Fiebre y delirio por los recursos
23/11/2007
- Opinión
Para producir un kilo de carne se consumen siete litros de petróleo, según cálculos de la confederación de transporte por carretera en España. Presentado de esa manera y basado en la cantidad de fertilizantes utilizados para producir el alimento para el ganado vacuno y en el consumo de combustible necesario para su transporte, este dato retrata la fiebre por los recursos, que tiene al mundo en un estado de delirio.
Más que nunca, el valor de las cosas materiales se mide por su facilidad para ser explotadas, ya sea para producir energía, para permitir la fabricación de teléfonos celulares, computadoras, pantallas y medios de transporte, o incluso para la producción de joyas y diamantes.
A veces, se trata más de supervivencia que de mantener el modelo de desarrollo que cada rincón del planeta se ha dispuesto a imitar. Las embotelladoras vinculadas a las grandes empresas transnacionales de bebidas y refrescos se dieron cuenta de esto desde hace tiempo y empiezan a controlar el abastecimiento y la distribución del oro azul en el mundo. Hace cincuenta años, semejante idea, presentada como hipótesis, habría sonado a película de ciencia ficción. Hoy, se ha convertido en una realidad palpable.
La escasez del agua es proporcional a la fiebre que despierta. Las grandes ciudades perciben esta presión conforme crece la población que proviene de las zonas rurales. Las crisis del agua para la población urbana, superior a la rural en términos globales, afectan tanto a países ricos como a los empobrecidos del Sur.
El petróleo sigue el mismo patrón de escasez y de encarecimiento. Se ha convertido en un factor principal para la subida del precio de muchos alimentos básicos como los cereales y la leche. Hace dos semanas, un enfrentamiento entre los clientes de una gasolinera en China por los problemas en el suministro de combustible se saldó con un muerto. El ritmo de consumo en el país asiático sigue en aumento mientras en año y medio el Gobierno no ha subido los precios del petróleo.
Después de Estados Unidos, China es el mayor consumidor de crudo en el mundo. De ahí la incursión en las economías africanas, especialmente las que tienen reservas de petróleo. Pero este salto hacia África no sólo obedece al intento de acaparar la principal fuente de combustible de la maquinaria china, sino también a asegurarse el control de materias primas para sostener su crecimiento económico, de más del 10% anual, y al auge urbano de ciudades como Shanghai, Pekín y Hong Kong.
Este crecimiento pasa factura. El nivel freático del subsuelo se hunde más de un metro cada año en la ciudad de Shijiazhuang para poder abastecer a las nuevas viviendas de agua potable. Además, los niveles de contaminación del aire en Pekín comienzan a preocupar tanto a chinos como a extranjeros en la víspera de los Juegos Olímpicos de 2008.
La fiebre por los recursos no es única de las grandes economías. Las declaraciones de Hugo Chávez después de su enfrentamiento verbal con la diplomacia española en la última Cumbre Iberoamericana ponen de manifiesto la importancia de los recursos naturales por encima de las relaciones diplomáticas, empresariales y de las inversiones que pueden pasar a manos de economías emergentes al acecho.
La exportación de crudo sostiene parte de los programas sociales de Venezuela, e incluso se especula sobre la formación de médicos cubanos para que ejerzan su profesión en este país. Cuando las fronteras no rodean territorios con grandes reservas de hidrocarburos, la llamada ‘era de los biocombustibles’ mantiene despierta la esperanza en la producción agrícola de cultivos como la soja, que ha sostenido el alto crecimiento económico anual de Argentina desde el fin de la crisis del corralito.
Al margen de la intención de los países ricos por mantener su nivel y su modelo de consumo, de las ansias de los países emergentes y de los empobrecidos por alcanzarlos en su ficticia carrera hacia el desarrollo, las riquezas naturales tienen un límite. Si no detenemos esta galopada a ciegas y viramos hacia un modelo que haga del hombre un ser que pertenezca a la tierra con la que debe convivir, la explotación de los recursos nos llevará al suicidio.
- Carlos Mígueles es periodista.
Más que nunca, el valor de las cosas materiales se mide por su facilidad para ser explotadas, ya sea para producir energía, para permitir la fabricación de teléfonos celulares, computadoras, pantallas y medios de transporte, o incluso para la producción de joyas y diamantes.
A veces, se trata más de supervivencia que de mantener el modelo de desarrollo que cada rincón del planeta se ha dispuesto a imitar. Las embotelladoras vinculadas a las grandes empresas transnacionales de bebidas y refrescos se dieron cuenta de esto desde hace tiempo y empiezan a controlar el abastecimiento y la distribución del oro azul en el mundo. Hace cincuenta años, semejante idea, presentada como hipótesis, habría sonado a película de ciencia ficción. Hoy, se ha convertido en una realidad palpable.
La escasez del agua es proporcional a la fiebre que despierta. Las grandes ciudades perciben esta presión conforme crece la población que proviene de las zonas rurales. Las crisis del agua para la población urbana, superior a la rural en términos globales, afectan tanto a países ricos como a los empobrecidos del Sur.
El petróleo sigue el mismo patrón de escasez y de encarecimiento. Se ha convertido en un factor principal para la subida del precio de muchos alimentos básicos como los cereales y la leche. Hace dos semanas, un enfrentamiento entre los clientes de una gasolinera en China por los problemas en el suministro de combustible se saldó con un muerto. El ritmo de consumo en el país asiático sigue en aumento mientras en año y medio el Gobierno no ha subido los precios del petróleo.
Después de Estados Unidos, China es el mayor consumidor de crudo en el mundo. De ahí la incursión en las economías africanas, especialmente las que tienen reservas de petróleo. Pero este salto hacia África no sólo obedece al intento de acaparar la principal fuente de combustible de la maquinaria china, sino también a asegurarse el control de materias primas para sostener su crecimiento económico, de más del 10% anual, y al auge urbano de ciudades como Shanghai, Pekín y Hong Kong.
Este crecimiento pasa factura. El nivel freático del subsuelo se hunde más de un metro cada año en la ciudad de Shijiazhuang para poder abastecer a las nuevas viviendas de agua potable. Además, los niveles de contaminación del aire en Pekín comienzan a preocupar tanto a chinos como a extranjeros en la víspera de los Juegos Olímpicos de 2008.
La fiebre por los recursos no es única de las grandes economías. Las declaraciones de Hugo Chávez después de su enfrentamiento verbal con la diplomacia española en la última Cumbre Iberoamericana ponen de manifiesto la importancia de los recursos naturales por encima de las relaciones diplomáticas, empresariales y de las inversiones que pueden pasar a manos de economías emergentes al acecho.
La exportación de crudo sostiene parte de los programas sociales de Venezuela, e incluso se especula sobre la formación de médicos cubanos para que ejerzan su profesión en este país. Cuando las fronteras no rodean territorios con grandes reservas de hidrocarburos, la llamada ‘era de los biocombustibles’ mantiene despierta la esperanza en la producción agrícola de cultivos como la soja, que ha sostenido el alto crecimiento económico anual de Argentina desde el fin de la crisis del corralito.
Al margen de la intención de los países ricos por mantener su nivel y su modelo de consumo, de las ansias de los países emergentes y de los empobrecidos por alcanzarlos en su ficticia carrera hacia el desarrollo, las riquezas naturales tienen un límite. Si no detenemos esta galopada a ciegas y viramos hacia un modelo que haga del hombre un ser que pertenezca a la tierra con la que debe convivir, la explotación de los recursos nos llevará al suicidio.
- Carlos Mígueles es periodista.
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
https://www.alainet.org/es/articulo/124400?language=en
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