12 de octubre celebración de la resistencia cultural y vigencia de la utopía

Mundo Andino y huellas de la utopía

09/10/2005
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El 12 de octubre del año 1492, cerca a las dos de la madrugada, a la luz de la luna, Rodrigo de Triana desde su puesto de vigía de la carabela la “Pinta”, avizoró “una cabeza blanca de arena” y dio el grito de “Tierra”, hecho que fue seguido por disparos de cañón de las naves “Santa María”, comandada por el Almirante Cristóbal Colón, y la “Niña” bajo el mando de Vicente Yáñez Pinzón. La expedición de tres carabelas, que había partido del Puerto de Palos, España 75 días antes, llegaban así a lo que hoy es América, tocando la isla de Guanahaní, del archipiélago de las Bahamas, territorio que Colón denominó El Salvador. El día anterior se había avistado sobre las aguas del océano una caña, un palo labrado y, después, una rama de espino cargado de frutos; vestigios que a la tripulación les hizo abrigar la esperanza de que estaban próximos a alguna costa. Incluso en la medianoche el Almirante pareció divisar una luz en el horizonte. Llamó a sus tripulantes, rezaron una Salve y dieron gracias a Dios. Después del grito de Rodrigo de Triana –quien debía recibir por su anuncio una pensión vitalicia de 10,000 maravedíes, fijada por los Reyes Católicos, pero que nunca pudo cobrar ese estipendio porque Colón adujo haberla divisado primero– las naves arriaron las velas y se quedaron al pairo esperando que amaneciera. Dentro de ellas hubo fiesta y regocijo. Al alborear se acercaron en dos lanchas a tierra a tomar posesión. Colón y algunos tripulantes iban en una y los hermanos Pinzón en la otra, portando banderas españolas desplegadas. Saltaron a tierra y cayeron de rodillas, besándola y llorando de alegría, mientras una multitud de nativos de rostro bondadoso, completamente desnudos, de piel cobriza, (“del color de los canarios”, anotó Colón en su Diario) altos de estatura, cabellos lacios recortados a la altura de las orejas, con los ojos extasiados por lo que veían, de facciones muy agraciadas, según anotó Colón, los contemplaban con asombro. De este modo la aventura humana más extraordinaria de todos los tiempos, sólo superada en su trascendencia por el tránsito terrenal de Jesús de Nazareth, alcanzaba su punto culminante. Diversas denominaciones ha tenido la conmemoración de este suceso. Desde la visión eurocentrista, de “Descubrimiento de América” o “Día de la Hispanidad”, hasta la denominación conciliadora adoptada a partir del Quinto Centenario de la efeméride, cual es “Encuentro de Dos Mundos y Dos Culturas”. En Capulí, Vallejo y su Tierra hemos convenido en llamarlo “Resistencia Cultural y vigencia de la utopía”. En las líneas que siguen reproduzco una de las cuatro conversaciones que he sostenido con José Pablo Quevedo, poeta peruano quien hace 30 años reside en Alemania, donde ha afianzado su identidad andina. Él ha sido profesor de filosofía de la Universidad de Humboldt, casa de estudios de la cual fueron alumnos Karl Marx y Albert Einstein, ha fundado el grupo de estudios y actividades culturales Melopoefant y es autor de diversas obras, entra las cuales se incluyen varios libros de poesía. 1. Vigencia del mundo andino Danilo Sánchez Lihón: El mundo andino existe no solo como presencia asombrosa en lo geográfico y natural sino como una epopeya sobrecogedora en lo vital, cultural y ético, que no se lo ha podido destruir, abolir ni exterminar pese a que ello fue propósito e intención de la corona española poderosísima en la época de la colonia, instituyendo como política de estado lo que denominó “destrucción de idolatrías”. Pero tanto o más que ello es que ha sobrevivido a la actitud de las sociedad criolla en la época republicana que la ha tratado con despiadada crueldad, y sobrevive a las actuales políticas de dominación y enajenación de identidades que ejercen las metrópolis de poder del mundo occidental, con medios e instrumentos subliminales ya sea a través de la política económica neoliberal, que agarrota y expolia a las poblaciones principalmente rurales, ya sea a través de los medios de comunicación, o ya sea con la globalización asfixiante en todo orden de cosas. La supervivencia del mundo