridad, impunidad, democracia, y un “viva la patria” alegórico cuyo vacío más notable es la falta de carácter colectivo de esa imagen. La muerte no siempre iguala, como tampoco la vida. Cientos de muertes invisibilizadas, muertes de los "sin prensa", o de los "triturados por la prensa", de esos otros que simbolizan los temores reales que sostienen las abstracciones enunciadas por el variopinto conjunto de ciudadanos asistentes a la marcha. La suma de todos sus miedos. Para todos ellos ni marcha ni justicia, y en esto tienen que ver principalmente los fiscales, la justicia, pero también la sociedad en la que habitamos. Marchas de silencio para muertes de primera clase. Silencio de tumbas - en muchos casos NN - para muertos de segunda y muertos que sectores de la sociedad mata una y otra vez.
 
El lado claro de la marcha
 
Quizás el lado positivo de la estratégicamente anunciada marcha del silencio sea que aquello que se denomina “familia judicial” y quiénes se sumaron al grupo de fiscales que la convocaron, tienen un rostro que conocimos en su dimensión política, condición que no denigra, sino que revela la extensión y cualidad opositora al gobierno nacional. No es una mala noticia para el campo popular. Los que acompañaron deben saber ya que después del 18F no habrá manta invisibilizadora que los proteja de sus apetencias políticas, y me refiero a esa fracción de la oposición que no logra el poder mediante las reglas de la democracia y la disputa electoral. Deben saber también que éste es un mensaje del poder hacia el futuro: El paso del silencio sellará los compromisos pactados a hurtadillas. Y no será malo para el campo popular porque ya es vox populi el modo en que sectores de esa “familia”, en el sentido de pertenencia a un poder de corte monárquico, opera desde las oscuras catacumbas de Comodoro Py: Salieron a la luz y por efecto paradojal, reflejaron a los más de cien fiscales que se opusieron a esta encubierta marcha opositora que realizó una vil utilización de la muerte del fiscal Nisman.
 
Suicidio, muerte dudosa y la construcción de un “héroe”
 
El fiscal Alberto Nisman no es un héroe social ni colectivo como se pretende desde los discursos de los grandes medios sino un fiscal que coqueteó con el poder de los espías locales e internacionales (CIA y MOSSAD) y que presentó una denuncia insostenible de la cual ya casi ningún sector de la oposición política habla, y menos defiende o levanta como estandarte. Aún menos, luego de las deconstrucciones jurídicas que amplios sectores del campo judicial realizaron, entre ellos, el ex fiscal Luis Moreno Ocampo. En ese sentido es que las declaraciones realizadas por el presidente de la Auditoría General de la Nación, Leandro Despouy, constituyen un grave hecho institucional. Despouy comparó la realidad política de la Argentina del 73, sociedad convulsionada por el dramático clima de violencia política producto de la irrupción de la "Revolución Libertadora" en 1955, que durante dieciocho años  proscribió al peronismo, generando esta proscripción tensiones que se evidenciaron hacia el interior del movimiento. Despouy provoca desde el embuste. Se utiliza así la muerte de un fiscal en la elaboración de un capítulo más del proceso que intenta desestabilizar a un espacio político que lleva tres gobiernos ejercidos por mandato popular. Las declaraciones de Despouy coronaron ese ciclo de aprovechamiento político irresponsable que es atendible considerar como deseo desesperado de hacer real el fin de ciclo. Nisman no es un héroe social, menos político en el sentido de una vasta trayectoria militante; tampoco es comparable con Rodolfo Ortega Peña: Su muerte sí fue la de un militante y sí fue un asesinato político que se produjo en otro tiempo histórico para nada equiparable al actual. Las falacias de Despouy  emanan un ¿aroma? ¿hedor? que sí es comparable con la perpetración de un estado de conspiraciones, con clara participación de los EE.UU, direccionado a alterar el ciclo natural del proceso democrático a ocho meses de las elecciones presidenciales.
 
Nunca será suicidio
 
Los últimos datos de la investigación judicial van arrojando pruebas que orientan la pesquisa hacia la carátula de suicidio. El peritaje balístico y el peritaje toxicológico van en ese camino. La interpretación en clave de asesinato o crimen ya manifiesta una voluntad política.
 
El ex ministro de Justicia, León Arslanian, cuestionó la difusión de la hipótesis del homicidio alrededor de la muerte del fiscal Nisman. El ex juez del Juicio a las Juntas Militares, lee la construcción de un escenario en el que si se esclarece el deceso del fiscal como suicidio, en el inconsciente colectivo quedará cristalizada la idea del asesinato. Y esto es producto de la filtración cotidiana de falsas informaciones cuyo objetivo es profundizar ese estado del inconsciente social.
 
Una presunción para finalizar: La vanidad, “ese terrible accidente del alma”, la vergüenza y la desesperación ante ella, han arrojado en estos días a una porción de la sociedad hacia el abismo  del elogio del suicidio. Puedo, pero no creo equivocarme, más allá de la idea ya instalada del crimen político.
 
 Conrado Yasenza
Periodista. Director de la Revista de Cultura y Política, La Tecl@ Eñe http://lateclaene6.wix.com/revistalateclaene
 
 
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