Ojalá que llueva

26/06/2010
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El presidente de Estados Unidos de América, Barack Obama, en un discurso pronunciado con ocasión del Día mundial contra el trabajo infantil del pasado año 2009, declaró que «el trabajo infantil a nivel mundial perpetúa el ciclo de la pobreza que impide a las familias y a las naciones alcanzar todo su potencial». Y ciertamente que 215 millones de niñas y niños en el mundo sustituyan sus juegos y su educación por muchas horas de trabajo es inaceptable.
Salir a pastorear con el abuelo, ayudar con los semilleros de tomate o muchas otras colaboraciones en el tiempo libre son momentos de aprendizaje y de relaciones sociales muy valiosas que lógicamente no se consideran trabajo infantil. En cambio, nos encontramos, según las estadísticas, que más del 70% del total de niños y niñas que trabajan lo hacen en la agricultura. Es decir, casi 150 millones de niños y niñas, de entre 5 y 14 años de edad, son parte del modelo agrícola que produce los alimentos que consumiremos: criando ganado, recogiendo cosechas, manejando maquinaria o -como ya expliqué en otra ocasión- sosteniendo banderas para guiar a las avionetas de fumigación de insecticidas en los monocultivos de soja. Trabajos durísimos y que en muchas ocasiones atentan contra la salud y seguridad de los niños y niñas, lo que según los convenios de la Organización Internacional del Trabajo se clasifica como ‘peores formas de trabajo infantil’.
La intensificación y mecanización de la agricultura ha generado tareas que están siendo realizadas en muchos países por niñas y niños. En México, por ejemplo, encontramos a niñas y niños en el lavado (con detergentes o soluciones cloradas) de las hortalizas que el mercado pide lleguen inmaculadas.
También en Estados Unidos, señor Obama, el trabajo infantil en la agricultura es una realidad. Según una investigación de Human Rights Watch, los monótonos cultivos industriales, en grandes granjas, ocupan a niños de tan sólo 12 años durante más de diez horas al día, entre cinco y siete días a la semana. Algunos empiezan a recoger tomates, fresas o pepinos durante media jornada diaria con 6 ó 7 años. Agachados o arrodillados a pleno sol, con machetes en la mano, cargando cubos, trascurre su día a día. Y al igual que muchos trabajadores agrícolas adultos, su remuneración está por debajo del salario mínimo. Cuentan los investigadores que muchos niños y niñas les informaron de que sus empleadores no les proporcionan agua, ni un lugar donde lavarse las manos, ni retretes. Las niñas y mujeres en esta industria son especialmente vulnerables a sufrir abusos sexuales. Claro, como consecuencia de las extensas jornadas laborales, los niños que trabajan en el campo registran una tasa de abandono escolar cuatro veces mayor que el promedio nacional.
La agricultura en Estados Unidos guarda normativas muy distantes a las recomendadas por los organismos internacionales y también desproporcionadas con otras leyes del propio país. Como explica Human Rights Watch, «mientras que en otros sectores la ley prohíbe la contratación de niños menores de 14 años, y limita a los menores de 16 a que trabajen únicamente tres horas al día durante el período escolar, sin embargo, en el sector agrícola, cualquier empleador puede contratar a niños de 12 años».
En realidad feroces fórmulas que se mantienen -como un círculo vicioso- para conseguir precios más competitivos: una agricultura que, arruinando la juventud y el futuro de muchas personas, desmantela las pequeñas granjas locales o de terceros países, de la que saldrá esa mano de obra infantil buscando, como sea, sobrevivir.
Pero a veces llueve. Y cuando llueve -cuenta un chaval de Michigan- «no tenemos que trabajar, y nos ponemos tan felices que empezamos a gritar». Gritos que seguro se perciben en la Casa Blanca. A ver si ponen atención.
- Gustavo Duch Guillot
PALABRE-ANDO: http://gustavoduch.wordpress.com
LO QUE HAY QUE TRAGAR: http://loquehayquetragar.wordpress.com/
"Porque contar es otra forma de caminar"
https://www.alainet.org/es/articulo/142396?language=en

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