Construcción de alternativas más allá del TLC

30/01/2008
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Durante la hermosa y prolongada gesta cívica de lucha contra el TLC, maduró en la conciencia ciudadana, y especialmente en las dirigencias de base del Movimiento del No, una inquietud que, al mismo tiempo, era una preocupación: ¿será posible lograr que, más allá del TLC, se logre construir una alternativa política viable, desde la cual liderar un proyecto de país verdaderamente democrático e inclusivo? Esta pregunta tan fundamental motiva esta reflexión que, con el mayor respeto, presento aquí a consideración de ese rico y pluralista Movimiento Ciudadano surgido de la lucha contra el TLC. Al mismo tiempo, es ésta una invitación cordial al estudio, la reflexión y el debate sobre este asunto tan trascendental para el futuro de Costa Rica.

1. La importancia del diálogo respetuoso

La pregunta tenía diversas motivaciones. Primero, porque con el transcurrir de los meses, la movilización contra el TLC devino escuela de educación política. La gente entendió –aún si a veces era de forma más intuitiva que racional- que al oponerse a ese tratado se oponían al proyecto neoliberal del cual éste era síntesis suprema. Comprendido esto, igualmente se fue haciendo claro que, en realidad, no solo se defendían las realizaciones valiosas que la historia de Costa Rica nos legaba, sino, y más importante aún, la posibilidad de construir un futuro donde soberanía, democracia, justicia y participación fueran algo más que palabras huecas.

De esta comprensión tan fundamental surgía una segunda razón, en si misma muy poderosa: la inexistencia de tales alternativas o, al menos, la inexistencia de alternativas satisfactorias. Y esto tenía implicaciones políticas directas e inmediatas: mucha gente llegó a la conclusión de que el PAC no podía ser reconocido como alternativa.

En todo caso, bueno es admitir que un sector importante del Movimiento del No sí se identificaba con el PAC y, posiblemente, sigue haciéndolo. En todo caso, ello no implica que la totalidad de esa gente se sintiera, o se sienta hoy, realmente satisfecha con ese partido. Por su parte, habría que reconocer que otro segmento importante estaría a la búsqueda de opciones distintas. Y, ciertamente, este segundo grupo tampoco es homogéneo ni en su búsqueda de alternativas están de acuerdo plenamente en lo que tal cosa pueda significar.

Las anteriores acotaciones –que me parecen absolutamente elementales- llaman la atención sobre un hecho adicional, que, igualmente, es perfectamente obvio, y  el cual supongo que a estas alturas deberían haber sido plenamente asumido: nuestro Movimiento Ciudadano es diverso y plural y, en consecuencia, la construcción de opciones políticas viables pasa inevitablemente por un ejercicio concienzudo de dialogo respetuoso.

No hoy otra forma de construir tales alternativas. Si, en cambio, se opta por la vía de la imposición, del ataque gratuito o la descalificación a priori –que son opciones regresivas a la que alguna gente no quiere renunciar- tan solo se conducirá el movimiento hacia un callejón sin salida, hacia una no-alternativa carente de futuro: la de la formación de ghettos aislados y enemistados entre sí y políticamente insignificantes. Bueno es recordar que esa ha sido la experiencia de las izquierdas históricas en Costa Rica. Por ello, mucho más que por cualquier otra razón, jamás –excepto en los años treinta y cuarenta del siglo XX- desempeñaron en Costa Rica y frente a nuestro pueblo, otro papel como no fuera el de ser expresiones políticas marginales que ese pueblo nuestro jamás respetó ni tomó en serio. Bueno es enfatizar que la anterior acotación no pone en duda la valentía y honestidad de muchas de esas dirigencias de la izquierda histórica. Pero otros atributos políticamente necesarios se echaron en falta. En especial, faltó humildad para leer en el alma y en el sentimiento del pueblo antes de arrogarse, por sí y ante sí, el ser la voz de ese pueblo. Y, además, faltó generosidad para dialogar respetuosamente con quien opinaba distinto y para transigir en aquello accesorio, en bien de avanzar en la construcción de acuerdos más amplios y comprensivos en relación con asuntos fundamentales.

La construcción de alternativas políticas que tengan viabilidad pasa, insisto, por un esfuerzo de diálogo respetuoso. En la lucha contra el TLC mucho aprendimos acerca de lo que tal cosa significa. El movimiento creció, hasta poner en jaque y al borde de la derrota a todo el poder oligárquico concentrado y su alianza con corporaciones transnacionales y el gobierno estadounidense. Y creció desde su diversidad, haciendo que esta fuese matriz ubérrima, plena de creatividad e imaginación. Eso fue posible porque, por encima de las diferencias, hubo respeto y, desde ese respeto, unidad en la lucha. Una unidad que no la construyó ningún liderazgo en particular –aunque sin duda Eugenio Trejos dio un aporte particular- sino que fue el fruto de la madurez política de la ciudadanía organizada y movilizada.

