La Guerra de los Olmos
22/11/2001
- Opinión
Hasta ahora el dolor, la furia, la sed de venganza, el orgullo
herido del pueblo estadounidense mantienen oculta una amenaza
mayor que la que se le atribuye a Osama Bin Laden.
La Defensa y la Seguridad de la super-potencia podrían estar en
manos de un grupo dispuesto a colocar los multimillonarios
negocios de la industria bélica y del espionaje no solo por
encima de los intereses de otros sectores de la economía, sino
también por encima de la vida de sus conciudadanos y la
estabilidad de la nación.
La hipótesis más benévola sobre la sorprendente vulnerabilidad
de Estados Unidos ante la ofensiva terrorista apunta hacia un
problema de ineptitud o irresponsabilidad.
"¿Donde estaba la CIA? Donde estaba el FBI?", reclamó furiosa la
congresista Dana Rohrabacher, de California.
Algunos otros "lowmakers" la atribuyeron a la falta de
coordinación entre los múltiples organismos encargados de la
Seguridad Nacional.
Los más extremistas, a una orden presidencial vigente desde 1976
que prohibe a los agentes de la Agencia Central de Inteligencia
(CIA) salir por el mundo a perpetrar asesinatos "preventivos".
Sin embargo, una secuencia de acontecimientos de carácter
interno o internacional, aparentemente absurdos o inexplicables,
hace pensar en la existencia de una estructura de poder
orientada hacia la creación y/o el mantenimiento de diferentes
tipos de conflictos que rescaten los negocios de la alta
tecnología bélica y de Inteligencia de la severa crisis
experimentada después del final de la Guerra Fría.
Desde la preservación de Saddam Hussein en el poder después de
la Guerra del Golfo hasta el apoyo al bando musulmán en los
Balcanes. Desde la proyección del FBI a la primera línea de
combate - para operaciones encubiertas en el exterior mediante
el "Hostage Rescue Team" (HRT) o para matanzas internas como la
perpetrada en el rancho de los "davidianos" en Waco, en abril
de 1993 - hasta la reactivación del programa de defensa espacial
anti-misiles.
Alerta temprana
Salvo extendidos rumores sobre un supuesto aviso que la
inteligencia israelita -el Mossad- habría hecho circular entre 4
mil personas de esa nacionalidad que trabajaban en las torres
del World Trade Center para que se abstuvieran de concurrir a
sus empleos el 11 de septiembre, no existe ningún elemento que
induzca a equiparar lo ocurrido ese día con la famosa sospecha
de que el gobierno de Estados Unidos supo con suficiente
anticipación del ataque japonés contra Pearl Harbour, el 7 de
diciembre de 1941, y no hizo nada para impedirlo.
No se trata de eso. Esta vez no hubo un aviso simplemente porque no había quien lo diera.
Exactamente por la misma razón que en cualquier empresa adaptada
a la lógica y los procedimientos de la "nueva economía" si se
"cae el sistema" nadie sabe que hacer.
En los Estados Unidos no hay contradicciones significativas
entre economía y política. El Estado es concebido como una mega
empresa; el gobierno como la cúpula del holding más poderoso del
mundo, inclusive en áreas tan sensibles como la Inteligencia.
Por lo tanto, como cualquier empresa preocupada por la
rentabilidad por encima de cualquier otra consideración, la
tradición y experiencia de todo un siglo de "inteligencia
humana" (espías de campo, infiltrados en las filas enemigas,
etc.) fueron borradas de un plumazo y sustituidas por
sofisticados sistemas electrónicos, satélites, fibra óptica,
cámaras, radares, sensores, etc.
La consecuencia: si toda la parafernalia tecnológica es inútil -
y no queda ninguna duda de que lo es- para la prevención de
ataques terroristas, ya no existe nadie capaz de hacerlo.
Pero hasta aquí podría tratarse de una cuestión funcional u
operativa y, por lo tanto, secundaria.
Se convierte en un problema político-estratégico central si se
comprueba la correlación entre las causas del ataque -una
política exterior que en la práctica ha contribuido a potenciar
las tensiones y contradicciones internacionales, especialmente
en el Medio Oriente - y sus consecuencias: la subordinación de
toda la economía nacional e internacional a las exigencias, los
intereses y resultados de la estructura oficial de Defensa y
Seguridad y de sus proveedores, asesores y contratistas
privados.
