Retratar el dolor de los demás

31/08/2010
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Acaso Eden Abergil de Ashdod, la ex joven soldado israelí que subió fotografías en su sitio personal de Facebook, nunca imaginó el escándalo internacional que iría a suscitarse a raíz de su exhibición. Esas fotografías la retratan junto a prisioneros palestinos con los ojos vendados y se hallan acompañadas de la siguiente afirmación: "Las fuerzas israelíes, lo mejor de mi vida".
 
Las imágenes habrían sido tomadas en el 2008. En una de ellas la soldado luce al lado de un prisionero con los ojos vendados, mientras que en la otra aparece sonriendo en primer plano frente a otros detenidos también con los ojos vendados y las manos esposadas a la espalda.
 
Su exhibición vino precedida, sin embargo, de otras no menos elocuentes, como resultaron ser las que reflejan las torturas practicadas en la cárcel de Abu Ghraib y las fotografías de los cuerpos de la Bahía de Guantánamo. Todas ellas permiten reflexionar acerca de los posibles significados de la escenificación de dolor y de la humillación ajena.
 
Judith Butler, distinguida profesora del Departamento de Retórica y Literatura Comparada en la Universidad de California, Berkeley, abordó en su obra titulada "Vida precaria" las cuestiones relativas a qué significa volvernos éticamente receptivos, considerar y atender al sufrimiento de los demás y, más generalmente, qué marcos concretos permiten la representabilidad de lo humano y qué otros no.
 
Se preguntó entonces cómo podríamos reaccionar eficazmente al sufrimiento desde cierta distancia y de qué modo formular una serie de preceptos destinados a salvaguardar las vidas en su fragilidad y precariedad.
 
Antes que ella, también otra mujer norteamericana se preguntó por cuestiones similares. Fue a finales de la década de 1970 cuando la escritora Susan Sontag afirmó que la imagen fotográfica había perdido capacidad para enfurecer e incitar.
 
Así, en su libro "Sobre la fotografía", sostuvo que la representación visual del sufrimiento se había convertido para nosotros en un cliché y que, de tanto ser bombardeados por fotografías sensacionalistas, nuestra capacidad de respuesta ética había quedado disminuida.
 
En su reconsideración de esta tesis veintiséis años después, en "Ante el dolor de los demás", se mostró más ambivalente sobre el estatus de la fotografía, la cual, admitió, puede y debe representar el sufrimiento humano, estableciendo a través del marco visual una proximidad que nos mantenga alertas ante el coste humano de la guerra, el hambre y la destrucción en lugares que pueden estar alejados de nosotros tanto geográfica como culturalmente.
 
La cuestión concreta que preocupaba a Sontag tanto en "Sobre la fotografía" como "Ante el dolor de los demás" era saber si las fotografías tenían el poder, o si lo habían tenido alguna vez, de comunicar el sufrimiento de los demás, de manera que quienes las mirasen pudieran verse inducidos a modificar su valoración política de la guerra.
 
Y si bien, como sostenía, la ilustración de un infierno nada dice sobre cómo sacar a la gente de las llamas, lo cierto es que parece un bien en sí mismo reconocer y haber ampliado nuestra noción de cuánto sufrimiento a causa de la perversidad humana hay en un mundo compartido con los demás.
 
Tales imágenes y representaciones, por lo tanto, no pueden ser más que una invitación a prestar atención y a examinar las racionalizaciones que sobre el sufrimiento de las poblaciones humanas nos ofrecen los poderes establecidos.
 
A partir de allí es posible interrogarnos acerca de cuestiones tales como: ¿Quién causó lo que muestra la noticia? ¿Quién es el responsable? ¿Se puede excusar? ¿Fue inevitable? ¿Hay un estado de cosas que hemos aceptado hasta ahora y que debemos poner en entredicho?
 
A esta altura resulta claro que la atención pública está guiada por las focalizaciones de los medios y por la representación que de las catástrofes, las guerras y las persecuciones llevan hasta el lector o televidente. De ahí que en ocasiones las imágenes logren despertar la protesta contra la guerra, como sucedió en Vietnam, o generen un sentimiento masivo de que algo es necesario hacer, tal cual se experimentó durante el acometimiento sobre Sarajevo.
 
Para que las fotografías puedan suscitar una respuesta moral, escribió Sontag, deben conservar no sólo la capacidad de impactar sino, también, la de apelar a nuestro sentido de la obligación moral. A punto tal que la noción contemporánea de atrocidad exige pruebas fotográficas: si no hay pruebas se corre el riesgo de que no haya atrocidad.
 
- Martín Lozada es Juez penal. Catedrático UNESCO en Derechos Humanos, Paz y Democracia por la Universidad de Utrecht, Países Bajos.
https://www.alainet.org/es/articulo/143796
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