Afán de lucro, corrupción y descomposición social
23/10/2014
- Opinión
La sociedad contemporánea vive una grave crisis de valores. El motivo de mayor influencia en los actos humanos es el lucro. Todo lo demás es secundario.
Pese a los esfuerzos de la izquierda cultural que nos llama a perseguir utopías igualitarias, pese a los llamados altruistas de algunas voces religiosas, pese a la necesidad de convivencia y solidaridad que los grandes problemas comunes reclaman, la gente se inclina mayoritariamente por el egoísmo.
Lo cierto es que quien manda es el consumismo; vale decir, lo que le conviene al capital. La lógica existencial la impone el capitalismo intenso y sofisticado de estos tiempos. Todo vale para garantizar la acumulación de capital y la realización de la ganancia. Para ambas cosas –dos caras de la misma moneda- se necesitan masas trabajadoras y compradoras inconscientes, adictas al mercado, cuya “felicidad” sea cada vez más dependiente de la posesión de mercancías.
El corolario del sistema es la ideología dominante, inoculada por diversos medios que van desde la familia y la escuela, pasando por la publicidad, hasta la poderosa industria cultural de los centros hegemónicos.
Una tarea fundamental de cualquier proceso revolucionario de carácter socialista, comunista, ecologista, reformista o humanista, es proponer nuevas pautas de comportamiento social, con base a la difusión y práctica de valores que construyan una ciudadanía capaz de resistir frente al modelo impuesto por el capital.
El liderazgo político comprometido con los cambios, debería ser portador de esos nuevos valores, en primer lugar para investirse de autoridad moral, y de seguidas, porque su imagen ejemplar le dará credibilidad al proyecto que pregona.
En la literatura clásica del movimiento revolucionario mundial, el partido debe ser germen de la nueva sociedad que se propone fundar.
Cabe interrogarnos, cuánto hemos hecho en esta dirección, cuánto hemos avanzado en desmontar modelos jerárquicos anti igualitarios, donde unos pocos acumulan el poder de decidir la suerte de todos los demás.
¿Qué tan iguales somos los que ejercen el poder político en nombre de la revolución socialista, y los que marchamos anónimos entre la multitud?
¿Por qué las pantallas televisivas son trampolín para ascender en el escalafón del poder, y no lo son las rudas militancias de calle, donde se debate cuerpo a cuerpo el futuro de la revolución?
¿Por qué vale más pertenecer a los círculos de la burocracia, que el esfuerzo creativo y productivo? ¿Por qué esa fútil seducción ante la farándula?
El compañero de ayer, una vez coronado en altos cargos, muta en el lejano funcionario, ahora amigo de contratistas y banqueros.
El otrora humilde militante, es el nuevo rico, embebido en privilegios que niegan la sinceridad de sus consignas. El poder se corrompe, ó el poder corrompe. Viene la impunidad como proxeneta de la justicia.
Entonces emerge el crimen atroz, y el homicidio como síntoma inequívoco de la pérdida de toda valoración del ser humano. Se impone el darwinismo como ley de sobrevivencia; y, en esa jungla, ganan los que están más dispuestos a matar para ganar.
Ildefonso Finol
Constituyente de 1999
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