Fermento en la masa
08/01/2008
- Opinión
¿Por qué un hombre que predicó la sumisión a la voluntad de Dios, el amor a los enemigos y el poder como servicio fue asesinado en una cruz? ¿Qué había de amenazador en la predicación de Jesús, hasta el punto de que dos poderes políticos, el romano representado por Pilatos y el judío representado por el sanedrín, se unieran para condenarlo?
Así como suena ridículo culpar a los actuales habitantes de Roma por la muerte de Jesús, tampoco es justo reforzar el antisemitismo atribuyendo a los judíos la culpa por la condena del nazareno. Hay que leer los textos dentro de sus contextos.
La tierra de los palestinos, invadida hacia el año 1000 a.C. por los hebreos provenientes de Egipto, fue ocupada en el siglo 6º a.C. por los babilonios y luego controlada por los persas, por los griegos, por los ptolomeos grecoegipcios y por los seléucidas grecosirios. En tiempos de Jesús era una colonia del imperio romano, así como hoy Puerto Rico, en el Caribe, es una colonia de los Estados Unidos.
Jesús nació bajo el emperador Augusto. Según “La Eneida” de Virgilio, Augusto descendía de las relaciones de la diosa Venus (Afrodita) con el humano Anquise. Había sido concebido divinamente por Apolo y Atia; y fue divinizado por un decreto del Senado romano con ocasión de su muerte, en el año 14 de nuestra era.
¿Cómo sería posible, en un contexto semejante, distinguir entre religión y política? Tiberio, que sucedió a Augusto, era llamado “hijo de Dios” y en su homenaje Herodes Antipas, gobernador de la Galilea (y asesino de Juan el Bautista), construyó la ciudad de Tiberíades en la orilla del lago donde Jesús y sus discípulos pescaban. Por tanto, sólo Roma detentaba el reino, el poder y la gloria.
En ese contexto, anunciar el Reino de Dios, o sea otro reino distinto del de César, era lo mismo que propagar hoy otro sistema social que no sea el capitalismo. Ésta es la subversión de Jesús: desdeñar el reino del César en favor del reino de Yahvé, el Dios de los judíos. Los romanos respetaban las creencias judías siempre y cuando el pueblo se sometiera a ser vasallo de Roma. Pero, ¿por qué suplicarle a Yahvé “venga a nosotros tu reino”?
Jesús no poseía ni una simple moneda romana cuando le preguntaron si era lícito pagar el tributo a Roma. Y al responder “denle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, los fariseos entendieron el mensaje: esta tierra no es del César, como lo es esta moneda. Esta tierra es de Dios y, por tanto, no se justifica su dominación por extranjeros.
“Que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo”. En el cielo predomina, todos lo sabemos, la voluntad de Dios. Jesús propugna que suceda lo mismo en la Tierra. Y la voluntad de Dios es que todos “tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10). Por lo mismo, al contrario de lo que pasa en el reino del César, en el de Dios no hay lugar para la opresión, la discriminación, la exclusión.
Indignado con la pretensión de Jesús, Pilatos mandó clavar en la cruz la inscripción: “Rey de los judíos”. Era una forma de desmoralizar la descabellada propuesta de contraponer al todopoderoso reino del César otro reino, el reino del Padre nuestro que está en el cielo y que habrá de asegurar a todos el “pan nuestro”, los bienes necesarios para una vida digna y feliz.
Para Jesús el Reino de Dios no estaba ubicado allá “en lo alto” sino de frente, en el horizonte histórico. No en la utopía, que significa “ningún lugar”, sino en la eutopía, un “lugar excelente”.
Hoy día el reino capitalista neoliberal, hegemonizado por el gobierno de los Estados Unidos e idolatrado en la omnipresencia del Mercado, se contrapone al Reino de Dios, cuyas características están descritas en el Sermón del Monte: vivir sin ambiciones desmedidas, con espíritu de desasimiento; promover la paz; tener hambre y sed de justicia; ser misericordiosos; actuar con mansedumbre; y tomar como bendición, y no como maldición, la persecución por causa de la justicia.
Nos queda transformar los valores de nuestra espiritualidad en proyectos políticos, de modo que hagamos de nuestra fe un efectivo fermento en la masa.
