El aborto violento
26/06/2007
- Opinión
Pascale Maquestiau no puede dejar de venir a la Argentina, una y otra vez. Vivió acá varios años, se casó con un hombre argentino y hace un tiempo volvió a su natal Bélgica. Pero cada tanto aparece dando reportajes en los medios locales en los que relata sus experiencias siempre enriquecedoras en derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. En esta nota se refiere al último desafío que enfrentan en Europa: la vinculación entre violencia y pedidos de interrupción del embarazo, sobre todo entre las mujeres migrantes.
Desde hace años Pascale Maquestiau integra la Federación Laica de Centros de Planificación Familiar de Bélgica, que a su vez es parte de una red internacional de centros de planificación familiar. Aunque el nombre “planificación familiar” suene arcaico e incluso restrictivo, el trabajo que se hace en estos espacios es el de asesoramiento y atención en anticoncepción y, en el caso de Bélgica- como en otros países donde la ley lo permite o no lo penaliza- también de interrupción de embarazos no deseados.
Esto le ocupa la mitad de su día. La otra mitad la pasa en la organización no gubernamental Monde femmes (El mundo según las mujeres) desde la que intentan transversalizar el tema de género en los proyectos de cooperación. “Aunque parezca loco, hay muchas resistencias en esto, la mayoría del tiempo la cooperación es muy técnica. Entonces, quienes hacen un proyecto de agricultura, por ejemplo, dicen ‘¿para qué vamos a hacer un análisis de género’. Mientras que nosotras creemos que es fundamental.”
Pascale estuvo en Buenos Aires a fines del 2006, recién llegada de un encuentro europeo en el que el tema central fueron las políticas de aborto y la situación en cada país de la unión.
Europa bárbara
Del contacto con colegas de otros países de Europa, y de su propio conocimiento del continente, ella sintetiza dos líneas actuales en la práctica del aborto en la UE: por un lado, mientras la interrupción del embarazo está legalizada o despenalizada en la mayoría de los países, la práctica está más restringida de lo que podría estar; y, por otro, cada vez más se están entrelazando dos variables que describen un escenario explosivo: aborto y violencia.
“Bélgica tiene, por ejemplo, una historia de colonización con el Congo, que está en guerra y donde hay mujeres que migran y pueden pedir el asilo en mi país, el tema es que son mujeres que vivieron violaciones como arma de guerra. Entonces, ellas llegan a los centros de planificación pidiendo abortos, y realizar un aborto a una mujer de clase media que dice “yo no quiero este embarazo ahora porque quiero estudiar” es otra cosa que hacer un aborto a una mujer que vivió una situación de violencia porque revive la violencia en el momento del aborto. Los profesionales están muy asustados, y cuando esto sucede reducen su práctica.”
- El tema de la violencia puede que aparezca con más fuerza en las y los inmigrantes, pero en toda Europa cada vez se están conociendo más casos entre los habitantes nativos.
- Claro. La mitad de los casos de violencia que recibimos son de belgas. Las que llegan a las casas de acogidas, la mitad son belgas, no son mayoría extranjeras. Lo que sucedió es que la migración hizo aparecer un tema que nunca habíamos visto desde el punto de vista de la planificación familiar. Pero sobre las europeas, lo cierto es que la lucha de los últimos años fue por la igualdad, y parecía que la habíamos logrado -la pastilla, el aborto, parecía que llegábamos a tener lo mismo que los varones-, pero después vimos los datos y sigue la diferencia salarial, cosas así. Y esto saltó más tarde en la vida afectiva y sexual. Hubo momentos de violencia colectiva del varón a la mujer en Bélgica y en Francia, de violaciones de grupos de jóvenes hacia las chicas, en las periferias o en las universidades. No hay estudios y es lo que estamos pidiendo que haya. Pero lo que vemos es la dificultad del varón para instalar su sexualidad, cuando se enfrentan a mujeres que ahora saben decir no, ellos se preguntan ‘¿qué hago?’, y se responden ‘no voy solo, voy con otro’. En patota es más fácil imponerse.
