El proceso bolivariano en la coyuntura latinoamericana
13/09/2005
- Opinión
Elementos de tendencia en la coyuntura larga latinoamericana
1.- La transición entre siglos encuentra a América Latina como región
inserta en tres procesos básicos:
a) la globalización o mundialización inducida
b) el “consenso de Washington” que debería abrir paso a un Tratado de
Libre Comercio Americano
c) la democratización (gobiernos civiles electos) bajo la forma de
democracias poliárquicas restrictivas (poliarquías restrictivas).
Estos tres procesos se dan en relación con un eje común: la extinción de
un proyecto nacional de desarrollo y, con ello, la liquidación en la práctica
de las tesis o imaginarios sobre la presencia o ausencia de una burguesía
nacional en el subcontinente. No existe desarrollo nacional: puede o no
existir un crecimiento precario derivado de una inserción en la lógica
trasnacional de acumulación de capital. Los protagonistas ‘locales’ de este
crecimiento son políticos/empresarios trasnacionalizados y tecnócratas
privados y públicos.
De los tres procesos, los dos últimos se encuentran o en un momento de
estancamiento o exhibiendo signos de su fragilidad estructural.
Estos procesos dominantes, o sus efectos, encuentran resistencias
sociales populares, ciudadanas, electorales y estatales, muchas veces
fragmentarias, que toman formas diversas. En las economías grandes surgen, por
ejemplo, la rebelión zapatista (1994), y la posibilidad de triunfo electoral
de un candidato presidencial emergente (López Obrador) en México, la
movilización ‘piqueterista’ en Argentina, y se consolida el Movimiento de los
Sin Tierra en Brasil. Este último país se da el gobierno de Lula (2002) con
apoyo, entre otros, del Partido de los Trabajadores y el MST. Ninguno de estos
procesos, sin embargo tiene (ni aspira) a irradiar o incidir en el imaginario
popular latinoamericano. Constituyen fenómenos locales. Dos de estos países-
economías, en cambio, han avanzado en la configuración de un núcleo regional
(MERCOSUR) que constituya un polo de acumulación subregional de capital que
frene la hegemonía unilateral de Estados Unidos en el área y la inserte más
diversificadamente en la economía transnacionalizada o global.
En otros países se dan principalmente movilizaciones rurales populares
con efecto o alcance urbano y ciudadano, como en Ecuador, e incluso un
gobierno (República Bolivariana de Venezuela) que se declara revolucionario,
bolivariano (integrador) y socialista, partidistas y sociales (Bolivia) y
triunfos electorales ‘de izquierda’, como en Uruguay. La experiencia cubana no
colapsa aunque se encuentra (desde finales de la década de los ochenta)
notoriamente disminuida en su capacidad para avanzar posibilidades
alternativas. En su frente, las estructuras político-militares que combaten en
Colombia siguen mostrando capacidad para sostenerse como actores de una
guerra, pero no como conducción política alternativa. En Chile se sostiene la
irritación por la impunidad de los responsables de violaciones a derechos
humanos.
El área centroamericana y caribeña insular se presenta como la
políticamente más deprimida en el nuevo siglo: Haití, con crisis de
ingobernabilidad y casi total colapso económico-social, Guatemala, donde se
manifiestan tendencias hacia la anomia, Honduras y Nicaragua ubicadas
persistentemente entre las economías-sociedades más empobrecidas de la región
y la última ingresando en una crisis de ingobernabilidad. El Salvador
refirmando su carácter oligárquico y Costa Rica sumida en procesos de
corrupción estatal y de sensibilidad pública, venalidad gubernamental y
colapso partidario. Como signo de su debilidad, los gobiernos de estos países,
a los que se une República Dominicana, avanzan en tiempo record hacia Tratados
de ‘Libre Comercio’ sin mayor consulta ni contenido ciudadano, popular o
nacional. Con ello, y con su participación en el Plan Puebla-Panamá, se
determinan como uno de los principales soportes regionales, junto al gobierno
de Colombia, del injerencismo estadounidense practicado abiertamente por la
administración Bush.
