Democracia y proceso de cambio (I)

28/09/2010
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Hay no sólo una historia de la democracia sino una arqueología del concepto democracia, pero también una constante reapropiación de su uso, de su utilización, por parte de los sectores, de los desplazados, de las clases, de las identidades; así como también hay una itinerante reflexión por parte de los intelectuales sobre los alcances de la democracia. Por lo tanto, siempre va a ser necesaria una reflexión no sólo de la democracia sino de las relaciones entre democracia y Estado, democracia y sociedad. Sobre todo es importante hacerlo a la luz de un contexto, de una coyuntura, de la atmósfera de un debate desatado en un tiempo definido, el del proceso de transformaciones. 
 
Para Jacques Rancière, la democracia es una desmesura, ocurre cuando los sin títulos y sin riqueza reclaman a nombre del principio de igualdad el gobierno del pueblo, para el que no se requiere ni título ni riqueza. No es ya la desigualdad del nacimiento, tampoco la desigualdad de la propiedad de la riqueza, la condición para ejercer el gobierno. Para los filósofos y conservadores, para los republicanos y científicos políticos, éste es un escándalo, la democracia resulta una anarquía, una falta de orden, una ausencia de división entre lo público y lo privado. 
 
Desde Aristóteles y Platón, los filósofos se han encargado de criticar a la democracia, al ejercicio desbordante de la democracia, persiguiendo el retorno al orden, a nombre del buen gobierno, que no es otra cosa que el gobierno de los que portan título, los que vienen de buena cuna, que puede reducirse al gobierno de los que tienen parte, es decir riqueza. Es famoso el libro de Platón, la República, donde no sólo propone el ateniense el gobierno de los filósofos, es decir de los sabios, de los que saben sobre los ignorantes, sino también concibe una distribución espacial de la ciudad, de las funciones y de las partes, entre los filósofos gobernantes, los guerreros y los artesanos.
 
Esta discusión en los antiguos griegos parece haberse adelantado a los debates contemporáneo de los republicanos y científicos políticos. Éstos como aquéllos filósofos enfrentan la desmesura y el escándalo democrático con procedimientos metodológicos y policiales, separar lo privado de lo público, preservar lo público de la invasión de lo privado, y preservar lo privado de la invasión de lo público, aunque no se detenga nunca, ni se haga nada al respecto, de la privatización de lo público, es decir, del condicionamiento de lo público por el ámbito de la riqueza y de la acumulación. 
 
Desborde de la democracia
 
Podemos incluir dos nuevas formas de crítica a la democracia por parte de los partidarios del orden, de la institucionalidad, del equilibrio de poder, de la proporción adecuada entre igualdades y desigualdades; una se da en el norte del sistema mundo-capitalista, la otra en el sur. La primera ataca al desborde hedonista y consumista del individualismo egoísta, la segunda ataca al desborde de los movimientos sociales, movimientos indígenas y movimientos de identidades diversas. 
 
En las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX se vivió el desborde estudiantil y de los obreros que desafiaron los principios y las formas del buen gobierno: la autoridad de los poderes públicos, el saber de los expertos y el saber-hacer de los pragmáticos. Este desborde se da en el contexto de la posguerra y en pleno campo de la guerra fría, el desborde cuestiona tanto al capitalismo como a la construcción burocrática del socialismo real. Immanuel Wallerstein llama a este desborde estudiantil y proletario revolución mundial, vivida como revolución cultural debido al cuestionamiento de los valores, las instituciones y la racionalidad occidental. 
 
Ante esta experiencia perturbadora de la crisis civilizatoria, que va a tener su secuela en las décadas mencionadas, la Conferencia Trilateral saca un informe sobre la crisis de la democracia titulado The Crisis of Democracy: Report of the Governability of Democracies to The Trilateral Commission. El informe acusaba a los idealistas, a los value-orientedintellectuals, que propugnan un exceso de actividad democrática, considerada fatal para la autoridad de la cosa pública, así como para la acción pragmática de los policy-orientedintellectuals. 
 
Los mismos argumentos de la Conferencia Trilateral van a ser empleados por los defensores de la implantación militar de la democracia en Irak. Un título sugerente de un artículo legitimador de la invasión norteamericana del Oriente Medio se publica en The Economist el 11 de marzo del 2005, el título reza “En Oriente Medio surge la democracia”.
 
