América Latina: "la decisión de inventar otro mundo"

16/06/2003
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"Ahora, en definitiva, es otro mundo.
Aquellos años
en que irrumpimos sin saber adónde parecen
tan lejanos como el diluvio.
No obstante
aún prosigue la gran matanza.
Se extiende el hambre
cuando todo está aquí para vencerla (...) El tiempo
no pasó en vano:
se perfecciona el exterminio.
Pero todo esto
no servirá de nada
ante el valor humano,
frente a la decisión
de inventar otro mundo". José Emilio Pacheco
Los recientes triunfos electorales del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil y de la coalición que apoyó a Leoncio Gutiérrez, en Ecuador, lo mismo que el importante resultado del Movimiento al Socialismo en Bolivia han puesto en el tapete de la discusión en todo el mundo la situación que vive la izquierda latinoamericana y lo que hace algunos años se denominaba la hipótesis estratégica de los revolucionarios. Esos triunfos y avances han sido vistos por mucha gente con una gran esperanza, no sólo porque significaron la derrota de proyectos políticos neoliberales sino también porque representan el éxito de fuerzas políticas de izquierda no tradicionales. El PT de Brasil surge en 1980 como producto de la gran huelga de los metalúrgicos de San Bernardo del Campo en el gran Sao Paulo, y como producto de cientos de luchas sindicales que rompieron con las tradicionales formas de dominio de las fuerzas burguesas de Brasil: ya sea en su forma dictatorial; en su forma populista (representada por el viejo laborismo encabezado históricamente por Getulio Vargas y más recientemente por Leonel Brisola); o en su forma liberal, con el Partido Movimiento Democrático Brasileño. En el caso de Ecuador, los viejos partidos tradicionales (el Partido Social Cristiano, el Partido Roldosista Ecuatoriano, el Movimiento Popular Democrático, Izquierda Democrática, Partido Conservador- Unidad Nacional y Democracia Popular) fueron progresivamente perdiendo legitimidad en función de las diversas insurrecciones indígenas. Tanto el gobierno de Abdalá Bucaram ("el loco" según el pueblo de Ecuador), como el de Jamil Mahuad, fueron derribados por grandes movilizaciones populares en las que el contingente de los indios ecuatorianos fue clave, si no es que único. Los viejos partidos tradicionales vieron con asombro y desconfianza el surgimiento y la consolidación de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (CONAIE) y la construcción del Movimiento Plurinacional Pachakutik, la fuerza política más activa en el triunfo de Gutiérrez. Por otro lado, en el caso de Bolivia, los viejos partidos tradicionales (Movimiento Nacionalista Revolucionario formado por Víctor Paz Estensoro y Hernán Siles Suazo, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria dirigido por Jaime Paz Zamora, los diversos Partidos Obreros Revolucionarios de orientación trotskista e incluso la Acción Democrática Nacionalista dirigida por el dictador Hugo Bánzer) vieron con sorpresa el proceso de organización del movimiento indígena boliviano en dos vertientes: la conformada alrededor de la organización Tupaj Katari que va a dar paso al surgimiento del Movimiento Indígena Pachakutik (MIP) y, sobre todo, el Movimiento al Socialismo (MAS) dirigido por Evo Morales y viejos dirigentes obreros de la antigua Confederación Obrera Boliviana (COB), que logró un empate técnico con Acción Democrática Nacionalista en las pasadas elecciones. Estos tres procesos han generado desconsuelos (el caso de Ecuador) esperanzas y dudas (el caso de Brasil) e ilusiones (el caso de Bolivia). Más allá de discutir el significado de cada uno de estos procesos, es indispensable ubicarlos en función de lo que ha sido el proceso de mutación de la izquierda latinoamericana. De la crítica de las armas a la crítica de sí misma En 1990, Víctor Tirado López, comandante de la revolución sandinista de Nicaragua, hizo una declaración apabullante: "Creo que se está cerrando el ciclo de las revoluciones antimperialistas, en- tendiéndolas como enfrentamiento total, militar y económico con el imperialismo (...) por eso pienso que a lo más que se puede aspirar es a la convivencia con el imperialismo aunque nos duela y nos cueste decirlo". En otro texto, el mismo dirigente del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) decía: "Esa es la enseñanza, la democracia electoral ha guiado el curso económico de algunos