Después que 25 agencias gubernamentales, con un presupuesto
varias veces superior al PIB de cualquier país latinoamericano,
demostraron su incapacidad para detectar e impedir la mayor y
más virulenta operación terrorista perpetrada contra esta
nación, ninguno de sus mandos fue destituido, relevado o
sancionado.
Los mismos responsables de una de las mayores traiciones a la
confianza que la mayoría de los estadounidenses depositan en su
gobierno y de una de las mayores dilapidaciones de los recursos
públicos registradas en la historia de esta nación, se hicieron
cargo del planeamiento, dirección y control de la respuesta a
los atentados del 11 de setiembre.
Los limites del desconsuelo
Los primeros en celebrar esa continuidad fueron los directivos
de las principales empresas de armamento de Estados Unidos, como
la Lockheed Martín Corp., General Dynamics, Raytheon Aircfraft
Company y Northrop-Grumman Corp. No es para menos.
Las tres primeras encabezaron la lista de los mayores
contribuyentes a las campañas de los legisladores
estadounidenses el año pasado, especialmente los candidatos a
integrar los comités de Defensa y Adquisiciones.
También se esforzaron para colocar a algunos de sus mayores
accionistas en posiciones claves de la nueva administración,
como Lynne Cheney, esposa del vicepresidente Dick Cheney,
directora de la Lockeed hasta enero pasado; el principal
candidato al cargo de sub-secretario para Asuntos
Latinoamericanos, Otto Reich, responsable del exitoso lobby de
los F-16 comprados por Chile en el 2000 y el secretario de
Defensa, Donald Rumsfeld, director de Gulfstream Aerospace hasta
1999, año en que esta empresa - con un stock valuado en 11 mil
millones de dólares - fue comprada por General Dynamics.
Por lo tanto, en el mundo de los negocios se considera "justo"
que ahora - con la primera guerra del nuevo siglo y "la sexta
mayor movilización militar en la historia de los Estados Unidos'
- según Loren Thompson, experto del Lexington Institute - esas
empresas comienzan a cosechar los frutos.
Una semana después de los atentados, las acciones de Raytheon
Mísiles Systems Company subieron un 21 por ciento.
El alza "coincidió" con el anuncio del Pentágono sobre la
posibilidad de vender a Gran Bretaña 48 misiles Tomahawk,
fabricados por esa empresa, por valor de 87 millones de dólares.
Por su parte, los papeles de General Dynamics, cuyo punto fuerte
son los tanques de acción rápida y los submarinos misilísticos,
saltaron de 6.93 a 82,90 dólares.
Para esta compañía la nueva guerra parece estar siendo
confeccionada a la medida.
Durante el último cuatrimestre completo la adquisición de la
división de sistemas de información integrados de Motorola que
ahora se llama General Dynamics Decision Sustems.
"Decision Sustems expandió ampliamente la base de nuestros
negocios", dijo el presidente de General Dynamics, Nicholas
Chabraja, refiriéndose a las grandes ventas que espera de
productos relacionados con "comunicaciones, informática,
inteligencia y reconocimiento", todas palabras claves para
explicar las características de la campaña estadounidense contra
Afganistán.
Los primeros negocios
El presupuesto del Pentágono previsto para el año fiscal que se
inicio el primero de octubre era de nada menos que 349 mil
millones de dólares.
Pero, inmediatamente después de los ataques la Casa Blanca
decidió solicitar al Congreso una ampliación de 10 mil millones
anuales durante los próximos 5 años.
Fuentes militares y políticas aseguraron que el incremento
podría acabar siendo sustancialmente mayor.
Mientras tanto, el Departamento de Estado recomendó al Capitolio
levantar las restricciones existentes para la venta de jets de
combate F-16 C/D a Omán; F-16 Block a los Emiratos Arabes y
lanzadores múltiples de rockets de 277 milímetros a Egipto.
Además, el Ejecutivo se preparó para suspender las sanciones
impuestas a Pakistán e Indonesia en 1990 con el propósito de
suministrarles repuestos para aviones F-16, C-130, de transporte
y P-3, de patrullaje.
Richard Kirkland, vice-presidente de la división internacional
de Lockheed Martín, la fabricante de casi todo ese material,
declaro satisfecho: "Nosotros estamos listos para la venta".