2.- En una primera aproximación esta coyuntura larga muestra que la
economía transnacionalizada, en su forma actual, no es instrumento de
desarrollo para el área (tampoco ha garantizado su crecimiento), ni para cada
economía entendido como colectivo o proyecto-de-país, que las economías-
sociedades latinoamericanas mantienen su incapacidad para agregar
significativamente valor a la economía global (y por ello aumentan su carácter
dependiente e intensifican su polarización y enrarecimiento internos) y que
las instituciones de las democracias restrictivas no tienen capacidad para
administrar ni las estabilidades parciales o momentáneas (Argentina, América
Central, Perú) ni las crisis de gobernabilidad e ingobernabilidad (Nicaragua,
Argentina, Ecuador, Bolivia). La excepción, en el período, sería Chile. Sin
embargo, las formas políticas más extremas de injerencismo estadounidense
también han fracasado (como lo muestra la reciente elección de Secretario
General de la OEA y la negativa de esa instancia para acceder a una ‘tutela
democrática’ en la región) y las derrotas militares del gobierno de Colombia.
La región, con todas sus debilidades, y pese al colapso de las principales
sociedades del socialismo histórico hace ya quince años, muestra que sus
resistencias sociales con alcance político tienen raíces propias o autónomas
(no son el reflejo de la actividad de un actor externo) y esta resistencia
social posee, en el inicio del siglo, capacidad para desestabilizar y generar
incertidumbre y, en menor medida, de acuerdo a condiciones internas, capacidad
de propuesta alternativa. Su mayor debilidad está en su carácter regionalmente
estanco y a veces incluso localmente fragmentario (o sea sin capacidad para
una convocatoria plural, determinada y a la vez masiva).
En este panorama se inscribe la propuesta y experiencia de proceso
bolivariano, cuyo foco inicial está en el proceso venezolano pero que aspira a
transformarse en una filosofía y política regional opuesta tanto al
neoliberalismo y a la globalización actual (propone un desarrollo nacional,
regionalmente integrado y popular) como al capitalismo (propone un Nuevo
Socialismo del Siglo XXI: economía de equivalencias y democracia
participativa).
3.- En la perspectiva se dibuja la continuidad del proceso de
globalización inducida (capitalismo intensivo, transnacionalizado, en red),
con acentuación de las dependencias y la fatiga del ambiente democrático que
podría abrir el paso a instituciones explícitamente autoritarias con
conducción civil (Colombia) o militar (Perú, Bolivia). En una frase: crisis
social del mercado, reconfiguración transnacional-autoritaria del Estado.
Las alternativas a esta perspectiva pasan por intensificar política y
aceleradamente la capacidad para agregar valor ‘nacional’ a los procesos de
trabajo, las reformas estructurales internas orientadas a ese fin, la
articulación regional (infraestructura) con base social popular y las diversas
formas de poder local (desconcentración estatal, participación ciudadana y
popular) con incidencia en la propuesta de una nueva cultura política. En una
frase: crisis del mercado global o en red monopólica, reconfiguración popular
del Estado, de la cultura política y reconformación de las tramas sociales.
Elementos específicos del ‘proceso’ bolivariano
1.- La propuesta ideológica bolivariana tiene como base la experiencia
venezolana (gobierno de Hugo Chávez, Movimiento V República, Polo Patriótico).
Se trata de un `proceso original, que se quiere revolucionario y que ha
avanzado significativamente en el período (1998-2005) al menos en:
- la reconfiguración de la institucionalidad política
- el aislamiento y derrota de la oposición interna
- la legitimidad de la conducción chavista y su respaldo social y
electoral
- la proyección de imagen internacional
- la vuelta de la propuesta ideológica (bolivarismo político, Nuevo
Socialismo).
