Drogas: entre el conflicto y la transformación social

28/06/2007
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El pasado 26 de junio del presente año se celebró, a nivel mundial, el Día Internacional de la lucha contra el uso indebido y el tráfico ilícito de drogas. En este contexto, es importante tener en claro que, así como – por ejemplo - no se puede hablar de la vida humana y animal sin relacionarlas con el oxígeno y el agua, de igual manera, resulta imposible encarar la problemática de las adicciones sin enmarcarlas en una conflictiva social que, mayoritariamente, la re – produce.

En efecto, debe tenerse en cuenta que las problemáticas económicas ( tales como la desigual distribución de las riquezas, la falta de empleo, la pobreza y la marginalidad, con los diferentes padeceres que cada uno de ellos conlleva ) son factores que conforman una dolorosa trama que a su vez generan subjetividades sufrientes que, en muchas ocasiones, recurren a algún tipo “ sustancia adictiva ” para evadirse de la angustia de no poder “ cumplir ” con las exigencias que la sociedad contemporánea impone. Tal vez, en particular, quienes son mas “vulnerables” a estas cuestiones son los mas humildes de nuestras comunidades, ya que ellos cotidianamente viven en un “ estado de humillación ” debido a que el lujo en el que unos pocos viven en nuestros pueblos se transforma en un hiriente insulto que atenta contra la dignidad de los que nada tienen – cf. Pablo VI, Populorum Progressio, 3 -.

En este sentido, por ejemplo, bien conocida es la “suerte” que tienen aquellos que encontrándose en situaciones de extrema necesidad deciden, con absoluto derecho, tomar de la riqueza ajena lo necesario para sobrevivir – cf. Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 69 -. A todos ellos les espera, con escalofriante frecuencia, como morada final la cárcel, la muerte o, en su defecto, la ingesta de alcohol o el consumo de drogas, etc. para procurar aminorar la angustia que les surge por no poder alcanzar los parámetros de éxito de una sociedad opulenta que en apariencia otorga a todos similares posibilidades de progreso, pero que en verdad funciona de manera excluyente y discriminatoria.

Claro esta que la dramática problemática que trae aparejada la adicción a cualquier sustancia atraviesa a los integrantes de todas las clases sociales. Tal vez una de las pocas diferencias radica en que en la misma edad en que aquellos que pertenecen a las clases dominantes de nuestras comunidades, comienzan a ingerir sustancias tóxicas con el propósito de “ evadirse ” de la ostentosa realidad en la que transcurren sus días; quienes se hallan en las clases mas humildes, en el caso de que aún sigan con vida, a idéntica edad ya llevan años de ingesta de alcohol o de consumo de drogas tales como la pasta base, pegamentos, etc., y concluyen sus días derrumbados, como “ árboles secos y maltrechos ” en las plazas, o en los suburbios, de las grandes ciudades.

Ahora bien, mas allá de estas palpables diferencias que, como en tantos otros ámbitos, separan a los ricos de los pobres, quizás en el fondo de ambas situaciones se encuentra latente una cultura que favorece que veamos en nuestros prójimos no a alguien a quien amar, sino una amenaza con quien tenemos que competir y, en muchos casos, a quien debemos eliminar. En efecto, al mismo tiempo que aquellos que viven en las zonas mas acomodadas se separan de los demás por temor, racismo o ignorancia, ya sea – por ejemplo – viviendo en barrios cerrados o consumiendo drogas; los que provienen de los sectores mas carenciados tampoco perciben en los demás un hermano sino que, por el contrario, ven a alguien que los destrata, hiere o explota, y a quien aprenden a odiar y, en no pocas ocasiones, a matar, bajo el efecto de diferentes sustancias tóxicas.

Por estas razones, - parafraseando al cantante argentino Fito Páez – en estos tiempos egoístas y mezquinos en donde nadie escucha a nadie, en los que la humanidad se encuentra en pie de guerra consigo misma y en los que muchas veces estamos solos, quizás debamos declararnos “incompetentes” en todas las materias del mercado, e intentar construir por fuera de él nuevos espacios de encuentro, diálogo y comunión fraternal, en donde los que nada tienen hallen personas que les tiendan una mano solidaria; en los que aquellos que todo lo poseen comiencen a amar a sus hermanos mas que a los bienes que se encuentran en su poder; y en los cuales la droga no sea vista como una “ salida ” al dolor cotidiano sino como una entrada a la soledad y a la muerte.

Y principalmente, en tanto cristianos, sabiendo que es nuestro deber anunciar el Reino de Liberación instaurándolo en todos los pueblos – cf. Lumen gentium, 5 -, tenemos la obligación de acompañar a aquellos hermanos que padecen y sufren – cf. Lc. 5, 29 – 32 – por el consumo de drogas, y son insultados, maltratados, injuriados y crucificados en vida igual que Cristo - cf. Mc. 15, 29 – 32 -, procurando en todo momento que quienes viven en la esclavitud de las drogas, se liberen de este martirio y puedan así construir, en comunión con sus semejantes, sociedades que se encuentren regidas por valores y estructuras económicas radicalmente opuestas a las actuales.

Lic. Daniel E. Benadava
Psicólogo
https://www.alainet.org/es/articulo/121961
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