Agua con B

22/08/2011
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Lo que los últimos conflictos sociales han terminado por revelar, con una infausta cuota de sangre, es un desentendimiento ancestral. Un libreto que jamás fue consultado y que alegremente quieren que sea aceptado. Desarrollo, dinero, divisas, beneficio para todos, dizque. La historia de los espejitos que nunca acabaron de contar. ¿Cuántas acepciones tiene la palabra desarrollo? La Real Academia registra tres. La historia real conoce mil decepciones. La santificación del progreso se ha hecho desde una óptica vertical. Este sustantivo, en peruano, hasta el momento no ha conocido plural.

Para esclarecer lo acontecido en Bagua se necesita un poder judicial probo y un lúcido peritaje policial. Para que no se repitan esos hechos, en cambio, necesitamos volver a repensar nuestra historia.

Dicen que el Estado no supo comunicar a tiempo y con eficacia las bondades de una serie de decretos que iban a traer prosperidad. Que unos pecaron de mudos y otros de sordos. El problema es mucho mayor, y este argumento en solitario tiene el riesgo de legitimar la imposición de un esquema de desarrollo que no es necesariamente compartido por la población. Menos aun si se trata de los guardianes del territorio de la discordia.

¿Hemos intentado acaso entender el entendimiento de los pueblos indígenas? Durante mucho tiempo hemos pensado que necesitamos traductores. Necesitamos entendernos, que no es lo mismo.

Se da por descontado que existe solo un tipo de modelo que debe ser implementado en la Amazonía, y que debido a sus millonarias bondades debe ser acatado sin dudas ni murmuraciones. Bueno pues, hay gente que no piensa lo mismo, y que tiene su propia agenda:

“Yo escucho que hablan de la Amazonía de manera general, como si todos fuéramos iguales. Nuestra realidad es distinta en cada pueblo. Nosotros necesitamos que nuestra agricultura sea tecnificada, contar con los mejores elementos para la crianza de animales menores como cuyes, gallinas y peces. Si van a venir compañías, que el trato sea dentro de la comunidad, que nos consulten y que la comunidad decida. No queremos que las transnacionales se aprovechen de nosotros y de nuestros recursos”, dice Alejandro Tsajaput, profesor de Chiriaco.

La situación por la que están atravesando los indígenas en Bagua es delicada. Luego del conflicto muchos comerciantes intermediarios, aprovechándose de esa situación, les compran a menor precio el cacao que es su principal cultivo. Lo cierto es que se encuentran absolutamente desprotegidos. Su economía es bastante precaria. Ellos están reclamando apoyo para seguir realizando las mismas actividades pero de manera más tecnificada y que tengan acceso a un tipo de educación  que realmente les sirva:

“Estamos luchando por que nuestra lengua oficial sea el awajún y la segunda el castellano; queremos una oportunidad para mejorar sacando lo mejor de otras culturas pero sin sacrificar la nuestra. La educación debe partir de la realidad de cada pueblo, porque si vamos a tener una educación impuesta los alumnos no van a entender nada, se van a limita a repetir”, reclama Rafael Tomochi, agricultor de la localidad de Wachapea.

Embargables y desprotegidos

La Constitución de 1979 otorgaba a las comunidades indígenas el carácter de inembargables, inalienables e imprescriptibles, pero la de 1993 quitó las palabras inembargables e inalienables, con lo que debilitó a esas comunidades. Ése ha sido el signo del Estado las últimas décadas: una progresiva pérdida de la seguridad jurídica.

Los decretos que desencadenaron el “Baguazo” no serían más que resultado de este proceso.

Vulnerar este espacio —peor aun de manera inconsulta— es una aberración para un conjunto de personas cuyo único medio de vida, de subsistencia, de salud y de sabiduría es el medio ambiente.

“Un desarrollo que solo mire lo económico y solo se rija por la ley de mercado no le conviene a nuestro pueblo. Una persona no es solo la camisa que lleva puesta: hay sentimientos y realidades que no se han atendido. Acumular dinero por acumular no nos favorece. Necesitamos que el dinero que hay en el país sea distribuido de manera que haya una mayor calidad de vida para el peruano.”

Lo dice Eduardo Nayap, el flamante congresista awajún, quien espera interpretar correctamente las demandas de su pueblo. A pesar de haberse formado fuera, de momento parece estar leyendo de forma adecuada sus necesidades.

El sacerdote español de la Parroquia de Chiriaco, Fermín Rodríguez, quien conoce hace décadas a los awajún/wampis y es muy famoso por sus sermones dominicales (verdaderas columnas de opinión), tiene también una visión crítica del “desarrollismo”: “Tiene que haber un desarrollo que nazca de ellos mismos, querido y buscado por ellos. A lo mejor no es el más riguroso científicamente, ni el previsto por los economistas, pero tiene que ser representativo de su cultura. Ellos necesitan que los dejen en paz, están satisfechos de su propia vida”.

