ALBA y ALCA: El dilema de la integración o la anexión

04/12/2006
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La Habana

La integración de América Latina ha hecho correr ríos de tinta e interminables torrentes de retórica, pero sigue siendo el gran tema estratégico pendiente.

Esa integración posee un fuerte cimiento histórico en las visiones de Bolívar y Martí.  El primero llamó a la unidad política de los recién liberados pedazos del Imperio Español.  Martí urgió a los pueblos de la “América Nuestra” a unirse para resistir el dominio y la expansión de la naciente potencia imperialista.

En ambas figuras cumbres de la formación de lo que después llamaríamos América Latina, hay una percepción esencial: los países al sur del río Bravo forman parte de un conjunto cuya realización como pueblos no puede alcanzarse más que como conjunto integrado y haciendo resistencia al imperialismo que desde el norte, ve al resto de la América como el patio trasero de su propiedad.

Los reclamos de Bolívar y Martí tenían y tienen sólidas razones, pues los argumentos favorables a la integración son abundantes.

América Latina ha sido estructurada por los procesos coloniales español y portugués los que, no siendo exactamente iguales, comparten similitudes mayores entre ellos que los existentes entre los modelos coloniales inglés, francés, holandés, alemán, belga.  Finalizada la gesta de la independencia, el dominio colonial fue sustituido por el dominio neocolonial ejercido por imperios europeos con la intromisión creciente de Estados Unidos, y en tiempos más cercanos por los imperialismos británico y estadounidense, con preponderancia progresiva de este último.

La América Latina, aun sin pretender un romántico y falso homologuismo entre sus naciones y pueblos, muestra unas condiciones para la integración que en teoría, son superiores a las de cualquier otra región del planeta.

Al pasado colonial que formó una estructura socioeconómica relativamente común, a la posterior acción modeladora imperialista que forjó relaciones de dependencia y explotación similares, le suma América Latina esa singular posibilidad de la comunicación directa entre los pueblos de habla española y portuguesa.

Y a todo eso, que no es poco, le agregamos ahora lo que en tiempos de esta globalización, que en rigor debiera ser llamada neoimperialismo, es ya un hecho establecido: la integración en la época de los grandes bloques económicos de países desarrollados es para los países subdesarrollados mucho más que aprovechar economías de escala o beneficiarse de un mercado ampliado.  Es condición de desarrollo y aun más de supervivencia en los tiempos de los grandes espacios económicos y de la lucha por la hegemonía imperialista.

Pero, la distancia entre el potencial de la integración y su anémica realidad, es enorme.

En términos políticos la América Latina sigue careciendo de un verdadero mecanismo de concertación latinoamericano y caribeño.  No lo puede ser la desprestigiada Organización de los Estados Americanos -OEA- ni las Cumbres Iberoamericanas, ni agrupaciones subregionales o de conformación coyuntural como el Grupo de Río, u otras instancias a nivel centroamericano o caribeño.  La Comunidad Sudamericana de Naciones y la Comunidad Andina son buenos proyectos en el papel, pero no representan a toda la región y su verdadero significado dependerá de las tendencias políticas que predominen hacia adelante en sus gobiernos.

Aunque la existencia de instituciones no determina el curso de la realidad ni asegura integración efectiva, es significativo que América Latina no tenga siquiera algo parecido a la Organización de la Unidad Africana.

La fragmentación política ha conducido a que la integración regional sea entendida con preferencia como integración económica y es por eso frecuente que se presente al proceso de integración regional como la descripción y el relato de los avatares de los esquemas de integración económica iniciados a comienzo de los años 60 bajo la influencia intelectual del desarrollismo cepalino, de las urgencias y temores catalizados por la Revolución Cubana y del despegue de la integración europea.

Esos esquemas de integración económica tienen vidas ya relativamente largas y todos -con las obvias diferencias individuales- son intentos subdesarrollados de integrar países subdesarrollados.

Ha fracasado la integración que podríamos llamar cepalina por corresponder a la época del “desarrollo hacia adentro”, la sustitución de importaciones y el aliento de una industrialización liderada por una burguesía industrializante, modernizadora y que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe -CEPAL- creía capaz de ser “nacional”, en tanto portadora de intereses desarrollistas que la harían capaz de defender sus mercados nacionales frente a la obvia tendencia a la hegemonía del capital extranjero.

