Empleados sin substancia
30/11/2007
- Opinión
Tener mujer e hijos a cargo o residir lejos del puesto de trabajo eleva el "coeficiente de lastre" y reduce las posibilidades de obtener un empleo. El sociólogo Zygmunt Bauman en su libro Vida de Consumo afirma que “El empleado ideal sería una persona que no tenga lazos, compromisos ni ataduras emocionales preexistentes y que además las rehuya a futuro".
Desde hace una década, la expresión "lastre cero" circula por Silicon Valley, epicentro informático estadounidense. Se usa para referirse a empleados que eran capaces de cambiar de empleo con facilidad sin importar los incentivos económicos. Ahora parece resultar bueno tener "cero lastre", estar disponible para aceptar tareas extra, responder a situaciones de emergencia, o ser reubicado en cualquier momento. Tener expectativas a largo plazo, acostumbrarse a un empleo, a una habilidad, o a una determinada forma de hacer las cosas no resulta deseable ni prudente en estos tiempos, salvo que se quiera la defunción laboral.
En pocos años pasamos de una sociedad de productores a una de consumidores. Se ha ido degradando el concepto de duración y estabilidad y prima lo novedoso por encima de lo perdurable.
Bauman ha acuñado la expresión de tiempo líquido para describir las sociedades actuales. Por la cualidad de fluido, no se mantienen un rumbo determinado ni mucho tiempo la misma forma. Vamos de una sociedad sólida, estable, repetitiva y predecible a otra más líquida, flexible y voluble, en la que las estructuras sociales no duran el tiempo suficiente para solidificarse y no sirven de marcos de referencia para los actos humanos.
Dice el sociólogo polaco que “todos los factores de la producción, incluido el ser humano, tienden a adquirir, como un desideratum del presente económico, la liquidez máxima”. Pero ahora se puede ser líquido y liquidado a la vez.
Para conseguir y mantener un empleo, ya no es tan importante saber mucho de algo como ser curioso, versátil, empático y plástico. El sistema busca sus éxitos en la innovación y la sorpresa, por eso el ser sólido, lo que nuestros padres denominaban ser de una pieza, parece síntoma de que uno empieza a estar obsoleto. Antes accederá a un puesto de trabajo alguien sin cargas que otros candidatos más formados, capaces y laboriosos. En este mundo donde para vender cualquier cosa son precisas la invención y la osadía, triunfan los amateurs antes que los profesionales, los recién llegados más que los veteranos. Se buscan empleados sin raíces, ni geográficas, ni familiares, ni metodológicas. Mejor si no son casados ni tienen a su cargo hijos ni abuelos. Se trata de gentes que aceptan sin rechistar los cambios que propone la empresa, nuevos horarios sin compensaciones y se prestan a viajes y destinos sin inmutarse. Es decir, empleados multiusos, fuertes y ágiles pero muy dóciles.
Las limitaciones laborales a comienzos del siglo XX tenían que ver con el tipo de pensamiento o con la diferencia de género. Después, la frontera crucial ha sido la edad o la imagen y ahora el criterio creciente parece ser que estés dispuesto a todo.
Los empleadores prefieren trabajadores desapegados, sin ataduras, mejor los todo- terreno y no aquellos tan especializados que van a ser descartables por su capacitación específica, más restrictiva.
Es un nuevo marco que implica la fragmentación de las vidas y exige a las personas que sean capaces de cambiar de metas, abandonar compromisos y lealtades. Hay quien dice que esta tendencia es el comienzo de un proceso de deshumanización y robotización, que podemos imaginar un tipo de empleados con la empresa como único lazo afectivo y emocional. En esa forma de enajenación, lo triste es que si les llega el despido y se quedan afuera, el vacío y la soledad pueden ser enormes.
Convivimos con diferentes modelos. La precariedad y la incertidumbre están presentes en esta era líquida. Existe el temor cuando se ignoran las amenazas concretas que nos afectan y cómo contrarrestarlas, pero también supone una oportunidad si se sabe aprender de ello.
Cuando se viaja en globo, soltar lastre es ir abandonando algunos sacos de arena para alcanzar altura. Es lo conveniente siempre que sea en la medida adecuada. O el globo se irá a la deriva.