- ¿Desde cuándo sucede esto?
- Aparecen informaciones que siempre estigmatizan a los suburbios, pero pasa en las universidades también. No hay relevamientos. Lo estamos detectando desde hace 4 años: chicos de 20, 25 años, una violencia más fuerte. Hay distintos temas que nos parecen los grandes desafíos: la integración familiar; la integración de la temática de menopausia, no reducir los derechos sexuales a la palabra menopausia una vez que hemos pasado la parte reproductiva; la pornografía versus el cyber, porque los jóvenes tienen conocimientos de educación sexual pero la mayor información de los varones queda en el web porno; tenemos que saber a qué profesionales consultan; tuvimos reuniones con prostitutas porque están volviendo a ellas. Hasta hace poco las prostitutas habían quedado relegadas para los más viejos, pero los jóvenes están volviendo con ellas porque se asustan de las jóvenes, entonces prueban cómo negociar el primer encuentro y esas cosas; o se informan sobre los sitios web de prostitución y les piden a ellas lo que ven ahí. Y las prostitutas nos dicen “por favor hagan más educación sexual porque nosotras tenemos que perder tiempo para explicarles”. Por otra parte, la imagen de construcción de los pornográfico es cada vez más violenta, entonces también trabajamos sobre esto, con talleres en las escuelas. También el tema de los juguetes viene muy fuerte, hay toda una moda, hasta Nina Ricci sacó sus juegos.
- ¿Qué está pasando en el resto de Europa?
- Lo mismo. Por eso Francia también está interesada. Alemania también. Por ejemplo nosotros tenemos un proyecto de ciudadanía que trata sobre cómo uno llega a ser ciudadano o ciudadana teniendo una vida afectiva y sexual mejor. Y entonces se mezcla mucho lo qué veo en la calle: la chica que está con una minifalda es para cogerla y violarla. Y vamos trabajando todo el eje violencia, representaciones sociales, en qué me comprometo para bajar el nivel de violencia y de objeto de la mujer. Y desde Alemania nos pidieron tener un intercambio.
Violencia
- ¿Cómo abordan en Bélgica el tema de migración y violencia?
- Hay supervisiones de grupos en los centros porque cada vez más el tema se está imponiendo en la práctica de los profesionales, cada vez más están viendo que las que llegan a los centros de planificación familiar son mujeres que vivieron situaciones de violencia. El hecho viene más fuerte con las mayores migraciones.
- ¿Aumentan los pedidos de abortos por situaciones vinculadas a la violencia?
- Si, pero no es tan seguro que haya más violencia, sino que se está conociendo el tema porque está apareciendo la migración a la luz, es que las migrantes no tienen fácil acceso al sistema hospitalario. Hasta ahora, el aborto venía ligado al discurso de ”tengo un hijo cuando quiero”, que es la militancia en los años ‘70. Una situación de elección.
- La elección tiene que ver con lo económico también, es más habitual en la clase media este tipo de argumentos.
- Si, pero nadie se daba cuenta de eso. Y la migración lo hizo saltar. Porque al mismo tiempo la migrante que viene está sin papeles, está viviendo una situación de amontonamiento. Y hasta ahora, las y los profesionales que atendían a estas mujeres no estaban atentos a si había una situación de violencia; pero ahora se dieron cuenta que hay que hacer unos rastreos sistemáticos
- Cuando llega una mujer migrante pidiendo la interrupción del embarazo, ¿se sigue abordando su caso desde la elección?
- Si, pero también desde otros ejes. Y ahí encontrás la violencia, y surge el tema de la acogida. Por eso necesitamos terapeutas, trabajadores sociales, y también derivaciones a organizaciones que trabajen con violencia. Es fundamental crear esta red.
- ¿Cuándo empezaron a notar en Bélgica esta asociación entre violencia y pedidos de aborto?
