Katrina no cree en Friedman

07/09/2005
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Es verdad que Katrina no es un huracán con convicciones ideológicas neoliberales. Y, desde ese punto de vista, es un exceso culpar al sistema de libre mercado de la destrucción que dejó a su paso. También es cierto que la incompetencia, rayando en estupidez, de George W. Bush (expresó su solidaridad “con las víctimas de ese lado del mundo…”), no la adquirió en los manuales de Milton Friedman. O sea fenómeno natural y lesera personal, son inimputables. Pero no el hecho que el Estado más poderoso de la Tierra no invierta en seguridad para la reducción de riesgos y prevención de desastres, en áreas tipificadas desde hacía muchísimo tiempo, por encontrarse bajo amenaza de sufrir el embate de grandes fenómenos naturales. Basta comparar los presupuestos para la “defensa” del Estado, que incluye por supuesto los colosales gastos para sostener la ocupación de Irak y Afganistán, y las bases estadounidenses en diversas partes del mundo. Ahí hay una opción, que responde a una concepción política y filosófica. A Estados Unidos no lo amenaza la naturaleza. Por eso no suscribe el protocolo de Kioto. Pero si lo persiguen fantasmales redes de asesinos que pueden estar en cualquier sitio, dispuestos a volar junto a todo lo que los rodea, pero que siempre tienen sus nidos en las zonas donde el imperio necesita emplazarse para dominar el intercambio del crudo y otras sustancias estratégicas, incluida la heroína que sale Afganistán. Estados Unidos necesita perseguir terroristas por todo el planeta, pero no mejorar sus mecanismos contra huracanes, inundaciones, lluvias, sequías, terremotos, que están ocurriendo cada vez con más frecuencia. Quienes han decidido cuáles son las prioridades para invertir y los rubros para reducir no son todos tan fronterizos como el presidente y responden a cálculos muy precisos. O es que cuando vemos los precios del petróleo volando, debemos creer que no estaba previsto antes de que las primeras bombas cayeran en Bagdad y que estos superprecios no tienen ganadores con nombre propio que están dentro del gobierno de Estados Unidos. Y lo mismo con las empresas reconstructoras que hacen dinero en Irak. Alguien mucho más inteligente que Bush, trabajó para ellas. Y al descuidar New Orleáns, y dejar esta zona a su suerte, ha apuntado a los mismos negocios: petróleo aún más caro y reconstructoras con mega-contratos. Y vamos a creer que aquí nadie sabe nada de libre mercado. Cuando se elige reducir la tasa de tributación de los grandes negocios de Estados Unidos (que esos sí son grandes), restringiéndole al Estado su capacidad de inversión (por ejemplo en el fortalecimiento de los diques de New Orleáns), suponiendo que las decisiones privadas van a ser de todas maneras buenas y favorecerán el interés común, no hay como evadir un debate sobre el libre mercado. Y lo mismo sobre ese concepto de que el único personal de auxilio del gobierno federal es la Fuerza Armada (guardia nacional), que parece ser una columna vertebral del sistema yanqui. Al colapsar los servicios propios de Loussiana, sólo quedaban militares que a su vez tenían la limitación de que una gran parte de sus efectivos y medios estaban a muchísimos kilómetros de la tragedia. Esa era también una opción, tomada mucho tiempo antes. Washington tenía las manos cortadas. Si en vez del Katrina, Estados Unidos hubiera sido víctima de un avión estrellándose contra una represa, o de un loco con una bomba atómica manual, como se describe en tantas películas, y está escrito en las hipótesis del FBI, ¿cuál hubiera sido la capacidad de respuesta de la Casa Blanca y sus departamentos de gobierno, volcados casi todo el tiempo a dominar el mundo? Por lo visto, hubieran sido tan inútiles como se ve ahora. En Nueva York, lo que respondió fue el municipio, los bomberos, la propia comunidad. Pero cuando estos desaparecen, como acaba de pasar en el sur, sólo queda encomendarse al cielo y esperar que Dios, en esta ocasión, ya no se encuentre en sociedad con Bush. Incompetencia puede ser el hecho que el huracán anunciado una semana antes, haya terminado encontrando a Bush de vacaciones en su rancho y que el hombre haya salido de ahí con un retraso de tres días. Más o menos como le ocurre a cada rato a Toledo al que las crisis lo agarran de viaje o veraneando en invierno en las playas de Tumbes. Obviamente debe ser casi un récord universal mantenerse con 10% de popularidad con cinco años de boom de precios de materia primas y cifras excepcionales de recaudación. Pero tanto el Toledo de Estados Unidos como el Bush del Perú, escucharon muchas veces en las universidades gringas a las que asistieron, que la economía crece cuando el Estado está de vacaciones, y eso es libre mercado. Todos los días nos dicen aquí que eso es lo bueno que ha estado ocurriendo. Lo malo es cuando uno se despierta y el huracán ya pasó.
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