Deuda externa y deuda ecológica
12/11/1997
- Opinión
Los planes de desestabilización en sí mismos son causa de degradación ambiental porque la
necesidad de producir un excedente para equilibrar la balanza exterior de pagos, incluyendo pago
de deuda e intereses, frecuentemente se consigue mediante la explotación más intensa del medio
ambiente.
El tema de la deuda externa tiene dos aspectos principales. El primero, se relaciona con la
obligación de pagar la deuda externa y sus intereses, lo cual lleva a una depredación de la
naturaleza. En efecto, para pagar la deuda externa y sus intereses hay que producir un excedente,
que sale del empobrecimiento de los habitantes del país deudor y del abuso de la naturaleza. La
naturaleza no puede crecer a un tipo de interés del cuatro o cinco por ciento anual: los recursos
agotables, como el petróleo, no se producen sino que se extraen y se destruyen; los recursos
renovables tienen ritmos biológicos de crecimiento que son más lentos que esos ritmos económicos
impuestos desde fuera.
El segundo aspecto es el reclamo de la deuda ecológica, a cuenta de la exportación mal pagada (sin
internalización de costos sociales y ambientales, locales y globales) y a cuenta de los servicios
ambientales proporcionados gratis. Por ejemplo, el petróleo que México exporta a Estados Unidos
(país que se ha convertido en gran importador de petróleo) está infravalorado porque no tiene en
cuenta la contaminación producida en Tabasco y Campeche, porque no incorpora un costo
adicional a cuenta de sus efectos negativos sobre el cambio climático global y porque menosprecia
la demanda mexicana futura.
Otro ejemplo: el conocimiento exportado desde la América Latina sobre los recursos genéticos
silvestres o agrícolas (la papa, el maíz, la chinchona officinalis...) lo ha sido a un precio cero o muy
barato, mientras que la absorción de dióxido de carbono por la nueva vegetación o en los océanos
se viene realizando gratis, de manera que los ricos del mundo es como si nos hubiéramos arrogado
derechos de propiedad sobre todos los sumideros de CO2: la nueva vegetación, los océanos y la
atmósfera. Puede pues reclamarse una deuda ecológica que el Norte debe al Sur, y que existe
aunque no sea fácil cuantificarla en términos económicos.
Comercio ecológicamente desigual
En la actual ola neoliberal -que no es la primera de la historia de la América Latina republicana-
reaparece el viejo tema del intercambio desigual. Se exporta más y más, al final se quedan sin los
recursos, y más endeudados que al principio -como el Perú en la era del guano de 1840 a 1880.
?Cómo establecer una alternativa de desarrollo que no esté basada en ese comercio abusivo? Si se
hace la estadística de estos años recientes, veríamos que el índice cuantitativo de exportaciones (en
volumen o toneladas) seguramente ha crecido más que el índice de valor en dinero, y además
deberíamos construir un segundo quántum index (índice utilizado para medir la cantidad mínima de
energía que puede emitirse, propagarse o absorberse) que indicara todo el material que se
transforma, destruye o mueve para lograr esas exportaciones.
Se exportan productos que a la naturaleza le ha tomado mucho tiempo producir a cambio de
productos o servicios de rápida fabricación. Así, con razón, Rayen Quiroga y sus colaboradores del
Instituto de Ecología Política de Santiago, han descrito la economía de Chile como "El Tigre sin
Selva", pues una parte del crecimiento económico chileno se basa en la exportación acelerada de
minerales, de productos de la pesca y de leña del bosque nativo (alerces, por ejemplo, hechos
astillas para la exportación: los alerces han demorado centenares de años en crecer).
A veces hay exportaciones que parecen sostenibles y que tampoco lo son: si se exporta producción
agrícola, parece, a primera vista, que se trata de una producción anual sostenible lograda por la
fotosíntesis de la energía solar, pero la exportación lleva incorporados nutrientes que no son
pagados por los precios de las exportaciones. Así, se da la paradoja, de que la Argentina haya
aparecido mucho tiempo, junto con Haití, entre los países latinoamericanos que menos fertilizaban
por hectárea. Si se exporta eucaliptos, el precio no incluye la pérdida de fertilidad del suelo ni los
efectos sobre la disponibilidad de agua.
Los propios intentos de "comercio justo" (consumidores que están dispuestos a pagar un precio
mayor por café "orgánico" importado, por ejemplo) llevan a una cierta internalización de costos
sociales y ambientales. Dicho al revés, esos costos existirían en la producción y comercio habitual.
Esos intentos de "comercio justo" son una señal de que hay conciencia, en algunos sectores
minoritarios del Norte, de que los precios internacionales no cubren esos costos.
El ecologismo popular
?Son las preocupaciones ecologistas ajenas a la vida cotidiana y al pensamiento latinoamericano?
Desde el Sur se ha permitido que en el campo ambiental, el Norte ocupe eso que en inglés se llama
"the moral high ground", que desde países cuyo estilo de vida resulta ecológicamente no
generalizable al mundo entero, se dan lecciones, sin embargo, de cómo lograr la sustentabilidad
ecológica. Por ejemplo, que se riña a los pescadores mexicanos porque matan delfines cuando
pescan atún para la exportación.