En la medida que la propuesta bolivariana descansan en la articulación
constructiva ‘pueblo - FF. AA.’, se afirma también en su tensión y
conflictividad. Si se acentúa al factor popular, el bolivarismo contiene los
valores del poder local (sujeto popular plural, instituciones democráticas con
lógica participativa y responsabilidad colectiva). Si se acentúa el factor
militar, el bolivarismo porta los valores de la modernización clasista
refleja, la ‘voluntad general’ con control o inducción mesiánica y el
autoritarismo. Es prematuro indicar el carácter de una resolución de esta
tensión (y en ella puede ocupar un lugar decisivo el entorno internacional),
pero hasta el momento dominan, explicablemente, los segundos factores. La
Carta Social de las Américas, que Venezuela impulsa desde el 2001, enfatiza
claramente la institucionalización y el ejercicio del poder “desde abajo”, o
sea popular.
2.- El eje bolivariano internacional (Venezuela no puede quedar aislada
si intenta un camino antiimperialista y anticapitalista o al menos
antineoliberal y por ello propone la Alianza Bolivariana de las Américas,
frente al ALCA)) se orienta principalmente hacia Bolivia, Perú, Colombia,
Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay, Ecuador y, obviamente, Venezuela.
Propone por el momento diálogo político, aumento del comercio regional e
infraestructura integrada y un frente de comunicación de masas (Telesur) como
elementos estratégicos para la confirmación de un bloque regional
latinoamericano con caracteres sociohistóricos populares que se expresarían
políticamente como democracia participativa.
Un frente especial de la política internacional bolivariana es el
desplegado en relación con la producción y potenciación de los recursos
energéticos. En el año en curso Venezuela ha institucionalizado acuerdos con
Argentina y Brasil (Petroamérica), el Caribe (Petrocaribe) y Bolivia,
Colombia, Ecuador y Perú (Petroandina) orientados a cerrar el paso a la
hegemonía estadounidense en el área y a practicar un tipo diferente de
cooperación internacional al que se gestiona por parte de la economía-red
transnacionalizada. La debilidad inevitable de estos acuerdos es que
comprometen a gobiernos y no a los pueblos respectivos.
3.- En otro frente internacional, la experiencia bolivariana hace de la
amistad y colaboración con Cuba un eje de su política exterior. Venezuela
recibe mucho apoyo militante y profesional cubano (salud, seguridad,
organización social) y Venezuela contribuye a paliar los déficits de la
economía cubana.
La propuesta bolivariana, más recientemente, se planteó como “socialismo
del siglo XXI”. Este socialismo no entrará en la agenda de discusión
venezolana interna hasta el año 2008. Uno de sus principales expositores por
el momento es Heinz Dieterich Steffan (Socialismo = economía de equivalencias,
democracia participativa, humanismo).
Observaciones
1.- Situación económica
El crecimiento económico de América Latina y el Caribe en los últimos 4
años puede considerarse bueno, aunque con diferencias regionales. Según CEPAL,
el año 2004 el crecimiento alcanzó el 6.0%. Pero este crecimiento contiene un
10% de desempleo, 221 millones de pobres (de los cuales 97 millones son
indigentes), una acentuación de la mala distribución del ingreso. En este
último campo, por ejemplo, en 1990 tres países (Brasil Guatemala y Honduras)
figuraban en el rubro de peor distribución (0,580 a 1,00), y los seguían 5 en
la casilla de alta desigualdad (0,520 a 0,579). En el año 2002, Argentina
desplazó a Guatemala en el campo de la muy alta desigualdad, pero los países
que siguen a estos tres peores son 8. Así, quedan en los rubros de mediana y
baja desigualdad (este último rubro lo llena únicamente Uruguay: 0,455) solo 7
países en los que se aplica la medición. En los rubros muy alta y alta
desigualdad figuran en cambio 11 países: Brasil, Argentina, Honduras,
Nicaragua, Colombia, Bolivia, Chile, República Dominicana, Guatemala, El
Salvador y Perú, en ese orden. Para que se advierta la magnitud de la mala
distribución latinoamericana del ingreso, EUA tiene un índice de Gini del
0,408, por debajo de Uruguay. Dinamarca 0,240, Hungría 0,244. Namibia sin
embargo supera ampliamente a nuestro campeón, Brasil (0,639), con 0,700 (en
este país africano la esperanza de vida es menor de 40 años).