Si se le hubiese pedido su opinión sobre los ataques al WTC y el
Pentágono, seguramente hubiese tenido que mentir. Al momento de
sus declaraciones las acciones de la empresa con sede en
Bethesda, en las cercanías de Washington D.D., subían de 5.63 a
43.95 dólares.
En la Aerospace Industries Association (AIA), la entidad que
representa a los mayores fabricantes de equipo aero-especial de
combate, habría ocurrido otro tanto.
Después del 11 de setiembre los Departamentos de Estado y
Defensa se mostraron dispuestos a modificar la "U.S. Munitions
List" para disminuir el numero de licencias de exportación que
se les exige a las compañías estadounidenses para ventas al
exterior superiores a los 10 mil dólares anuales.
De la lista podrían quedar excluidos los repuestos para
helicópteros Black Hawk y UH-1 Huey y para los cargueros C-130.
El Departamento de Estado procesa alrededor de 45 mil licencias
de exportación al año. Aproximadamente un 90 por ciento son
aprobadas.
Desde la Guerra del Golfo, en 1991, los miembros del "Gulf
Cooperation Council" (GCC) - Bahrain, Kuwait, Omán, Qatar,
Arabia Saudita y los Emiratos Árabes - han gastado más de 40
mil millones de dólares en la adquisición de armamento.
Ahora esa cantidad es considerada insuficiente por los oficiales
estadounidenses, los analistas y, por supuesto, los
representantes de las empresas proveedoras.
"Cualquier cosa debe hacerse en este nuevo esfuerzo para acabar
con el terrorismo. La mejor es poner nuestros arsenales a
disposición de nuestros aliados y facilitarles el acceso a
nuevas armas", declaró Racel Stohl, analista del "Center for
Defense Information", a la publicación "Defense News".
En consecuencia, si la opinión pública estadounidense pudiese
observar y analizar la realidad con un poco menos de ignorancia,
pasión y patrioterismo - para eso debería reformularse toda la
estructura educativa, de información y formación - al menos
podría poner en duda la capacidad de los olmos (de la
irresponsabilidad y voracidad belicista) para proporcionar peras
(de la paz y la seguridad nacional e internacional).
"Libertad Perdurable"
Veamos que ocurrió durante la primera fase de la operación
"Libertad Perdurable", cuando del desastre en la defensa, estos
olmos pasaron a la ofensiva:
Cualquier manual para principiantes en "guerra especial"
(contrainsurgencia; "guerra de la pulga", anti-terrorismo)
recomienda, como una de las tareas fundamentales, el aislamiento
de la fuerza irregular a combatir.
El objetivo prioritario: "ganar el corazón y la mente de la
población civil".
Es decir que lo que debería procurarse es restarle credibilidad
y simpatías al adversario para sumarlas al bando propio. La
ruptura o el desgaste de los nexos del primero con sus bases de
apoyo social, político y logístico. El "desagote" de la laguna
o la pecera popular para apoderarse con mayor facilidad del
famoso "pez" maoísta.
Por supuesto, las cosas casi nunca han ocurrido así y
directamente o por medio de las fuerzas armadas nativas, el
poder político/militar de los Estados Unidos siempre terminó
optando por los bombardeos masivos (Vietnam) o el aniquilamiento
de decenas de miles de no combatientes (Latinoamérica).
En Afganistán, nuevamente, la realidad no tiene que ver con la
teoría (a no ser que se piense que las raciones alimenticias de
la ONU lanzadas sobre los refugiados pueden servir para otra
cosa que "ganar" los estómagos de los destinatarios). Pero esta
vez, los olmos creen estar "inventado la pólvora" para una
"nueva guerra".
Y de hecho lo están haciendo, aunque no sepan que resultará de
la combinación de materias primas utilizadas, ni puedan explicar
abiertamente qué tiene de novedoso la contienda si se la
compara, por ejemplo, con el ataque lanzado contra Panamá en
1989 para capturar el general Manuel Noriega.
Es obvio que la principal diferencia es de carácter cualitativo.
Pero no por la ferocidad o capacidad de respuesta del enemigo
(otros atentados, armas químico-biológicas, artefactos de
radiación nuclear, etc.) sino por un nuevo diseño estratégico y
un nuevo arsenal secreto que los olmos necesitan probar y
promover en una "guerra especial" de larga duración y con el
empleo de la más avanzada tecnología.
