La ética, ¿mera cuestión de estética?
20/07/2006
- Opinión
¿Será que en una sociedad tan cuantificada por el mercado queda espacio para los valores cualitativos de la ética? Ante la impunidad de políticos comprobadamente antiéticos, ¿hay esperanza de que los bienes infinitos, como acentuaba el profesor Milton Santos, prevalezcan sobre los bienes finitos? ¿O será la ética una mera cuestión de estética, para adornar a la mujer de César, aunque no sea honesta?
Ética deriva de ethos, usos y costumbres adoptados en una sociedad para evitar la barbarie de que la voluntad de uno viole los derechos de todos. En cuanto valor universal, debe estar enraizado en el corazón humano. Pero es algo diferente del pecado. Éste procede de algo que viene de fuera de la persona -la voluntad de Dios, los mandamientos, la culpa originada en la trasgresión de la ley divina-, en tanto que la ética viene de dentro, iluminada por la razón y fomentada por la práctica de las virtudes.
La mitología, religión de los griegos llena de ejemplos nada edificantes, los obligó a buscar en la razón los principios normativos de nuestra sana convivencia social. La promiscuidad reinante en el Olimpo podía ser objeto de creencia pero no convenía traducirla en actitudes; por eso, la razón conquistó autonomía frente a la religión, como nos enseñan las obras de Platón, Aristóteles e, indirectamente, la sabiduría de Sócrates.
Si nuestra moral no procede de los dioses, entonces somos nosotros, seres racionales, quienes debemos construirla. En Antígona, obra de Sófocles, en nombre de razones de Estado, Cleonte prohíbe a Antígona sepultar a su hermano Polinice. Ella se niega a obedecer ³leyes no escritas, inmutables, que no datan de hoy ni de ayer, que nadie sabe cuándo aparecieron². Es la afirmación de la conciencia sobre la ley, de la ciudadanía sobre el Estado, del derecho natural sobre el divino.
¿Pero acaso todos tenemos conciencia ética? Y esa conciencia individual, ¿va de acuerdo a los intereses colectivos? Sócrates defendía que la ética exige normas constantes e inmutables. Nadie puede quedar dependiendo de la diversidad de opiniones. En La República, Platón recuerda que para Trasímaco la ética de una sociedad refleja los intereses de quien detenta el poder. Concepto que será retomado por Marx y aplicado a la ideología. ¿Qué es el poder? Es el derecho concedido a un individuo o conquistado por un partido o clase social de imponer su voluntad sobre la voluntad de los demás.
En la versión de Paulo Freire, en una sociedad desigual la cabeza del oprimido tiende a albergar la cabeza del opresor. Lo cual significa que la clase política, por detentar el poder, normaliza (o no) los principios éticos que rigen una sociedad. O los relativiza al adoptar el ³matiz², el nepotismo, el corporativismo. O los niega por la práctica de la corrupción, de la malversación, del enriquecimiento con dinero público.
Aristóteles rechaza la Teoría del Bien y deja la pelota en el tejado: ¿qué es lo que más desean las personas? La felicidad, responde acertadamente; incluso cuando practican el mal, recuerda Tomás de Aquino. San Agustín, influenciado por Platón, dirá que el ser humano vive en permanente tensión entre la ley y el amor, la ciudad de los hombres y la ciudad de Dios. La primera exige coerción y represión, a fin de combatir el mal, y esa función sólo puede ser ejercida por quien gobierna en beneficio de la comunidad. En la ciudad de Dios predominan el amor, el perdón, la persuasión. Esa dialéctica se introduce definitivamente en la política y aparece, en la Edad Media, bajo la teoría de ³las dos espadas²; en Lutero la lucha entre los ³dos reinos²; en la teología actual la no-violencia y la violencia revolucionaria; en la filosofía política la distinción entre ética en la política y ética de la política.
Santo Tomás de Aquino subraya la irreductible precedencia de la conciencia individual, pero buscando el equilibrio que evite los riesgos de relativismo y juridicismo. El primero instaura la anarquía cuando cada uno, a partir de la propia conciencia, se considera juez de sí mismo; el segundo niega la libertad humana al identificar lo legal con lo justo, y erigir la ley en principio supuestamente inmutable.