Esa experiencia –de construcción política desde el diálogo respetuoso- debe ser retomada si es que queremos avanzar hacia la construcción de esas alternativas tan añoradas. Pero teniendo presente un detalle importantísimo: era más fácil construir acuerdos para oponerse al TLC que construirlos para elaborar alternativas viables. En el primer caso, el objetivo era claro y preciso. En el segundo, abundan las complejidades y, con éstas, la posibilidad del disenso. Por ello, ahora el esfuerzo debe ser mucho mayor. O sea, el respeto y la generosidad han de ser mucho más plenas y maduras.

Desde luego –bueno es aclararlo a fin de evitar malentendidos- dialogar en forma respetuosa no significa dialogar con cualquiera ni acerca de lo que sea. Aquí no queremos ni ladrones, ni corruptos ni gente que políticamente ha demostrado no merecer confianza. Pero incluso esto último –me refiero a lo político- admite gradaciones. A veces dirigentes u organizaciones o partidos hacen cosas con las que alguna o mucha gente no está de acuerdo. Pero, excepto que ello esté realmente justificado, tal cosa no debería conducir a una ruptura sino a una crítica respetuosa. O para ilustrarlo más gráficamente: quizá uno difiera de algunos aspectos del liderazgo parlamentario de Elizabeth Fonseca, pero creo que sería injusto no reconocer su rectitud y valentía. Caso bien distinto plantea Andrea Morales a la que -posiblemente ya de forma irreversible- no se le puede conceder ni un gramo de confianza.

En particular, debe tenerse cuidado con las exclusiones formuladas a priori. Que alguien opine diferente sobre un asunto en particular, no lo hace ni corrupto ni vendido ni cosa similar (los adjetivos descalificantes se acuñan con facilidad y se pronuncian con ligereza, pero igualmente tienen un poder corrosivo devastador). Necesario es, entonces, partir de una premisa básica: en general, coincidimos en algunos asuntos fundamentales y diferimos en muchísimos otras cuestiones relativamente accesorias. De esa premisa se deriva una elemental regla de comportamiento: nuestro esfuerzo debería encaminarse hacia la potenciación de las coincidencias y la minimización de las diferencias.

2. El punto de partida

La construcción de alternativas políticas viables exige diálogo respetuoso por una razón poderosísima: estamos frente a una realidad compleja que no es posible reducir, ni mucho menos atrapar, en fórmulas simplistas ni monocolores. Es la realidad de la sociedad costarricense actual y, en particular, del Movimiento Ciudadano surgido de la lucha contra el TLC. Simplemente, es un mundo multicolor y diverso. Tal es la primera e ineludible condición desde la cual se plantea la tarea de construcción de alternativas y ello advierte sobre un asunto que, de tan importante que resulta, simplemente debe ser asumido sin mayor dilación: la que se plantea es una tarea tremendamente difícil que, en consecuencia, demanda inmenso esfuerzo e infinita paciencia. No obstante la pasión que todo esto despierta, es algo que exige serenidad y cabeza fría. Así de simple. Pero, también, así de complejo y demandante.

Otras condiciones también deben ser tenidas en cuenta. Al respecto propongo, en lo que sigue, un breve recuento que no pretende profundizar ni ser exhaustivo.

2.1. La dictadura neoliberal

Esta tiene un correlato externo: el inmenso poder económico concentrado del capital transnacional, que se intenta imponer al mundo entero como un proyecto de regresión social, restricción política y destrucción ambiental. A lo interno, se manifiesta por vías y de formas diversas:

- la concentración y estrechísima coalición de los poderes económico, político y mediático. El poder político tiende a organizarse hoy día alrededor del PLN pero amarra y subordina otras expresiones partidarias menores, incluyendo a los libertarios, el PUSC y los otros insignificantes partidillos de derecha. El poder económico de cúpula –o sea el gran empresariado ligado al capital centroamericano y transnacional- ha consolidado una estrategia prácticamente monolítica. Los medios de comunicación definitivamente perdieron toda noción de lo que el decoro significa y hoy se dedican íntegramente a cumplir tres tareas: maquillarle la cara al gobierno; desinformar y manipular sistemáticamente y difundir basura con la cual estupidizar a la gente y degradar moralmente la sociedad. Estos tres grandes centros de poder están hoy anudados en un proyecto compartido que moviliza inmensos intereses: la transnacionalización radical de la economía costarricense.

- el control y subordinación de la institucionalidad pública: al interior del sistema político, se ha avanzado sustantivamente en un proceso de subordinación de la institucionalidad pública-estatal, de forma que ésta tiende a quedar alienada, de modo compulsivo y casi automático, a los designios del proyecto neoliberal. Ello es especialmente claro, y particularmente corrosivo, en el caso del Tribunal de Elecciones y la Sala Constitucional. En ese sentido, Arias está cumpliendo eficazmente el compromiso que asumió ante las oligarquías que lo ungieron presidente: prometió ser el “capital” de la barca y a fe que lo está haciendo. Vale decir: Zapote es el centro neurálgico desde el cual se manejan los hilos que mueven a los dos altos tribunales mencionados, como también a la coalición derechista de los 38, en la Asamblea Legislativa.

