Crisis global: ¿Recuperación a la vista?

10/06/2009
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 En las últimas semanas se ha puesto de moda cierto optimismo sobre señales de recuperación en la crisis económica global. Sea Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial o José Ángel Gurría, secretario de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) o algún gurú del sistema, nos dicen que aparecen "brotes verdes" de recuperación o que una vez más se ve la luz al final del túnel. Por lo general, los argumentos se limitan a señalar que la velocidad de la caída ha disminuido, aunque sea imposible ocultar que la caída continúa.

Para estos voceros del sistema es un consuelo advertir que en Estados Unidos han aumentado ligeramente las ventas de bienes durables o que el ritmo de descenso del PIB ha disminuido en algún grado.

¿Es cierto entonces que los "brotes verdes" abundan como anunciadores de que la crisis global toca fin y las cosas podrían volver a ser como antes?

Habría que tener en cuenta ante todo, que una crisis económica capitalista no es nunca una línea de descenso constante. Es una caída generalizada, pero que ocurre en medio de movimientos de signo variado, que provocan alzas momentáneas de indicadores que pueden ser engañosos si se toman como expresiones autosuficientes para explicar la tendencia dominante.

Existen razones de peso para cuestionar la solidez de estos anuncios. Veamos algunos.

La crisis actual comenzó como el estadillo de una burbuja financiera en el sector inmobiliario de Estados Unidos, pero no es la única burbuja presta a estallar. La especulación neoliberal se difundió por doquier e infló peligrosas burbujas en otros sectores como el de las tarjetas de crédito, donde la ilusión del llamado dinero plástico llevó a millones de estadounidenses a endeudarse más allá de toda racionalidad, en la confianza de que el precio de sus viviendas continuaría subiendo. Fue la construcción de burbujas sobre burbujas y se calcula que en medio de la crisis del crédito, el monto que las tarjetas de crédito acumulan representa una bomba de un millón de millones de dólares que puede estallar y elevar aún más la temperatura de la crisis.

Otro tema de gran importancia es que, a pesar de las promesas de regulación de los instrumentos o derivados financieros que protagonizaron la irresponsable y arriesgada ola especulativa, dicha regulación no es todavía más que el inicio de un complicado proceso legislativo y administrativo que, probablemente, consumirá el año actual antes de hacerse efectivo. Y mientras tanto, esos instrumentos siguen actuando sin regulación.

El más peligroso de ellos, los llamados swaps de riesgo crediticio o CDS por su sigla en inglés, se estiman en unos 62 millones de millones (billones en español) que es más de cinco veces el Producto Interno Bruto (PBI) de Estados Unidos y mucho más que el dinero destinado a planes de rescate por el gobierno de ese país y por otros.

Estos instrumentos están difundidos por el mundo globalizado y son altamente "tóxicos", utilizando la jerga del mercado financiero, para referirse a títulos de valor sin respaldo real. Ellos son una cobertura de riesgo crediticio en apariencia muy similar a una póliza de seguro para cubrir el posible impago de una deuda, pero las diferencias son notables. Estas operaciones no están reguladas y las entidades que operan estos contratos no están obligadas a mantener reservas para respaldarlos, pues fueron inventados, precisamente, para burlar los requerimientos sobre reservas.

Los bancos vieron en este instrumento y otros de alto riesgo especulativo, la vía para evadir requerimientos de reservas y liberar recursos para otras operaciones también especulativas. Se señala que bancos europeos tienen 426 000 millones de dólares en operaciones de ese tipo con la empresa norteamericana en bancarrota American International Group (AIG). Y es solo un ejemplo dentro del mercado financiero globalizado.

Esos títulos "tóxicos" están difundidos por doquier, pero no se sabe su monto exacto ni con precisión dónde y en manos de quién se encuentran. Pero se sabe que son otra burbuja de muchos megatones presta a estallar.

Otro problema es el estado real de los bancos, en especial los norteamericanos, pues hasta el estallido de la crisis estos mostraban una apariencia sólida que resultó falsa.

A principios de mayo se difundió el resultado de una llamada prueba de resistencia que fue aplicada a los 19 bancos más importantes de Estados Unidos para determinar su capacidad para resistir unas condiciones no especialmente severas. Esas condiciones eran que el desempleo subiera por encima del 10% (actualmente es del 9,4%) y que el PIB descendiera más del 3% anual.

