Ser periodista
- Opinión
Por un lado, la globalización del crimen organizado se nos presenta como un enorme valladar en las coberturas informativas o en el tratamiento de los temas. Estamos cercados por los nuevos censores de la libertad de expresión, constituidos por esos poderes paralelos, que con sus enormes fortunas y poder tejen sus redes en todo los ámbitos, convirtiéndose en verdugos de nuestras libertades. Los y las periodistas enfrentamos el dilema de atender nuestra responsabilidad como profesionales, cubriendo los hechos noticiosos o ignorándolos, para proteger nuestras vidas y las de nuestras familias.
En Guatemala, en el pasado, se vivieron coyunturas similares, donde los acontecimientos más importantes no fueron dados a conocer por los periodistas, debido a los riesgos que implicaban. Por supuesto que siempre hubo excepciones, muchos de ellos y ellas pagaron con su vida su valentía y consecuencia. Ahora se han sabido las numerosas tragedias de la guerra, el genocidio, las desapariciones forzadas, los refugiados y desplazados internos, que llevaron a cuestas su tristeza, quienes entonces no tuvieron cabida en los medios, por obvias razones de seguridad, ya que el terror, como política de Estado, se impuso a la sociedad entera.
Y en este ámbito se hace indispensable revisar si efectivamente tenemos esa vocación, ese llamado que nos impulsa a ser profesionales de la información, a esta misión que lleva implícita una función social. En toda profesión se requieren esos dos elementos: preparación y vocación, con los que se enfrentan retos constantes, que tienen incluidos principios y valores, indispensables no solo para vencer tentaciones, sino para evitar violentar derechos humanos, faltar el respeto y mancillar la dignidad de los demás.
Fue muy lamentable para la sociedad guatemalteca la agresión a la dignidad humana que cometieron algunos medios de comunicación al publicar fotos e imágenes que, aunque retrataron la crueldad de la realidad, fueron un irrespeto para las víctimas, sus familias y para todos los que las vieron, incluyendo a niños y niñas que estaban frente a la televisión en momentos de la desafortunada transmisión de lo ocurrido en una cárcel.
Esas coberturas, dirigidas a mercados y consumidores y no a seres humanos que promueven el morbo como mercancía, denigran al medio y a sus trabajadores, con un costo muy elevado para la sociedad, que resiente el daño y multiplica sus desasosiegos.
La comunicación y el ejercicio periodístico tienen que estar impregnados de valores y de ética, que deben regir la vida cotidiana de quienes hemos escogido esta profesión, que sin duda ejerce una gran influencia en la sociedad. Nuestro trabajo debe respetar y promover los derechos humanos, no pisotearlos.
Guatemala, 1 de diciembre de 2008
- Ileana Alamilla, periodista guatemalteca, es Directora de
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