La irracionalidad de las corridas de toros en el siglo XXI

26/02/2015
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Con una venda en los ojos, la Humanidad aprendió a consumir todo el entretenimiento que justificaba olvidar las voces de la guerra, saciar la sed de venganza y escuchar el latido de la impunidad social. El sentimiento de culpa quedó atrapado en las calles, junto al orgullo que nunca perdonó las heridas del pasado, y nos dejó ciegos en la oscuridad del furioso presente con el que todos lidiamos. Entre espinas, rosas y aplausos, la historia de sangre se continúa escribiendo en letras tan rojas como el despiadado corazón usurpado.

 
Navegando en épocas de conquista, llegaría el apego cultural que escapaba de la razón y obligaba a rendirle tributo a lo absurdo. La necesidad de rehuirle a la introspección, hizo que nuestros ancestros se encadenaran a fervores, pasiones y credos, para no tener que mirar al cielo en busca de una sagrada respuesta que aleccionara el andar.
 
 Pero la falta de un camino celestial en el horizonte, reveló el instinto caníbal del Hombre, quien sacó a flote todas sus carencias espirituales y crucificó la nobleza que habita en la Pachamama y en su gran biodiversidad. Así fue, como las huellas de ignorancia encontraron en el maltrato animal, un rentable juego que venderle a las comunidades del siglo XXI.
 
 Por desgracia, los santos inocentes se siguen olvidando de los valores éticos y morales al celebrar una fiesta patronal, al oficiar una ceremonia nocturna o al torturar en nombre de las deidades. En la geografía de cada continente y en el quehacer de sus pueblos, se realizan atroces eventos públicos llenos de crueldad animal, con el respaldo de los gobiernos, de las empresas privadas y de los inquietos espectadores que atestan sus tiempos de ocio, gozando con el martirio de la fauna planetaria.
 
 En ese sentido, la práctica de la Tauromaquia es una de las aberraciones más sangrientas en el Mundo, que recorre el callejón sin salida vislumbrado por la Sociedad Moderna. Entre corridas y encierros, se irrespeta el derecho a la vida de los toros, y se corrompe el alma de un Ser Vivo en agonía, por la típica cobardía que trasciende las fronteras culturales, y que se ha apoderado de países como España, México, Venezuela, Francia, Colombia, Portugal, Nicaragua, Ecuador y Perú.
 
 No hay duda que las corridas de toros, afloran la miseria espiritual de las personas que organizan, asisten y disfrutan la fiesta brava. Los miles de ignorantes que participan en esas canalladas, demuestra la terquedad en recrearse con cualquier tipo de diversión, sin considerar el grado de morbosidad que los ensalza. El intento de ocultar ese maltrato animal, como si fuera una actividad religiosa, un deporte, una gala artística o un tradicional jolgorio popular, jamás justificará la sangre que se atesora en las cenizas del sacrilegio y que va en contra de la cordura y la sensatez humana.
 
 Vemos que se aprueban leyes de bienestar animal, se ganan referendos consultivos y se decretan ordenanzas municipales para salvaguardar la vida del toro. Sin embargo, el mamífero sigue siendo fastidiado por el negocio taurino iberoamericano, que no desea perder los votos de la muchedumbre en las elecciones del domingo, y que se vale de la clásica demagogia de un doble discurso, para que todos asistan a las corridas sin un ápice de arrepentimiento. No importa que le coloquen un acolchado para protegerlo de las banderillas, que lo sacrifiquen fuera del ruedo a puerta cerrada, ni que lo usen de pretexto para realizar supuestos eventos filantrópicos, pues el toro deja en evidencia la inacción judicial de los organismos competentes, que no aplican las leyes en vigencia y no castigan a los infractores.
 
 El show circense del Diablo, se regocija de un círculo vicioso que pretende hipnotizar la conciencia del público asistente. Los analfabetos empresarios taurinos tienen billetes de sobra, para sobornar los bolsillos gubernamentales y convertir el grave delito animal en un Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Además, trabajan en mancomunidad con los medios de comunicación masiva para transmitir el asesinato en vivo y directo, utilizando un bombardeo publicitario en la TV, en la radio y en la Internet, que se amplifica con el material propagandístico visto en las calles (afiches, carteles, pancartas, banderolas).
 