- En el 2000, ahí apareció fuerte.
- ¿En el resto de Europa es igual?
- También. Digamos que la caída del bloque del Este hizo que empezaran pequeñas migraciones.
Desde hace años Pascale Maquestiau integra la Federación Laica de Centros de Planificación Familiar de Bélgica, que a su vez es parte de una red internacional de centros de planificación familiar. Aunque el nombre “planificación familiar” suene arcaico e incluso restrictivo, el trabajo que se hace en estos espacios es el de asesoramiento y atención en anticoncepción y, en el caso de Bélgica- como en otros países donde la ley lo permite o no lo penaliza- también de interrupción de embarazos no deseados.
Esto le ocupa la mitad de su día. La otra mitad la pasa en la organización no gubernamental Monde femmes (El mundo según las mujeres) desde la que intentan transversalizar el tema de género en los proyectos de cooperación. “Aunque parezca loco, hay muchas resistencias en esto, la mayoría del tiempo la cooperación es muy técnica. Entonces, quienes hacen un proyecto de agricultura, por ejemplo, dicen ‘¿para qué vamos a hacer un análisis de género’. Mientras que nosotras creemos que es fundamental.”
Pascale estuvo en Buenos Aires a fines del 2006, recién llegada de un encuentro europeo en el que el tema central fueron las políticas de aborto y la situación en cada país de la unión.
Europa bárbara
Del contacto con colegas de otros países de Europa, y de su propio conocimiento del continente, ella sintetiza dos líneas actuales en la práctica del aborto en la UE: por un lado, mientras la interrupción del embarazo está legalizada o despenalizada en la mayoría de los países, la práctica está más restringida de lo que podría estar; y, por otro, cada vez más se están entrelazando dos variables que describen un escenario explosivo: aborto y violencia.
“Bélgica tiene, por ejemplo, una historia de colonización con el Congo, que está en guerra y donde hay mujeres que migran y pueden pedir el asilo en mi país, el tema es que son mujeres que vivieron violaciones como arma de guerra. Entonces, ellas llegan a los centros de planificación pidiendo abortos, y realizar un aborto a una mujer de clase media que dice “yo no quiero este embarazo ahora porque quiero estudiar” es otra cosa que hacer un aborto a una mujer que vivió una situación de violencia porque revive la violencia en el momento del aborto. Los profesionales están muy asustados, y cuando esto sucede reducen su práctica.”
- El tema de la violencia puede que aparezca con más fuerza en las y los inmigrantes, pero en toda Europa cada vez se están conociendo más casos entre los habitantes nativos.
- Claro. La mitad de los casos de violencia que recibimos son de belgas. Las que llegan a las casas de acogidas, la mitad son belgas, no son mayoría extranjeras. Lo que sucedió es que la migración hizo aparecer un tema que nunca habíamos visto desde el punto de vista de la planificación familiar. Pero sobre las europeas, lo cierto es que la lucha de los últimos años fue por la igualdad, y parecía que la habíamos logrado -la pastilla, el aborto, parecía que llegábamos a tener lo mismo que los varones-, pero después vimos los datos y sigue la diferencia salarial, cosas así. Y esto saltó más tarde en la vida afectiva y sexual. Hubo momentos de violencia colectiva del varón a la mujer en Bélgica y en Francia, de violaciones de grupos de jóvenes hacia las chicas, en las periferias o en las universidades. No hay estudios y es lo que estamos pidiendo que haya. Pero lo que vemos es la dificultad del varón para instalar su sexualidad, cuando se enfrentan a mujeres que ahora saben decir no, ellos se preguntan ‘¿qué hago?’, y se responden ‘no voy solo, voy con otro’. En patota es más fácil imponerse.
- ¿Desde cuándo sucede esto?