Ha fracasado también -con fracaso aún más sonado- la integración que podríamos llamar neoliberal por corresponder a la época en que el neoliberalismo se hace dominante y convierte a la integración en cáscara encubridora de un gran vacío y a la retórica integracionista en parloteo para encubrir la creciente desintegración.

Fracasó la integración cepalina y fracasó la integración neoliberal, pero la integración es más que nunca asunto vital para la región devastada por tres décadas de “apertura y libre comercio”.

La reflexión sobre el fracaso no puede quedarse en el inventario de errores.  No se trata de extender el certificado de defunción después de una minuciosa autopsia del cadáver que establezca las causas de la muerte.

La integración regional no es cadáver porque hay lucha y resistencia contra el ALCA, porque el terreno para esa resistencia está fertilizado por la explotación y la deuda social acumuladas.  Y porque existe un nuevo proyecto de integración diferente y distante de cualquier esquema anterior: la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA).

Una integración diferente

La idea de una integración diferente a esa que en las últimas cuatro décadas se le ha llamado así; la integración pensada en los términos de Bolívar y Martí, rescatando la sustancia olvidada y silenciada; la integración de los pueblos y no de los capitales; en suma, la verdadera integración convocada tanto por la historia, por la cultura como por la necesidad de sobrevivir y alcanzar el desarrollo, fue planteada por el Presidente Hugo Chávez en la Cumbre de la Asociación de Estados del Caribe efectuada en Isla Margarita, Venezuela en 2001.

¿Cuáles son las lecciones que pueden aprenderse del fracaso de aquella integración, que toma el ALBA para convocar de nuevo a los latinoamericanos y caribeños a integrarnos?

1) La primera sería que para hacer la integración regional, ésta no puede ser con Estados Unidos (ALCA), ni tampoco pretendiendo una falsa no mención del gobierno de ese país.

El gobierno y las transnacionales de Estados Unidos tienen su proyecto para integrar a la región como área de segura explotación financiera y comercial y abastecedora de petróleo, gas, agua, biodiversidad y enclave de bases militares.  El ALCA y el ALBA tienen lógicas no sólo diferentes, sino excluyentes.  La posición respecto al ALCA y su otra cara, esto es, los Tratados Bilaterales o Plurilaterales de Libre Comercio, es una línea divisoria entre la integración de los pueblos y la integración de los capitales.

No es concebible participar en el ALBA y al mismo tiempo entrar en el CAFTA o en un Tratado Bilateral de Libre Comercio que equivale a un ALCA a la medida.  La integración no se hará con Estados Unidos ni tampoco con la neutralidad de su gobierno, sino haciendo respetar el ALBA en la lucha contra la hegemonía.

2) La integración no será dirigida por las oligarquías de la región.

Si éstas fracasaron en desempeñar el papel estelar que la CEPAL les adjudicó en los primeros intentos integracionistas en las décadas de los años 60 y 70, cuando se asumía la existencia de burguesías industrializantes, en especial, en países grandes y medianos; ya no quedan más que restos de aquellas, después que el neoliberalismo arrasó con buena parte de la industria nacional y estableció oligarquías, ahora estructuradas en torno a la liberalización y especulación financiera, constituidas por empleados bien pagados de filiales de las finanzas transnacionales, comerciantes vinculados a la importación o a los servicios destinados al estrecho sector capaz de consumir de modo tan dispendioso como en Nueva York, París o Londres.

Esas oligarquías transnacionalizadas y cautivas en el discurso del libre comercio y la democracia formal, no pueden dirigir más que la fuga de sus capitales y la oposición -telegrafiada desde Washington- a cualquier gobierno o movimiento popular que levante la cabeza en la región.

3) La integración no puede reducirse al comercio, ni medir sus avances por el crecimiento del intercambio comercial, ni éste puede encerrarse entre las rejas del llamado “libre comercio”.