 Ese es el veneno que manipula la psique de las personas, creando una adicción que surte su efecto comunicacional, al acudir con puntualidad y en primera fila a la escalofriante cita taurina, para después subir a través de las redes sociales las impresionantes fotos o los salvajes videos del toro bañado en sangre, y así compartir el calvario del animal en Twitter, Facebook, Youtube e Instagram.
 
Sabemos que por maldito dinero privan al toro de su libertad, en la que un día fue bautizado por la gracia salvadora de la Naturaleza. Sin demora, lo enjaulan en el cautiverio de la noche, que se topará con algo más que un incierto destino. Ya en suelo bendito, lo lanzan a la plaza Monumental en medio de pistachos, cervezas y chistes. Luego, el lazarillo de la muerte vestido brillantemente a capa y espada, se encarga de humillarlo frente a la ruidosa multitud, que siendo fiel a los gustos más mórbidos, se alegra de las incontables idas y vueltas que el instinto del Toro ha de obedecer para el disfrute de todos.
 
Allí se aprecia con vehemencia, como esos afilados pinchazos perforan a traición las entrañas del Toro. Mientras se consume la crueldad animal en alto contraste, también se glorifica la muerte del ángel caído, gracias a la euforia que desata el virtuosismo del Homo Sapiens. Para completar la faena, se le corta el rabo y la oreja que se niega a escuchar en alta definición, la furia de los gemidos, del libertinaje y de las balas perdidas.
 
 Quisiera saber qué se visualiza en la mente de los fanáticos taurinos, para disfrutar con tanto júbilo ese abominable espectáculo. Me pregunto ¿Cuál es la razón que justifica la asistencia a las corridas de Toros? ¿Será la felicidad envuelta en una inolvidable borrachera, la sumisión a un arcaico modus vivendi o la necesidad de maravillarse con el dolor ajeno? Parece que la moraleja se basa en satisfacer la codicia de los corruptos, en propagar el odio repulsivo de la colectividad, en afeitar los cuernos antes de la descomunal tomatina y en violar la integridad física de un ser vivo, que tarde o temprano, cruzará la inmensidad del burladero y será promesa de redención divina.
 
 Hay que asumir una actitud crítica al cuestionar la gran bestialidad de la Tauromaquia. El dilema va más allá de matar o indultar al toro. Se trata del daño psicosocial que depara para la familia y la juventud, tener que presenciar los reiterados abusos que sufre el animal. El resultado de esa locura sangrienta, se paga con los casos de maltrato a la mujer por machismo, con el bullying o acoso escolar que soportan los niños en los colegios, con el mobbing o acoso laboral en las oficinas, y con el crecimiento exponencial de la delincuencia en nuestros territorios.
 
 Las personas deben iniciar un proceso de auto-descubrimiento, que les permita enfrentar y canalizar la violencia que cotejan diariamente. El toro no es la consecuencia del atropello al civismo, sino el reflejo de una tendencia agresiva en la ciudadanía. Detrás de ese crimen, se esconde una abismal indiferencia ecológica entre sus habitantes, quienes al ser cómplices de toda la crueldad animal presentada, van perdiendo la capacidad de asombro y el discernimiento en sus vidas.
 
 Por eso, es vital que usted rompa con el perverso hechizo taurino y se sume a la noble causa animalista, buscando seguir desarrollando acciones de protesta pacífica, en cualquier lugar del globo donde se irrespeten los derechos de los animales. la educación ambiental es la clave para que las futuras generaciones de Seres humanos, sean individuos mucho más empáticos, tolerantes y altruistas con los hijos de la Madre Tierra. Recuerda que matar nunca será un arte, y siempre revelará el alma envenenada de su prójimo.
 
Carlos Fermín
Licenciado en Comunicación Social, mención Periodismo Impreso. Egresado de la Universidad del Zulia en Venezuela.
 
 
 
https://www.alainet.org/es/articulo/167806
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