países: Europa occidental, Estados Unidos, algunas naciones asiáticas; la Unión Soviética, los países socialistas, y los Estados subdesarrollados se apartaron de ese camino" (VTL, El desafío Económico). En su texto Congreso y Revolución, Tirado López escribió: "Incluso Japón se ha convertido en un país revolucionario, porque ha transformado toda la técnica y la ciencia desde el punto de vista económico, eso es revolucionario, porque está transformando la economía constantemente". Este pensamiento paulatinamente fue preñando al grueso de la izquierda latinoamericana, no sólo a la armada. El principio "realidad" fue sustituyendo al principio "esperanza". Una adaptación paulatina a la lógica del mercado y del capital se fue apoderando de la izquierda. La reorganización neoliberal, con el antecedente de la crisis de la deuda externa fue disciplinando a todas las fuerzas políticas en nuestro subcontinente. No sólo permitió la crisis definitiva de los viejos partidos tradicionales (los liberales y conservadores, los demócrata cristianos, los nacionalistas, los socialdemócratas, los partidos socialistas y los partidos comunistas), sino también a lo que se conocía como izquierda revolucionaria: el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional de El Salvador; el FSLN de Nicaragua; los Tupamaros de Uruguay; varias alas radicales del PT de Brasil, el Partido de Unidad Mariateguista de Perú, la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, etcétera. De repente, la diferencia con la derecha ya no era la lucha por una dinámica anticapitalista o socialista, sino por quién administraba mejor el neoliberalismo. La lucha contra la explotación fue sustituida por la lucha por una "mejor distribución del ingreso" y, aún en este terreno, tratando de convencer a los más ricos de que no es bueno tener sumida en la miseria a los más po-bres (la inmensa mayoría), porque eso puede provocar la revolución. La lucha en contra del imperialismo fue sustituida con el afán por de-mostrarles a los países poderosos que se contaba con un proyecto de desarrollo que no afectaría los principales enclaves de su riqueza. Lejos estamos, ya no digamos de los proyectos revolucionarios sino incluso del gran proyecto de reformas estructurales que planteó la Unidad Popular en Chile. Hoy, el programa de Salvador Allende sería catalogado como ultra izquierdista por una buena parte de las organizaciones de izquierda en América Latina. En cambio, una visión productivista que privilegia el dar garantías al gran capital se fue imponiendo como lógica única. Una estrategia de adaptación, ni siquiera gradualista, ha penetrado la mente y los corazones de la izquierda que fue prisionera de la dialéctica de ceder un poco para ir cediendo todo poco a poco. Atrás estaba el derrumbe de una visión estratégica que fragmentaba el mundo en campos. Según este paradigma había tres campos: el campo del imperialismo que era englobado como un todo sin contradicciones; el campo del socialismo que, a pesar de las críticas que se formulaban en privado, era visto como la retaguardia estratégica de la revolución antimperialista; el campo de la revolución democrática popular, con una dinámica socialista, que era visto como el factor dinámico en la transformación de la correlación de fuerzas mundial. Una vez que el muro de Berlín desaparece y que la Unión Soviética se desaparece la visión estratégica salta en mil pedazos. Si ya no existe retaguardia estratégica, entonces es indispensable reorganizar todo el pensamiento y la práctica de los socialistas y el camino más fácil, el más seguro, fue el de arrojar por la coladera el agua sucia junto con el niño. Al plantear que la revolución no resolvía los problemas del subdesarrollo se perdía de vista el hecho de que el subdesarrollo no fue creado por las revoluciones, sino por la existencia de un mercado mundial capitalista y una división internacional del trabajo. La revolución no solucionaba esos problemas, apenas y los planteaba. El fracaso de la revolución sandinista tuvo el mismo efecto, aunque de signo contrario, que la caída de la Unidad Popular chilena en 1973: era imposible cambiar las relaciones económicas que el imperialismo le había impuesto a nuestros pueblos. La diferencia fue que mientras que en 1973, la izquierda sacaba como conclusión que un cambio sistémico era imposible por la vía parlamentaria e institucional, después de 1990, la conclusión