No se trata de abolir el comercio, sino de reconocer que el proceso de integración es mucho más que hacer comercio y que incluso, no puede contentarse la integración verdadera con cualquier clase de comercio.  El “libre comercio” del ALCA, de los Tratados de Libre Comercio, de la OMC, no es más que la añeja fórmula de reclamar libertad de comercio por aquellos países que tienen mayor desarrollo y control oligopólico del mismo, para penetrar mercados de países de menor desarrollo y obtener, para su beneficio, el intercambio desigual.

Ese intercambio desigual que se aplica de modo habitual en las relaciones entre países desarrollados y subdesarrollados, puede funcionar también entre diferentes grados de subdesarrollo en perjuicio de los más pobres entre los pobres, si se permite que sea el mercado sin regulación quien decida el curso del intercambio.

Para los que se encuentran en el campo de los perdedores, el comercio es un instrumento imprescindible, que debe ser estimulado, aunque siempre sometido a los objetivos de desarrollo de la integración, lo que implica compensar a los más débiles con fórmulas que pueden ser precios preferenciales, comercio de trueque u otros, al tiempo que se eliminan, con mucha más velocidad que en los esquemas tradicionales de integración, las barreras arancelarias y no arancelarias y los obstáculos técnicos al comercio.

El ALBA ha iniciado su vida con la Declaración Conjunta y el Acuerdo para su aplicación firmados en La Habana por los Presidentes de Venezuela y Cuba el 14 de diciembre de 2004.  En esos documentos se refleja la concepción del intercambio comercial como instrumento (no un fin en si mismo) al servicio de la integración.  La venta de petróleo venezolano a Cuba en los términos concesionales del Acuerdo de Caracas, la compra por Cuba de exportaciones no petroleras venezolanas por 412 millones de dólares sólo en 2005, el establecimiento de un precio mínimo garantizado por Cuba al barril de petróleo exportado por Venezuela, con independencia de que el precio de mercado mundial pueda caer por debajo de él, son expresiones reales de este nuevo tipo de integración.

4) El proceso de integración tampoco puede reducirse a la economía, aunque sea una verdad obvia que la economía no puede descuidarse nunca y que sin ella la integración carecería de sustento.

El proceso de integración debe tocar con la mayor velocidad allí donde el déficit es mayor y comenzar a aliviar los males sociales.  Lo “social” no puede quedar para después de lo económico.  Con los recursos disponibles debe desplegarse el máximo esfuerzo por reducir la deuda social.

Los esquemas integracionistas tradicionales han sido en extremo economicistas.  Esto se acentuó mucho más con la llegada del ciclo neoliberal y su esencial desdén por lo social, aunque la triste catástrofe de la pobreza, la educación, la salud, la seguridad social, el empleo, han forzado en años recientes a los neoliberales a entonar el discurso “social”, y a pretender combatir con conceptos “focalizados” los inevitables resultados de la política económica que siguen aplicando.  Es la posición de aquellos que entienden la política social como la ambulancia que recoge los muertos y heridos que provoca la política económica.

La deuda social que pesa sobre la región es de tal magnitud que la integración -para tener significado real sobre la vida de vastas porciones de la población de la región- no puede dejar para después las acciones para reducirla.

Curar enfermos que nunca tuvieron atención de salud, alfabetizar a los analfabetos, proveer educación desde el nivel primario hasta la enseñanza superior a los que no pudieron acceder a ella, es comenzar a atacar en su base misma la exclusión social y a integrar a la vida a muchos millones de humanos para los que entonces, la integración latinoamericana tendría un imborrable significado concreto.

Esto equivale a sembrar la integración en los sentimientos y en las vivencias, con raíces afianzadas en la atención a las carencias más lacerantes.

La colaboración entre Cuba y Venezuela -que es la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) en acción- muestra ya planes en marcha que reflejan un modo diferente de concebir la integración.

5) En un orden mundial donde el petróleo sigue siendo su base energética, disponer en la región de abastecimiento de petróleo y sus derivados con sentido de cooperación y solidaridad es un ingrediente estratégico para la integración regional.

El petróleo se hace más caro no sólo por maniobras especulativas e insuficiente capacidad de refinación, sino por la más determinante razón de que comienza a agotarse en la realidad el recurso que tantas veces en teoría se insistió en que era agotable.  El voraz y despilfarrador consumo de Estados Unidos y otras sociedades de consumo impone un ritmo imposible de alcanzar por el descubrimiento de nuevos yacimientos.