-mecanismos “suaves” que gradualmente se degradan como mecanismos “duros”: un elemento distintivo de esta dictadura neoliberal es que asume una careta democrática, legitimada por las leyes y los rituales institucionalizados. Sobre esa base, extiende su dominación utilizando mecanismos más o menos “suaves” y sutiles: manipula las leyes y las instituciones; tergiversa la información; alternativamente soborna y corrompe o chantajea e intimida. La posibilidad de que puedan seguir sosteniéndose atenidos tan solo a tales herramientas de poder, viene declinando gradualmente. Primero, porque estas oligarquías se han endurecido en lo ideológico y político, con lo que, correlativamente, su capacidad de diálogo y negociación se ha reducido drásticamente. Esto agudiza las resistencias que, de por sí, surgen a partir de la propia dinámica del proyecto neoliberal, en virtud de que éste genera exclusión y desigualdad. En ese proceso de endurecimiento de posiciones, el TLC y sus leyes “de implementación” representan una apuesta suprema que, asimismo, conlleva riesgos muy altos. Las oligarquías pretenden la imposición de una versión totalitaria de su proyecto, la cual no admite concesiones ni matices. Saben que, al intentar acaparar todo, podrían quedarse sin nada y, por supuesto, no querrán permitir que esto último suceda. Siendo así, y en un contexto donde las resistencias crecen y gradualmente se vitalizan, los mecanismos “suaves” van perdiendo eficacia. Podría entonces optarse por los mecanismos duros –inclusive la represión abierta- y, sin duda, es algo para lo cual se vienen preparando.

2.2. Una sociedad gravemente fracturada

Esta dictadura neoliberal plantea una realidad socio-política altamente restrictiva, desde la cual ha de intentarse la construcción de alternativas. Ello tiene una serie de implicaciones de inmensa importancia. Enfrentamos un sistema institucional y legal mansamente alineado a favor de las oligarquías y en contra de la ciudadanía y el pueblo; un sistema de medios de comunicación que, gustosamente, desinforma, manipula y propala porquería; un poder económico dispuesto a aportar dinero, matonear y amenazar; un sistema partidario definitivamente degradado como maquinaria corrupta y caja de resonancia de los intereses oligárquicos. Quizá nunca en la historia de Costa Rica se haya vivido grados tan agudos de restricción de las libertades y derechos ciudadanos, y siendo que ya la situación es grave no resulta descabellado pensar que aún podría deteriorarse más.

Las oligarquías neoliberales tienen mucho poder, pero, sin duda, no tienen todo el poder. El caso es que, en efecto, el poder es una realidad difusa, dinámica y compleja y justo por ello es imposible que nadie pueda atraparlo completamente. Eso se puso en evidencia con motivo del referendo. El Movimiento del No enfrentó el poder concentrado de las oligarquías y, en el proceso, construyó contrapoderes, es decir, otros espacios de poder, cualitativamente distintos, gracias a lo cual estuvimos a centímetros de derrotar el TLC. Las resistencias y la protesta surgen justo porque existen espacios de poder que las oligarquías no controlan.

En parte, es una resistencia muda, carente de expresión orgánica. Ese es el caso de esa amplia masa del pueblo que no se organiza, no se moviliza ni manifiesta y, a lo sumo, protesta por omisión, es decir, desentendiéndose de la política y, en especial, negándose a votar. Pero también existe la resistencia y la protesta que si desarrollan expresiones orgánicas. Esta segunda forma de resistencia, tiende a crecer. En particular el TLC actuó como detonante que estimuló un despertar cívico y, con éste, la organización ciudadana y la educación política.

Así las cosas, la sociedad costarricense actual se encuentra profundamente dividida. Las oligarquías acaparan en sus manos mucho poder y lo ejercen con cada vez mayor arbitrariedad. Una parte del pueblo aún es susceptible al influjo de su propaganda y sus dádivas corruptoras. Otra parte –posiblemente la mayor cuota- se ha hundido en la desconfianza y el desconcierto. Algunos, dentro de este grupo, no creen en nada y, posiblemente, ya no esperan nada. Pero alguna otra de esa gente seguramente está a la expectativa, ávida de nuevos mensajes y nuevas formas de hacer las cosas. Otra parte del pueblo –el Movimiento Ciudadano surgido de la lucha contra el TLC- ha madurado políticamente y exige participación efectiva; democracia auténtica; transparencia, rectitud y rendición de cuentas en los asuntos públicos; una sociedad justa; un país soberano.