fue que ya no era posible la realización de una revolución antimperialista. Con un agravante: no se volvió a una perspectiva como la de Allende, sino a lo que algunos han caracterizado como un reformismo sin reformas. Interludio: las voces que vienen más de abajo que de abajo Entre la derrota sandinista en febrero de 1990 y el triunfo del PT en Brasil en diciembre del 2002, el escenario político de la confrontación se ubicó en el sótano de América Latina (parafraseando la expresión zapatista). La izquierda organizada latinoamericana vivió su periodo de mayor desconcierto. Casi de manera simultánea, desde los centros del poder económico se diseñó una política hacia América Latina que trajo como consecuencia una transformación radical de las relaciones sociales, incluidas las de producción. La aplicación del neoliberalismo tuvo entonces sus peculiaridades; veamos algunas de sus definiciones: a. La deuda externa fue utilizada como un mecanismo disciplinador para lograr las modificaciones sustanciales que se exigían y aceptar pasivamente las cartas de intención que planteaba el Fondo Monetario Internacional. En ese sentido, la deuda externa no sólo fue un mecanismo de saqueo sino, antes que nada, fue la llave que se utilizó para abrir todas las otras puertas. b. Privatización-fiebre exportadora-ataque a los viejos Estados populistas. A partir de la segunda guerra mundial y hasta la década de los sesenta, en América Latina la política de sustitución de importaciones logró crear una infraestructura económica muy grande y casi siempre en manos del Estado. El proceso de privatización representó la entrega a lo peor de la burguesía latinoamericana y mundial de la riqueza social de nuestros países, así como la reubicación de los patrones productivos: el cierre de las minas de estaño en Bolivia, el cierre y la privatización de varias minas de cobre y zinc en Perú, el cierre de varias metalúrgicas mexicanas; para no hablar de las modificaciones en la producción agrícola para sustituir los productos tradicionales que eran la base de la dieta tradicional, además de ser seña de identidad y mecanismo de organización social -el caso del maíz es en sí mismo revelador-, por productos agrícolas destinados a la exportación. El proceso de privatización y de transformación productiva y social, así como la fiebre exportadora -lo que redundó en una crisis de los mercados nacionales- permitió la crisis de las viejas corrientes nacionalistas y de varios Estados populistas. c. El libre comercio como política de recambio a la de la sustitución de importaciones. Desde le época del plan Brady la idea que se vendió en América Latina fue que los acuerdos comerciales eran la alternativa para nuestros países. Desde luego el punto más alto fue el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. La idea era simple: enchufar a la parte "dinámica" de nuestras economías con la economía de Estados Unidos y, al mismo tiempo, desregular de tal manera el marco jurídico nacional que asegurara el libre tránsito de mercancías, la flexibilidad laboral, la eliminación arancelaria, la soberanía monetaria, etcétera. En medio de ese ataque brutal, surgieron en nuestros países movimientos sociales que no eran los tradicionales, o que se pensaba que habían sufrido derrotas tan significativas que no se podrían levantar. El Movimiento de los Sin Tierra en Brasil fue como la señal de arranque; nacido desde la década de los ochenta, el MST tuvo su desarrollo más significativo en la siguiente década. En muchos sentidos ha sido mucho más activo y dinámico que la Central Unitaria de los Trabajadores de Brasil. Desde el inicio, su reivindicación de independencia y autonomía frente al PT fue clara. Este movimiento permitió el desarrollo de una serie de confrontaciones, algunas de ellas muy violentas, en un país como Brasil, donde el problema de la reforma agraria es la prioridad de prioridades. En Bolivia, la lucha de los campesinos cocaleros ha cubierto varios flancos. Por un lado, la reivindicación de la planta de la coca como producto esencial para las comunidades indígenas; por otro, el desenmascaramiento de la hipocresía del mercado sobre la plantación de la coca (se persigue a campesinos que la siembran, pero se fortalece la relación criminal entre los Estados, un sector del capital financiero internacional y los capos de la droga); finalmente, atrás de la defensa de la siembra de coca se