En la búsqueda de la comuna perdida

24/07/2015
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La lucha por el Socialismo acompaña a la humanidad desde lo profundo de la caverna, se puede decir, y no sería una exageración, que la lucha por el Socialismo es la batalla por el regreso al paraíso perdido.

 

Antonio Aponte

 

Queremos comenzar por hacer una sentida advertencia: el hecho de que acudamos a fuentes “sagradas” como la Biblia para demostrar que la búsqueda de la Comuna Perdida es común a todos los hombres y todas las culturas no tiene el propósito de enaltecer o dar oxígeno a la religión (religare), formas estas organizadas y cosificadoras de la espiritualidad humana para su aprovechamiento, amén de instrumentos de dominación cómplices de los explotadores de siempre, sino que estas referencias tienen un marcado propósito: demostrar la universalidad de esa búsqueda, aún desde el ámbito de una espiritualidad necesaria dado el grado de evolución del conocimiento científico, y confirmar que, por una vía o por otra, la propiedad privada de los medios de producción y la explotación del hombre por el hombre es comúnmente percibida como un “pecado”, incluso, como el “pecado original” causante de la caída en desgracia de la humanidad entera.

 

De modo que nos proponemos demostrar que el socialismo como vía a la Venezuela y el mundo comunal es posible, porque nunca olvidemos aquella afirmación de Engels en su “Feuerbach”, la afirmación hegeliana de que  “Todo lo real es racional y todo lo racional es real”, y si alguna vez la comuna fue posible y además aún lo encontramos en agrupaciones no contaminadas, entonces, bajo determinadas condiciones, es posible de nuevo. Por otro lado, la presentación pretende salir al paso a los errores que hasta ahora han convertido el camino de retorno dialéctico hacia el paraíso perdido en un rosario de macabras distopías.

 

Otra advertencia deriva del hecho de que esa colección de libros que se llama la Biblia fue escrita –para interpretar el mundo y su origen- luego de la aparición de la agricultura, la ganadería, la familia patriarcal y la explotación del hombre por el hombre pero muy especialmente de la mujer por el hombre. Eso explica sin duda todo el carácter machista implícito en la prosa de los libros.

 

El título de esta presentación posee en sí misma una fuerte carga cognitiva: sólo se busca lo que se ha tenido y en algún momento perdido. Fue nuestro Ludovico Silva quien atinó con este título en un ensayo suyo aunque no estoy seguro de que se lo planteara como esperamos hacerlo. Lo cierto es que hasta nuestros días la humanidad no ha podido sostener la tensión amorosa que exige la posible existencia de una Comunidad bajo los preceptos de la igualdad, la solidaridad, la cooperación y, en fin, el más pleno amor al prójimo. Los distintos logros que luego de enormes sacrificios ha alcanzado la humanidad a lo largo de la llamada pre-historia por Carlos Marx, para concretar la utopía, han dolorosamente naufragado o no estaríamos intentando conformar el Socialismo del Siglo XXI. En ese combate intrínseco entre el instinto egoísta y el mandato ético de la razón ha sido la tentación del instinto la que se ha impuesto.

 

Una mirada a esa pre-historia de la humanidad –incluido nuestro incipiente proceso actual- pone en evidencia que el más severo enemigo de la utopía realizable, además de la imponente resistencia que ofrece el sistema integral basado en la explotación, la ambición, la soberbia y el egoísmo capitalistas, es ese “corazoncito burgués” que todos llevamos dentro, según decía Mao Tse Tung. El ser humano que somos, capaces de actos heroicos de generosidad, de amor y de entrega pero que somos al mismo tiempo capaces de las peores miserias.

 

Pablo de Tarso, dolido e impotente ante esta realidad que le resultaba personalmente invencible, le rogaba a Dios por ayuda divina para superar sus miserias, “Arráncame este aguijón, mira que se la diferencia entre hacer el bien y hacer el mal, pero hago el mal que no quiero y dejo de hacer el bien que debo” Dice el mismo Pablo que la respuesta -que él supuso por su fe de Dios-  fue “No, Pablo, no, te basta mi gracia”, no obtendría más ayuda para vencer al hombre viejo que aquella que mana de la propia conciencia. Gracia y Conciencia. La Gracia,  entendida como esa vocación (llamado) ética participada –en el caso  del creyente- por una intervención o ayuda de Dios,  y la Conciencia como certidumbre plena que mana del conocimiento de la razón ética.

 

La razón ética ha sido traicionada demasiadas veces. Demasiadas veces, las mejores ideas y los más estupendos propósitos terminan aplastados por el instinto salvaje del animal que potencialmente todos llevamos dentro. La misma persona que hasta ayer mismo era un luchador por la igualdad, un adalid de la justicia, humilde y sencillo, lo hemos visto –apenas unos pocos privilegios de por medio- devenir en un ser soberbio, arrogante, avaro, manipulador y egoísta. Todo indica que el excedente ético necesario para vencer las “tentaciones” no está presente en forma individual.