Entonces el crecimiento económico, cuando a la región latinoamericana le
va bien, es insuficiente tanto para crear empleo como para mejorar la
distribución de la propiedad, la riqueza y el prestigio. O, si se lo prefiere,
para avanzar en la erradicación de la miseria. Esta precaria estructura del
mercado de trabajo castiga en particular a jóvenes y mujeres y es matriz que
permite comprender la intensificación de las violencias sociales.
Tal vez este mercado de trabajo se explique reparando en la región
transfirió recursos al exterior por casi 64.000 millones de dólares en el año
2004. Somos exportadores de capital. Y esto tiene que ver con la lógica de
nuestra estructura económica, el escaso valor que agregamos a las mercancías
hoy globales, la discriminación contra el trabajo femenino, la ausencia de
oportunidades (mercado de trabajo). Exportamos capitales y también gente: los
emigrantes no deseados remesaron más de 42 mil millones de dólares durante el
año pasado. En economías enfermas como las latinoamericanas estas remesas
pueden generar inflación y contribuir a la fragilidad del mercado laboral.
Ahora, ¿por qué crecimos? Bueno, tenemos exportadores de petróleo, la
demanda china de recursos primarios es intensa y sostenida y la economía
estadounidense ha repuntado en el último período. También porque alguna
economía grande acaba de sufrir un colapso muy agudo, como Argentina. Pero lo
importante es constatar que la economía latinoamericana no se mueve desde sí
misma, sino que es reactiva (la palabra correcta sería ‘dependiente’) y
vulnerable a los factores externos. Somos propietarios jurídicos quizás de los
recursos del área, pero no tenemos sobre ellos propiedad efectiva: son otros
quienes les hacen cobrar existencia (valor) económica.
Ahora, hay también signos positivos, pero son insuficientes dentro de la
carencia estructural: el empleo formal ha crecido recientemente más que el
informal y los gobiernos se han dado mejores instrumentos para paliar las
vulnerabilidades derivadas de la economía-red global. Pero son signos
positivos al interior de una lógica de vulnerabilidad.
Lógica de vulnerabilidad
Supongamos que la ‘economía global’ o ‘de red’ o ‘transnacionalizada’
produce un elefante. América Latina genera una parte del heno (y sin procesar)
que consume en alguna ocasión el elefante. Pero no producimos ni su cabeza, ni
su corazón, ni su sexo, etc. Y, desde luego, no transportamos ese heno ni lo
mercadeamos. Supongamos que haya que hacerle una jaula al elefante: América
Latina aporta la madera en bruto (árboles cortados) para hacer la jaula. Pero
para tener esos árboles o plantaciones usamos semillas importadas,
agroquímicos que no producimos, para cortarlos empleamos sierras japonesas o
británicas, y para transportar la madera vehículos que no producimos animados
por diesel o gasolina que no refinamos ni transportamos ni mercadeamos. Y si
alguien atacara al elefante para robarle una pata, no tenemos ni policía ni
ejército capaz de defenderlo. Y si, azarosamente, lo defendiéramos con éxito,
entonces CNN no lo diría en sus noticias y nadie lo sabría. Peor, nadie, ni
nosotros, lo creería. Y si el elefante quisiera un préstamo, para casarse, o
un seguro de elefante, recurriría al Citigroup o al J. P. Morgan-Chase, o a
una de sus sucursales en Brasil, pero no a un banco local de Paraguay,
digamos.
Resulta obvio que si queremos estar menos precariamente en este tipo de
economía, necesitamos darle más de nuestro carácter o valor agregado al
elefante y a su existencia. Y al obtener mayor riqueza por ese valor agregado
tendríamos que distribuirla socialmente mejor para hacer de nuestro
crecimiento un proceso sostenido. Para eso necesitaríamos invertir recursos,
ojalá propios, en educación y capacitación de alta calidad y, a la vez, humana
(por aquello del medio natural y de la sociabilidad). Tendríamos que dejar de
discriminar, entre otras cosas. Pero, desde luego, no estamos haciendo nada de
eso. Más bien llevamos el camino contrario. Algo que nos caracteriza es no
solo una economía dependiente y, por ello, vulnerable, sino también
desagregadora (es decir que no contribuye a la configuración de un proyecto
colectivo) y ello contiene y hace explotar muchas violencias.
