Derechos reproductivos
31/08/1994
- Opinión
Las mujeres han dado vida a la humanidad entera, pero aún así, la capacidad
reproductiva es un poder ambivalente; pues, de la misma manera como se ha
glorificado ideológicamente a la maternidad, también se ha hecho cargo a las
mujeres de la total responsabilidad de la reproducción social, y sobre todo, se
ha revertido este potencial humano en desventaja socio-económica, utilizándolo
como el más potente justificativo para legitimar las desigualdades de género.
El control de la producción y la reproducción humana escapó de las manos de las
mujeres desde hace mucho tiempo. Hoy, en la articulación de políticas
poblacionales, priman poderosos intereses de las élites mundiales que
planifican las curvas demográficas según criterios étnicos y económicos,
obviando las consideraciones humanitarias o socio-culturales para las mujeres.
Así, por ejemplo, al mismo tiempo que se impulsa la esterilización de las
mujeres pobres, negras e indígenas, se invierten sumas millonarias para
incentivar la reproducción de las mujeres de las élites económicas y étnicas
del norte, pero también del sur. Las éticas que sustentan las políticas
poblacionales están saturadas de contradicciones.
En América Latina y el Caribe, entre las primeras causas de mortalidad feminina
están las relativas a la salud reproductiva, que a pesar de constituir el
problema de salud pública numero uno, es el más desatendido. Medio millón de
mujeres del tercer mundo mueren cada año por estas causas y, no obstante, se
priorizan consideraciones demógraficas y morales antes que humanitarias. Por
ello, grupos de mujeres organizadas se han decidido a recuperar el control de
su potencial reproductor reivindicando, necesariamente, el derecho a sus
propias vidas y un derecho humano fundamental: la autodeterminación de los
cuerpos.
Libres para decidir
Cuando se trata de su función reproductiva, las mujeres no son consideradas
como sujetos éticos y morales y mucho menos como personas con derecho a
defender sus vidas, su supervivencia física y psicológica; por lo que
sobrepasar la definición de arrendatarias de vientres y adquirir una verdadera
calidad de sujetos, con todos los derechos establecidos en la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, constituye uno de los mayores desafíos para
las mujeres organizadas.
La formulación de los derechos reproductivos tiene como eje la defensa de la
vida de las mujeres, la autonomía de sus cuerpos y fundamentalmente la libertad
de decidir sobre la reproducción. Estos derechos también se articulan al acceso
a una sexualidad más humana, desvinculada del comercio sexual y la violencia,
que no se restringa apenas a las actividades ligadas al funcionamiento del
aparato genital y que trascienda las necesidades biológicas. Implica, además,
la exigencia de que los hombres asuman responsabilidades por las consecuencias
del ejercicio de su propia sexualidad.
Retomando esta reivindicación, la "Red de Salud de las Mujeres Latinoamericanas
y del Caribe", que es el referente de unos 1000 grupos y organizaciones de la
región, propone que la prevención y el derecho a la salud de las mujeres sea
parte de la lucha por los derechos humanos y sea asumida por el movimiento
feminista como una prioridad para los próximos cinco años, impulsando la libre
opción de la maternidad, la prevención del SIDA, la anticoncepción segura y
eficaz, la participación de las mujeres en la elaboración de políticas
poblacionales y la salud sexual y reproductiva de las adolescentes y adultas
mayores.
Barrigas llenas y vientres vacíos al Norte/ barrigas vacías y vientres llenos
al Sur
Hasta aquí, la sociedad tan sólo ha abordado la reproducción como una
problemática demográfica, ética o moral. Al aplicar marcos referenciales y
culturales que responden a las necesidades de planificación capitalista, en las
cuales prima el interés mercantil (disponibilidad de mano de obra, consumo,
etc.), se obvia la diversidad de concepciones culturales o se ignora
completamente la situación individual y colectiva de las mujeres frente a su
propia reproducción.
En la articulación de políticas poblacionales se han conjugado intereses de
género, étnicos y clasistas atravesados por las desigualdades Norte/Sur. Se
argumenta, por ejemplo, que la sobrepoblación, la pobreza y hasta la crisis
ambiental son imputables a la "irresponsabilidad" reproductiva de las mujeres
del tercer mundo, con lo que se han legitimado graves injusticias en la
implantación de programas de control de la natalidad.
