La reunión de Copenhague y el cambio climático
03/12/2009
- Opinión
Alerta: el tema en debate del cónclave de Copenhague no es nuevo. Sin embargo, la gravedad revelada por los últimos datos sobre las consecuencias del cambio climático excede los cálculos anteriores. Según el Foro Humanitario Global, cada año los eventos climáticos provocan 300 mil muertes. La FAO estima que los llamados “refugiados climáticos” pueden sumar unas 200 millones de personas en los próximos años, y se calcula que la humanidad consume un 30% por encima de la capacidad de reposición que naturalmente ofrece el planeta. Está demostrado que el sistema capitalista es intrínsecamente incompatible con la reversión del daño ambiental. Está en juego el futuro mismo de la humanidad.
Cuando el 18 de diciembre se estén cerrando en Copenhague las puertas de la prolongada reunión sobre cambio climático, presumiblemente se comprobarán las previsiones que auguraban un fracaso de este cónclave que convoca a gobiernos de 192 países. La gravedad de la situación que allí se debate no es nueva, y algunos enfoques sugieren que esta reunión sería la última oportunidad para llamar a un cambio de paradigma en materia de consumo y modelos de producción en todo el mundo. Sin exageración, el problema primordial que debe plantearse la humanidad en estos días es justamente que dicha situación se debata, se acuerde cómo enfrentarla y sobre todo, se implementen los cambios. Sería largo de enumerar los ejemplos sobre cómo la modificación del clima está impactando sobre la vida en el mundo. Las nuevas proyecciones superan a las anteriores en materia de alarma y catastrofismo. Sólo un dato revelador: según el Foro Humanitario Global, cada año los eventos climáticos provocan 300 mil muertes. Los cálculos de la FAO estiman que los llamados “refugiados climáticos” pueden sumar unas 200 millones de personas en los próximos años, y se calcula que la humanidad consume un 30% por encima de la capacidad de reposición que naturalmente ofrece el planeta. La situación se agrava aún más si se tiene en cuenta que dicho consumo es claramente inequitativo: sólo el 20% más rico, generalmente residente en los países del denominado primer mundo, se queda con el 82% de la riqueza generada. El reinado de la incertidumbre, el pesimismo y la ausencia de una solución duradera ha llegado para quedarse entre los líderes del sistema capitalista; los análisis más objetivos provenientes de sus usinas de pensamiento insisten en la permanencia de la crisis global debido a que sus causas estructurales no han sido modificadas. Los debates pasan por cuándo o en qué rama de la economía global se verificarán nuevos estallidos.
Daño colateral: cinismo conceptual
Una rápida revisión de los contenidos de los discursos, las proclamas, los acuerdos parciales y en general de la propaganda autotitulada ambientalista, hace creer que todos los habitantes de la tierra son culpables de la contaminación y la destrucción de la naturaleza. ¿Cómo puede responsabilizarse a algunas de los 2.500 millones de personas que hoy sobreviven en el mundo bajo la línea de la pobreza, por la emisión de los gases contaminantes, la principal causa del calentamiento global? ¿Es que acaso el consumo energético no es proporcional a la opulencia de quien lo sostiene? ¿No será que las guerras y la producción misma de armamentos destruyen pueblos y medio ambientes enteros? ¿Habría que enjuiciar a los pobladores indefensos e invadidos, cuando son ellos las víctimas del cínico concepto de daño colateral? ¿Por qué son los países más ricos, justamente donde residen los dueños de la economía global, los que encabezan el listado de principales contaminantes? Incluso, ¿qué pasaría si finalmente los tan renombrados programas de eliminación de la pobreza aprobados en las Naciones Unidas llegaran a implementarse? ¿Qué pasaría con los recursos naturales y con el medio ambiente si bajo los patrones de consumo actuales estas poblaciones accedieran legítimamente a un servicio de agua potable, telefonía, transporte público, luz eléctrica o a la educación, a la salud, a una vivienda y una alimentación dignas? ¿Cómo erradicar esa pobreza, fin pactado en las llamadas “Metas del Milenio”, sin que ello suponga un virtual ultimátum a la supervivencia de la naturaleza?
Contra el idealismo de la reacción
Amás de 150 años de su presentación en sociedad, una vez más las teorías marxistas develan dramáticamente su justeza y actualidad sobre la incompatibilidad del sistema capitalista con el desarrollo humano. Partiendo de esa premisa, la supervivencia del planeta y la eliminación de la pobreza son directamente proporcionales a la erradicación de las formas de explotación capitalista. ¿No habrá llegado la hora de replantear claramente que para salvar al planeta se requiere de una radical transformación de la estructura de clases a nivel global? En la actualidad, la lucha de clases pasa, tal vez como nunca antes, por incorporar a las demandas históricas la de la preservación del hábitat que graciosamente la burguesía se empeña en depredar, no por confusión o desdén de índole ético o político, sino como un resultado objetivo del modo de producción que encarna. Hasta este agitado siglo XXI, la confrontación entre las clases sociales solía dirimirse a favor de una de ellas, generalmente la que emergía del seno de la formación socioeconómica previa, y sobre las cenizas de ésta se iluminaba el porvenir con un sistema revolucionario, con nuevas formas de explotación hasta arribar a la aplicación plena de la ley de la plusvalía; en paralelo quedaba espacio geográfico y recursos naturales para seguir expandiéndose hasta los niveles globales actuales. Pero los límites se están agotando: de lo que se trata ahora es de salvar a la raza humana de su extinción, así de simple para comprenderlo y de complejo para llevarlo a cabo. Hoy nadie sensato se opone a la necesidad de preservar la naturaleza. Hasta la BBC, que no puede ser tildada de agencia del comunismo internacional, revela en una encuesta de su Servicio Mundial que sólo un 11% de las 29 mil personas entrevistadas recientemente en 27 países considera que el capitalismo funciona bien. El problema es cómo, cuándo y quiénes serán los protagonistas de la lucha contra este sistema. La forma pasa por ampliar, masificar esa conciencia, incluso allí donde la lucha por la supervivencia es un problema cotidiano, no abstracto o futurista; el plazo ,no cabe dudas que es ahora, urgente y prioritario, y quienes lo llevarán a cabo son todas aquellas fuerzas políticas y sociales predispuestas por razones clasistas: “los que no tienen nada que perder, sólo sus cadenas”. La batalla en la conciencia de los hombres debe conducir a una mayor y abarcadora organización anticapitalista, partiendo del amplio consenso que eventualmente existe y desnudando los discursos estrictamente ambientalistas, con los que sectores pretendidamente liberales y supuestamente progresistas intentan hacer creer que gracias a sus campañas, los jefes del capital abandonarán voluntariamente sus patrones de conducta, derroche y lujo y que se podrá sostener el crecimiento infinito de la producción y el consumo.
América XXI, Año VII, No. 56-57, diciembre 2009 – enero 2010
https://www.alainet.org/es/articulo/138158
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