Los sufijos: capitalismo, marxismo
29/05/2012
- Opinión
De ser repetitivos podemos parecer aburridos, pero es necesario explicar las cosas en detalles para entendernos.
Entre socialismo, capitalismo, fascismo, cooperativismo, marxismo, trostkismos y cuánta enjundia se nos puede ocurrir cuando alcanzamos poder y nos creemos con derecho de ejercerlo y dictar cátedra desde el mismo, estamos navegando hace casi doscientos años.
Es necesario esclarecer estas terminologías que se nos atraviesan en la búsqueda de las soluciones sociales de manera tan tenaz, que la mayoría de las veces no nos dejan avanzar.
Son expresiones que nos desvían la atención de la esencia de las problemáticas confrontadas por nuestra civilización, la primera en desatar desarrollos de tal magnitud, que han sido capaces de originar crecimientos a partir del Siglo XIX impensables en tiempos anteriores, si analizamos comparativamente las épocas.
El sufijo “ismo” se aplica a cinco diferentes maneras de la expresión. Puede significar actitudes, expresiones de lenguas o dialectos y determinadas condiciones. Pero nunca es más destacado ni motivo de mayores debates que cuando lo aplicamos para denotar Doctrinas, Movimientos o ideologías.
Su uso permite derivar palabras, convirtiendo a Cristo, lo social y al capital en la expresión de corrientes específicas de pensamiento, como cristianismo, socialismo, capitalismo y similares si lo aplicamos a otros adjetivos o nombres.
Generalmente usamos este sufijo cuando hablamos de Doctrinas o expresamos una adherencia a la filosofía o manera de pensar de una persona o escuela. Como ejemplo de esto podemos destacar el cristianismo. Los cristianos siguen las “enseñanzas de Cristo”, o sea se adhieren a la palabra exacta dicha por el Hijo de Dios, quien a su vez, aplicando el pensamiento mágico “por extensión” es su Padre: Principio y Final. Esto significa que nada de lo dicho por Cristo cambia y consiguientemente nada hay que agregar o quitar. Por eso es correcto decir que profesamos el cristianismo, cuando hemos adoptado esa creencia religiosa.
En lo político, se aplica especialmente para diferenciar las tendencias que han definido los siglos XIX, XX y XXI: capitalismo, socialismo, comunismo, social cristianismo, fascismo y liberalismo como las más destacadas. Pudiéramos agregar el corporativismo, derivado de la encíclica Rerum Novarum.
A nuestro entender, lo más controvertido en el uso de este sufijo es cuando se utiliza para derivar el nombre de una persona con la intención de crear un nuevo vocablo, especialmente si lo aplicamos a ciertos teóricos científicos, quienes obviamente pertenecen a un campo del saber que es infinitamente cambiante y siempre en crecimiento.
Ningún químico diría que practica el lavoisierismo. Antoine Lavoisier es considerado el precursor de la química como ciencia. Tampoco escuchamos a una persona decir que practica el freudianismo, en alusión a Alfred Freud, fundador del sicoanálisis.
Las ciencias, ya sean exactas o sociales, tienen un desarrollo ascendente, donde un eslabón se enlaza con el otro y los aportes de académicos e investigadores se complementan, se desarrollan y crecen.
Sin embargo, en las ciencias sociales este proceso es menos evidente por la dificultad de llegar a conclusiones que podamos asumir con carácter más definitivo. Por otra parte, como se trata de una especialidad muy socorrida para atender los asuntos sociales, especialmente la orientada a la administración y dirección del Estado, y al desempeño del Poder y la Dominación, es a su vez un instrumento político. Como consecuencia las facciones sociales y partidarias politizan las conclusiones o aportes de ciertos investigadores del ramo, con lo cual cercenan esa potencialidad de crecimiento y desarrollo.