Para avanzar exitosamente en el proceso de construcción de alternativas, deberá tenerse en cuenta, y en lo posible resolver con eficacia y sabiduría, los dilemas que este ajedrez tan complejo plantea. Por un lado, lidiar con la dictadura neoliberal y el cúmulo de restricciones que este impone. Por otro, desarrollar capacidades expresivas y comunicacionales que establezcan canales de entendimiento, muy respetuosos y persuasivos, con respecto a ese amplísimo segmento de la población que protesta desde el silencio y la penumbra. Y, desde luego, como he insistido, trabajar por la construcción de la unidad desde la compleja diversidad de nuestro Movimiento Ciudadano.

3. Liderazgo y organización

El interés por buscar y construir alternativas políticas frente al intransigente proyecto del neoliberalismo, a menudo conduce a un reclamo por liderazgos fuertes y carismáticos y estructuras organizacionales bien definidas. Admitamos que, en general, no ha existido ninguna de las dos cosas. Bajo esas condiciones tuvo lugar la lucha contra el TLC y frente a esa realidad se plantea hoy día la posibilidad de construir alguna alternativa viable. Uno podría entonces formularse algunas preguntas. Primero, ¿Acaso fue necesario contar con tales condiciones para llevar adelante el Movimiento del No? ¿Será realmente necesario subsanar esa ausencia a fin de levantar un proyecto político alternativo?

3.1. ¿Necesitó el Movimiento del No de un liderazgo carismático y una organización estructurada?

A mi juicio la respuesta a esta pregunta es obvia: desde luego que no se necesitó. El Movimiento trabajó con recursos económicos sumamente limitados, enfrentó la desinformación y manipulación sistemática realizada por las poderosas corporaciones mediáticas (nacionales y extrajeras), así como todo el poder del sistema político-institucional, los millones aportados por el poder económico y hasta la injerencia desvergonzada del gobierno estadounidense. Y frente a fuerzas de tan tremenda magnitud, el Movimiento del No estuvo a punto de ganar el referendo y, de hecho, éste le fue birlado de modo enteramente fraudulento, gracias a esos tres últimos días previos al referendo, de gigantesca campaña de terror, orquestada de forma sincronizada por casa presidencial, poderes mediáticos nacionales y extranjeros y gobierno estadounidense.

Este fue un proceso sin precedentes en la historia de Costa Rica. Aún con la aprobación del TLC, lo logrado comporta una cosecha extremadamente rica en términos de educación política, organización ciudadana, generación de pensamiento y desarrollo de nuevas y sumamente originales formas de comunicación y expresión. Sin ánimo de frívola autocomplacencia, en justicia debería reconocerse que esta ha sido una gesta luminosa, de inmensa riqueza cívica y democrática, y que el mérito de tal cosa corresponde íntegramente a esa ciudadanía organizada que constituye, en lo político y ético, la parte más avanzada de nuestro pueblo.

Los resultados obtenidos no deberían ser valorados con referencia al hecho de que el referendo se perdió (sobre todo cuando de por medio hubo procedimientos fraudulentos). Más bien, deberían ser evaluados con respecto a nuestra propia historia como pueblo. Ello permitirá entender mejor un hecho absolutamente crucial: políticamente hablando, estos años de lucha contra el TLC trajeron consigo un salto cualitativo de grandes dimensiones.

Para lograr esto no fue necesario contar con ningún líder carismático. Tampoco con estructuras organizacionales formales. En realidad la mayor fortaleza del Movimiento estuvo precisamente en su carácter descentralizado y, a partir de ahí, en su integración, sumamente flexible, como una inmensa red. La descentralización liberó la energía creativa de la gente y dio lugar a un Movimiento dotado de una inmensa riqueza expresiva. Su condición como movimiento red permitió hacer y rehacer de continuo, vasos comunicantes por donde se intercambiaba información y se inventaban y reinventaban nuevas formas de cooperación y colaboración.

Es del caso que, además, el Movimiento fue rico en la generación de liderazgos de nuevo tipo: en las bases, en los diversos tipos de organizaciones, en el trabajo intelectual o artístico. Posiblemente la mayor novedad que estos liderazgos aportaron estuvo en su carácter profundamente democrático, ya que nacían desde el esfuerzo organizativo, se alimentaban de la comunicación con la gente y se consolidaban en relaciones horizontales, paritarias y respetuosas. Se puso así en marcha una enorme fuerza colectiva que, en cada momento a lo largo de su proceso de desenvolvimiento, enfrentaba problemas, dudaba a veces y en otras cometía errores, pero jamás dejaba de generar nuevas respuestas e intentar nuevas posibilidades.

