Torturador en el comando: el Torturador en el comando el "Astiz" uruguayo
Más que impunidad
28/04/1998
- Opinión
Montevideo.- Por si alguna duda quedaba acerca de la nula intención del presidente Sanguinetti de
investigar las violaciones de los derechos humanos durante la dictadura cívico-militar, alguien a
quien podríamos llamar "el Astiz uruguayo", fue designado integrante del Estado Mayor personal
del flamante comandante en jefe del Ejército, teniente general Fernán Amado. Se trata del coronel
Jorge Silveira, quien no solo fuera denunciado como torturador y secuestrador por sus víctimas,
sino que también fue requerido en su oportunidad por la justicia argentina, y lo es actualmente por
el juez español Baltasar Garzón.
"Oscar 7"
Junto con sus colegas de armas José Gavazzo y Manuel Cordero, Silveira fue uno de los
"jerarcas" del OCOA (Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas), institución
militar creada en 1972, durante el gobierno del Partido Colorado, encabezado por (el al año
siguiente ya dictador), Juan María Bordaberry, y que era el encargado de "coordinar" las torturas
y las desapariciones.
En tal carácter, Silveira tuvo una importantísima participación en las operaciones realizadas contra
uruguayos exilados en Argentina, siendo reconocido en el centro de torturas de Automotores
Orletti. En julio de 1986, uno de los detenidos en dicho centro denunció ante la justicia argentina,
que "algunos militares uruguayos pertenecían a un grupo llamado OCOA, integrado por
militares y policías uruguayos, que se distinguían en el trato entre ellos con el nombre de
"Oscar" seguido de un número ordinal". El (entonces) Capitán Jorge Silveira era "Oscar 7".
Fue así que el juez argentino Nestor Blondi atendiendo la solicitud del abogado Jorge Baños, pidió
al gobierno uruguayo la extradición de Silveira (junto con la de los coroneles Gavazzo y Cordero y
la del comisario Campos Hermida), acusándolos de privación ilegítima de libertad de 23 personas
en Automotores Orletti. Para evitar tal circunstancia, el parlamento uruguayo votó la llamada Ley
de Impunidad, a la que prontamente se amparan los requeridos. Mientras tanto, en Argentina se
votaba la ley de Punto Final, con los mismos efectos suspensorios de este tipo de investigaciones.
Sin embargo, hay al menos un delito cometido por Silveira que no está amparado por ninguna de
estas leyes: el secuestro extorsivo de los militantes de la anarquista Resistencia Obrero Estudiantil,
León Duarte y Gerardo Gatti. Ambos dirigentes sindicales fueron secuestrados en el ciudad de
Buenos Aires para ser posteriormente "ofrecidos" a su organización política tras el pago de dos
millones de dólares. Como la transacción nunca se efectuó, Duarte y Gatti fueron asesinados. La
Ley de Impunidad no ampara a los militares que cometieron delitos comunes, por lo que Silveira y
sus cómplices pueden perfectamente ser juzgados por este delito. En lugar de ello, el presidente
Sanguinetti lo ascendió a coronel y ahora lo admite como mano de derecha del comandante en jefe
de su ejército.
"soy torturador"
Pero además, el coronel Silveira estuvo también implicado en las desapariciones del niño Simón
Riquelo y la maestra Elena Quinteros. Esta última fue secuestrada en los jardines de la Embajada
de Venezuela en Uruguay, lo que provocó la ruptura de relaciones entre ambos países hasta el
retorno de la democracia a Uruguay. Prisioneros de Silveira supervivientes, afirman que éste fue
uno de los responsables de los interrogatorios a los que posteriormente fue sometida la maestra
desaparecida, y que le propinó brutales torturas.
El hoy integrante del Estado Mayor personal del comandante en jefe del ejército uruguayo, se
desempeñó también como capitán de inteligencia en la cárcel para presas políticas de Punta Rieles.
Merced a la "experiencia" adquirida allí, se jacta hasta el día de hoy de que durante la dictadura su
"especialización" era toturar mujeres. En tal sentido, la ex-presa política Paula Laborde declaró al
diario La República de Montevideo que en 1977 fue torturada por el coronel Silveira, "el mismo
que ahora dicen que no tiene nada que ver. Se juntaban con otros y me torturaban e
interrogaban mientras tomaban whisky".
El alcohol también aparece en el testimonio de la también ex-presa política Sonia Mosquera
(semanario Brecha de Montevideo), quien además tuvo el dudoso honor de haber sido compañera
de liceo del torturador. Tras su llegada a la cárcel de Punta Rieles, un día fue llevada a las oficinas,
donde se encontró con Jirge Silveira "sentado con los pies subidos a una mesa y con un vaso de
whisky en la mano". Con su cinismo habitual le invitó con un whisky o un refresco y le dijo
"tenía ganas de verte". Acto seguido su ex-compañero de bachillerato le preguntó: "?qué
opinas de la tortura? Porqué a esta altura -agregó- sabrás que soy un torturador".