andino ante estos acosos solo puede ser explicada por la fortaleza de su inmensa identidad, su consustanciación profunda con la naturaleza y por su consistente escala de valores, tan enraizados y profundos, que por más que se ha intentado arrancarla a pedazos dicho mundo pervive y seguirá existiendo, incluso a pedacitos. El despojo y coerción infames con que se lo ha tratado, la horrenda miseria de que es víctima, la inmisericorde explotación, no han podido hasta ahora destruirla. Si ha sido así –como dice un huayno ayacuchano– “ya ni la muerte podrá matarla”. Sin embargo, hay algo que toca a la clase intelectual y artística cual es que hace algunas décadas había una actitud de adhesión y fervor plenos por dicho universo. Pero, de un tiempo a esta parte hay una corriente de olvido, desestimación y desapego respecto al mundo andino. Décadas atrás dicha realidad era valorada y tomada en cuenta sobre manera; se apreciaba y cultivaba lo andino en el arte, al contrario de lo que ocurre ahora en que se ha encumbrado y enquistado en los medios de comunicación y en los organismos e instituciones que reciben los mejores estipendios una corriente ostensible de rechazo de lo andino y ancestral peruano. Pero, refiriéndonos más bien a quienes trabajamos en el campo de la cultura, ¿no debiéramos en el presente y futuro encontrar formas de hacer valer más y mejor la presencia del mundo andino para iluminar y fortalecer nuestras vidas a fin de que ellas alcancen mayor plenitud? José Pablo Quevedo: Es una anotación precisa y profunda la que haces, que saca el mismo lecho del río a la superficie. El mundo andino, por sí, ya es trascendente porque es original y real dentro de los universos culturales existentes. Y este mundo diverso ha permanecido históricamente independiente de otros referentes, llámense Europa, Asia, África u Oceanía, que recién con la llegada de los españoles, hace un poco más de 500 años, se entra en relación. El mundo andino, desvinculado de todos esos otros ámbitos, ha hecho y sigue haciendo grandes aportes a la humanidad, a la cual ha contribuido con elementos positivos extraordinarios, los cuales ahora dentro de juicios modernos se vienen investigando y valorando cada vez más. La conquista europea en cambio le hizo daño y desmembró a este mundo, dejando como resultado que muchos elementos materiales y espirituales se dispersaran y quedaran inutilizados, como por ejemplo el empleo de los sistemas de terrazas en los terrenos de gran pendiente o inclinación; o el cuidado y atención que se dedicaba a las zonas ecológicas en donde tenían la posibilidad de sembrar diferentes tipos de plantas; también la construcción de los reservorios y formas de canalización de las aguas que constituían obras de ingeniería verdaderamente maravillosas, las cuales admira el investigador acucioso. En estos sistemas de ecología natural, se patentiza la capacidad del hombre andino para hacer producir la tierra en calidades diferentes de plantas con sabia orientación, muy distinta a la tecnología actual que manipula sobre una serie de elementos pero con una intención comercial con la cual se envenena y contamina el medio ambiente. Para poner un caso, es lo que ocurre con la papa que utiliza ahora necroma, que actúa sobre su buena apariencia, presentándonos a primera vista un producto muy bonito, el mismo que para ponerlo en el mercado requiere la utilización de pesticidas que envenenan los diferentes sembríos aledaños. Esa variedad de papa es como si se perfilara una dama de nariz helénica, que se arroga despreciar a los otros tipos de papas, pero todo ello por imagen y no por su contenido. El mundo andino privilegió más bien el valor alimenticio y hasta ahora ha conservado dichos productos en una excelente calidad nutritiva. En la literatura también el mundo andino alcanzó formas muy elaboradas, que abarcan no solo la lírica sino también la épica, el teatro, la crónica histórica, fundamentando su quehacer en la oralidad a través de los mitos, leyendas y cuentos populares que se han conservado hasta el presente. Ahora se aduce que el lenguaje escrito es el de la civilización más avanzada, frente al lenguaje oral, pero yo creo que no. Reconocer que la escritura es un estadio avanzado para la humanidad es un concepto occidental, y esto es relativo porque hay muchos textos escritos que son puras mentiras y deformación donde no prevalece la verdad. Por eso, no podemos decir que toda historia por estar escrita es una historia verdadera. 