Y, sin la menor duda, el dinamismo del proceso era tal que fácilmente dejó a la saga a los grandes “lideres políticos”. Ottón Solís, quizá en parte por su visibilidad pública como principal figura del PAC, reiteradamente entró en problemas para caminar a la par del Movimiento. Ello evidenció sus confusiones ideológicas. El caso es que siempre anduvo a remolque, y siempre a la saga. Más lamentable aún fue el caso de otros dirigentes, que, fieles a un pasado plagado de oportunismos, simplemente buscaron colgarse del tren intentando alimentar sus ambiciones políticas. Su arribismo generaba rechazo porque colisionaba frontalmente con los nuevos contenidos de democracia y participación que el Movimiento planteaba.

Así funcionó el Movimiento del No y de esa forma alcanzó logros extraordinarios. Cabe entonces preguntarse: ¿continúa siendo esa la estrategia correcta o deberían ensayarse nuevas respuestas? Hacia eso orientaré lo que sigue en esta reflexión.

4. ¿Se requieren liderazgos y estructuras organizativas?

Intentar una aproximación al problema que esta pregunta plantea, requiere, quizá, diferenciar dos ámbitos. Diferenciarlos, sí, pero sin perder de vista su estrecha vinculación. Uno de estos ámbitos es el propiamente cívico, es decir, el de la acción autónoma de la ciudadanía. El otro es el propiamente político, o sea, el de las organizaciones partidarias –o que intentan ser tales- las cuales aspiran a lograr posiciones dentro del sistema político-institucional de poder.

4.1. El ámbito de la organización cívica

Aquí se incluye toda una plétora de organizaciones ciudadanas: comités patrióticos, organizaciones juveniles, sindicales, ambientalistas, de mujeres, campesinas, académicas...y tantas otras más. Son estas instancias organizativas las que constituyeron el Movimiento del No. Lo hicieron crecer; le dieron dinamismo, creatividad y le insuflaron su enorme capacidad creativa. Maduraron y se fortalecieron a lo largo de la lucha contra el TLC y para ello jamás requirieron de estructuras organizativas centralizadas como tampoco de ningún líder carismático.

He dicho que, a mi juicio, es incorrecto evaluar los logros de este Movimiento del No con referencia al resultado del referendo. En cambio, me parece más importante aquilatar el significado y alcances de este proceso de maduración cívica, de enriquecimiento político, organizativo y de participación ciudadana. Desde ese punto de vista, el Movimiento resultó un éxito rotundo. Entonces cabe preguntarse: ¿Por qué se insiste en construir estructuras organizacionales más o menos rígidas y piramidales? Si el Movimiento creció como una enorme red descentralizada que se coordinaba por vías informales, laxas y flexibles, ¿por qué no trabajar a fin de profundizar y perfeccionar tales características en vez de buscar formalizar estructuralmente algo que funcionó muy bien desde su relativa informalidad y laxitud sistémica?

Son loables los esfuerzos que han sido emprendidos en ese sentido, pero creo que se ha evidenciado las tremendas dificultades que enfrentan. La razón me parece que esta inscrita a profundidad en nuestra realidad social: estamos hablando de un movimiento extremadamente complejo, diverso y plural. Y una realidad de ese tipo se coordina mejor cuando se coordina descentralizadamente. Suena paradójico pero es algo que, me parece, se desprende de la complejidad misma del proceso social en marcha.

Dicho de otra forma, diría que en relación con este Movimiento Ciudadano lo que se plantean son principalmente tres retos: mantener el entusiasmo y la mística; perfeccionar la organización de base; y perfeccionar el funcionamiento de esas redes descentralizadas, laxas y flexibles. Esencialmente esto demanda –como insumo de primordial importancia- perfeccionar los canales de información y la calidad de esa información. Que ésta sea abundante y fidedigna, que fluya con rapidez y llegue hasta los últimos rincones y que promueva la interrelación y retroalimentación continuas. En el proceso, se irán creando y recreando lazos de coordinación y consensos dinámicos.

4.2. El ámbito político-partidario

Este ámbito tiene otras particularidades y exigencias. Ahí sí se requiere cierta formalidad organizativa, cierta estructura y, sin duda, cierto liderazgo. Sin embargo, es preciso constatar, primero que nada, que, en materia de organización partidaria, el campo de las fuerzas que se oponen al neoliberalismo está fragmentado, e incluso disperso. Evidentemente el PAC es, con ventaja, el partido más grande y el mejor estructurado. Pero, por su parte, la gente del PAC deberían admitir que, librados a sus propias fuerzas, triunfar frente a los partidos del neoliberalismo es cosa improbable.

Otras expresiones políticas, menos estructuradas que el PAC, se sitúan indudablemente a la izquierda de éste. En ese sentido, es seguramente cierto que el PAC constituye algo así como un partido de centro, algo inclinado a la izquierda en temas económicos y sociales, pero que oscila a la derecha en temas morales. Ello quizá refleja los liderazgos dominantes a su interior y podría cambiar –incluso bascular más claramente a la izquierda- si otros liderazgos lograran adquirir mayor peso.