- Aparecen informaciones que siempre estigmatizan a los suburbios, pero pasa en las universidades también. No hay relevamientos. Lo estamos detectando desde hace 4 años: chicos de 20, 25 años, una violencia más fuerte. Hay distintos temas que nos parecen los grandes desafíos: la integración familiar; la integración de la temática de menopausia, no reducir los derechos sexuales a la palabra menopausia una vez que hemos pasado la parte reproductiva; la pornografía versus el cyber, porque los jóvenes tienen conocimientos de educación sexual pero la mayor información de los varones queda en el web porno; tenemos que saber a qué profesionales consultan; tuvimos reuniones con prostitutas porque están volviendo a ellas. Hasta hace poco las prostitutas habían quedado relegadas para los más viejos, pero los jóvenes están volviendo con ellas porque se asustan de las jóvenes, entonces prueban cómo negociar el primer encuentro y esas cosas; o se informan sobre los sitios web de prostitución y les piden a ellas lo que ven ahí. Y las prostitutas nos dicen “por favor hagan más educación sexual porque nosotras tenemos que perder tiempo para explicarles”. Por otra parte, la imagen de construcción de los pornográfico es cada vez más violenta, entonces también trabajamos sobre esto, con talleres en las escuelas. También el tema de los juguetes viene muy fuerte, hay toda una moda, hasta Nina Ricci sacó sus juegos.
- ¿Qué está pasando en el resto de Europa?
- Lo mismo. Por eso Francia también está interesada. Alemania también. Por ejemplo nosotros tenemos un proyecto de ciudadanía que trata sobre cómo uno llega a ser ciudadano o ciudadana teniendo una vida afectiva y sexual mejor. Y entonces se mezcla mucho lo qué veo en la calle: la chica que está con una minifalda es para cogerla y violarla. Y vamos trabajando todo el eje violencia, representaciones sociales, en qué me comprometo para bajar el nivel de violencia y de objeto de la mujer. Y desde Alemania nos pidieron tener un intercambio.
Violencia
- ¿Cómo abordan en Bélgica el tema de migración y violencia?
- Hay supervisiones de grupos en los centros porque cada vez más el tema se está imponiendo en la práctica de los profesionales, cada vez más están viendo que las que llegan a los centros de planificación familiar son mujeres que vivieron situaciones de violencia. El hecho viene más fuerte con las mayores migraciones.
- ¿Aumentan los pedidos de abortos por situaciones vinculadas a la violencia?
- Si, pero no es tan seguro que haya más violencia, sino que se está conociendo el tema porque está apareciendo la migración a la luz, es que las migrantes no tienen fácil acceso al sistema hospitalario. Hasta ahora, el aborto venía ligado al discurso de ”tengo un hijo cuando quiero”, que es la militancia en los años ‘70. Una situación de elección.
- La elección tiene que ver con lo económico también, es más habitual en la clase media este tipo de argumentos.
- Si, pero nadie se daba cuenta de eso. Y la migración lo hizo saltar. Porque al mismo tiempo la migrante que viene está sin papeles, está viviendo una situación de amontonamiento. Y hasta ahora, las y los profesionales que atendían a estas mujeres no estaban atentos a si había una situación de violencia; pero ahora se dieron cuenta que hay que hacer unos rastreos sistemáticos
- Cuando llega una mujer migrante pidiendo la interrupción del embarazo, ¿se sigue abordando su caso desde la elección?
- Si, pero también desde otros ejes. Y ahí encontrás la violencia, y surge el tema de la acogida. Por eso necesitamos terapeutas, trabajadores sociales, y también derivaciones a organizaciones que trabajen con violencia. Es fundamental crear esta red.
- ¿Cuándo empezaron a notar en Bélgica esta asociación entre violencia y pedidos de aborto?
- En el 2000, ahí apareció fuerte.
- ¿En el resto de Europa es igual?
- También. Digamos que la caída del bloque del Este hizo que empezaran pequeñas migraciones.
Fuente: Boletín Artemisa Noticias (Argentina)
https://www.alainet.org/es/articulo/121913
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