2. Un mundo conscientemente construido Danilo Sánchez Lihón: Ahora bien, el mundo andino es construido, cultivado y decantado pacientemente hasta en su aparente primitivismo y naturalidad, como ocurre en el aspecto que has señalado: el del lenguaje en el sentido de la oralidad. Alcanzó en la mayoría de sus expresiones un refinamiento aparentemente natural pero muy vasto y profundo en lo esencial, como ocurre en el plano del lenguaje, que elaboró concientemente, con serenidad y armonía. Quiero decir con esto que dicha cultura es el resultado de un proceso muy arduo de elaboración, perfeccionamiento y sutileza; que no surgió por generación espontánea ni casualmente, sino que es un producto cultural (que abarca lo educativo, científico, artístico, religioso, moral) prolijo y sutil, que supone una visión muy vasta, profunda, original y refinada de las cosas. Quizá por eso pervive, porque no es endeble ni bárbara, no es su estado el de una expresión ingenua ni silvestre. Su conformación y estructura se enraíza totalmente con la realidad natural, geográfica, ambiental y hasta cósmica. Su aparente naturalidad es arte, producto de una elaborada decantación, de una acumulación muy quintaesenciada de experiencia y pensamiento, que por el hecho de no haber quedado registrada en escritura pareciera no existir, ni tener valor; ello se debe a que tenemos el defecto muy europeo de que si no existe registro en código de escritura entonces no válido, es nulo, no existe, razón por la cual es muy importante esta especie de revalorización de la oralidad que acabas de hacer. Observemos lo siguiente: en la ciencia incaica no hay escritura, situación que ha motivado una injusta apreciación que se resume en el prejuicio de creer que los antiguos peruanos no tuvieron ciencia siendo dicho conocimiento, en manos de los incas, el más avanzado del mundo en todo orden de cosas: en ingeniería hidráulica, agrícola, construcción de edificios, industrialización de alimentos, medicinas, ingeniería genética, a tal punto de haber procesado cromosómicamente frutos como la papa, la cual a partir de ser un tubérculo venenoso lo trasformaron científicamente en uno de los principales alimentos de la humanidad actual, distinta a la ciencia occidental que como has referido más bien daña y pervierte, en este caso la papa, quitándole sus valores nutritivos. Además, los Incas no es que desconocieran la escritura sino que, analizando el peligro que ella encerraba, la descartaron por deformar la realidad, desligando las ideas de la realidad y la vida natural, con el consecuente peligro de la enajenación del conocimiento. Hay registros que ubican en la época del Inca Túpac Cauri cuando ocurre este rechazo de la escritura a fin de evitar que la ciencia se volviese oscura, críptica, no se confrontase con la vida y se volviera propiedad de unos pocos, como ha ocurrido con la ciencia occidental. Los Incas desestimaron la escritura en aras de la vida auténtica, para mantenerla incorruptible y evitar lo que acontece ahora que se la antepone a los problemas reales. Ahora bien, cabe señalar que al advertir estos hechos no se trata de preconizar la vuelta al pasado, sino ser concientes de estos hechos y encontrar una debida orientación a los diversos elementos culturales a fin de solucionar los problemas del presente. El mundo andino viene a ser pues una acumulación de experiencias, una manera de conceptuar la vida que corrigió a tiempo deformaciones a fin de no perder espontaneidad y correspondencia con la vida. Ese frescor, esa manera resuelta y coherente de insertarse con el mundo natural, vendría a ser un gran aporte con el cual cotejar nuestra realidad presente. José Pablo Quevedo: Es una fascinación poder entender todos aquellos espacios donde se mueve el poblador andino. Fascinación porque así yo puedo entender los diferentes niveles de visión y percepción de la vida que tienen estos hombres, la agudeza de recepción dimensional que tienen hasta perderse en los increíbles horizontes, en