Contra un delito, la inmunidad diplomática no sirve

04/10/2011
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En nuestra sociedad, no hay piedad para el trasgresor o delincuente. Por eso, habríamos de tener en mucho el consejo de D. Quijote: “No es bien, sin tener conocimiento del pecado, llamar al pecador, sin más ni más, mentecato y tonto”.
 
DSK , ex-director del FMI, ha confesado en pantalla pública: “Cometí un fallo moral, una falta, una herida. Sé que he hecho mucho daño a mi entorno, a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos”. En el mismo escenario confiesa: “No hubo violencia, ni agresión, ni coacción, ningún acto delictivo”. Y, en su apoyo, trae las palabras del fiscal neoyorkino: “La camarera Diallo mintió, no hay una sola acusación suya que se sostenga”.
 
Si es verdad que cometió un fallo moral, es mentira lo de que no hubo ningún acto delictivo. Si no lo cometió, va contra su conciencia confesar que hizo mucho daño. Las dos cosas se repelen.
 
Conocimiento del pecado lo hubo, y se aireó por la prensa hasta en detalles morbosos. Los calificativos, exagerados o ajustados, han sido incontables. Pero todo el mundo concluye que la agresión sexual a la empleada Diallo fue agresión, resultando además de agraviada, afrentada. Agraviada porque se le fue encima sin mostrarle ninguna consideración ni respeto; afrentada, porque precisamente porque le resultaba difícil defenderse, la ofendió sosteniendo deliberadamente que ella consintió la agresión o que fue todo un montaje por dinero.
 
Nada de esto hubiera ocurrido, si DSK, caballero de la economía mundial, hubiera hecho suya la norma de D. Quijote: “Por el ejercicio de la Caballería desprecio la hacienda; mis intenciones siempre las enderezo a hacer bien a otros y mal a ninguno”.
 
Pero, se trata del exdirector del FMI. Su caso está pasando   de un hecho inmediato y brutal a un montaje superrefinado de hipocresía. La agresión y violación por el Sr. Strauss (62 años) a Mafissatou Diallo (32 años), viuda, africana, empleada de limpieza, en la suite 2806 del hotel Sofitel de Nueva Yort , es un hecho comprobado.
 
El hecho sobrevino tan inesperado que cayó como un mazazo sobre las cabezas de quienes podían reaccionar y no lo hicieron, el primero de todos el Sr. DSK. La víctima sí que lo vivió, lo registró y lo contó. Todo instantáneo, sin segundos para descubrir conexiones externas, ni fabular conspiraciones, ni lanzar rastreos sobre la vida de Diallo. En el director del FMI el hecho produjo tal tormenta que su cielo encapotado se rasgó y comenzó a estallar su vida con destacados girones de dinero, de mujeres, de acosos y agresiones sexuales.
 
 Después, ha seguido lo periférico, lo añadido, lo artificial, lo inventado,   lo que en virtud del poder, del dinero y del prestigio, superdotados abogados y otros personajes de la comparsa saben hacer: sembrar dudas, sospechas, incredibilidad sobre la debilidad e insignificancia de la víctima y   exculpar como sea al enaltecido director del FMI y dar el caso como sobreseído. Lo están preparando. La Justicia -¡en cuántos casos!- es rígida con los pobres y permisiva y complaciente con los ricos.
 
Y ahora nos llega lo último: que el Sr. DSK no debiera ser juzgado como un ciudadano corriente por tener inmunidad diplomática. Se ve que los argumentos anteriores para defender su inocencia se tambalean o carecen de consistencia.
 
Y el Sr. DSK apela, tardíamente, a su inmunidad diplomática.
 
No la tiene, en primer lugar; y, aunque la tuviera, su conciencia y las de sus abogados saben que un delito, de haberse cometido, no lo encubre ni borra ninguna inmunidad.
Hay leyes, elaboradas para gente de poder y dinero, que les sirven, cuando las infringen, para proteger su inmoralidad, no para hacer justicia.
 
Pero el veredicto popular está dado y el Sr. DSK está muerto políticamente. 
  
- Benjamín Forcano es sacerdote y teólogo.
 
https://www.alainet.org/es/articulo/153078
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