La aseveración del párroco suena a queja pero sabe a verdad. Los indígenas amazónicos han sabido entenderse con el medio ambiente a través de los siglos, y los reclamos, ahora perentorios, parten de una pesada herencia. La salud, la educación y las formas de producción cuyas mejoras se reclaman, pertenecen a un esquema impuesto y luego dejado al abandono.

A pesar de ello han desarrollado estrategias de adaptación que surcan lo ancestral y lo moderno. Uno de los casos más interesantes ocurre en la salud. Además del tratamiento milenario y familiar a base de hierbas, existen algunos tipos de cura que resultan increíbles a ojos occidentales. Uno de ellos es el toé, para algunos una hierba alucinógena tipo ayahuasca, para otros el mejor remedio para enmendar fracturas.

La enfermera española Teresa Rubino, formada en los cánones más ortodoxos de la medicina occidental -y que a media voz nos confiesa que no cree mucho en hierbas ni en nada de esas cosas-, reconoce que con el toé las explicaciones faltan pero no son necesarias: “De que funciona, funciona”. No es una expresión: es una sentencia.

Teresa cuenta que en una oportunidad una niña de 9 años estaba jugando y se rompió la cadera. La llevaron de emergencia y con mucho sacrificio al Hospital de Bagua, que se encuentra a más de tres horas de Chiriaco, ya que es el lugar más cercano para tomarse radiografías. El caso era de cuidado y la niña suplicó que la retornen donde su familia, que ahí la iban a curar. Pasaron algunos meses y la niña regresó a la Misión donde estudiaba como si nada le hubiera pasado. En la comunidad donde vive su madre la curó con toé. Teresa nos explica que una vez que la persona ingiere esta hierba en infusión, entra en un estado de ensueño en el que puede ver su hueso y acomodárselo sin sentir dolor.

¿Alucinógeno? Alucinante. Si van a Bagua y quieren escuchar historias maravillosas sobre el toé, no les pregunten a los indígenas, que para ellos es lo más natural del mundo. Consulten con los mestizos y verán.

El Apu Simón Weepiu, que ha estudiado medicina naturista, piensa que la política de salud que implementa el Estado está desfasada y no les sirve:

“El Gobierno manda medicinas que no tienen tanta propiedad curativa y no nos mejoran. Nosotros tenemos a la mano nuestra medicina tradicional. Queremos tener una clínica de salud indígena y que sea reconocida a través del Estado”.

Estirpe guerrera

Para entender al pueblo jíbaro (de donde se derivan los awajún/wampis) es necesario revisar su historia. Ahora nos horrorizamos de una Bagua ensangrentada, pero la cultura indígena nos sopla algunos datos interesantes.

El carácter indómito de los jíbaros ha trascendido nuestra historia, y Bagua es solo un capítulo más entre tantas luchas. El indígena se convierte en un guerrero feroz cuando siente su vida en riesgo. Vida, territorio, tierra, cuerpo, mente: elementos tan disímiles entre nosotros, se funden como uno solo en su concepción. El inca Túpac Yupanqui quiso conquistarlos pero no pudo; lo mismo le pasó a Huayna Cápac. Ambos se quejaron de las mismas furias: la tierra y los guerreros.

En la era hispánica tampoco dejaron de escribir furibundos capítulos. Mientras más lejos, más anecdóticos a nuestra percepción. Mientras más cerca, más incomprensibles. En el texto “Valoración cultural de los pueblos awajún y wampís”, editado por Conservación Internacional, se detallan una serie de hechos protagonizados por estos pueblos cuando sienten su medio amenazado. En 1576, en la región que queda al este del río Chinchipe, los jíbaros mataron a un grupo de españoles que los maltrataban y les exigían una fuerte tributación en oro. Igual suerte corrió el gobernador de la  ciudad de Logroño de la Gobernación de Yaguarzongo en 1598 cuando quiso aumentar los tributos de manera abusiva. De esta manera los españoles abandonaron sus faenas mineras en Jaén y se dedicaron solo al cultivo de tabaco.

Sin embargo, los jíbaros no solo se han caracterizado por su temple indoblegable, como se señala en el mismo texto: diversas crónicas dan cuenta de una actitud hospitalaria hacia los visitantes.

Como es harto conocido, la independencia como concepto involucró a una parte minoritaria de la sociedad. Los awajún/wampis se encuentran entre los que no se dieron por enterados. A inicios del siglo pasado la bronca fue con los caucheros. Se cuenta que en 1904 mataron a todos los de su región y eliminaron sus puestos. Posteriormente han tenido diversas disputas con colonos o hispanohablantes al decir awajún y con todo aquel que quisiera abusar de ellos.

