Mujeres cubanas contra el bloqueo y la anexión
25/10/2006
- Opinión
Las mujeres cubanas repudiamos enérgicamente el bloqueo económico, financiero y comercial con que se agrede a nuestro pueblo desde hace más de cuatro décadas, ahora recrudecida con el Plan Bush que pretende conquistarnos en nombre de libertad, blandiendo el garrote. Orgullosas de nuestra historia de rebeldía contra la dominación y de luchas por la justicia y la igualdad, no acatamos imposiciones ni nos subordinamos al dictado del imperio que, blandiendo el garrote, pretende conquistarnos en nombre de la libertad.
Quienes prohíben que se nos venda cualquier tipo de bienes -incluidos los medicamentos-, niegan los créditos, sancionan a las personas y empresas que osan comerciar con Cuba, obstaculizan por infinitas vías nuestro desarrollo nacional, y llegan a agredir los vínculos familiares limitando los permisos para visitas, son los mismos que intentan seducirnos con su concepto de democracia. Gracias, pero no. A las mujeres cubanas no nos pueden confundir con la llamada “transición”, no nos atrae retornar a un estado que conocimos y erradicamos ya.
Antes de 1959 estábamos marginadas de la vida social plena, apenas representábamos un 12 % de la fuerza laboral activa, éramos dos tercios de los analfabetos, muy pocas lograban llegar a las universidades y las que ocuparon algún cargo dirigente fueron excepción. Con la Revolución hemos crecido como seres humanos plenos, porque este proceso de justicia social contempla como uno de sus principios la lucha por la igualdad. Por eso hoy podemos mostrar el real adelanto de las cubanas, presentes en cada uno de los sectores de la vida nacional. Somos el 45,6 % de la fuerza ocupada en la economía estatal civil, el 66 % entre los técnicos y profesionales y, con el 37 %, sobrepasamos el índice de mujeres dirigentes que Naciones Unidas fijó como meta mundial en la última Conferencia de la Mujer.
¡Cuánto más y en qué plazos más breves hubiéramos podido desarrollarnos si viviéramos en un clima de normalidad, sin el acoso permanente de una política hostil por parte del gobierno norteamericano que no ha cejado un minuto de agredirnos y que cada día se endurece con la vana aspiración de hacernos desistir!
Nuestro avance lo hemos logrado en medio de difíciles circunstancias. Para las mujeres cubanas el bloqueo no es algo abstracto, no es papel muerto ni política de salón. Ha marcado y marca la vida cotidiana.
Si la economía de la nación se resiente porque es preciso adquirir productos más caros, en mercados lejanos, con demoras y riesgos adicionales, sufre a la vez la economía familiar. Por razones de tradición que nos empeñamos en cambiar, las mujeres seguimos llevando el mayor peso del significativo trabajo doméstico. La elaboración de los alimentos en los hogares, el lavado de la ropa, la limpieza de la casa misma y el aseo personal no son tareas nimias, ellas garantizan la imprescindible reproducción de la vida. Es inhumano el bloqueo porque también se enfila contra esa dinámica familiar de modo directo y, lo que es peor, impúdicamente intencionado, según consta en un documento del 6 de abril de 1960, donde se legitima “usar prontamente cualquier medio concebible para debilitar la vida económica de Cuba... a fin de causar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno”.
En estos momentos, es inconcebible la existencia de un solo sector donde no esté presente la mujer cubana. En algunos de ellos, experimentamos una verdadera feminización de la fuerza de trabajo calificada, como son los casos de salud y educación, afectados también a causa del bloqueo. Ejemplos del negativo impacto de esa política son la escasez de determinados materiales de apoyo a la docencia, y la carencia de ciertos medicamentos y equipos que se producen en Estados Unidos, todo lo cual dificulta el mejor desempeño de sus sensibles labores a miles de maestras, auxiliares pedagógicas, médicas, enfermeras y técnicas.
Se calculan en 86 mil 100 millones de dólares las pérdidas causadas a la Isla por el bloqueo. Con toda justicia, tenemos que sumarle el estrés por la hostilidad permanente, el sufrimiento por el dolor y la angustia por las vidas perdidas. El bloqueo es una política de fuerza, que atenta contra el más sagrado derecho de cualquier ser humano –el derecho a la vida-, quebranta el bienestar físico y espiritual de las familias y socava la seguridad. El bloqueo es una expresión brutal de violencia.