encuentra una clara y manifiesta voluntad autonómica de las comunidades indígenas y agrarias. En este país, la lucha en defensa del agua, por su no privatización, ha sido igualmente clave. Lejos, muy lejos, han quedado los tiempos del protagonismo de la Central Obrera Boliviana, encabezada por Juan Lechín (supuesto dirigente de los mineros bolivianos, quien por cierto nunca entró a una mina ya que medía cerca de 1.90 metros). En Ecuador, el surgimiento en un proceso largo del movimiento indígena generó un nuevo protagonismo social, le dio una nueva dinámica a la movilización. Después de años de huelgas generales convocadas por el Frente Unitario de los Trabajadores, el surgimiento de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) permite la constitución de nuevos mecanismos de contrapoder que se han desarrollado de una forma espectacular. En Argentina, el estallido de la crisis económica y social a finales del 2000 y a principios del 2001, permitió el surgimiento del movimiento de los Piqueteros. En el desarrollo de este movimiento social se combinaron diversas formas de lucha, desde el bloqueo de carreteras hasta la toma de fábricas que eran declaradas en quiebra, generando una nueva expresión de sindicalismo, que combinaba las tradicionales de-mandas gremiales con una forma de sindicalismo social que involucraba a los familiares y vecinos. El nivel de radicalidad del movimiento no se dio únicamente en el terreno de las acciones, sino también en el de las declaraciones. La elaboración de la consigna ¡Que se vayan todos y no quede ni uno solo! (que tanto escozor le ha causado a algunos comentaristas de la lucha de clases, en México) representó un reto a la clase política de ese país. En México, la aparición pública del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en 1994 significó, antes que nada, un futuro anterior. Marcó una nueva forma de hacer y entender la política, que luego encontraría sus ecos en otras partes de América Latina y del mundo. El EZLN constituyó un reto para todas aquellas corrientes de izquierda que habían decidido transitar por el camino de la asimilación a los mecanismos institucionales de sus sistemas políticos, pero también una fuente de inspiración para el estallido de nuevas formas de expresión y organización de los movimientos sociales, que se tomaron en serio la idea de que la política no es algo que pertenezca únicamente a los partidos políticos. La expresión de estos movimientos sociales ha tenido diversos procesos de evolución. Desde aquellos que han decidido apoyar y participar en una alternativa de poder (el caso Ecuador); pasando por aquellos que han decido apoyar la llegada de un partido de izquierda al gobierno sin comprometer su independencia y autonomía (caso Brasil); o los que han decidido formar un partido-movimiento que participa electoralmente sin adaptarse a los mecanismos institucionales castrantes y manteniendo su beligerancia social y política (caso Bolivia); o los que han decidido, con diversos niveles de éxito, mantenerse al margen de la actividad política electoral-institucional y ensayar formas de organización de la rebeldía (caso Argentina y México). La izquierda en el gobierno: el oscuro objeto del deseo Parecería ser una regla, lo que no quiere decir que no haya excepciones, pero parece ser que la izquierda históricamente ha recorrido un camino que va de lo social al poder, como si fuera una carretera. Es indudable que la inmensa mayoría de las diversas corrientes de izquierda al momento de surgir tienen grandes raíces sociales. No han sido producto de ejercicios intelectuales o simplemente programáticos, sino que han sido impulsadas por grandes confrontaciones sociales. Desde la vinculación entre el lanzamiento del manifiesto del Partido Comunista y la revolución de 1848 (la primavera de los pueblos como la bautizó Carlos Marx) en varios países de Europa. Sin embargo, también es indudable que mientras más peso social se tiene y las posibilidades de acceder al gobierno se hacen más viables la lógica del poder pervierte las ideas originales. Por eso hablamos de una carretera que se inicia con una gran afinidad con luchas sociales y conforme se acerca a la meta se aleja de sus preocupaciones originales. Esto crea una especie de esquizofrenia: se elabora una perspectiva estratégica para tomar el poder en beneficio de los sectores populares, después se llega a la conclusión de que para