Que Venezuela sea uno de los mayores productores y exportadores mundiales de petróleo, que posea una de las mayores reservas probadas y que ese recurso esté del lado de una Revolución popular antiimperialista, es un suceso extraordinario y la mejor noticia para los pueblos de la región.

Al abastecimiento de petróleo a Cuba y otros países del Caribe y Centroamérica por medio del Acuerdo de Caracas (2001) hay que agregar la venta de combustible venezolano a la Argentina en momentos de crisis energética para este país y pagando el combustible con productos argentinos, la construcción de una refinería en Pernambuco con inversión venezolana para abastecer al norte del Brasil a precios más baratos que los aplicados por los intermediarios[1].

En lo más reciente, (29 de junio de 2005) el gobierno de Venezuela ha hecho realidad el Acuerdo de Cooperación Energética con los países del Caribe agrupados en el CARICOM, por el cual se ha creado Petrocaribe.

Se trata de una singular muestra de solidaridad y cooperación con este grupo de pequeños países que padecen con intensidad el embate de los altos precios del petróleo.

Es una organización para asegurar la coordinación de las políticas de energía, incluyendo el petróleo y sus derivados, gas, electricidad, uso eficiente de la misma, cooperación tecnológica, desarrollo de infraestructura energética, así como el aprovechamiento de fuentes alternas, tales como la energía eólica, solar y otras.  Para hacer funcionar a Petrocaribe se crea en PDVSA una filial para la actuación específica en el Caribe, llamada PDV Caribe.

6) El ALBA puede aprovechar los espacios de poder político provinciales o municipales que la izquierda o las fuerzas políticas interesadas en hacer integración real, controlan en América Latina, para tejer acciones de cooperación y establecer esquemas de complementación.

Los gobiernos provinciales y/o municipales que fuerzas políticas como el FMLN poseen en El Salvador o el Frente Sandinista en Nicaragua u otros, pueden desarrollar acciones con Cuba y Venezuela sin esperar por los acuerdos con los gobiernos nacionales.

El neoliberalismo impulsó en la región la descentralización y la transferencia de ciertos poderes a las instancias provinciales y locales.  Lo hizo con sus acendrados principios antiestatistas y con visión de fraccionamiento político que en muchos casos ha sido expresión de desigual desarrollo territorial provocado a su vez por el mercado sin regulación.

El ALBA puede aprovechar esta coyuntura que sin quererlo le ofrece la política neoliberal y, junto a la fuerza política local que tiende a crecer, impulsar proyectos de alfabetización, de atención de salud y formación de médicos y participar en la Operación Milagro, la que ofrece atención oftalmológica gratuita para devolver la visión o evitar su pérdida a latinoamericanos pobres.

7) La integración tiene que dotarse de armas mediáticas para quebrar el monopolio mediático de las imágenes y la información, y multiplicar en su favor las ventajas derivadas de la relativa homogeneidad lingüística y la afinidad cultural entre los países latinoamericanos.

Es una auténtica desgracia regional que los habitantes de un país reciban las informaciones y desinformaciones sobre el país vecino sintonizando la CNN y que la imagen más difundida y por tanto más conocida de la región sea la que emite esa cadena o alguna de las otras repetidoras del consumismo como ideal de vida, de la ideología del lucro de mercado como principio rector y de la visión regional teñida de paternalismo folklorista y racismo apenas encubierto.

Tan importante como asegurar el abastecimiento energético es, para la región, asegurar el “abastecimiento” de información, de imágenes que alimenten y cultiven el imaginario popular a partir del respeto a la historia de los pueblos y de su cultura y que hagan una necesaria desenajenación enfrentando la intoxicación ideológica y la desinformación brutal que sufren los pueblos.  Quizás el más perfecto y efectivo monopolio que posea el capitalismo de la globalización neoliberal sea el monopolio mediático con su enorme influencia sobre las mentes y las conductas.

El ALBA cuenta ahora con Telesur -ningún otro esquema de integración regional hizo lo mismo- como medio para romper aquel monopolio y lograr que América Latina y el Caribe se informen, se reflejen y se piensen en términos latinoamericanos y caribeños.