Cuando uno observa el profundo desinterés oficial y social en un país como Venezuela respecto del
aumento del efecto invernadero (América Latina está sumamente involucrada en el efecto
invernadero, por la extracción creciente de petróleo y gas pero también por la parte considerable
que le corresponde de los sumideros de carbono...), cuando uno observa que incluso los debates
sobre biodiversidad silvestre parecen más intensos en el Norte que en el Sur, deberíamos
aparentemente concluir que las prioridades políticas y sociales de este continente, no son
ecológicas.
Desde el neoliberalismo actual, pero también desde el desarrollismo anterior y desde la izquierda
tradicional marxista aún poco reciclada hacia el ecologismo, se ha visto a veces el ecologismo o
ambientalismo como un lujo de los ricos más que como una necesidad de los pobres. Cuando ya se
tiene de todo, se preocupa uno por las especies en extinción. Ese es el lugar común.
Sin embargo, podríamos realizar un viaje histórico y contemporáneo por toda la geografía
latinoamericana, descubriendo, caso tras caso, el "ecologismo de los pobres". Muchos de ellos, en
estos últimos años, motivados por la resistencia al actual boom minero -que, por cierto, es un
desmentido en los hechos a la pretendida tendencia a la desmaterialización de la economía que
algunos estudiosos del "metabolismo industrial" de las economías ricas han creído prematuramente
descubrir.
Lo que los economistas llaman "externalidades", es decir los impactos negativos no recogidos por
los precios del mercado, a veces dan lugar a movimientos de resistencia, que utilizan distintos
lenguajes sociales. Por ejemplo, tal vez plantean el ejercicio de derechos territoriales indígenas. O
tal vez sean movimientos por acceso al agua en zonas urbanas. O por la defensa del manglar como
medio de vida contra las empresas exportadoras camaroneras. Movimientos que no se describen a
sí mismos como ecologistas. Chico Mendes fue, durante diez años, un dirigente sindical de los
recolectores de caucho en el Acre en Brasil, con vinculación al movimiento de "teología de la
liberación" y al PT, y sólo supo que era ecologista un par de años antes de ser asesinado, aunque lo
había sido toda su vida, al oponerse a la privatización y depredación de la Amazonía.
Lo local se vincula a lo global
Hay, en todo el mundo, movimientos de resistencia ecologistas que vinculan lo local con lo global.
Existe por ejemplo un orgullo agroecológico andino expresado, a veces, por dirigentes de
organizaciones indígenas aymaras y quechuas que conocen las virtudes que tiene la agricultura
tradicional, con su tarea de selección y adaptación de especies y variedades de plantas a lo largo de
miles de años, y que son capaces de enfrentarse mentalmente a las falsas ventajas comparativas de
las exportaciones agrícolas subsidiadas de Estados Unidos.
Hay conciencia en México de la sabiduría agroecológica de la agricultura de la milpa, hoy
amenazada por las importaciones de maíz desde Estados Unidos bajo el NAFTA (maíz híbrido,
producido con recursos genéticos mesoamericanos gratuitos, y posiblemente con petróleo
mexicano barato). Hay conflictos en algunos lugares contra las plantaciones de pinos o eucaliptos
para pasta de papel, pues como dice el movimiento mundial en defensa de los bosques, "la
plantaciones no son bosques". Hay protestas de los desplazados por represas hidroeléctricas (los
atingidos pelas barragens en Brasil) que se conectan a redes de resistencia internacional.
Es interesante el ejemplo de OilWatch, una red internacional nacida en el Ecuador, que une la
defensa local de los pueblos y de la naturaleza amenazados por la extracción del petróleo y gas en
el trópico con todo un movimiento global (si denuncia a Shell por su actuación contra el pueblo
Ogoni en Nigeria, no olvida denunciar a Shell por su conducta en el Perú que llevó a la muerte de
gran parte del pueblo Nahua). Al tiempo que se reclama contra Texaco, o la Elf u Occidental, y
también YPF, por los daños locales que producen, lo local se vincula con lo global al insistir que
todo ese petróleo barato produce, al quemarse en los lugares de importación, más dióxido de
carbono, al igual que el gas de extracción que es quemado en los propios pozos.
Cuando los trabajadores que padecen esterilidad por el uso de DBCP en las plantaciones de
bananos reclaman en cortes de Estados Unidos contra Dow Chemical y otras compañías, también
están uniendo lo local con lo global, al apoyar implícitamente una agricultura con menos químicos y
más dirigida a la seguridad alimentaria local que a las exportaciones baratas. Y lo mismo vale para
las protestas de las trabajadoras afectadas en la producción de flores para exportación.
Hay una creciente ola de reclamaciones por cuestiones locales con implicaciones globales (donde el
discurso ecológico global apoya a lo local), que las grandes compañías mineras (Río Tinto Zinc,
Placer Dome, etc.) no podrán eludir. Hay un intento de juicio a la Southern Peru Copper
Corporation en cortes de Estados Unidos, iniciado desde Ilo por la terrible contaminación que allí
se sufre. Es habitual que los gobiernos (como el de la India en el caso de Unión Carbide y Bhopal,
el de Ecuador con el intento de juicio a la Texaco, el de Perú con la Southern) insistan en la
jurisdicción soberana nacional, pero me parece que ese nacionalismo no promueve la justicia social
ni la justicia ambiental.