En física, química, biología y demás ciencias, esta tendencia es menos usual, tanto que pudiéramos decir que su ocurrencia es nula, lo cual se comprende porque en las ciencias exactas, los científicos dedicados a las mismas, son percibidos solamente como una cadena en el proceso de aciertos y errores y en términos generales, no tienen que convencer a otros y sus aportes no son motivo de grandes discusiones.
Debido a que esto no es tan obvio en las ciencias sociales, tal como indicamos en un párrafo anterior, especialmente en las relacionadas directamente con el poder del Estado, las personas acostumbran adherirse a los criterios de sus representantes, creadores o desarrolladores. Al hacer esto, asumen una conducta que podemos considerarla legítima, pero con ello le ponen freno al desarrollo de esos pensamientos y contribuyen a dar por sentado un orden social de carácter absoluto. Como consecuencia dificultan transitar de un tipo de relación social a otra, forzando a la perpetuidad de ciertas prácticas, que eventualmente serán contradictorias con el desarrollo de la vida y la naturaleza.
Dentro de esa tendencia, las más negativas de todas y al propio tiempo las más usuales, son aquellas que se definen a sí mismas como defensoras del marxismo o el capitalismo.
El capitalismo es un término acuñado por Karl Marx, el cual aplicó a la forma que adquiría la economía de su tiempo, tendiente a distorsionar las realidades productivas, toda vez que convierte al dinero en lo que dicho sociólogo denominara un “fetiche” de la sociedad. Utilizó el término capitalismo para denotar un proceso económico orientado a la acumulación de los diversos tipos de instrumentos cambiarios, muchos de ellos sustentados ficticiamente en proyecciones productivas de futuro. La palabra capital se aplicaba entonces a la cantidad de dinero que una persona posee. Partiendo de ese criterio Marx bautizó como capitalismo a un sistema que esencialmente se sustenta en el manejo de la producción a través de acumulaciones cambiarias. Marx previó y demostró teóricamente, que una economía dirigida de esa manera conduciría inevitablemente a crisis sucesivas que favorecerían la especulación y paulatinamente erradicaría la proporcionalidad en la retribución del esfuerzo de cada cual y como sociólogo alertó sobre la enajenación que esa concepción del dinero produce en los seres humanos. Las luchas sociales en contra de las injusticias laborales y colectivas y el propio Marx, comenzaron a utilizar estas conclusiones para fortalecer y legitimar científicamente sus reclamos, politizando su teoría y favoreciendo así, que en poco tiempo se convirtiera en un doctrinario político.
Ser marxistas no es practicar el marxismo. El sufijo “ista” significa partidario de Marx, lo cual no implica adherirse fielmente a sus descubrimientos o a sus planteamientos y mucho menos elevar a categoría doctrinal las conclusiones personales de este gran teórico de las ciencias sociales. En cambio, en el término “marxismo” esa sacralización de su pensamiento está perfectamente explícito y es contrario a sus aportes y a sus legítimas ambiciones.
Lo mismo ocurre con quienes dicen apoyar el capitalismo o sea, la forma de producir descrita en el estudio realizado por Marx, contrario del capitalista que es partidario de la forma económica existente en la actualidad en la mayoría de los países, pero manifestando reservas y reconociendo en los hechos y en la teoría, deficiencias y malos procedimientos.
Aun en las ciencias exactas existen elementos básicos, así como otros controvertidos, que inclinan muchas veces a las personas que practican dichas especialidades, a apoyar o defender metodologías similares en el rumbo de sus investigaciones. Ser partidario del método de análisis que una persona ha aportado, no justifica que sea transformado en una conclusión absoluta, elevándolo al plano doctrinal de una ideología.
Podemos ser marxistas sin la pretensión de elaborar una corriente de pensamiento a partir de algunos o de todos los postulados aportados por Marx, de igual modo podemos declararnos capitalistas sin ponerle una camisa de fuerza a la economía.
Lorenzo Gonzalo periodista cubano residente en EE.UU. subdirector de Radio Miami
Fuente original: Martianos-Hermes-Cubainformación-Cubasolidaridad
https://www.alainet.org/es/articulo/158320
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