Las mujeres cubanas, como parte de este pueblo heroico, rechazamos tal agresión a la dignidad nacional. No reaccionamos con lamentos, nos sabemos protagonistas de la resistencia y la creatividad. Hemos abierto nuestro camino y, a pesar de las agresiones, hemos logrado avanzar, unidas, firmes y fieles a la Revolución. Ante los embates de la política del odio, hemos potenciado la solidaridad entre nosotras mismas, en la familia, la comunidad y todo el entorno social. A la par, ofrecemos y recibimos la solidaridad internacional, incluida la de amigas y organizaciones femeninas estadounidenses que rechazan la hostilidad del gobierno yanqui y se niegan a aceptar el tratamiento de enemigos que se nos da siendo un país vecino que no amenaza su seguridad.
Larga es la historia del bloqueo, que se ha ido nutriendo de infamias con la Enmienda Torricelli, la ley Helms-Burton y el llamado Plan Bush en sus distintas versiones. El denominador común de todas estas disposiciones es reforzar la guerra económica como vía para la subversión política.
Los nuevos anexionistas reciclan viejas tácticas. Insisten en pagar mercenarios aquí y allá, para lo cual destinan millones. Sueñan con desmembrar la unidad del pueblo cubano, aspiran a fragmentarlo y debilitar así su férrea voluntad. Las mujeres estamos en su punto de mira, porque somos bastiones en la familia y pilares de la actividad comunitaria y social. Pero nosotras no nos dejamos engañar, sabemos distinguir perfectamente quién es el enemigo y cuáles son sus verdaderas pretensiones. Tenemos nuestra organización, la Federación de Mujeres Cubanas, nacida por nuestra propia voluntad, sin oír mandatos extranjeros ni recibir más pago que la alegría de hacer Revolución. Somos parte esencial de la grandiosa obra transformadora de este país y todas estamos decididas a seguir siéndolo, jóvenes y adultas, amas de casa, campesinas y obreras, intelectuales, estudiantes, deportistas, jubiladas, de todos los colores y credos, citadinas y rurales: mujeres revolucionarias cubanas. Tenemos la convicción profunda de que, con esa unidad, erigimos un valladar infranqueable ante el asedio del enemigo.
Estamos seguras que el próximo ocho de noviembre la Asamblea General de las Naciones Unidas reconocerá una vez más nuestro legítimo reclamo cuando se pronuncie sobre el proyecto de resolución “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba”. Año tras año, más países entienden nuestras razones y condenan el obcecado genocidio imperial.
Hemos conocido diez sucesivas administraciones estadounidenses que han insistido en una misma política hostil, que han intentado rendirnos por hambre, hostigamiento, humillaciones. Todas ellas han fracasado y fracasarán porque lo hemos decidido varias generaciones de mujeres y hombres de este país indoblegable, fieles a nuestra propia historia de dignidad.
Quienes prohíben que se nos venda cualquier tipo de bienes -incluidos los medicamentos-, niegan los créditos, sancionan a las personas y empresas que osan comerciar con Cuba, obstaculizan por infinitas vías nuestro desarrollo nacional, y llegan a agredir los vínculos familiares limitando los permisos para visitas, son los mismos que intentan seducirnos con su concepto de democracia. Gracias, pero no. A las mujeres cubanas no nos pueden confundir con la llamada “transición”, no nos atrae retornar a un estado que conocimos y erradicamos ya.
Antes de 1959 estábamos marginadas de la vida social plena, apenas representábamos un 12 % de la fuerza laboral activa, éramos dos tercios de los analfabetos, muy pocas lograban llegar a las universidades y las que ocuparon algún cargo dirigente fueron excepción. Con la Revolución hemos crecido como seres humanos plenos, porque este proceso de justicia social contempla como uno de sus principios la lucha por la igualdad. Por eso hoy podemos mostrar el real adelanto de las cubanas, presentes en cada uno de los sectores de la vida nacional. Somos el 45,6 % de la fuerza ocupada en la economía estatal civil, el 66 % entre los técnicos y profesionales y, con el 37 %, sobrepasamos el índice de mujeres dirigentes que Naciones Unidas fijó como meta mundial en la última Conferencia de la Mujer.
¡Cuánto más y en qué plazos más breves hubiéramos podido desarrollarnos si viviéramos en un clima de normalidad, sin el acoso permanente de una política hostil por parte del gobierno norteamericano que no ha cejado un minuto de agredirnos y que cada día se endurece con la vana aspiración de hacernos desistir!
Nuestro avance lo hemos logrado en medio de difíciles circunstancias. Para las mujeres cubanas el bloqueo no es algo abstracto, no es papel muerto ni política de salón. Ha marcado y marca la vida cotidiana.