los abismos y en las llanuras de los ignoto. Siento como si yo mismo estuviera allí, condensando un pentagrama de voces y sonidos diferentes que se juntan y se pierden, otras que bajan y se elevan. Me parece que allí estuviera condensada la música de Johann Sebastian Bach introducida a través de los diferentes sonidos de flautas, oigo la grandiosidad de los tonos de esas flautas sobre la inmensidad de las montañas, y las veo llegar hasta los rigores de las zonas frías donde el hombre andino ha llegado a dominar ese medio arisco, desafiando a estos territorios inclementes con sabiduría y entereza. Esto me da a entender que en el futuro, frente a cambios violentos que puedan ocurrir en nuestro planeta, este hombre está adaptado a todos los rigores, a todos los espacios, que tiene en sí una energía centrífuga. Me enseña acerca de su resistencia no solamente espiritual, sino corporal, pues ello demuestra la posibilidad de adaptación a lo diferente y difícil para lo cual ideó e hizo práctica cotidiana una organización cuyo principio era la solidaridad. 3. Himno de la solidaridad y el colectivismo Danilo Sánchez Lihón: Precisamente, con ser tan estupendas y portentosas las obras materiales que se hicieron aquí, es sin embargo la solidaridad el aporte mas importante del mundo andino a la cultura universal, aquel sentido colectivista del hombre en el Tahuantinsuyo, aquella hermosa epopeya que es la comunidad humana, no solo la familiar, vecinal o regional, sino la del hombre como totalidad, es decir la utopía ya realizada de desayunar un día todos los hombre juntos ¡Qué extraordinario que nuestra cultura sea representativa de lo que es la solidaridad como un valor supremo, porque aquí como en ningún otro lugar del planeta se la practicó como política de estado y también como actitud cívica, natural y cotidiana de la gente. No había hombres buenos y otros malos. Unos bendecidos y otros condenados, unos ungidos y otros rechazados. Esa utopía aquí ha sido pan del día. Sería interesante rastrear ¿cómo es que se ideó, implanto y cultivó aquello? ¿Qué fue lo que inspiró e hizo posible para que surgiera, creciera y se estableciera aquí de manera tan propia, fuerte y luminosa la reciprocidad y comunión humana? ¿Qué condiciones se dieron para que prosperara aquella virtud tan difícil de brotar, crecer y fructificar? Tanto es así que a los cronistas de la conquista lo que más les impresionó en su encuentro con las diversas manifestaciones que veían a su paso, son los bienes y edificios que tenían un fin social como fueron tambos, puentes y caminos, los terrenos de cultivo y las obras de ingeniería dedicadas al bienestar de la población, además de no encontrar aquí ni un solo mendigo, ni un solo esclavo, ni una sola meretriz; nadie que se quedara un día de hambre, desprotegido o en soledad, en el sentido de abandono o desolación. Nadie aquí era un desposeído o un desheredado de la tierra. Todo ellos fue gracias a una avanzada concepción filosófica, mística y religiosa del mundo y de la vida, gracias a un hondo trabajo de reflexión y praxis social bien conducidas. Porque, ¿cuánto costó a Europa, por ejemplo, la concepción de los Derechos Humanos? Ríos de sangre, pues de ese color se tiñó el rió Sena en los días de la Revolución Francesa. Aquí, ¿fue logro de los amautas? ¿Qué características y claves secretas tenía entonces la educación incaica para garantizar dicho orden? Valores como la solidaridad y el actuar de manera colectiva, entre una y otra persona, entre uno y otro grupo social, entre una y otra región, el reconocerse y ser hermanos en todo, y ello hacerlo el eje de la organización social es un prodigio cultural sin ningún parangón en la cultura universal. Surge entonces inatajable la inquietud: ¿Como hacer ahora para recuperar un hecho tan significativo y sorprendente como es el colectivismo andino? Dichas huellas que están en nuestra propia genética ¿cómo hacer para continuarlas y darlas esplendor? José Pablo Quevedo: En el mundo andino existían tres principios básicos, los mismos que se repetían en la educación y la moral de los hombres de aquella época, contenidos que eran fundamentales para la vida. En el mundo moderno existen también principios, pero que son ambivalentes aunque