Después de unas semanas de continuos y devastadores bombardeos
de precisión que permiten el control del espacio aéreo, como se
comportara un enjambre de pequeñas unidades de fuerzas
especiales (cinco hombres cada una)) en territorio enemigo, en
las peores condiciones geográficas y climáticas, pero apoyadas
por helicópteros de última generación (MH-47G Chinooks y MH-60K
Black Hack) y enlazadas entre si y con los puestos de mando por
el más sofisticado sistema de radios de alta frecuencia o
multibandas (con la mitad del peso de las utilizadas en la
"Tormenta del Desierto) y equipos de comunicaciones
satelitales.
Afganistán era una de las mejores opciones para saberlo.
¿Contribuyó el régimen Talibán ("Los estudiantes del Islam") para
que su país resultara electo? Quienes piensen que auto-excluirse
de la globalización y tratar de imponer en su propia nación
normas de conducta religiosa, política y social diferentes a las
consideradas "normales" o "correctas" por el resto constituye un
delito de lesa humanidad, dirán que si. ¿Pero quién es el principal responsable: la criatura "maléfica" o su creador?
Como todo el mundo sabe los olmos - la CIA concretamente con la
ayuda de los servicios de Inteligencia de Pakistán - entre 1979
y 1980 auspiciaron y financiaron la formación del movimiento
Talibán y, una vez expulsados los soviéticos de Afganistán, le
allanaron el camino para la toma del poder.
¿Los sorprendió que la criatura se volviese contra ellos, O lo
esperaban?
El caso es que ahora han decidido exterminarla. "Si nosotros
impusimos un gobierno, nosotros tenemos el derecho de
destruirlo", parece ser un nuevo principio de política
internacional que la mayoría de las naciones y las propias
Naciones Unidas (nuevo Premio Nobel de la Paz) no osan discutir.
Pero antes tienen frente a sí la figura de Bin Laden - el
"luchador por la libertad", de los tiempos de Ronald Reagan -, y
finalizada la primera fase de la ofensiva militar no está muy
claro si quieren acabar con él o... promoverlo para suceder a
Mahoma.
Después de haberlo señalado como el responsable de los atentados
del 11 de setiembre (con pruebas - al menos las públicas - que
rechazaría hasta un tribunal de aldea y con una aberrante
sentencia de culpabilidad previa a cualquier juicio) los olmos
hasta ahora han utilizado todos los medios a su alcance para
ampliar a escala global la base de apoyo de su organización, Al
Qaeda.
¿Acaso no son los mismos que convirtieron al dictador Saddam
Husseim en un símbolo mundial de la resistencia
antiimperialista?
Si antes de los bombardeos contra Afganistán Al Qaeda era una
secta más o menos embrionaria, apenas conocida por los
especialistas, con unos pocos cientos de adherentes y,
probablemente, algunos miles de simpatizantes - en un universo
musulmán de más de mil millones de personas, casi todos ellos
reacios a la ortodoxia o el fundamentalismo - resulta imposible
calcular el crecimiento exponencial de las simpatías (y las
incorporaciones) provocado por cada bomba estadounidense o
británica arrojada sobre territorio afgano durante la primera
fase.
¡Exactamente lo contrario de lo que prescriben la teoría y el
sentido común!
¿Y con que resultados?
Cualquier pronostico sería prematuro, pero por las
características de las fuerzas propias y las del enemigo
elegido, el terreno, el contexto regional, entre otros factores,
la estrategia seguida hasta ahora parece tener la misma lógica
¡y el mismo efecto! que la cacería de una liebre con un howitzer
de 105 mm.
Otro principio básico de la guerra - de cualquier guerra hasta
que los olmos decidieron que la actual es absolutamente inédita
(algo que los escribas de todas partes se apresuran a repetir
hasta el hartazgo) - es la necesidad de una retaguardia
consolidada y segura.
¿Puede considerarse a Pakistán una retaguardia táctica
consolidada?
¿Es actualmente Estados Unidos una retaguardia estratégica
segura?
En el primer caso otro efecto del planteamiento bélico de los
Estados Unidos es la acelerada desestabilización del régimen del
general Pervez Musharraf, cada vez más repudiado por su pueblo.
