Pueblo retenido
13/10/1998
- Opinión
Este septiembre se cumplieron 25 años del golpe de Estado que destrozó al Gobierno de Unidad
Popular en Chile (1970-73) y golpeó brutalmente a sus sectores populares para hacerlos retroceder,
en vitalidad, en organización, en capacidad de lucha, hasta la década de los treinta.
Como en cualquier formación social latinoamericana los grupos populares chilenos (trabajadores y
pobres de la ciudad y del campo, mujeres, jóvenes, indígenas, estudiantes, informales, pobladores)
eran mayoritarios, aunque no todos adherían a la Unidad Popular, pero a su número añadían un
grado de organización superior en calidad y cantidad al de otros países del subcontinente. La
mayoría popular chilena no constituía simplemente un desagregado de minorías hostiles o
indiferentes entre sí. Por esto, un gobierno de inspiración socialista fue una posibilidad clara en
Chile desde al menos la segunda parte de la década de los cincuenta.
La posibilidad se materializó en 1970. Una amplia coalición electoral dominada por comunistas y
socialistas, ambos marxista/leninistas, y en la que se integraron socialdemócratas, cristianos e
independientes, configuró la Unidad Popular y postuló a Salvador Allende para la presidencia de la
república. Al mismo tiempo, y más importante, este abanico de fuerzas se comprometió a hacer
avanzar un proyecto antioligárquico, antiimperialista y antimonopólico cuyo despliegue constituía
la "la vía chilena al socialismo", camino institucional que realizaría las transformaciones que
permitieran a un Chile equitativo, nacionalmente vigoroso e internacionalmente solidario. Desde
sus raíces sociales y apoyándose en instituciones estatales que se consideraba maduras y estables,
una parte significativa del pueblo de Chile se propuso realizar una revolución sin lucha armada.
Intentar una radical transferencia de poder, sin lucha armada, constituye un esfuerzo que convoca la
atención, con muy diversos propósitos, de todos. Así, Chile, un país pequeño (nueve millones de
habitantes entonces), atrajo a cientos de simpatizantes que llegaron al lugar a colaborar, aprender o
también a recibir asilo. La experiencia de Unidad Popular contó asimismo con la solidaridad del
gobierno de Cuba, pequeña en lo material pero sin límites en la voluntad compartida de crear
combativamente no sólo un Chile mejor sino una América Latina con dignidad y autoestima.
Los conspiradores
En el otro lado, empresarios, políticos, compañías transnacionales, militares, religiosos, el gobierno
de Estados Unidos (Nixon/Kissinger) complotaron desde 1970 para que el despliegue popular
chileno, primero, no asumiera el gobierno de la República y, segundo, para que su administración
abortara y abriera paso a una más salvaje fase de dominación oligárquico/empresarial.
Dentro de los conspiradores estuvieron algunas de las más altas figuras de los partidos Demócratas
Cristiano y Nacional (el Presidente Frei Montalba y el posteriormente Presidente P. Alwyn, entre
ellos), los Tribunales de Justicia, la prensa oligárquica, las estructuras fundamentales de las Fuerzas
Armadas, y, más pasivamente, por ignorancia y visceralidad, sectores del alto clero católico. Esta
oposición impulsó decisivamente, entre 1970 y 1973, una guerra social en Chile.
Su objetivo era no sólo no perder privilegios acuñados mediante la explotación, el miedo y la
marginación, sino obtener nuevas, más concentradas e inexpugnables regalías vía la liquidación de
las organizaciones populares. Embistiendo solapada o frontalmente (la desestabilización fue
orquestada y escalonada) los conspiradores, exacerbando el clima de la Guerra Fría, lograron
apoyo en capas medias, pequeños productores y comerciantes, jóvenes y mujeres, obreros e
informales enardecidos y movilizados contra la "experiencia comunista" que amenazaba la
educación de sus hijos, la propiedad de los cepillos de dientes, la libertad de escoger el color de las
camisas y, peor todavía, que realizaba transformaciones internas que la proyectaban como una
eventual primera fuerza política en 1976 (fecha en que volvería a decidirse la presidencia del país).
La Unidad Popular se desempeñó mejor como coalición electoral que como dirección política y
gobierno. Electoralmente, superó su 36.3% con que dio el primer lugar a Allende, llevándolo a
más de un 51% en elecciones locales (abril, 1972), y alcanzando un 43.4% en las últimas elecciones
nacionales (marzo, 1973). Como dirección política, en cambio, se mostró muchas veces errática y
dispersa, incapaz para compactarse hacia adentro y, por ello, inhábil para conseguir alianzas o, al
menos, neutralizar a opositores.
Cualesquiera fuesen sus fragilidades y errores, sin embargo, el golpe de Estado de 1973 no se
derivó de ellos sino de la voluntad de una minoría brutal y arrogante que logró sensibilizar a
muchos chilenos para que consistieran o fingieran ignorar el asesinato, la tortura, las desapariciones
y el terror de Estado.
Un período de impunidad
1973 abre un largo período de peculiar salvajismo e impunidad de los poderosos, período que no
termina en 1988. La dictadura empresarial/militar se maquilla de régimen democrático con la
asunción de P. Alwyn en 1990. La transición hacia las instituciones de una democracia restrictiva
se negocia de modo que los golpistas y asesinos, los explotadores y oportunistas, son parte
determinante de la solución mientras los sectores populares que encabezaron la resistencia, que
marcharon, que gritaron, que padecieron, que fueron perseguidos y desaparecidos, degollados y
quemados, a quienes se negó el estudio y el empleo, a quienes se destrozó buscando aniquilar fe y
esperanza, no tienen cabida ni política ni humana en el Chile neoliberal de los patrones, tecnócratas
y militares.
1998 condensa bien la ignominia que satura a Chile. El general Pinochet, retirado, ocupa una
senaturía vitalicia utilizando la Constitución que su aparato criminal impuso. Se apoya en la
derecha y en sectores demócratacristianos. Es como si Mónica Lewinsky fuera designada
catedrática de Virginidad Bucal. Violencia grotesca y obscena.
"Pueblo retenido" alude tanto a lo que se tienen en la memoria y se conmemora como a las
imágenes de la suspensión de lo propio por un poder externo y la de imponer prisión. Los
poderosos y ricos han retenido, es decir han despojado y apresado, al pueblo de Chile durante toda
su historia. Actualmente confirman y celebran esa expropiación con escandalosos gestos de
impunidad y cinismo. La memoria trae hoy no su agresiva cobardía, sino la perseguida dignidad de
los chilenos humildes. Ellos la materializaron en poesía y sindicato, en huelga y combate, en dolor
y celebración, y, también, en las ansiedades y convicciones con que procuraron sostener su camino
hacia el socialismo entre 1970 y 1973. La presencia de este pueblo chileno que desea producir su
vida es lo que retiene y convoca cada septiembre desde entonces.
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