Los jibaros no solo han sido fieros combatientes de su pueblo, sino también héroes y víctimas de una patria que nunca les devolvió el servicio. El río Cenepa fue testigo y cobijo de su sangre, mezclada, quizá sin saber por qué, en una guerra nacional.

No se trata por supuesto de santificar a los awajún -para los santos el cielo, diría García-, pues han escrito capítulos atroces que no deben justificarse desde ninguna óptica culturalista. Como un grupo de ellos que asesinó a trabajadores de salud que solo cumplían con su labor. O cuando les hacen brujería a los pacíficos shawis que se acercan en su territorio. Muchos les critican, a su vez, su falta de emprendedurismo para llevar a cabo empresas económicas. Y claro que los hechos de Bagua deben investigarse y sancionarse. Pero nada de eso puede servir para estigmatizar a un pueblo que tiene todo el derecho a tener su propia ruta de desarrollo.

No siempre la respuesta de los awajún ante la amenaza y la adversidad es violenta. Existe otro tipo de reacción, francamente estremecedora: el suicidio femenino. Según los investigadores, en el proceso de contacto con la civilización occidental el aprovechamiento de la población indígena ha sido dispar. Las mujeres resultan  mucho más perjudicadas que los varones. “El alcoholismo, la violencia física y sexual, la violación de menores, el abandono de la pareja, la infidelidad, el abandono de los hijos, el embarazo adolescente, el suicidio y el riesgo de contagio del VIH parecen ser los problemas más agudos”, advierte un estudio realizado por la ONG CARE.

Verde esperanza y verde olivo

La población awajún no ha sido indiferente al nuevo proceso electoral. En masa y despacito votaron por su representante al Congreso y por el nuevo presidente confiados en que son una opción opuesta a la de los que han estado tramitando su destino.

Ojo, pare, cruce, tren: mientras que buena parte de nuestra gentita votó por el nuevo presidente a pesar de tratarse de un ex comandante, tragándonos los sapos del más espeso verde olivo, para muchos en Bagua es un verde esperanza. Paradojas de un país partido.

A muchos dirigentes indígenas el carácter militar de Ollanta Humala les genera una confianza con raigambres históricas:

“No fue ningún gobierno civil quien reconoció a los pueblos indígenas. Quienes dieron esa ley fueron Velasco y Bermúdez. Nosotros confiamos en Ollanta porque él también ha sido militar. Cuando era teniente él vivió en Imacita y conoce nuestra realidad. Igual que Juan Velasco, quien conocía la selva y decía que cuando fuera presidente iba a dar nuestra ley y lo cumplió. Por eso nuestro pueblo confía en Ollanta”, revela Simón Weepiu. Ahora pues.

***

A veces hablamos con mucha autoridad sobre desarrollo sostenible y ensayamos teorías y planes sobre cómo deberían ser las cosas en el Ande y en la Amazonía, con el loable propósito de cuidar el planeta y su biodiversidad. De hecho existen muchas maestrías y estudios sobre cómo lograrlo. Pero quizá no necesitaríamos ir tan lejos. Los pueblos awajún/wampis —y en general los pueblos indígenas— tienen un Ph.D. en conservación del medio ambiente, sustentado en su experiencia milenaria.

Su cotidianidad ancestral consiste en entenderse con la naturaleza sin intermediarios, y la única manera de haber garantizado la supervivencia de su cultura es justamente esta suerte de armonía.

La cosmovisión de los pueblos indígenas es un asunto manoseado. No se trata de usarla para intentar justificar la muerte de policías, como a veces se quiere ridiculizar. El pensamiento simbólico que expresa la relación entre el hombre y el medio ambiente es un punto neurálgico en el pensamiento indígena.

Cuando Alan García habla de la religiosidad de las personas y dice que el alma de los muertos estará en el paraíso y no en los cerros, no repara en que la deificación de la tierra, por absurda que le parezca, tiene que ver con concebir a la naturaleza como algo indesligable de nosotros mismos.

Y sí, pues, cuando divorciamos la vida en mundos infranqueables y pensamos que las penas y las culpas se pagan en otra dimensión, dejamos que nuestro libre albedrío se despache con los cerros, las tierras y cuanto ser exista. Algo nos dice que en algún momento del milenio nos volveremos a preguntar ¿en qué lado de la brújula se refugió la sabiduría? Para ese entonces quizá ya estemos en el paraíso, ¿no García?

http://www.revistaideele.com/content/agua-con-b

 

https://www.alainet.org/es/articulo/152037
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