Esta asociación entre reproducción y crecimiento, deja creer que el principal
obstáculo para el desarrollo son las mujeres pobres, desviando la atención de
la transferencia de bienes hacia el Norte, consumidor de dos tercios de las
riquezas producidas en el mundo. Los países industrializados, preocupados por
sus tasas de crecimiento cero y por el envejecimiento de su población,
desbordan de incentivos favorables a la reproducción blanca. En América del
Norte y Europa predominan las políticas pro-natalistas que llegan hasta a
presionar a las mujeres, levantando principios nacionalistas o culturalistas,
para que se reproduzca. En Francia, por ejemplo, la campaña del "tercer hijo
para Francia" además de ofrecer un incentivo económico, aludía a los más
profundos sentimientos del significado de "ser francés"; similares campañas se
han organizado en Alemania, Gran Bretaña, etc.
Cabe señalar también las inversiones millonarias en centros de reproducción
artificial, creados principalmente para paliar las dificultades de fertilidad
(provocadas, muchas veces, por los propios anticonceptivos). Estos centros se
dedican, entre otras cosas, a investigar y experimentar sobre la posibilidad de
entregar la capacidad reproductiva a los hombres; a permitir la selección del
sexo del embrion (lo que tiende a favorecer la reproducción masculina) y a
efectuar un "control de calidad" étnico y fenotípico sobre la reproducción en
general.
En cambio, siguiendo el mismo principio de selección étnica y socio-económica,
según un informe de la ONU, el 35.5% de mujeres latinoamericanas y caribeñas
en edad de reproducir, han sido esterilizadas -por presión, por opción o
forzadamente-. La esterilización ha llegado a ser, en algunos países, un
requisito previo a la obtención de un empleo.
Asimismo, se distribuyen en estos países anticonceptivos prohibidos, por su
nocividad, en el primer mundo. En este contexto, la vida y la salud de las
mujeres se opacan frente a la predominancia de "actitudes racistas, cuyo
principal objetivo es justificar los privilegios de las élites, basándose en
una deficiencia 'natural' de los pobres que los impide mejorar su nivel de
vida"(1).
La desconsideración de la salud reproductiva y la consecuente carencia de
servicios hace que doscientas mil mujeres del tercer mundo mueran cada año por
interrupciones de embarazo mal atendidas; nuestra región está a la cabeza de
este tipo de letalidad. Por ello, las mujeres están cuestionando la existencia
de un doble mensaje en lo que concierne a la reproducción, ya que, por un lado
se incentiva y hasta se impone el control reproductivo, y por otro lado, se
impide materialmente la autodeterminación de las mujeres.
El vientre de las mujeres es considerado como "objeto de interés público", y
por ello se determina sin ellas las políticas y hasta las conductas a seguirse
en cuanto a la reproducción, pero también a la sexualidad. La alienación de
las mujeres de su propio cuerpo y el carácter sexista, racista y clasista del
valor acordado al potencial reproductivo, constituyen entonces los aspectos más
cuestionados por las mujeres organizadas.
La autodeterminación de los cuerpos
En América Latina y el Caribe, la reivindicación de los derechos reproductivos
conjuga los derechos individuales, colectivos, civiles y humanos. Situando la
reproducción como una problemática de género pero también de sociedad, las
mujeres organizadas en torno al problema están interpelando las asimetrías en
las relaciones socio-económicas, de género, étnicas y de clase.
Las mujeres han decidido retomar el poder sobre su propio cuerpo y su potencial
reproductivo y, para ello, están reivindicando su total inclusión en el
concepto de `persona humana', que comprende la libre disposición del cuerpo y
la autonomía para decidir sobre su reproducción y su sexualidad.
Esta posible autodeterminación de los cuerpos interpela de cerca a la
distribución desigual de los bienes, del conocimiento y del poder en la
sociedad; pues las mujeres se encuentran en posición de desventaja,
individualmente en sus relaciones interpersonales y colectivamente como grupo
social.