Esta iniciativa tiene tanto sentido y tanto filo potencial contra el arma más efectiva y sofisticada del arsenal imperialista, que no por casualidad ha reaccionado el gobierno de Estados Unidos con precoz olfato para detectar una amenaza y con virulento encono, atacando a Telesur incluso antes de que ésta comience sus transmisiones.

8) El ALBA es un reto a la creatividad y la imaginación.

No es un libro escrito en forma de manual para la integración latinoamericana que pretenda incluir todos y cada uno de los contenidos, técnicas y posibilidades de la integración.

No existe un texto que pueda pretender contener el ALBA en su totalidad.  Cuba y Venezuela han echado a andar por un camino que se va abriendo con cada nuevo paso.  El ALBA se irá construyendo en el proceso de lucha política e ideológica y en estrecha relación con el ascenso de los movimientos sociales, de la izquierda, de los que se oponen al dominio imperialista en la región.  Tendrá los gobiernos participantes y las formas y técnicas de integración que broten de la resistencia a los intentos de anexión y la genuina voluntad de hacer una integración de los pueblos.

9) La novena lección es la que sintetiza todas las anteriores y constituye el sello distintivo del ALBA: la solidaridad y la cooperación.

En el tortuoso proceso de creación de esquemas de integración a lo largo de más de cuatro décadas, la solidaridad y la cooperación han sido raras excepciones, apenas visibles tras la espesa retórica que invoca la cooperación para hacer negocios lucrativos y le llama solidaridad a esporádicos y pequeños ejercicios de caridad ejecutados más bien como promoción de imagen.

La verdadera integración de los pueblos no puede prescindir de la solidaridad y la cooperación.  No es ella una permanente donación de recursos de los que más tienen hacia los otros países y no niega el beneficio mutuo sin el cual la integración sería lírica romántica, pero no puede colocar el beneficio mutuo como precondición permanente ni dejar de practicar el trato preferencial hacia los países de menor desarrollo.

Para hacer de la solidaridad una realidad operativa, es necesario contar con estados que tengan capacidad para regular los mercados, enmendarlos allí donde su dictamen sea incompatible con la solidaridad y trascender el horizonte cortoplacista o los estrechos intereses de sectores sociales o de territorios y elaborar programas de largo alcance como el desarrollo de la infraestructura de vías de transporte, comunicación, carreteras, puertos, líneas aéreas y marítimas, que son el sistema venoso que recorre todo el organismo y le permite existir como organismo integrado.

La solidaridad en el ALBA tiene sólidas razones en la ética y anclaje profundo en la tradición de pensamiento procedente de la constelación de figuras latinoamericanas que forjaron la independencia y fundaron las naciones.

Pero la solidaridad no es sólo una idea vinculada al internacionalismo, lo que para los cubanos sería ya una poderosa razón, por la solidaridad recibida en sus guerras de independencia donde el General en Jefe de su Ejército Libertador fue dominicano, por la huella imborrable del argentino Che Guevara en Cuba o por la contribución cubana decisiva para derrotar el Apartheid en África, entre otros ejemplos de una historia de solidaridad recibida y entregada.

La solidaridad también es una necesidad práctica para que la integración pueda funcionar, desarrollarse y defenderse, pues sólo ella puede hacer de las fronteras nacionales las costuras de nuestra unidad y de la integración un valioso y real ingrediente de una vida y un mundo mejor por el cual las mujeres y hombres latinoamericanos y caribeños se sientan dispuestos a defender y preferir la América Nuestra, la Patria Grande de Bolívar y Martí antes que la América del ALCA y la OEA.

Las palabras de Martí escritas en 1889, resuenan con valor actual en esta hora en que el ALBA y el ALCA marcan de nuevo el dilema de la integración latinoamericana o la anexión a Estados Unidos: “De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia”[2].

Osvaldo Martínez, economista cubano, director del Centro de Estudios de la Economía Mundial.




[1] Hugo Chávez.  Discurso en la sesión especial del IV Encuentro Hemisférico de Lucha contra el ALCA.  La Habana, 29 de abril de 2005

[2] José Martí: Congreso Internacional de Washington.  En José Martí, América para la Humanidad.  Centro de Estudios Martianos.  La Habana. 2001.

https://www.alainet.org/es/articulo/121276
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