- Frei Betto es escritor, autor de la biografía de Jesús “Entre todos los hombre”, entre otros libros.
Traducción de J.L.Burguet
Así como suena ridículo culpar a los actuales habitantes de Roma por la muerte de Jesús, tampoco es justo reforzar el antisemitismo atribuyendo a los judíos la culpa por la condena del nazareno. Hay que leer los textos dentro de sus contextos.
La tierra de los palestinos, invadida hacia el año 1000 a.C. por los hebreos provenientes de Egipto, fue ocupada en el siglo 6º a.C. por los babilonios y luego controlada por los persas, por los griegos, por los ptolomeos grecoegipcios y por los seléucidas grecosirios. En tiempos de Jesús era una colonia del imperio romano, así como hoy Puerto Rico, en el Caribe, es una colonia de los Estados Unidos.
Jesús nació bajo el emperador Augusto. Según “La Eneida” de Virgilio, Augusto descendía de las relaciones de la diosa Venus (Afrodita) con el humano Anquise. Había sido concebido divinamente por Apolo y Atia; y fue divinizado por un decreto del Senado romano con ocasión de su muerte, en el año 14 de nuestra era.
¿Cómo sería posible, en un contexto semejante, distinguir entre religión y política? Tiberio, que sucedió a Augusto, era llamado “hijo de Dios” y en su homenaje Herodes Antipas, gobernador de la Galilea (y asesino de Juan el Bautista), construyó la ciudad de Tiberíades en la orilla del lago donde Jesús y sus discípulos pescaban. Por tanto, sólo Roma detentaba el reino, el poder y la gloria.
En ese contexto, anunciar el Reino de Dios, o sea otro reino distinto del de César, era lo mismo que propagar hoy otro sistema social que no sea el capitalismo. Ésta es la subversión de Jesús: desdeñar el reino del César en favor del reino de Yahvé, el Dios de los judíos. Los romanos respetaban las creencias judías siempre y cuando el pueblo se sometiera a ser vasallo de Roma. Pero, ¿por qué suplicarle a Yahvé “venga a nosotros tu reino”?
Jesús no poseía ni una simple moneda romana cuando le preguntaron si era lícito pagar el tributo a Roma. Y al responder “denle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, los fariseos entendieron el mensaje: esta tierra no es del César, como lo es esta moneda. Esta tierra es de Dios y, por tanto, no se justifica su dominación por extranjeros.
“Que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo”. En el cielo predomina, todos lo sabemos, la voluntad de Dios. Jesús propugna que suceda lo mismo en la Tierra. Y la voluntad de Dios es que todos “tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10). Por lo mismo, al contrario de lo que pasa en el reino del César, en el de Dios no hay lugar para la opresión, la discriminación, la exclusión.
Indignado con la pretensión de Jesús, Pilatos mandó clavar en la cruz la inscripción: “Rey de los judíos”. Era una forma de desmoralizar la descabellada propuesta de contraponer al todopoderoso reino del César otro reino, el reino del Padre nuestro que está en el cielo y que habrá de asegurar a todos el “pan nuestro”, los bienes necesarios para una vida digna y feliz.
Para Jesús el Reino de Dios no estaba ubicado allá “en lo alto” sino de frente, en el horizonte histórico. No en la utopía, que significa “ningún lugar”, sino en la eutopía, un “lugar excelente”.
Hoy día el reino capitalista neoliberal, hegemonizado por el gobierno de los Estados Unidos e idolatrado en la omnipresencia del Mercado, se contrapone al Reino de Dios, cuyas características están descritas en el Sermón del Monte: vivir sin ambiciones desmedidas, con espíritu de desasimiento; promover la paz; tener hambre y sed de justicia; ser misericordiosos; actuar con mansedumbre; y tomar como bendición, y no como maldición, la persecución por causa de la justicia.
Nos queda transformar los valores de nuestra espiritualidad en proyectos políticos, de modo que hagamos de nuestra fe un efectivo fermento en la masa.
- Frei Betto es escritor, autor de la biografía de Jesús “Entre todos los hombre”, entre otros libros.
Traducción de J.L.Burguet
https://www.alainet.org/es/articulo/125068
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