Pese a las masivas demostraciones de protesta - "si controlamos
la economía y las armas, que puede importarnos lo que piense el
pueblo", parecen razonar - los olmos, al término de la primera
fase, decidieron que las facilidades otorgadas por el general
Musharraf no eran suficientes y que también necesitaban bases
aéreas en territorio pakistaní.
Por lo tanto, es probable que a corto plazo tengan que
preocuparse por el nuevo gobierno que deberán establecer en
Pakistán - después del previsible colapso del general - antes
que pensar en alguna formula para sustituir al Talibán en el
poder de Afganistán.
Las amenazas contra los gobiernos subordinados a Washington
comienzan a manifestarse en otras regiones del mundo islámico.
En Indonesia, por ejemplo, las autoridades locales debieron
recurrir al apoyo de tropas e Inteligencia estadounidenses para
reprimir la oposición de los sectores musulmanes más
radicalizados.
En Nigeria unas 100 personas fueron asesinadas durante las
primeras manifestaciones contra los ataques estadounidenses.
Seguridad Interna
En cuanto a la situación interna de Estados Unidos, la creación
de una Secretaria de Estado de Seguridad Interior habla por sí
sola.
Es como si, de pronto, las emblemáticas instituciones
estadounidenses hubiesen dejado de confiar en sí mismas y, sobre
todo, en la capacidad de la sociedad civil para auto-regularse y
auto-asegurarse.
La hipotética avanzada del enemigo nunca estuvo en el
vecindario.
Los secuestradores-suicidas del 11 de setiembre habrían llegado
del exterior (ninguna de las informaciones difundidas hasta
ahora es suficientemente confiable). Pero en el país viven más
de 6 millones de musulmanes - desde descendientes de los
esclavos africanos hasta millonarios sauditas -. Aunque en mayor
o menor medida todos han terminado adaptando los preceptos del
Corán al "america way of life", algunos podrían no estar
cruzados de brazos ante la matanza de sus hermanos afganos.
Mientras tanto, la población estadounidense está siendo sometida
a un doble discurso de efectos desquiciantes.
Para legitimar la continuidad de sus bombardeos los olmos
necesitaron mantener a toda costa el clima de temor, indignación
y tensión y el ánimo belicista generados (o regenerados) por los
atentados del 11 de setiembre. Para ello contaron con la
inestimable ayuda de los grandes medios de comunicación social.
Y la interesada iniciativa de todas las corporaciones, empresas,
organismos, centros de estudios y desarrollo científico-
tecnológico, vinculados con la Defensa, la Seguridad, la
Información, las Comunicaciones y la Inteligencia.
Es una especie de sociedad tripartita: un socio arroja las
bombas; otro las muestra a todo el mundo y otro se encarga del
espectacular despliegue de medios y recursos de seguridad
interna con el que se pretendió neutralizar una previsible
respuesta terrorista a las primeras (sin pensar, nuevamente, que
decenas de miles de efectivos en las calles y principales
instalaciones del país no sirven para interceptar sobres de
correo con pequeñas cantidades de antrax en su interior). Tres
socios, sin contar al que fabrica las bombas, por supuesto.
Por otra parte, como no puede actuar abiertamente como vocero de
tal sociedad, el Ejecutivo - representante, al menos formal, de
la extraordinaria pluralidad de sectores, instancias e intereses
de la Nación - se manifiesta en nombre de todos ellos y del país
como un todo.
Por eso, apenas media hora después de una advertencia oficial
del FBI sobre la posibilidad de nuevos e inminentes ataques
terroristas, el presidente George W. Bus, en conferencia de
prensa transmitida a toda la Nación, exhortó a los ciudadanos a
volver a su estilo de vida normal y a contribuir con ello a la
reactivación económica y el bienestar general.
El resultado es que la ciudadanía termina por no saber qué es
mejor: si quedarse en su casa para improvisar un refugio contra
la guerra químico-bacteriológica o salir a trabajar.
Si el principal factor de seguridad nacional es el pueblo, un
pueblo desinformado, confundido y desorientado pone en cuestión,
también, la solidez de la retaguardia estratégica de esta guerra
de los olmos.
https://www.alainet.org/es/articulo/105432
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