Así, para que las mujeres puedan optar por una maternidad voluntaria y
reproducir las veces que lo deseen, la sociedad deberá generar las condiciones
socio-económicas y sanitarias suficientes para asumir completamente el proceso
reproductivo o no reproductivo. Esto comprende, desde la adopción de políticas
públicas no sexistas, hasta el acceso a condiciones de vida humanas: empleo,
educación, alimentación, regulación de las horas de trabajo, servicios
sociales, etc. "Los derechos reproductivos deben ser pensados por tanto desde
una perspectiva más amplia de derechos humanos y de justicia social,
independientemente de las metas demográficas que se pretendan fijar"(1).
La expropiación de los cuerpos conjuntamente con el difícil acceso al poder y a
los bienes han modelado la adaptabilidad de las mujeres a la enajenación de sus
propias vidas. El propio acceso a la vida constituye para ellas un desafío en
el actual contexto regional de empobrecimiento y violencia; por ello, la
posibilidad de reivindicar derechos reproductivos introduce diversos
cuestionamientos; entre ellos:
- El concierniente al acceso de las mujeres a la decisión sobre la
planificación reproductiva, que cuestiona el verticalismo de género, pero
también rebate la distribución desigual de riquezas y los privilegios
acordados a los dominantes para decidir, según sus intereses, las tasas de
reproducción deseadas según la etnia, la clase y el espacio que ocupa cada
país en relación al capitalismo internacional.
- Sobre la posibilidad de reproducirse según sus propios parámetros personales
y socio-culturales, que implica el reconocimiento total de la calidad de ser
humano para las mujeres -y no simplemente de "vientre"-, con la consecuente
dotación de informaciones sobre el cuerpo, las posibilidades reproductivas,
la interrupción de embarazo, etc.
Los derechos humanos y la reproducción
Los derechos reproductivos no han sido aún conceptualizados entre los acuerdos,
tratados o declaraciones internacionales. Según la jurista mexicana Alicia
Pérez Duarte (2), en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, por
ejemplo, se establece, en los artículos 16 y 25, el derecho a casarse y fundar
una familia, el derecho a un nivel de vida adecuado y el derecho a obtener
cuidados y una asistencia especial a la maternidad y a la infancia.
También el artículo 10 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales
y Culturales establece el deber de los Estados en lo que concierne a la
protección de las madres, antes y después del parto, tanto como la protección y
la asistencia a los niños y adolescentes.
El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, también reconoce en el
artículo 23, el derecho a casarse y fundar una familia. La Declaración
Americana de los Deberes y los Derechos Humanos, señala en los artículos 6 y 7
el derecho a la constitución y a la protección de la familia, y el derecho a la
maternidad y a la protección de la niñez.
Pero, como se puede constatar, ninguno de los acuerdos mencionados hace alusión
ni a los derechos reproductivos, ni a ningún derecho sobre el cuerpo de las
mujeres. Así, se hace necesaria una reformulación de los Derechos Humanos que
incluya consideraciones relativas al respeto y a la autodeterminación
reproductiva y física de las mujeres. Los atributos del ser humano, insiste
Perez Duarte, son imprescriptibles, inalienables e irrenunciables, son también
inviolables, universales, efectivos, interdependientes y complementarios. Es
en el marco de esos atributos que debe incluirse el derecho a la vida, a la
integridad personal, el derecho a la salud, a la autodeterminación del mismo
cuerpo y a la reproducción.
Maternidad voluntaria
En América Latina y el Caribe, el 80% de la responsabilidad anticonceptiva
reposa en las mujeres (1), como también la de la resolución de embarazos
indeseados. De allí que la segunda parte de las reivindicaciones relativas a
los derechos reproductivos, tiene que ver con la co-responsabilidad de los
hombres frente a la contracepción y la sexualidad. Concretamente, las demandas
proponen que éstos se involucren directa y materialmente en el proceso
anticonceptivo o reproductivo y no tan sólo en la toma de decisiones o en el
delineamiento de políticas.
El derecho a decidir constituye la expresión más significativa del acceso de
las mujeres al pleno goce de sus derechos de ciudadanas, pues la tutela social
sobre la reproducción o la no reproducción se fundamenta en la subordinación de
género, que es una forma de violencia, cuya expresión más descarnada es la
pérdida de las vidas que acompañan los abortos clandestinos.
En Latinoamérica y el Caribe, la interrupción de embarazo está entre las dos
primeras causas de mortalidad femenina. Según la demógrafa Clara Baez,
dentro del tercer mundo, América Latina es la región con la más alta incidencia
de interrupciones de embarazo, y se estima que en la década de los 80 un cuarto
del control de la fecundidad observado se ha realizado por esta vía (3).