El resultado fue que diez de los 19 bancos necesitarían ayuda pública adicional por 7 000 millones de dólares para sobrevivir y encabezaba las listas de los necesitados de ayuda, el Bank of American que en ese mismo mes anunciaba contradictoriamente, ganancias de 4 000 millones de dólares.

Varias fuentes señalan que los bancos continúan haciendo inversiones especulativas de alto riesgo ­incluso con los recursos de los paquetes de rescate del gobierno­, y encubriendo sus operaciones detrás de una contabilidad tramposa, lo cual explicaría que un banco reporte ganancias, al mismo tiempo que una prueba de resistencia a él aplicada lo señala en grave peligro si las condiciones económicas se hicieran ligeramente peores.

El estado real de los bancos ­además de no cumplir con su función esencial de otorgar créditos­ es una importante incógnita y hay razones para sospechar una esencial debilidad en ellos.

Para los norteamericanos que lidian con la crisis el problema es bien concreto: los precios de las viviendas siguen cayendo y millones de hogares enfrentan el pago de hipotecas que están por encima del valor de mercado de sus viviendas, con el desempleo en aumento y muchos acercándose al final de las 39 semanas de pago por seguro de desempleo, sin posibilidades de obtener nuevos créditos y unas tarjetas de crédito sobregiradas en términos de deuda.

Para ensombrecer el panorama de la crisis está también la imposible reproducción de un orden viciado que funcionó hasta ahora, permitiendo la existencia de una economía parásita que basaba su ostentoso consumo y su déficit estructural en el endeudamiento masivo del gobierno, de las empresas, de los hogares, que a su vez era financiado desde el exterior por el resto del mundo. No es imaginable volver a repetir exactamente el orden económico mundial basado en un país con endeudamiento masivo, el ahorro cero, el déficit comercial gigantesco y la venta de sus bonos aprovechando el privilegio del dólar.

No parece que la salida de esta crisis ­cuando ocurra­ pueda repetir ese orden, pero lo que no cambiará es la globalización y ella también ensombrece esa salida, pues todos los países están azotados por la misma o similar epidemia y no es posible repetir una solución como la que tuvo la crisis asiática en 1997-1998, en cuanto a basarse en las exportaciones, porque ahora todos los mercados están contraídos, incluso los de mayor capacidad de absorción como Estados Unidos y Europa, lo que hace imposible, para estos y para los exportadores hacia ellos, utilizar las exportaciones como impulsor para salir de la crisis.

Otro factor de suma importancia es el desempleo que continúa creciendo. Menos empleo significa menos ingreso, compradores que no compran o compran menos y estrechan el mercado para las ventas de las empresas enfrentadas a la crisis, pero también el temor a perder el empleo lleva a recortar el gasto. Tal vez la mejor y amarga lección que esta crisis está mostrando en Estados Unidos, es que sus ciudadanos están comenzando a ahorrar después del festival de consumismo basado en deuda.

También menos empleo significa menor recaudación fiscal en los momentos en que más la necesitan los gobiernos para financiar los estímulos a la recuperación o paliar los efectos sociales de la recesión.

Lo único claro e innegable, es que la crisis económica global del capitalismo cobra su altísimo precio en desgracias a todo el planeta. Ningún país del Tercer Mundo contribuyó a generar esta crisis, pero todos la soportan y sufren bajo ella.

Las estadísticas internacionales ­siempre por debajo de la realidad­ expresan que desde agosto del 2008 el número de hambrientos ha crecido en algo más de 100 millones de personas, los desempleados serán 50 millones más al finalizar este año, la pobreza extrema se incrementaría en el 2009 en una cifra entre 55 millones y 90 millones de seres humanos, que se sumarían a los muchos millones que ya lo eran.

Esas son pálidas estadísticas que congelan en cifras por debajo de la realidad, la crítica situación de países pobres que a su pobreza "normal" ahora deben agregar los precios más reducidos de sus exportaciones, el cierre de mercados para ellas, el estrechamiento de los precarios créditos que obtenían, el peso agravado de su deuda externa, la reducción de la muy comprimida ayuda oficial para el desarrollo, y de las remesas que reciben sus familias. Y mientras tanto, escuchan que deben tener paciencia y esperar que las decisiones del G-20 permitan la recuperación de una economía mundial que para ellos no ha entregado más que subdesarrollo y pobreza.

- Osvaldo Martínez es Director del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial, La Habana

https://www.alainet.org/es/articulo/134241

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