Si la economía de la nación se resiente porque es preciso adquirir productos más caros, en mercados lejanos, con demoras y riesgos adicionales, sufre a la vez la economía familiar. Por razones de tradición que nos empeñamos en cambiar, las mujeres seguimos llevando el mayor peso del significativo trabajo doméstico. La elaboración de los alimentos en los hogares, el lavado de la ropa, la limpieza de la casa misma y el aseo personal no son tareas nimias, ellas garantizan la imprescindible reproducción de la vida. Es inhumano el bloqueo porque también se enfila contra esa dinámica familiar de modo directo y, lo que es peor, impúdicamente intencionado, según consta en un documento del 6 de abril de 1960, donde se legitima “usar prontamente cualquier medio concebible para debilitar la vida económica de Cuba... a fin de causar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno”.
En estos momentos, es inconcebible la existencia de un solo sector donde no esté presente la mujer cubana. En algunos de ellos, experimentamos una verdadera feminización de la fuerza de trabajo calificada, como son los casos de salud y educación, afectados también a causa del bloqueo. Ejemplos del negativo impacto de esa política son la escasez de determinados materiales de apoyo a la docencia, y la carencia de ciertos medicamentos y equipos que se producen en Estados Unidos, todo lo cual dificulta el mejor desempeño de sus sensibles labores a miles de maestras, auxiliares pedagógicas, médicas, enfermeras y técnicas.
Se calculan en 86 mil 100 millones de dólares las pérdidas causadas a la Isla por el bloqueo. Con toda justicia, tenemos que sumarle el estrés por la hostilidad permanente, el sufrimiento por el dolor y la angustia por las vidas perdidas. El bloqueo es una política de fuerza, que atenta contra el más sagrado derecho de cualquier ser humano –el derecho a la vida-, quebranta el bienestar físico y espiritual de las familias y socava la seguridad. El bloqueo es una expresión brutal de violencia.
Las mujeres cubanas, como parte de este pueblo heroico, rechazamos tal agresión a la dignidad nacional. No reaccionamos con lamentos, nos sabemos protagonistas de la resistencia y la creatividad. Hemos abierto nuestro camino y, a pesar de las agresiones, hemos logrado avanzar, unidas, firmes y fieles a la Revolución. Ante los embates de la política del odio, hemos potenciado la solidaridad entre nosotras mismas, en la familia, la comunidad y todo el entorno social. A la par, ofrecemos y recibimos la solidaridad internacional, incluida la de amigas y organizaciones femeninas estadounidenses que rechazan la hostilidad del gobierno yanqui y se niegan a aceptar el tratamiento de enemigos que se nos da siendo un país vecino que no amenaza su seguridad.
Larga es la historia del bloqueo, que se ha ido nutriendo de infamias con la Enmienda Torricelli, la ley Helms-Burton y el llamado Plan Bush en sus distintas versiones. El denominador común de todas estas disposiciones es reforzar la guerra económica como vía para la subversión política.
Los nuevos anexionistas reciclan viejas tácticas. Insisten en pagar mercenarios aquí y allá, para lo cual destinan millones. Sueñan con desmembrar la unidad del pueblo cubano, aspiran a fragmentarlo y debilitar así su férrea voluntad. Las mujeres estamos en su punto de mira, porque somos bastiones en la familia y pilares de la actividad comunitaria y social. Pero nosotras no nos dejamos engañar, sabemos distinguir perfectamente quién es el enemigo y cuáles son sus verdaderas pretensiones. Tenemos nuestra organización, la Federación de Mujeres Cubanas, nacida por nuestra propia voluntad, sin oír mandatos extranjeros ni recibir más pago que la alegría de hacer Revolución. Somos parte esencial de la grandiosa obra transformadora de este país y todas estamos decididas a seguir siéndolo, jóvenes y adultas, amas de casa, campesinas y obreras, intelectuales, estudiantes, deportistas, jubiladas, de todos los colores y credos, citadinas y rurales: mujeres revolucionarias cubanas. Tenemos la convicción profunda de que, con esa unidad, erigimos un valladar infranqueable ante el asedio del enemigo.
Estamos seguras que el próximo ocho de noviembre la Asamblea General de las Naciones Unidas reconocerá una vez más nuestro legítimo reclamo cuando se pronuncie sobre el proyecto de resolución “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba”. Año tras año, más países entienden nuestras razones y condenan el obcecado genocidio imperial.
Hemos conocido diez sucesivas administraciones estadounidenses que han insistido en una misma política hostil, que han intentado rendirnos por hambre, hostigamiento, humillaciones. Todas ellas han fracasado y fracasarán porque lo hemos decidido varias generaciones de mujeres y hombres de este país indoblegable, fieles a nuestra propia historia de dignidad.
https://www.alainet.org/es/articulo/117825
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