 

En nuestro proceso revolucionario esta debilidad se presenta hoy como un formidable enemigo para el éxito necesario de la Revolución. Un enemigo que a pesar de todos los esfuerzos aleja cada día más el horizonte de la utopía concreta. El modo como las personas se aferran a los privilegios que manan del ejercicio del poder constituido representa una muro formidable. La manipulación, la compra de voluntades, la trampa, la construcción de pequeñas parcelas de poder, por parte de quienes reciben el mandato de ejercer alguna forma de autoridad, no sólo defraudan hasta hacer inalcanzable el objetivo sino que roban la esperanza de quienes llegan a creer que el ideario revolucionario no es sino más de los mismo. Que se repiten los mismos vicios de la vieja burguesía, alguna vez clase revolucionaria, e impide que el Poder Popular realmente resida en el pueblo.

 

La Venezuela comunitaria, entiéndase por ello la Venezuela igualitaria, justa, sin explotadores ni explotados, sin señores ni siervos, está aún muy lejos de alcanzarse. Tan lejos como la ausencia de auténticas formas socialistas de producción, distribución y consumo de bienes para la vida, así como por la capacidad espiritual del hombre y la mujer que han de encarnar plenamente esta forma de vida. El objetivo cuenta con un enemigo clásico: el enemigo de clase. Ese enemigo de clase conformado por quienes a lo largo de la pre-historia han detentado los privilegios y cuya infraestructura económica, así como todas las formas superestructurales conformadoras de la conciencia siguen intensamente vivas y poderosas, omnipresentes y destructivas, en todos los ámbitos de la vida, desde la educación hasta las formas de consumo, pasando por la religión y la cultura, es sin duda un formidable enemigo. Una estructura sin problemas de conciencia, fuerte y decidida a no desaparecer sin librar una dura batalla. Una estructura consciente de que su existencia depende de que –en nuestro caso- la amenaza de una Venezuela Socialista y Comunitaria se detenga, se borre, se extirpe o desaparezca, y por tanto, pone todos sus recursos –que son muchos y poderosos- en juego. Un enemigo de los pueblos terriblemente inmoral y decidido, pero un enemigo que se conoce, que se sabe dónde está, cuáles son sus armas y por tanto, un enemigo poderoso pero ubicable.

 

Hay otro enemigo mucho más letal y peligroso. Es el enemigo interno, el enemigo restaurador, ese enemigo conformado por quienes nos acompañan a lo largo del camino. Estos “camaradas” o “compañeros” que fueron perdiendo –o nunca tuvieron- la tensión ética necesaria para abrazar decidida e irrenunciablemente el modo de vida radicalmente socialista. Son aquellas personas que –como hemos mencionado anteriormente- han sido conquistados por el “dulce encanto de la burguesía”.  Quizás eran, sin ellos mismos saberlo, burgueses que nunca tuvieron la oportunidad de serlo. Son aquellos que tan pronto el ejercicio del poder, las oportunidades encontradas o incluso –admitámoslo- su propio esfuerzo se los ha permitido, se han abrazado en forma natural a los valores de vida burguesa porque quizás nunca terminaron de cerrar la brecha, en ellos mismos, entre la palabra y la vida, entre la ortodoxia y la ortopraxis. Estos, mis queridos compatriotas, son infinitamente más letales porque con su ejemplo –con su mal ejemplo- se convierten en medio del pueblo en enterradores de esperanza, en ladrones de sueños. Enseñan -de alguna manera- con su conducta el mismo camino que nos empeñamos en superar. Contaminan y destruyen la flor de la esperanza en el alma misma del pueblo. Lo hacen desde nuestras mismas trincheras, con nuestras mismas palabras y por tanto, miserables fariseos, producen un mayor y más cruel desencanto. Colocan la utopía-esperanza de una Venezuela socialista en términos de una fantasía social destinada –como todas las fantasías- al basurero de la distopía. Alejan la utopía-esperanza, la hacen inalcanzable, generan agotamiento. Introducen en el imaginario popular el veneno de la duda acerca de la accesibilidad de la utopía –entendida esta, ahora sí, en su acepción más justificadamente peyorativa como algo que no existe y no tiene lugar en ninguna parte- provocando el retorno a los viejos demonios conocidos. Sabios y humildes, ante la impostura, los pueblos prefieren “malo conocido que bueno por conocer”, especialmente cuando estos buenos son este extravagante y falso esperpento. He aquí, entonces, el centro de nuestra lucha por construir una Venezuela socialista y comunitaria:

 

  1. la construcción de unas condiciones materiales de vida basadas en la propiedad social de los medios de producción, así como la distribución y consumo de los bienes necesarios para la vida conforme a estos mismos principios.

 

  1. la formación irrenunciable del hombre y la mujer nuevos. El ser humano con conciencia del deber social, con plena conciencia de su relación filial con la madre naturaleza y feliz porque tanto ella como su entorno viven bien.

 

Formamos Comunas de verdad o se nos escapa de las manos el socialismo.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/171315
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