tomar el poder se requiere elaborar una propuesta atractiva para el capital, posteriormente se hace tabla rasa y se concluye que el trabajo no puede sobrevivir sin el capital, para acabar priorizando al capital sobre el trabajo. Esto no es inevitable, y creo que sería un error formularlo de esa manera. Lo que es innegable es que hasta ahora esa ha sido la dialéctica de una buena parte de la izquierda partidaria latinoamericana. Vayamos ahora a las dos experiencias de triunfos electorales que han concitado una gran ilusión y esperanza. El triunfo de Lula y del PT en Brasil sin lugar a dudas representa el punto más alto en ese camino. Lula gana la presidencia de Brasil después de ha-berse presentado tres veces antes como candidato. El itinerario de este partido desde su fundación hasta la actualidad es en sí mismo todo un proceso de experiencias con una riqueza impresionante. El PT sí es -como dijo Pier Paolo Pasolini del Partido Comunista Italiano- "un país dentro del país". Muchos de los procesos civilizatorios que se han logrado en Brasil son imposibles de comprender sin la existencia del PT: la organización de los trabajadores brasileños en una central obrera independiente del poder del capital; las experiencias municipales que marcaron a Brasil, como la de la ciudad de Santos donde se abrieron las puertas de los hospitales siquiátricos y se generó una visión inédita en el tratamiento de estos problemas; los presupuestos participativos en Porto Alegre y Belén; la reivindicación de la cultura negra como parte fundacional y constituyente de la nacionalidad brasileña; la lucha por la defensa de la selva amazónica, etcétera. Brasil es uno antes y otro después del surgimiento del PT y nadie le puede negar o devaluar ese logro a dicha organización. Por eso, las repercusiones del triunfo del PT en las pasadas elecciones en Brasil mar- carán para bien o para mal el futuro de la lucha en América Latina. Desde luego, el triunfo de Lula se enfrenta a problemas ma-yúsculos en la situación por la que atraviesa el mundo actualmente. La plataforma con la que ganó no tiene mucho que ver con las que había levantado en el pasado. Las referencias al socialismo democrático - que implicaba incursiones fuertes a la propiedad del gran capital- desaparecieron y, en su lugar, se plantearon las viejas concepciones de actuar promoviendo la comprensión por parte del gran capital nacional e internacional de los problemas de la marginación y la pobreza. "Vamos a cambiar, sí. Cambiar con coraje y cuidado, hu- mildad y osadía, cambiar teniendo conciencia de que el cambio es un proceso gradual y continuado, no un simple acto de voluntad, no es un entusiasmo voluntarista. Cambio por medio del diálogo y de la negociación, sin atropellos o precipitaciones, para que el resultado sea consistente y duradero (...) Para reponer el Brasil en el camino del crecimiento, que genere los puestos de trabajo tan necesarios, carecemos de un auténtico pacto social para los cambios y de una alianza que entrelace objetivamente el trabajo y el capital productivo, generadores de riqueza fundamental de la Nación, de modo que el Brasil supere la inercia actual y para que el País vuelva a navegar en el mar abierto del desarrollo económico y social". (Discurso de Lula el día de la toma de posición como presidente de la República, 1 de enero de 2003). Para lograr ese objetivo, Lula formó un gabinete que refleja lo que un antiguo dirigente del PT, Joao Machado, ha llamado "las dos almas del gobierno Lula". En los puestos claves de definición del modelo económico, puso a dos hombres estrechamente vinculados con el proyecto neoliberal. Al frente del Banco Central puso a Henrique Meirelles, ex presidente internacional del Banco de Boston y hombre vinculado a Fernando Henrique Cardoso. En su presentación ante el Senado (en Brasil, el presidente del Banco Central debe ser aprobado por esa instancia), explicó claramente su solidaridad y acuerdo con la política aplicada por su antecesor, Amínio Fraga, su amigo y correligionario pues ambos militan en el partido de Cardoso. El significado de este nombramiento adquiere mayor relevancia a partir de la iniciativa que recientemente ha elaborado el gobierno para otorgar autonomía al Banco Central. Esta propuesta es una de las condiciones que el FMI ha puesto al conjunto de los países latinoamericanos. El Banco Central se encarga de definir toda la política financiera de