Los iluministas, como Kant y Hume, fundamentan la ética en la naturaleza humana; y le imprimen autonomía frente a la ética cristiana, centrada en la fe. ³Incluso el Santo del Evangelio -dice Kant- debe ser comparado con nuestro ideal de perfección moral antes de ser reconocido como tal² (Fundamentos de la metafísica de las costumbres). Hay en nosotros un sentido innato del deber y no dejo de hacer algo por ser pecado sino por ser injusto. Y nuestra ética individual debe complementarse con la ética social, pues no somos un rebaño de individuos sino una sociedad que exige, para su sana convivencia, normas y leyes y, sobre todo, la cooperación de unos con otros.
Ética universal
La filosofía moderna hará una distinción aparentemente avanzada y que, de hecho, abre un nuevo campo de tensión al señalar que, respetada la ley, cada uno puede hacer lo que quiera. La privacidad como reino de la libertad total. El problema de ese enunciado es que desliga la ética de responsabilidad social (el preocuparse cada uno por los demás) y la enfoca en los derechos individuales (cada cual que cuide de sí mismo).
Esa distinción amenaza a la ética con ceder al subjetivismo egocéntrico. Tengo derechos, señalados en una Declaración Universal, pero ¿y los deberes? ¿Qué obligaciones tengo para con la sociedad en que vivo? ¿Qué tengo que ver con el hambriento, el oprimido y el excluido? De ahí la importancia del concepto de ciudadanía. Las personas son diferentes y, en una sociedad desigual, tratadas según su importancia en la escala social. Ya el ciudadano, pobre o rico, es un ser dotado de derechos inviolables y está sujeto a la ley como todos los demás. El caso Francelino, con la caída del ministro Palocci, acusado de violarel sigilo bancario del inquilino, es un buen ejemplo de cómo la ciudadanía inhibe la libertad.
Una ética que pretenda ser universal no puede restringirse a una óptica negativa que prohíba la violación de los derechos fundamentales. Hay que complementarla con su aspecto positivo, acentuando virtudes, valores, costumbres y responsabilidades sociales, sin olvidar que la felicidad -el bien supremo- exige condiciones subjetivas y objetivas, articula lo personal y lo social e incluye la preservación del medio ambiente.
En la actual coyuntura parece no haber justicia en el reino de la política para quien viola la ética, ni reconocimiento para quien la practica. Cuando mucho, se queda en la ética del mínimo: hago lo que la ley no prohíbe. Quien tiene una función política sirve, quiéralo o no, de parámetro para la sociedad. No es suficiente con que respete las leyes. Debe actuar con justicia y generosidad, y normar sus actitudes por el rigor ético. En caso contrario será contado entre los hipócritas, aquellos que, en el teatro griego, decían una cosa mientras los autores hacían otra. Es lo que hoy se llama estética del marketing electoral: se adorna el embuste para que las ambiciones personales aparezcan coronadas por la aureola del deber cívico en pro del bien común.
No basta, sin embargo, con suponer que la ética depende exclusivamente de las virtudes personales. Como decía Ortega y Gasset: ³yo soy yo y mis circunstancias². Hay que basar la ética en el modo de organizar la sociedad. Si las instituciones son verdaderamente democráticas, transparentes; si hay libertad de prensa; si los movimientos sociales tienen fuerza y mecanismos para presionar al poder público, entonces las actitudes antiéticas se volverán más difíciles. Por eso los políticos sin carácter no se comprometen en la reforma política, en la democracia participativa, en el acceso de la acción popular al poder público.
Al votar, el elector debe justipreciar la conducta ética del candidato, su vida anterior, los principios que mantiene y los objetivos que plantea. Es el camino para que podamos perfeccionar las instituciones y la democracia. Sin embargo, la ética de la política no puede depender de virtudes personales de los políticos. Como ya advierte el Génesis, todo ser humano tiene un plazo de validez y defecto de fabricación, lo que el autor bíblico llama ³pecado original². Más que los individuos, son las instituciones sociales las que deben estar impregnadas de ética. De ese modo, aunque el individuo quiera corromper o dejarse corromper, se queda en el deseo y en el intento, impedido por la trabazón jurídica que sustenta a las instituciones, taponadas las brechas que favorecen la impunidad.
Parecer ético es una cuestión de estética, típica del oportunismo. Ser ético es una cuestión de carácter. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor, junto con L.F.Veríssimo y otros, de ³El desafío ético², entre otros libros.
https://www.alainet.org/es/articulo/116189
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