"la sangre salpicaba las paredes"
Otros testimonios mencionan a Silveira como partícipe en "procedimientos" donde no solo se
secuestró a perseguidos políticos o guerrilleros, sino además se desvalijaron sus casas cual vulgares
rateros. El semanario "Compañero" denunció hace más de diez años como las tropas al mando de
Silveira masacraron a tres perseguidas políticas en abril de 1974. Cuando sus familiares ingresaron
a lo que fuera su vivienda encontraron que "la sangre salpicaba las paredes, formando un gran
charco en el comedor. Se encontraron balas incrustadas en el techo con trozos de cuero
cabelludo. Los cuerpos de las tres muchachas -detalla Compañero- fueron llevados al
Hospital Militar, desde donde sin ningún tipo de explicaciones se avisó a las familias que
pasaran a retirarlos".
Cuando en 1995 se solicitó su ascenso, el dirigente del Partido Comunista Uruguayo Carlos Tutzó
(ex-víctima de Silveira) explicó que éste "se encargaba personalmente de la represión y tortura
de la Unión de Juventudes Comunistas. Era un maestro en buscar la degradación del ser
humano, en tratar de convertirlo en una piltrafa babeante, orinada y sin conciencia. Hizo su
trabajo a fondo..." Muchos de los que pasaron por las manos de Silveira (y sobrevivieron)
conservan aún las huellas de sus "tratamientos" en las forma de lesiones físicas permanentes en
oídos, piernas, hombros, y otras partes del cuerpo.
"el silencio de los inocentes"
Planteadas así las cosas, parece ocioso seguir ocupándose de las distintas propuestas para
esclarecer el destino de nuestros desaparecidos que periódicamente se presentan. El mensaje del
presidente Sanguinetti ha sido claro: aquí no se ha de investigar nada, y para demostrarlo designo a
un torturador asumido (y presunto asesino) como integrante del Estado Mayor del comandante en
jefe del ejército.
Resulta también descorazonador el poco impacto que tal designación tuvo en la sociedad uruguaya.
Por comparación, si en Argentina Alfredo Astiz hubiera sido designado en un puesto similar, el
escándalo habría sido mayúsculo. Aquí en cambio, no solo los grandes medios de prensa han
obviado su designación, sino que ni siquiera la oposición ha tenido una actitud de firme rechazo,
limitándose a burocráticos pedidos de informes al ministro del ramo.
Nadie convocó a las masas, nadie se esforzó por difundir el tenebroso curriculum de Silveira para
que todos sepan bajo el nombre de quién puso la firma el presidente Sanguinetti. Es precisamente
ese silencio el que más asusta, porque es entendible el silencio de los culpables, pero no lo es el de
los inocentes. Con permisividades de este tipo es que han medrado y medran los violadores de los
derechos humanos aquí, allí, y en todas partes.
Seguramente el próximo 20 de mayo se convocará a una nueva y multitudinaria "Marcha del
silencio" para pedir el esclarecimiento de los delitos cometidos por los personeros de la dictadura
cívico-militar de 1973-84. Seguramente la marcha será un éxito, como lo ha venido siendo en los
últimos años. Pero seguramente también, no dejará simiente, como no lo han dejado hasta ahora.
Porque a los desaparecidos no solo se los debe recordar un solo día en el año, sino todos los días, y
más especialmente cuando la coyuntura (y no la cronología) así lo indica.
"el silencio de los culpables"
Poco antes de fallecer, el dirigente del Partido Demócrata Cristiano Juan Pablo Terra develó que en
los prolegómenos de la dictadura, el entonces Ministro de Educación del entonces presidente y
poco después dictador Juan María Bordaberry, le dio a entender que tenía amplio conocimiento
acerca de la situación de los Escuadrones de la Muerte vernáculos. Dicho ministro no era otro que
Julio María Sanguinetti. Los pormenores se los llevó discretamente a la tumba.
Más allá de ello es sí evidente y comprobado que el único partido que no fue perseguido durante la
dictadura uruguaya fue el Colorado. Pero además, muchos de los actuales prohombres fueron
funcionarios y colaboradores dilectos del régimen al que no por capricho se define como proceso
cívico-militar. Varios de ellos son o han sido diputados, senadores, intendentes o ministros. Lo
mismo se puede decir del ala derecha del Partido Blanco.
Esta circunstancia lleva a pensar que la acérrima negativa del gobierno de coalición blanqui-
colorado que preside Julio María Sanguinetti a investigar las violaciones de los derechos humanos
en dicho período tiene también un componente de salvaguardia propia. Alguna cosa
comprometedora deben de tener para decir estos militares que esos políticos los protegen tanto...
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