La Venezuela bolivariana pareciera querer andar por ese camino de
integrar a los latinoamericanos para oponer alguna resistencia a quienes
determinan entera y monopólicamente el carácter y valor de la economía en red
global. Pero podría quedar aislado en ese camino y también perder el respaldo
militar interno… La oposición cultural-clerical y mediática, furiosa, ya las
tiene. La geopolítica estadounidense posee asimismo un margen amplio de
endurecimiento y agresividad. Así, la República Bolivariana de Venezuela no
transita por un camino fácil, si es que ha elegido este camino. Y no solo no
es fácil. Es largo, y como todos los procesos de cambio cultural, complejo.
2.- Gobiernos “de izquierda”
Los gobiernos constituyen una expresión política específica de cada
país, de modo que no resulta posible comprenderlos mediante una sola lectura
latinoamericana. Los medios masivos, por ejemplo, en particular los
conservadores, hablan del retorno de ‘la izquierda’ en este inicio del siglo,
y agrupan a los gobiernos de Venezuela, Brasil Argentina, Uruguay y Chile en
esta ‘izquierda’ (se reitera mucho que el presidente Lagos es ‘socialista’,
por ejemplo), y les suman los sucesos con protagonismo popular y ciudadano de
Ecuador y Bolivia, la emergencia de una candidatura no deseada y con
posibilidad de éxito en México, la actividad sandinista en Nicaragua, y la
persistencia de Cuba. Esta izquierda sería “populista” (Chávez), “delirante”
(Evo Morales) o “seria” (Lula), “excepcional” (Lagos) “intolerable” (Fidel y
Ortega), etc. Lo grave no es que la prensa comercial repita estas cosas, sino
que alguna gente que desea organizadamente que las situaciones de nuestros
países cambien para bien de la mayoría empiece a creer que ‘la’ izquierda ha
retornado y se propone ya un relevo ideológico y político. Las izquierdas en
realidad no han salido de sus diversas crisis generadas en los últimos treinta
años del siglo pasado (y cuyos antecedentes están más atrás) y es difícil que
salgan vitalizadas de ellas sin acometer un trabajo persistente de
reconfiguración de tramas sociales básicas con criterio popular y, si se
quiere, revolucionario. Este es el tema de los movimientos sociales.
Ahora, junto con el aspecto fundamental anterior, está el desafío de los
ritmos electorales, de la agenda electoral y parlamentaria que, cada vez
compromete a los partidos ‘de izquierda’. Por ejemplo, al Partido de los
Trabajadores brasileño, que, en coalición electoral, logró llevar a su
fundador y dirigente Lula a la presidencia a finales del 2002. Visto desde el
exterior, ¿se ha comportado como de izquierda el gobierno que encabeza Lula?
¿Avanza en la recomposición de tramas sociales o de paliativos que permitan,
en otra etapa, avanzar hacia esta recomposición? Pareciera, por diversos
signos, el enfrentamiento con el MST, por ejemplo, que no. Pero, tal vez
Brasil, como economía industrial, es demasiado importante y la base electoral
de Lula no le permite avanzar socialmente. Entonces un desafío estratégico
para el PT es ahora producir las condiciones para una reelección de Lula y,
después de él, para una incontestable posicionamiento del PT como interlocutor
político popular en Brasil (ojalá el sucesor de Lula fuera del PT). Este es un
tipo de agenda distinta aunque no paralela a la de los movimientos sociales.
Exige al PT no involucrarse en la venalidad política corriente en Brasil.