un país, en especial en lo que tiene que ver con la política cambiaria, la fijación de las tasas de interés, la masa monetaria circulante y, de alguna manera, la balanza comercial de pagos y su cuenta corriente. La iniciativa gubernamental de autonomía ha provocado que economistas de la talla de Celso Furtado (quien hizo una declaración esclarecedora: "no es posible ser independiente y al mismo tiempo participar del sistema financiero internacional"), así como dirigentes sociales planteen la idea de que dicha autonomía no sea decidida sin consulta popular y por eso están promoviendo la celebración de un referéndum para que la gente tenga el poder de decisión sobre este tema que tendrá una repercusión innegable sobre el futuro de Brasil. El nombramiento como Ministro de Hacienda de Antonio Palocci (extrotskista arrepentido) fue acompañado con el nombramiento de toda una pléyade de economistas que participaron en el gobierno de Cardoso y en particular de Marcos Lisboa como Secretario de la Política Económica, uno de los economistas de tendencia neoliberal más aferrado a los dogmas de ese modelo. En lo que se refiere a política exterior, la primera iniciativa del gobierno Lula no pudo ser más desafortunada. La propuesta de formar el "grupo de amigos de Venezuela" representó la conformación de un grupo de los peores enemigos del gobierno de Chávez. Lo que obligó al presidente venezolano a denunciar el carácter profundamente reaccionario de esa iniciativa. Finalmente, en el caso más difícil por ser el más urgente e impostergable, el de la reforma agraria, no se dan pasos firmes. Según el MST, hay aproximadamente 80 mil familias de los Sin Tierra acampadas en estado de espera del proyecto de reforma agraria, es decir, alrededor de 500 mil campesinos. De hecho han comenzado a estallar conflictos entre los campesinos y las autoridades petistas, como sucedió en el estado de Alagoas, donde la ausencia de soluciones por parte del gobierno obligaron a los Sin Tierra a retener a un secretario de Estado, lo que provocó una tensión extrema y fue caracterizado como el inicio de la decepción por parte del MST, cuyos dirigentes declararon: "Han pasado 40 días de gobierno petista sin que haya ninguna respuesta favorable a las familias de los trabajadores rurales acampadas en todo el país". No hay que olvidar que mientras se desarrollaba el Foro Social Mundial en Porto Alegre, el MST sacó una manta que decía: "nosotros pensamos como movimiento social y no como gobierno". La indefinición sobre la reforma agraria tiene su matriz desde la formación misma del gabinete de Lula. Mientras que en la cartera de Reforma Agraria nombró a Miguel Rosseto, miembro de una corriente de izquierda del PT, antiguo vicegobernador de Río Grande del Sur y promotor fundamental del Foro Social Mundial -Pedro Stedile, dirigente del MST señaló: "La presencia del ministro Rosseto es una señal positiva. Él es una persona con tradición histórica de compromiso con la izquierda brasileña. Pero nosotros preferimos no quedarnos juzgando personas o declaraciones. Lo que va a permitir el avance será la correlación de fuerzas en la sociedad. Y a nosotros nos cabe organizar al pueblo para que se consiga el nivel de presión necesario para cualquier proceso de cambio"-, al mismo tiempo, en la cartera de Agricultura se nombró a uno de los grandes empresarios agrícolas brasileños, Roberto Rodríguez. Este tipo de contradicciones han comenzado a dificultar la realización de la política social del régimen de Lula, en particular de sus programas prioritarios: Bolsa de Alimentación, Bolsa Escuela, Programa de Erradicación del Trabajo Infantil, Programa Gente Joven y Programa Auxilio Gas. Que en conjunto dan la base a la propuesta más audaz del gobierno: Hambre Cero. Y esto para no hablar de su compromiso de respetar los acuerdos con el FMI y en especial lo que tiene que ver con el pago de la deuda externa (la segunda más grande de todo el mundo). ¿Será posible pagar la deuda y al mismo tiempo extirpar el hambre en un país con tantas desigualdades como Brasil? Por otro lado, es indispensable señalar el reflejo autoritario que se ha venido desarrollando tanto en el gobierno como en la dirección del PT. Cuando se hizo la elección de Presidente del Senado, desde el Palacio en Brasilia la señal fue que todos los senadores deberían votar por José Sarney (expresidente de Brasil, ligado a los sectores derechistas de ese