María José Atiénzar
General de Artillería en la Reserva
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
ccs@solidarios.org.es
www.solidarios.org.es
Desde hace una década, la expresión "lastre cero" circula por Silicon Valley, epicentro informático estadounidense. Se usa para referirse a empleados que eran capaces de cambiar de empleo con facilidad sin importar los incentivos económicos. Ahora parece resultar bueno tener "cero lastre", estar disponible para aceptar tareas extra, responder a situaciones de emergencia, o ser reubicado en cualquier momento. Tener expectativas a largo plazo, acostumbrarse a un empleo, a una habilidad, o a una determinada forma de hacer las cosas no resulta deseable ni prudente en estos tiempos, salvo que se quiera la defunción laboral.
En pocos años pasamos de una sociedad de productores a una de consumidores. Se ha ido degradando el concepto de duración y estabilidad y prima lo novedoso por encima de lo perdurable.
Bauman ha acuñado la expresión de tiempo líquido para describir las sociedades actuales. Por la cualidad de fluido, no se mantienen un rumbo determinado ni mucho tiempo la misma forma. Vamos de una sociedad sólida, estable, repetitiva y predecible a otra más líquida, flexible y voluble, en la que las estructuras sociales no duran el tiempo suficiente para solidificarse y no sirven de marcos de referencia para los actos humanos.
Dice el sociólogo polaco que “todos los factores de la producción, incluido el ser humano, tienden a adquirir, como un desideratum del presente económico, la liquidez máxima”. Pero ahora se puede ser líquido y liquidado a la vez.
Para conseguir y mantener un empleo, ya no es tan importante saber mucho de algo como ser curioso, versátil, empático y plástico. El sistema busca sus éxitos en la innovación y la sorpresa, por eso el ser sólido, lo que nuestros padres denominaban ser de una pieza, parece síntoma de que uno empieza a estar obsoleto. Antes accederá a un puesto de trabajo alguien sin cargas que otros candidatos más formados, capaces y laboriosos. En este mundo donde para vender cualquier cosa son precisas la invención y la osadía, triunfan los amateurs antes que los profesionales, los recién llegados más que los veteranos. Se buscan empleados sin raíces, ni geográficas, ni familiares, ni metodológicas. Mejor si no son casados ni tienen a su cargo hijos ni abuelos. Se trata de gentes que aceptan sin rechistar los cambios que propone la empresa, nuevos horarios sin compensaciones y se prestan a viajes y destinos sin inmutarse. Es decir, empleados multiusos, fuertes y ágiles pero muy dóciles.
Las limitaciones laborales a comienzos del siglo XX tenían que ver con el tipo de pensamiento o con la diferencia de género. Después, la frontera crucial ha sido la edad o la imagen y ahora el criterio creciente parece ser que estés dispuesto a todo.
Los empleadores prefieren trabajadores desapegados, sin ataduras, mejor los todo- terreno y no aquellos tan especializados que van a ser descartables por su capacitación específica, más restrictiva.
Es un nuevo marco que implica la fragmentación de las vidas y exige a las personas que sean capaces de cambiar de metas, abandonar compromisos y lealtades. Hay quien dice que esta tendencia es el comienzo de un proceso de deshumanización y robotización, que podemos imaginar un tipo de empleados con la empresa como único lazo afectivo y emocional. En esa forma de enajenación, lo triste es que si les llega el despido y se quedan afuera, el vacío y la soledad pueden ser enormes.
Convivimos con diferentes modelos. La precariedad y la incertidumbre están presentes en esta era líquida. Existe el temor cuando se ignoran las amenazas concretas que nos afectan y cómo contrarrestarlas, pero también supone una oportunidad si se sabe aprender de ello.
Cuando se viaja en globo, soltar lastre es ir abandonando algunos sacos de arena para alcanzar altura. Es lo conveniente siempre que sea en la medida adecuada. O el globo se irá a la deriva.
María José Atiénzar
General de Artillería en la Reserva
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
ccs@solidarios.org.es
www.solidarios.org.es
https://www.alainet.org/es/articulo/124506
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