Ese es, muy a grandes rasgos, el panorama político-partidario con el que contamos: un partido relativamente fuerte y consolidado, pero no lo suficiente para derrotar a los partidos neoliberales, y diversos intentos –el Frente Amplio y el PASE algo más definidas- por construir otras opciones partidarias. Éstas en general se sitúan a la izquierda del PAC. Tal es el complejo de potenciales fuerzas partidarias que podrían dar base, desde lo político-institucional, a la construcción de alternativas políticas viables. Muy probablemente la izquierda más extrema se autoexcluiría de este proceso, en virtud de su renuencia a dialogar y transigir.

Así las cosas, y en lo que al ámbito partidario se refiere, ¿de qué espacio de acción disponemos? Me parece que solo hay una opción: construir una coalición amplia y plural. Admitamos que no es cosa fácil de concretar. Primero que nada, ello demanda tremenda generosidad y humildad. El PAC tendría que admitir sus propias limitaciones como fuerza política y desechar cualquier actitud hegemonista. Las demás fuerzas partidarias tendrían que aceptar el peso particular que el PAC ha adquirido. Y unos y otros tendrían que reconocer, con honestidad y transparencia, que la coalición debe montarse sobre un programa mínimo, no sobre la repartición y piñata de puestos. Esto último es lo que típicamente harían los partidos del neoliberalismo, pero jamás una organización política que pretenda representar dignamente a ese riquísimo Movimiento Ciudadano surgido en la lucha contra el TLC.

Pero si la base esencial es ese programa mínimo, inevitablemente debe reconocerse que no es algo que surja del aire ni se concierte con facilidad. Vuelvo entonces sobre mi reiterada cantinela: la importancia insustituible del diálogo respetuoso. Ya esto resulta tremendamente exigente, pero no lo son menos los sucesivos requisitos éticos y políticos que habría que satisfacer, sobre todo en la forma de una tremenda generosidad para ceder y buscar acuerdos y, asimismo, un total desprendimiento para anteponer los objetivos políticos fundamentales a las aspiraciones y vanidades personales.

La pregunta siguiente es: ¿y cómo se articulan el ámbito civil con el político?

5. Lo cívico y lo político

He diferenciado el ámbito cívico del político. Al primero le da forma y contenido la acción ciudadana autónoma, y se diversifica en una gama muy amplia de objetivos, planteamientos y acciones: desde el trabajo en relación con asuntos comunales o barriales hasta aquellas que implican manifestarse sobre temas políticos importantes o las orientadas a exigir rendición de cuentas por parte de quienes ejercen funciones públicas. Entre muchas otras posibilidades.

El ámbito político-partidario, por su parte, está principalmente constituido por partidos así como organizaciones que intentan constituirse como partido. Sus objetivos son relativamente precisos: lograr posiciones de poder dentro del sistema político-institucional del Estado.

El ámbito cívico es complejo y heterogéneo, lo mismo en su conformación que su accionar. El ámbito político-partidario, en cambio, es relativamente homogéneo en cuanto al tipo de organizaciones que lo constituyen y los objetivos principales que persigue. La complejidad del primero de estos ámbitos es lo que me hace ser escéptico en relación con la posibilidad de establecer estructuras organizacionales que lo coordinen. Por ello mismo me parece que no requiere de liderazgos carismáticos. El segundo, por el contrario, si supone organización formal, cierta estructura y, deseablemente, líderes de cierta estatura.

Esta diferenciación nada tiene que ver con esas fragmentaciones que la ciencia política conservadora introduce entre sociedad civil y sociedad política. Esa es la base del concepto oligárquico de democracia. Este concepto se resume en lo siguiente: es un ritual formal y vacío, en cuyo contexto un voto manipulado, emitido cada cuatro años, da un cheque en blanco para que los representantes políticos de la oligarquía hagan lo que les dé la gana sin tener que rendir cuentas ante nadie. Nuestro Movimiento Ciudadano anda detrás de una democracia sustancialmente distinta, donde el ejercicio de la ciudadanía sea vivencia cotidiana. Es decir, pensamos un pueblo que, maduro políticamente, día a día participa en los asuntos de la colectividad, opinando, manifestándose, discutiendo, decidiendo, actuando, pidiendo cuentas. O sea, una democracia con contenido real, la cual es el correlato necesario de una sociedad más justa, respetuosa, libre y pacífica.

Desde ese punto de vista, se hace necesario ver esos dos ámbitos –el civil y el partidario- simplemente como dos componentes dentro de un solo todo social. Digamos que cada uno tendría una cierta especialización funcional: el civil supone gente participando en una amplia gama de asuntos de interés colectivo; el político-partidario se enfoca en lograr el control de los mecanismos de poder político-institucional. En la práctica, ambos se acompañan, se complementan y refuerzan.