La clandestinidad producida por los diversos criterios morales que envuelven
esta práctica, ha creado una desesperante situación para las mujeres. En
México, por ejemplo, 40.000 mujeres mueren cada año a consecuencia de
interrupciones de embarazo mal atendidas (4), lo que ilustra que miles de
mujeres pobres pagan con sus vidas las consecuencias de una responsabilidad
reproductiva no compartida por los hombres.
A esta preocupante situación se añade la alta incidencia de violaciones e
incestos denunciada en la región. Para lograr la interrupción de los embarazos
resultantes, las víctimas -niñas, adolescentes y mujeres- tienen que someterse
a un proceso de decisión ajena, sea médico o jurídico.
La óptica de las mujeres
"Nosotras parimos, nosotras decidimos" reza la consigna mexicana, de un
significativo movimiento reivindicativo regional, que se levanta desde una
perspectiva feminista, anti-racista y muchas veces tercer-mundista, y
reivindica la maternidad voluntaria como un derecho fundamental.
En toda la región, la reivindicación de los derechos reproductivos ha unificado
voces provenientes de diversos sectores. Se destacan los pronunciamientos de
la "Red de Salud de las Mujeres Latinoamericanas y del Caribe"; las acciones de
las "Católicas por el derecho a decidir" y, muy particularmente los
pronunciamientos de los Encuentros Regionales como el "Primer encuentro de
Mujeres Centroamericanas" (ALAI N? 151 abril-92) o el "Primer Encuentro de
Mujeres Negras" (ALAI N? 159, sept-92) que han priorizado esta problemática.
Sin olvidar el sin número de Redes y Asociaciones Nacionales que no cesan de
multiplicarse (5).
Globalmente las propuestas emitidas por los diversos sectores, comprenden la
reivindicación de los siguientes derechos para las mujeres de todos los grupos
socio-económicos, étnicos y de todas las opciones sexuales:
- reproducirse según sus propios criterios, necesidades, creencias y culturas,
y no según los criterios sexistas, clasistas y racistas predominantes, que
establecen las tasas de reproducción según la inserción de cada país, grupo
social o étnico al proceso de desarrollo capitalista.
- ser consideradas como seres humanos, tener acceso a buenas condiciones de
vida: alimentación, empleo, educación, servicios sociales, regulación de las
horas de trabajo, dotación de servicios sociales, de guarderías, etc.
- optar por la maternidad voluntaria, es decir el derecho a decidir, a
reproducir o a suspender voluntariamente un embarazo indeseado, según
criterios establecidos por las propias mujeres.
- obtener servicios públicos de calidad, seguros y tener acceso a
informaciones veraces y completas sobre la sexualidad y la salud
reproductiva
- acceder a una óptima anticoncepción y a servicios de interrupción de
embarazo eficientes y sin riesgos.
- recibir un seguimiento de embarazo y parto saludables.
- tener acceso al trabajo, sin incidencia de las condiciones reproductivas.
- la libre decisión y libre ejercicio de la sexualidad, sin discriminación de
opción sexual.
-recibir educación y servicios que les permitan tomar decisiones informadas
respecto a la vida sexual y reproductiva.
- recibir un trato humanitario y respetuoso en los servicios de salud.
(1) Sandra Azeredo y Verena Stolcke, Direitos Reprodutivos, Fundaçao Carlos
Chagas/PRODIR, Sao Paulo, 1991.
(2) Alicia Pérez Duarte, Les Droits Reproductifs au Mexique, Ottawa,
octubre-1980
(3) Clara Baez, La problemática social del aborto: el caso de la República
Dominicana, Coordinadora de ONGs del área de la Mujer, República
Dominicana.
(4) Berta Hiriart, "Pacifismo y despenalización del aborto", Fempress, N? 114,
abril-91.
(5) el "Comité de Defensa de los Derechos Reproductivos" de Bolivia; la "Red
Nacional de derechos Reproductivos" en Colombia; el "Foro para los derechos
Reproductivos" de Argentina; el "Foro para los Derechos Reproductivos" de
Chile; "La Red Nacional Feminista de Salud y Derechos Reproductivos de
Brasil" y muchos más.
https://www.alainet.org/es/articulo/104967
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