Tales intentos de obtener indemnizaciones por "externalidades internacionales" son ingredientes
interesantes para el cálculo de la Deuda Ecológica.
El ajuste ecológico
Cuando se imponen programas de estabilización no sólo para frenar la inflación sino para poder
pagar parte de la Deuda Externa y así conseguir nuevos créditos, ocurren diversas cosas. Puede
haber reacción popular a la subida de precios de bienes básicos, y represión -como en la masacre en
Venezuela en 1989. Puede intentarse mediante programas especiales, aliviar la situación de los más
pobres, y también evitar los daños ambientales, pues el aumento de la pobreza puede agudizar
algunos impactos ambientales (uso de leña para cocinar, falta de agua para la limpieza).
El plan de estabilización en sí mismo es causa de degradación ambiental porque la necesidad de
producir un excedente para equilibrar la balanza exterior de pagos, incluyendo pago de deuda e
intereses, puede conseguirse bajando los salarios internos, a través de un improbable mejoramiento
de la relación de intercambio externa; por un aumento de la eficiencia técnica que no haga aumentar
el flujo de energía y materiales en la economía, o, por último -y aquí es donde entra directamente la
cuestión ambiental- mediante la explotación más intensa del medio ambiente. Es decir,
externalizando costos e infravalorando el futuro. Esos factores se interrelacionan.
Para escapar de la pobreza que el programa de "ajuste" impone, una vía es aumentar la exportación
de recursos naturales. Eso ayuda a explicar la política de aumento de exportaciones de petróleo de
México, Ecuador o Venezuela, y en general la gran expansión minera y maderera actual en la
América latina que degrada el ambiente y además hace empeorar la relación de intercambio.
Si los tipos de interés son altos y el peso de la deuda es grande, se infravalora el futuro, y las
cuestiones ambientales son relegadas en favor del presente. Y, al contrario, si damos poco valor
actual a los problemas futuros de escasez de recursos, de pérdida de biodiversidad, del aumento del
efecto invernadero, entonces aumenta el grado actual de explotación de la naturaleza. Todo eso es
relevante para la ecología de los países deudores, tal como indicó hace casi ochenta años el premio
Nobel de química y economista ecológico, Frederick Soddy: a diferencia de la riqueza real que está
sujeta a las leyes de la termodinámica, la deuda (es decir, la riqueza financiera, o como lo expresó
Soddy, la "riqueza virtual") no decae con el tiempo sino que crece según la regla del interés
compuesto.
Supongamos que el Sur necesita lecciones del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial
acerca de la estabilización financiera de sus economías inflacionarias, y supongamos incluso que los
costos sociales y ambientales de tales "ajustes" pudieran ser evitados. ?Debería aceptarse ahora
también que el Norte imponga una "condicionalidad ambiental" a sus préstamos o al acceso a los
mercados del Norte? Hay dos líneas distintas de rechazo de esa "condicionalidad ambiental". La
primera es un poco tonta pero muy común: "ahí están esos gringos otra vez entrometiéndose en
nuestros asuntos, impidiendo la entrada de nuestras bananas, o nuestro atún, o nuestras maderas
tropicales, o nuestras fresas o flores porque dicen que esa producción es anti-ecológica, y además
dicen que no dan préstamos o renegocian la deuda a menos que cada proyecto lleve esa pendejada
o cojudez del estudio de impacto ambiental".
La segunda línea de rechazo de la "condicionalidad ambiental" parte de la constatación que el
ecologismo es más fuerte y más auténtico en el Sur que en el Norte, aunque eso quede oculto para
muchos ya que el ecologismo del Sur a menudo se expresa con otros lenguajes. Desde el Sur debe
entenderse que la amenaza mayor al ambiente viene del sobreconsumo del Norte, que se beneficia
de un intercambio ecológicamente desigual y del uso gratuito de servicios ambientales de los que se
apropia unilateralmente.
Así pues, en vez de imponer una "condicionalidad ambiental" al Sur, el Norte debería también
"ajustar" sus finanzas a su economía productiva, y "ajustar" a su vez su economía productiva, que
es de hecho muy destructiva y contaminante, a su propio espacio ambiental. Pero la cuestión es
entonces: ?quién le pone el cascabel del "ajuste ecológico" a las economías ricas? ?Quién se va a
negar a financiar los déficits de la economía de Estados Unidos por razones ecológicas? La única
manera de imponer el "ajuste ecológico" al Norte sería a través de unos precios de exportaciones
de petróleo y otras materias primas que fueran más altos, dejando de proporcionar servicios
ambientales gratuitos, y en general con una reglamentación internacional controlada por unas
Naciones Unidas más democráticas y ecológicas.
* Joan Martínez Alier es profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona.
https://www.alainet.org/es/articulo/104320?language=en
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