La ocasión perdida
24/06/2004
- Opinión
Hace justo un año, los gobiernos líderes del Cono Sur
dejaron pasar una oportunidad de oro para consolidar alguna
forma de gestión posneoliberal o verdaderamente progresista.
Luiz Inácio Lula da Silva arrancó a comienzos de enero de
2003 con un océano de expectativas a favor, y en mayo Néstor
Kirchner comenzaba a sorprender con decisiones largamente
esperadas, como el pase a retiro de las cúpulas militar y
policial. El termómetro de la esperanza subió varios grados,
a tal punto que los más optimistas –sobre todo en el entorno
del ministro de Economía argentino, Roberto Lavagna-
auguraban un bloque conjunto entre Argentina y Brasil para
hacer frente al FMI y, en el mejor de los casos, podía
esperarse hasta un default conjunto que haría temblar a los
acreedores.
El 16 de octubre, ambos presidentes firmaron el Consenso de
Buenos Aires, durante la visita a Lula a Argentina, un
documento tan general y extenso como ambiguo, en el que se
proponían "garantizar a todos los ciudadanos el pleno goce
de sus derechos y libertades fundamentales, incluido el
derecho al desarrollo, en un marco de libertad y justicia
social". Aunque había abundantes referencias al Mercosur y a
la integración regional -se apostaba al multilateralismo y
se mostraban reticencias respecto al ALCA-, se optó por
dejar fuera la cuestión de la deuda externa. Cuando
Argentina debió enfrentar en solitario una dura negociación
con el FMI a comienzos de este año, el gobierno Lula se
limitó a una vaga declaración diplomática.
A estas alturas, ambos gobiernos afrontan problemas internos
que les quitan oxígeno y margen de maniobra para intentar
siquiera recuperar el tiempo perdido: dejaron pasar en
momento del viento a favor sin encarar la menor reforma
estructural. Pese a las diferencias que mantiene Kirchner
con las privatizadas del sector petrolero y los
ferrocarriles, no está en la agenda la posibilidad de
promover reestatizaciones. El caso de Lula es, si se
quieren, más grave aún. El sociólogo Octavio Ianni sintetizó
en una reciente entrevista su visión de la gestión petista
con un aserto lapidario: "Asumieron el gobierno y no saben
para qué lado va el barco. Están atónitos. Son personajes de
una nave de enloquecidos".
¿Exageraciones? El propio Lula reconoció, en entrevista
publicado el 22 de junio por Página 12, que en 2003 Brasil
pagó 47.900 millones de dólares en concepto de intereses de
su deuda. El 70% de las exportaciones anuales. "Logramos un
superávit fiscal del 4,25 por ciento del PBI y con ello sólo
conseguimos pagar 20.000 millones de dólares, el resto
tuvimos que reprogramarlo. Es decir, el superávit no alcanza
para pagar los enormes intereses", añade el presidente de
Brasil. Así y todo, su gobierno no tiene la menor duda en
que deben pagarse puntualmente los intereses de la deuda.
Con ese panorama, no puede resultar extraño que la
popularidad del gobierno brasileño haya caído a niveles que
hacen muy difícil la reelección de Lula en 2006. Partió con
un índice superior al 60% de aprobación, cayendo en junio de
este año al 29%, por debajo del menor nivel de aprobación de
la primera presidencia de Fernando Henrique Cardoso, que fue
del 33%. La principal promesa de Lula fue el combate al
desempleo, pero el 67% de los entrevistados por el Instituto
Sensus, encuesta difundida el 22 de junio, dicen que el
principal problema del país es, justamente, el desempleo.
Ahora Lula tiene un margen cada vez más estrecho. Está en
plena campaña electoral para las municipales de octubre, de
cuyo desenlace –sobre todo en la ciudad de San Pablo-
depende el futuro de su gobierno. No es este el momento para
ensayar cambios.
Para Kirchner se terminó también la luna de miel. La crisis
institucional argentina, que lo catapultó a la Casa Rosada,
mantiene todo su potencial desestabilizador. Hace diez días
los vecinos del barrio de Palermo, de clase media alta,
quemaron una comisaría en respuesta al asesinato de un joven
bajo la modalidad policial conocida como "gatillo fácil". La
portada del diario Página 12 del viernes 25 es todo un
homenaje a la crisis de credibilidad de las instituciones:
una patrullero volcado y en llamas, fue la respuesta vecinal
en el barrio Isidro Casanova, una zona destruida por la
desocupación, a la muerte de un joven en una discoteca, al
parecer a manos de los guardias de seguridad. Para un
abogado del CELS, organismo de derechos humanos, las
reacciones son un efecto de las políticas de mano dura sobre
los sectores populares.
Hace un año, en los dos países más importantes de la región,
se habían instalado gobiernos que podían encarar cambios de
fondo. Implementar políticas económicas no neoliberales en
Brasil, en base a redireccionar el aparato productivo hacia
el mercado interno, promoviendo un crecimiento endógeno. En
Argentina, la agenda consistía en cerrar la crisis de
legitimidad de las instituciones, promover la inclusión de
millones de excluidos en la década menemista y empezar a
reconstruir parte del aparato industrial devastado. En ambos
casos, un año después el panorama es desalentador: Kirchner
y Lula desaprovecharon el momento más favorable para las
izquierdas en muchas décadas, y se dedicaron a poner parches
y paños tibios donde debían aplicar cirugía mayor. A partir
de noviembre, cuando en Washington se cierre el impase
provocado por las elecciones, pueden empezar a arrepentirse
del tiempo perdido.
* Publicado en La Jornda, 25 de junio de 2004.
https://www.alainet.org/es/articulo/110157
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