Ahora, el PT tampoco parece estar cumpliendo en este frente, que es
estratégico. Sin duda podría enmendar. Pero hasta el momento ni el PT ni el
gobierno encabezado por Lula parecen comprometidos con acciones estratégicas
‘de izquierda’. Esto no quiere decir que se trate de la peor administración
del mundo o que sea antitrabajadores; quiere decir que no se comporta como de
izquierda. Tal vez en el actual Brasil no se pueda. Pero cuando no se puede,
‘las izquierdas’ tienen la obligación de crear las condiciones para que sus
políticas estratégicas sean viables. Por el momento la administración Lula es
un buen ejemplo de que un triunfo electoral ‘de izquierda’, o con componentes
de izquierda, no asegura un gobierno de izquierda.
En términos básicos no existe gobierno de izquierda, cualesquiera sea su
origen, referencia ideológica o personalidades, si no se comporta
estratégicamente como de izquierda o si no se empeña en producir las
condiciones para que un gobierno sucesor se encuentre con un más sólido
interlocutor político popular o sea él mismo expresión de ese actor.
Pero esa condición básica debe ser examinada desde las condiciones
económico-sociales de cada país. La política es una práctica compleja muy
material y si es de izquierda todavía más compleja porque no solo va
contracorriente (y debe esforzarse por transformar la cultura política
reinante) sino que tiene que ocuparse en superar sus propias limitaciones y
penurias internas, como el sectarismo, el mesianismo, la abstracción, etc.
Visto así, mi opinión es que nadie podría considerar ‘de izquierda’ la
acción de los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia en
Chile, aunque se hayan dado avances en reformas constitucionales
democratizadoras, derechos humanos (?) o disminución de la pobreza en estos
últimos 15 años. En cambio las movilizaciones sociales ecuatorianas, con
diversa composición, han removido varios gobiernos, y parecen contener
izquierda social que puede proyectarse como izquierda política. Ahí parece
existir un proceso que no es lineal ni ininterrumpido. El bolivarismo
venezolano contiene elementos estratégicos de izquierda: organización,
participación y control popular, poder local, antiimperialismo que, ya
observamos, entran en conflicto con algunos que no lo parecen: caudillismo,
mesianismo, autoritarismo, apoyo en las Fuerzas Armadas. También es un proceso
joven que deberá resolver originalmente su conflictividad interna.
¿Aprendizaje de izquierda?
La situación boliviana puede ser un buen ejemplo asimismo de la
complejidad y conflictividad que pueden condensarse en las ‘opciones de
izquierda’ en este momento en América Latina. Como toda realidad específica,
Bolivia tiene sus peculiaridades. Su población es mayoritariamente indígena
(quechua, aymara, tupí-guaraní), pero su ralea política es blanca-oligárquica,
una minoría. Su economía depende fundamentalmente de exportaciones de
hidrocarburos y mineras que han sido cedidas a empresas extranjeras o que
benefician a otras economías. Su historial de administración política es
turbulento (y con fuerte presencia estadounidense) y los sectores populares
han tenido en ella protagonismo revolucionario. En el país el cultivo de la
coca constituye una raíz cultural. Las movilizaciones sociales populares y los
resultados electorales del Movimiento al Socialismo (MAS, Evo Morales), el
Movimiento Indígena Pachakuti (MIP, Felipe Quispe) y la Central Obrera
Boliviana, han abierto, desde el 2003, un período permanente de crisis de
gobernabilidad que algunos leen incluso como una situación revolucionaria o
prerrevolucionaria. En este período se ha expulsado a dos presidentes y la
serie de crisis se resolvieron con un forzado llamado a elecciones generales
anticipadas para este diciembre. Las banderas político-ciudadanas populares
más extendidas son por la nacionalización de las riquezas básicas (el gas
principalmente), por una Asamblea Constituyente para una Bolivia democrática y
por castigar penalmente a los neoliberales. Además existen reivindicaciones de
diverso tipo de pueblos indígenas, sectores cocaleros y organizaciones
obreras.
Ahora, esta izquierda plural va dividida a las elecciones de diciembre.