El ámbito cívico es campo de creación de nuevos espacios de poder, el cual no es de naturaleza político-institucional pero podría llegar a tener tanto peso como éste. Es la gente participando, haciendo cosas, comunicando, informando, educándose, protestando, marchando. El ámbito político-partidario son organizaciones –y gente dentro de éstas- colocando peldaños para poder controlar los mecanismos público-estatales, en los cuales se ubica una cuota importante de poder. Para que los partidos democráticos, populares y anti-neoliberales –o sea, y mejor dicho, la coalición de tales partidos- puedan llegar a dominar una parte significativa del poder público-estatal (incluso la presidencia de la república) será preciso derrotar antes, en las urnas, a los partidos neoliberales. Pero tal cosa supone enfrentar poderes que son mucho más grandes que tales partidos, incluyendo a las corporaciones mediáticas y las plutocracias con sus “contribuciones” por muchos millones de dólares. También, ya lo sabemos, al Tribunal de Elecciones y la Sala IV, un presidente de la república que hace propaganda usando recursos públicos y ¡faltaba más! al embajador gringo.

Ante tan gigantesca maquinaria queda, me parece, solo un camino: desarrollar y aprovechar al máximo todos los contrapoderes que se vienen gestando desde el ámbito civil, es decir, los nuevos espacios de poder que nuestra ciudadanía políticamente madura viene creando mediante su educación política, su organización y movilización y el desarrollo de nuevas opciones y capacidades para la comunicación e información.

O planteado de otra forma. El ámbito político-partidario se organiza, ojalá como una vasta y pluralista coalición. Propondrá, entonces, un programa mínimo, de raíz genuinamente democrática y contenidos progresistas, y con ese fin irá estructurando equipos humanos constituidos por la gente mejor capacitada, quienes eventualmente ocuparán las posiciones de responsabilidad pública en la institucionalidad estatal. Esta gran coalición debe estar completamente abierta hacia la ciudadanía organizada: escuchando críticas; recogiendo propuestas; atrayendo la gente más calificada; sometiéndose a permanente escrutinio y control.

Por su parte, esta ciudadanía organizada –lo que he llamado el ámbito civil- será el alimento que engrandezca y fortalezca ese ámbito partidario, pero también la plataforma fundamental con base en la cual contrarrestar los enormes instrumentos de poder con que cuentan a su favor los partidos oligárquicos-neoliberales. Esta última tarea ya la hicimos con motivo del referendo por el TLC. En medio de la inmensa ganancia política obtenida, se perdió la votación. Pero, sin duda, esa pérdida deja experiencias que, bien aprovechadas, podría conducirnos al triunfo.

Desarrollamos organización y madurez política, así como enormes capacidades comunicacionales y persuasivas y todo un bagaje de pensamiento y propuesta. En algunas cosas pecamos por exceso de ingenuidad o confianza. Los logros positivos habrá que desarrollarlos al máximo. Los errores deberán ser estudiados, debatidos y subsanados. Incluso deberemos desarrollar la dosis de malicia que en su momento nos hizo falta. Que ser honrado y transparente no se confunda con ser tonto ni cobarde.

6. En conclusión

Lo que, con optimismo, llamo Movimiento Ciudadano, es hoy un hermoso arbusto que creció, vigoroso y saludable, durante la hermosa gesta ciudadana de lucha contra el TLC. El desenlace del referendo lo dejó algo zarandeado pero la verdad es que, al día de hoy, conserva intactas sus potencialidades. Podría quizá llegar a ser un enorme higuerón, capaz de resistir las borrascas y de cubrir con su sombra a toda Costa Rica. Dependerá de nosotros y nosotras que llegue a serlo...o que se malogre. Lo primero es cosa realmente laboriosa y difícil. Exige paciencia, trabajo, generosidad, respeto. Lo segundo –matar este arbolito- es, en cambio, asunto facilísimo.

Supongamos que el objetivo que se persigue –modesto en cuanto es viable; ambicioso en cuanto supone cambios importantes en la sociedad costarricense- es construir un movimiento pluralista y democrático, enraizado en lo mejor de las tradiciones labradas históricamente por nuestro pueblo, pero dispuesto, al mismo tiempo, a superar tabúes y ataduras y a construir nuevas y mucho más plenas y justas formas de convivencia. Siendo así, termino esta reflexión enumerando las que, a mi juicio, constituyen algunos de los posibles errores que podrían dar al traste con esta hermosa esperanza.

1. El dogmatismo: es decir, el convencimiento ciego de que yo, y solo yo, tengo la razón y de cualquiera que opine diferente es tan solo un vendido, un corrupto, un arribista. Es una receta inmejorable para el odio y la división.

2. La vanidad y la arrogancia: cosa especialmente problemática viniendo de líderes y, en general, figuras de cierto peso político o intelectual y, por lo demás, una excelente fórmula para dividir.

3. El activismo: es decir, el hacer cosas, a impulsos de la pura emoción, sin cuidado acerca de la coherencia de lo que se hace, de su valía dentro de la lucha de conjunto ni sus repercusiones o aportes a futuro. El activismo resulta, así, una buena manera de despilfarrar energía sin lograr resultados apreciables.