estén escritos. Y lo peor es que no se practican. Hay una profusión de leyes, normas, cánones pero esos mandatos no son respetados ni siquiera por los que los dictaminan. Estas historias escritas, en cierto sentido sucumben en el pantano de su propia formalidad. Pero la tradición oral del mundo andino y su moral sí tienen un valor permanente, porque su base son los vínculos cotidianos, el trabajo, la tierra, y las relaciones sociales efectivas. En la comunidad todos se respetan, se crea para todos la riqueza social y material y ella es distribuida entre los comuneros. Entre ellos, incluso lo vemos ahora, se hablan abiertamente, trazan objetivos para llegar a un convencimiento general, tienen los ojos y los oídos atentos para los acuerdos, se discute de una forma democrática lo que se va a impulsar en base a la participación, a la cooperación solidaria para alcanzar los bienes que van a servir para el conjunto social. Entonces con tal proceso el valor de la solidaridad existe, es efectivo y vital. La educación de la solidaridad es un principio básico en el cual el primer precepto, después del trabajo, es que se tiene que ayudarse en primer lugar a los débiles y esto constituye una práctica ineludible en el mundo andino. Hay comunidades, incluso ahora en la selva peruana, cuyos miembros y dirigentes primeramente ayudan a los niños y las mujeres y los bienes que se producen se reparten por igual. Los más débiles son los primeros que son alimentados y reciben la riqueza de lo producido. Los más fuertes proveen a los niños, viudas y enfermos de una ayuda necesaria. También, cuando se trabaja en una comunidad, en una obra colectiva, siempre se hacen las pausas necesarias, el descanso indispensable o el tiempo de reposo. Y, como lo han investigado muchos antropólogos, allí se mastica la coca que es un símbolo de amistad, de relación fraterna de los seres humanos frente al trabajo y de identidad con la tierra y la naturaleza, hechos que marcan el ritmo necesario de la obra que se viene cumpliendo. Incluso, donde la coca sirve como ofrenda para impulsar algo bueno y útil. Es saboreando la coca que se conversa, que se establece un diálogo cotidiano, que se enlaza con la tradición y la historia, sirviendo y estando presente en la construcción de un bien común. Lo que podría resultar para muchos como un “anacronismo”, el trabajo comunitario es un desafío para el mundo moderno en proceso de “globalización”, que ha instaurado como doctrina el individualismo egoísta y deshumanizador. Tampoco el mundo contemporáneo se puede explicar cómo ese “anacronismo” todavía subsiste. Sin embargo lo admira. Y hay algunos que se acercan a sus fuentes para extasiarse y sentir su energía y vitalidad. El mundo andino con sus características elementales de vida, sigue siendo un referente importante, una forma de existencia humana que permite a un grupo y a una comunidad mantenerse en una situación digna frente a las adversidades y el carácter deshumanizador que lamentablemente signa al mundo moderno. 4. El mundo nuevo y la utopía irrenunciable Danilo Sánchez Lihón: Ahora bien, ¿cómo hacer para que dicha realidad, que se mantiene en una situación innegable de pobreza material, y de riesgo incluso de supervivencia, pueda revertir dicha situación? ¿Cómo hacerla una alternativa viable en el marco de la globalización? ¿Cómo hacer para que las desventajas del mundo andino, frente al sistema, se torne en algo que pudieran ser más bien aspectos promisorios? No olvidemos, de otro lado, que el mundo andino, además de ser cuna y ámbito de valores, es espacio y tiempo donde vibra y es latente la utopía, ámbito esencial en nuestra cultura, que la guía y orienta, utopía que aquí no es gratuita, no es delirio, éxtasis o alucinación, evanescente o etérea, que flota dislocada en el aire, sin ninguna relación con la realidad, sino que es consustancial al hombre, es de vida o muerte; telúrica, terrígena e inherente a las relaciones efectivas de trabajo. Incluso –como la papa– este es un aporte que le hemos dado a Europa: la metáfora del mundo nuevo nació aquí, entre nosotros, de fundar algo distinto a las calamidades, persecuciones y pestes que era lo mas frecuente que ocurriera en el viejo continente, incluyendo el oscurantismo, la