país). Cuatro senadores del PT, en especial Helena Heloisa señalaron que no votarían a favor de ese individuo, lo que inmediatamente provocó las amenazas tanto del jefe de gabinete José Dirceu (ex guerrillero) y del presidente del PT, José Genuino (exdirigente de la ultraizquierda petista) de expulsarla del partido. La compañera no votó por Sarney y se volvió el segundo personaje más reconocido del Brasil (después de Lula), logrando un reconocimiento social que impidió cualquier medida administrativa. Sin embargo, sería un error pensar que todo está ya definido. Y aquí hacemos referencia fundamentalmente al movimiento social brasileño. Brasil vive una encrucijada, la solución de la misma no se conseguirá con programas de gobierno o con llamados a la conciliación de intereses: dependerá de la capacidad de movilización y organización de los sectores populares y ahí la moneda sigue estando en el aire. Si bien la suerte del proceso abierto con la llegada del PT al gobierno de Brasil se encuentra todavía indefinida, el caso ecuatoriano en cambio es ya bastante evidente. La actitud del gobierno de Lucio Gutiérrez ha sido totalmente cargada a la derecha. Todos los puntos contra los que luchó el movimiento indígena hoy se están implementando: la dolarización de la economía; una reforma fiscal que afecta a los sectores populares; la firma de la Carta de Intención con el Fondo Monetario Internacional, sin objetar nada a las 22 condiciones impuestas; su aceptación del Plan Colombia y la utilización de bases militares norteamericanas para ese objetivo, etcétera. Si estas políticas las hubiera puesto en marcha un gobierno que no hubiera sido apoyado por una parte fundamental del movimiento indígena, hace ya tiempo que éste se hubiera insurreccionado en su contra. Eso hace pertinente la pregunta que muchos se están formulando en ese país: ¿Cuándo tenía más poder el movimiento indígena, antes de estar en el gobierno o ahora que lo está? Aquí tenemos una demostración suplementaria de que el poder del Estado, muchas veces no es otra cosa que "el oscuro objeto del deseo" de la izquierda. Ahora en Ecuador cada vez surgen más voces que plantean la separación definitiva de este movimiento del gobierno y la necesidad de reencauzar la lucha en contra de un poder excluyente y perverso. No hay mucho más que argumentar sobre este caso, es bastante obvio. Conclusión Después de la derrota de la revolución sandinista, la izquierda latinoamericana entró a su laberinto, y buscando una salida se encontró con la posibilidad de ser gobierno; el riesgo es que esto signifique la caída en otro laberinto, aún más peligroso que el anterior. Las disyuntivas no son fáciles, ni es posible regodearse en esta situación. Las transformaciones del capital internacional implican una necesaria reubicación de la izquierda, a condición, pensamos, de que no pierda su carácter emancipatorio, libertario y rebelde. Desde luego es necesario dar respuestas sólidas a esta nueva problemática, romper el espacio limitado y limitante del Estado nacional y participar de lleno en el proceso de consolidación de un movimiento constituyente y soberano. Esto inevitablemente significa una relaboración teórica: el viejo tercermundismo no tiene viabilidad alguna. Es indispensable entender que el futuro de nuestros países no se juega en el marco de nuestros Estados nacionales, que atraviesan por una crisis y padecen limitaciones que impiden toda posibilidad de solución a los grandes problemas que enfrentan sociedades como las nuestras. El destino de la rebeldía y la lucha por la emancipación corre al parejo de lo que está pasando en las grandes megalópolis, al lado de los nuevos movimientos sociales. De alguna manera el mundo se simplificó: por un lado, los que quieren imponer casi sin mediaciones un modelo excluyente que atenta contra el futuro de la humanidad y del mundo como tal y, por el otro, los que luchan y se rebelan y buscan construir una salida civilizatoria. El desarrollo de este nuevo campo permitirá unir luchas tan diversas como las que se libran en los campos de Brasil, los suburbios de Buenos Aires, el altiplano boliviano, las calles de Ecuador, la selva de Chiapas, con las que se están dando en las calles de Génova, Barcelona, Nueva York, París o Seúl. http://www.revistarebeldia.org/revistas/007/art05.html
https://www.alainet.org/es/articulo/107726
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