El diario celebraba el éxito de las elecciones en Irak. Rancière dice que la democracia surge en la estela de los ejércitos norteamericanos, pese a esos idealistas que protestaban en nombre de los derechos de los pueblos a disponer de sí mismos. Dice también que los argumentos que justifican las campañas militares destinadas a la expansión de la democracia ponen al descubierto la paradoja que implica hoy el uso dominante de este término. En ellos, la democracia parece tener dos adversarios. Por un lado, se opone a un enemigo claramente identificado, el gobierno de la arbitrariedad, el gobierno sin límite al que se da en llamar, según las épocas, tiranía, dictadura o totalitarismo.
 
Pero esta opción obvia encierra otra, más íntima. El buen gobierno democrático es el que es capaz de controlar un mal cuyo simple nombre es “vida democrática”. El enfrentar la vitalidad democrática por parte de los gendarmes del nuevo orden mundial o, más bien, caos mundial conlleva tomar en cuenta una doble articulación, que también puede ser considerada como doble dilema: o la vida democrática significa una amplia participación popular en la discusión de los asuntos públicos, lo cual era una cosa mala, o significaba una forma de vida social que orientaba las energías hacia las satisfacciones individuales, lo cual también era una cosa mala.
La democracia buena debía ser, entonces, la forma de gobierno y de vida social capaz de controlar el doble exceso de actividad colectiva o retraimiento individual inherente a la vida democrática. Los expertos asumen la paradoja democrática del siguiente modo: como forma de vida política y social, la democracia es un exceso; este exceso implica la ruina del buen gobierno democrático, por lo tanto debe ser reprimido.  
 
El filo del totalitarismo
 
Las argumentaciones de los expertos defensores del orden mundial son sorprendentes, se basan en la modificación del sentido y del objeto de su crítica, el totalitarismo; de este modo se definía al Estado total, que era tomado como hipertrofia gubernamental, que anulaba la dualidad entre Estado y sociedad, extendiendo su campo de manifestación a la totalidad de la vida colectiva. Rancière dice que para esto hay una razón simple: las propiedades que ayer se atribuían al totalitarismo, concebido como Estado devorador de la sociedad, pasaron a ser, sencillamente, las propiedades de la democracia, concebida como sociedad devoradora del Estado.
 
En el sur del sistema-mundo capitalista también se producen reacciones ante la vitalidad democrática, ante el ejercicio democrático, el desborde y exceso democrático. Esta vez la crítica es a la desmesura provocada por los movimientos sociales y los movimientos indígenas. Se dice que los movimientos sociales pretenden reemplazar a las formas institucionales de los gobiernos elegidos, que el ejercicio de la democracia comunitaria, de las asambleas y de la democracia directa pretende sustituir las normas establecidas.
 
Que el reclamo de participación en la decisión política, en la construcción de las leyes y en el ejercicio de la gestión pública, que la exigencia de la realización de la democracia participativa conduce al desorden y a la anarquía. También se dice que los movimientos indígenas son particularistas, que no toman en cuenta el interés general, que están abocados a reclamar sus derechos, los derechos de las naciones y pueblos indígenas, exigiendo la consulta cuando se llega a afectar los territorios indígenas, sin menoscabar en los derechos de todos, sobre todo cuando se trata de tomar en cuenta el desarrollo. 
 
El proyecto de descolonización resulta descomunal para los que están preocupados por la industrialización del país y la vertebración carretera; la autonomía indígena les resulta un anacronismo a quienes tienen el esmero de mantener la homogeneidad normativa y la unidad institucional del Estado, olvidando que ya no se trata del Estado-nación, del Estado moderno, sino del estado plurinacional comunitario y autonómico.
 
Como se puede ver, desde esta perspectiva se teme también un desborde social, una excedencia de la pluralidad, de lo comunitario, de lo autonómico, que termine llevándonos a la ingobernabilidad. Para los que conciben de esta manera los dilemas del proceso, como una temporalidad intensiva que debe ser controlada, preocupados también del buen gobierno, les inquieta más la continuidad institucional que la transformación institucional, les desvela más la gradualidad de las etapas que el flujo intempestivo, prolongado, ininterrumpido, del poder instituyente, constituyente y fundacional, por tanto de ruptura y de quiebre.
 
- Raúl Prada Alcoreza, Círculo Epistemológico-Comuna
https://www.alainet.org/es/articulo/144492
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