nigromancia, la hechicería, que ahora tratan de endilgárnosla a nosotros. No creamos eso, el nuestro ha sido siempre un mundo de alborada, de saludo matinal al sol, de ofrenda a los apus. Los nativos eran seres sin taras ni dobleces, tanto que al ver esto el europeo vuelve a soñar aquí en un mundo nuevo. Nos toca entonces reivindicar la utopía y luchar porque sus valores sean vigentes y se forje con ella un mundo mejor. Como cultura estamos signados por el compromiso de idear siempre un mundo mejor, elemento que está inserto en nuestra genética histórica y biológica e implícito en nuestro ser cultural. Somos un sueño de nosotros mismos que abarca a todos los demás, en donde incluimos a los europeos, escépticos y decepcionados de ellos mismos, que aquí volvieron a soñar en un mundo redimido. El nuestro es, por lo menos, el ámbito de la ilusión y tierra del anhelo por forjar un mundo nuevo. Fuimos un mundo que ahora parece un sueño, pero las huellas han quedado, están en nosotros mismos, se trata de hacerlas evidentes y seguirlas; tenemos siquiera esa orla en la frente de lo que fuimos en contraste a este mundo protervo que se ha instalado ahora pero que es un deber volverlo a redimir. Por eso, es válido recordar aquella esencia, el de la utopía, como comparación y reto frente a ese orden actual inícuo y nefasto que ha instaurado el sistema de la usura, la usurpación y el despojo, representada en la corrupción generalizada que brota por doquier, como una pus no de un país determinado sino como característica general del sistema capitalista. José Pablo Quevedo: En ese sentido, la labor de las comunidades nativas de costa, sierra y selva debe ser una lucha por su reconocimiento, por establecer su soberanía y su propio desarrollo económico, descentralizado y evitando toda contaminación burocrática. Este camino no debe estar fraccionado sino que debe seguir un proceso de integración que no sea solamente la lucha de una comunidad sino de un frente de regiones a fin de que la comunidades sean reconocidas e impulsen planes de desarrollo, para que esos poderes locales pasen a ser poderes regionales y tengan trascendencia en el plano nacional e internacional. Tú conoces los problemas que emanan de la centralización, que es como un pulpo económico que parasita sobre las regiones. Es necesario que estas regiones vayan adquiriendo una determinada organización y poder, una consistencia programática al mismo tiempo que favoreciendo su integración y de esta manera su radio de acción ya no sea solamente a nivel local sino que se adecue a un más alto nivel para que abarque zonas de mayor influencia e irradie su vigor sobre todo el macizo andino con aquella cultura de la esperanza. Creo en esa utopía, como una alternativa trazada entre sueño y realidad, es que en las diversas regiones se vaya izando la bandera del arco iris y que mediante ellas se pueda enseñar al hombre a ser más humanos y solidarios. El mundo andino en tal sentido debe elevar su conciencia, su impulso de lucha, hasta llegar a ser gobierno, cual sería un bello objetivo que integre a muchos intelectuales, reviviendo un sueño que una vez fue realidad y después vivió un tiempo de opresión pero que bajo nuevas condiciones se vitaliza y se concreta en una nueva vida. Entonces, la lucha por ese Estado social, por ese mundo de cooperación, es una tarea nuestra en donde lo primero por hacer es aprender de ese mundo, de sus comuneros, de apoyarlos en resolver sus problemas con el orden occidental. Y en la medida en que nosotros mismos nos acerquemos a las comunidades fraternalmente para conocer más de su pensamiento, de su obra, de su tradición, de su literatura, en la medida que lo hagamos directamente recogeremos el legado valioso de su historia y de su cultura. Tenemos que acercarnos a ellos, ya no a la manera del conquistador, sino como el hermano que aprende y que aporta a una obra que la reconocemos trascendental. Tenemos que trabajar y cooperar. Esa es nuestra tarea en el tiempo presente y futuro, para forjarnos nosotros mismos una patria que sea hermosa como una espada en el aire - Instituto del Libro y la Lectura del Perú.
https://www.alainet.org/es/articulo/113175
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