4. Confundir la realidad con las preferencias personales. Sin duda todos tenemos opciones ideológicas, preferencias, inclinaciones. Y, por cierto, no es infrecuente que se confunda lo que uno desea o prefiere, con lo que realmente son las cosas. Precisamente porque no es fácil diferenciar una cosa de la otra, es necesario mantenerse alerta acerca de esa tendencia tan usual. De otra forma, terminaremos haciendo lo que nos gusta y no lo que es necesario hacer, cosa que, la mayoría de las veces, producirá resultados políticamente inapropiados. La convocatoria irreflexiva a huelgas generales o rebeliones callejeras, sin un examen más o menos sereno de las condiciones de la realidad social, dan buen ejemplo de ello.

5. Ningún espacio de poder debería quedar al descubierto, excepto si ello es realmente necesario o absolutamente inevitable. Recordamos que el poder es una realidad compleja y multiforme. Existen espacios de poder bien identificables –por ejemplo la Asamblea Legislativa- y espacios de poder que la acción social crea y recrea, tal cual en su momento lo hizo, con tremenda imaginación y originalidad, el Movimiento del No. En lo posible, no deberíamos entregar ningún espacio que podamos aprovechar ni dejar vacíos espacios que podamos llenar. Y, desde luego, hay que trabajar por abrir nuevos espacios de poder que no estén al alcance de las oligarquías neoliberales. Estas consideraciones me llevan a pensar cuán insensato es el ataque a mansalva que algunos sectores o personas realizan contra los 18 diputados del No que luchan en la Asamblea Legislativa contra la “agenda de implementación”. Sin ilusionarse acerca de lo que por esa vía pueda lograrse, sí es preciso entender que esa es una cuota de poder que, en este momento, conviene explotar inteligentemente.

6. El pueblo de Costa Rica merece respeto. Hay dos tentaciones en las fácilmente se puede caer: primero, juzgar a este pueblo como frívolo o estúpido; segundo, actuar o hablar sin preocuparse por tratar de interpretar lo que ese pueblo piensa, siente y quiere. Sigo persuadido de que –no obstante las campañas masivas de embrutecimiento y degradación moral que las oligarquías promueven- ese pueblo es inteligente y sensato, además de sensible e intuitivo. Por ello mismo, juzgo indispensable hacer un esfuerzo enorme por tratar de interpretar eso que ese pueblo quiere y demanda para, sobre esa base, alimentar lo que vayamos a proponer. Pienso en las izquierdas históricas y en sus actuales herederos: siempre se dijeron (y se dicen) ser la voz del pueblo y, sin embargo, ese pueblo jamás se sintió representado por lo que decían ¿Por qué ocurrió así? Creo que una parte importante de la explicación estuvo, precisamente, en la incapacidad –o la arrogante falta de voluntad- de esas izquierdas para tratar de escuchar la voz e interpretar el sentimiento de nuestro pueblo.

7. El maximalismo, es decir, el plantearse objetivos y metas de amplísimo alcance. Yo personalmente aspiro y trabajo –desde hace ya sus años- por una sociedad y un mundo donde esté al alcance de cada persona el poder vivir dignamente y ser tan feliz como los avatares de su propia vida se lo permitan. Algo así como una especie de utopía modesta, es decir, una utopía con dimensión humana. No utopías sobrehumanas dispuestas a sacrificar vidas hoy para crear paraísos mañana, cosa que, según lo ratifican tanto el neoliberalismo como el socialismo real, conduce a una espiral inacabable de violencia sobre el ser humano. Me sospecho (esto queda abierto al debate) que buena parte del pueblo de Costa Rica aspira a cosas no muy distintas a estas que, con respeto, me permito plantear.

Bueno, que mi propuesta va en ese sentido: pensemos, primero que nada, en lo que es viable para Costa Rica hoy, así como para la Costa Rica que vivirán la niñez y la juventud actuales y las generaciones por venir. Un país donde esté al alcance de toda persona el tener un techo cálido, una comida decente, una buena salud. Educación y arte. Diversión y fiesta, a nuestro gusto y en equilibrio con uno mismo y con quien nos rodea. Naturaleza limpia y respetada. Libremente vivir el amor con quien amamos. Sin discriminación por color de piel o género o creencia religiosa -o ausencia de tal creencia- u orientación sexual o etnia o tradición cultural. Vivir en paz y dignamente, pues. Suficientemente pretencioso pero no tanto como para volverlo un infierno de imposibilidades inhumanas.

Goicoechea, Costa Rica, 20 de enero de 2008

- Luis Paulino Vargas Solís  es  profesor e investigador universitario y catedrático de la Universidad Estatal a Distancia (UNED) de Costa Rica.

https://www.alainet.org/es/articulo/125426?language=en

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