En primer lugar, porque no todo el mundo coincide con la oportunidad y
carácter de las elecciones. La Central Obrera Boliviana (que además posee
internamente sectores) estima que se trata de una ‘salida’ que confirma el
statu quo y que la herramienta para hacerse popularmente del poder es otra. El
MAS, en cambio, ya presentó su candidato. Igual lo hizo el Pachakuti (que
ataca duramente al MAS). Existe además un Frente Amplio que se deriva del
Movimiento Sin Miedo (municipal) y que tiene capacidad de convocatoria
popular. Se da entonces una oportunidad muy propicia para un triunfo electoral
popular (que obviamente no es la revolución) que culminaría una movilización
diversa pero constante de sectores populares rurales y urbanos que sí son la
base de un proceso revolucionario. Pero el criterio que separa y opone a esta
eventual fuerza popular se sigue de no considerar este proceso como una
necesidad de articular fuerza social manteniendo discrepancias, sino que del
esfuerzo de cada sector particular por hegemonizar. Existe una línea marxista-
leninista de gobierno de los trabajadores al que se llega con paros armados y
no armados y una huelga nacional, existe una línea indianista (Pachakuti),
existe un socialismo electoralista (MAS) y una línea ciudadana-moral. De modo
que si, por ejemplo, ganasen las elecciones (y el Parlamento) el MAS o
Pachakuti, tendrían una vez en el gobierno la oposición (parlamentaria o
insurreccional) de todos los otros grupos de inspiración popular o ciudadana
(y hay más). La línea obrera quiere subordinar a las líneas indígenas, por
ejemplo, lo que cierra enteramente un espacio de encuentro entre ellas. Esto
enfrenta a la COB con la Confederación Sindical Única de Trabajadores
Campesinos de Bolivia (CSUTCB), creada por Quispe (indianista) a la que
querría imponer un “socialismo obrero” culturalmente tan remoto a aymaras y
quechuas como el capitalismo liberal. Y hablamos de un país cuya población
contiene cerca de un 70% de pueblos originarios. De modo que hay banderas
comunes, antiimperialistas, antioligárquicas y antineoliberales
(anticapitalistas), pero no existe voluntad política para generar espacios de
encuentro, diálogo y negociación con vistas a conformar una fuerza social
plural que protagonice un proceso único, el de la revolución o revoluciones
necesarias.
Desde fuera, al menos, no parece que esta izquierda social y política
haya aprendido demasiado del siglo XXI. Y el deseo es que vaya aprendiendo
desde sus condiciones, que son particularmente complejas.
En cuanto a los sectores de derecha, protagonistas del sistema, sus
discrepancias no les impiden aprovechar para sus negocios los éxitos
electorales de otros. Enseñan en la ocasión, por tanto, un rostro neoliberal
más ortodoxo y otro más ‘social’, para que el electorado pueda escoger. Esto
sin contar que la cancha donde se juega, las elecciones, es la de ellos.
Política y transformación cultural
Cuando se habla de “avance de la izquierda” debería estarse realizando
un alcance a procesos de transformación de la cultura política. Los
personalismos tantas veces disfrazados de ideología revolucionaria en América
Latina constituyen una expresión, probablemente mixta, del caudillismo
señorial-militar español y de la abstracción liberal de la forma política en
la que el representante se convierte en mandante y el representado en
obediente. Así, la vida pública queda circunscrita a la acción del mandante
quien monopoliza las decisiones. El mandante puede ser una lógica
institucional: la de la acumulación de capital, por ejemplo. En cambio, el
lema del EZLN, “mandar obedeciendo”, hace referencia a una voluntad
(soberanía) colectiva y a un liderazgo que organiza, o sea administra, el
curso de la decisión común. El ‘mandante’ es un administrador delegado, no la
personificación de un poder soberano.
- Helio Gallardo, filósofo y ensayista chileno, es catedrático de la Universidad de Costa Rica. Este texto corresponde a la presentación del autor en la Universidad Bíblica Latinoamericana, sección Lima, 12 de julio del 2005. Las “observaciones” corresponden al intercambio posterior.
https://www.alainet.org/es/articulo/112947
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